La fiesta de los poderosos, el despilfarro de las transnacionales, la abundancia junto a la miseria…
El país de la década, la esperanza latina, la potencia emergente, el país de moda, el de la música y la fiesta, el de la belleza exótica, el que nada en un mar de petróleo y que organizará juegos olímpicos y mundial de fútbol con dos años de diferencia. El país con todo a favor, la nación del futuro… todo eso era México hace medio siglo. Ese era el sueño, nuestro presente es la pesadilla de la realidad, de la burbuja económica, de la ilusión mediática, de la esperanza infundada, de la moda pasajera, del petróleo malgastado, de la oportunidad desperdiciada… de un progreso que era ficticio.
Todos los ojos y las apuestas estaban en México en 1968. Toda la coyuntura internacional estaba de nuestro lado: mundial, olimpiadas, petróleo, imagen, inversiones. Todo se desvaneció en el aire, todo fueron fantasías, pues ese gran momento de oportunidad no fue propiciado por nosotros, sino por el azar y por los planes de esa sociedad del simulacro en la que vivimos, de intentar mostrar que el progreso es para todos, y que eso se demuestra con partidos de fútbol. Por esa misma charada hicimos un mundial en Sudáfrica, y derivado de la misma pantomima tendremos el paquete fútbol-olímpicos en Brasil.
Escaparate y presunción para los políticos, derroche y pavoneo para los países, alarde y suntuosidad para los amos del mundo, exhibicionismo para los líderes, excesos para los deportistas. En eso se han convertido eventos como los olímpicos o la Copa del Mundo: la fiesta de los poderosos, la pasarela de la élite mundial, el despilfarro de las transnacionales, el negocio multimillonario para muy pocos, con el presupuesto de las masas. La abundancia junto a la miseria.
El mundial de fútbol funciona como los rescates financieros: sociabilización del gasto y privatización de la ganancia. Miles de millones despilfarrados a metros escasos de donde la gente no tiene absolutamente nada. Una fiesta de derroche en medio de la más terrible depauperación solo habla de la inconsciencia en que se ha sumergido la humanidad.
Con 200 millones de habitantes y 8.5 millones de kilómetros cuadrados, Brasil es el quinto país más grande del mundo, tanto en población como en territorio; la economía más grande de América Latina, segunda de América solo detrás de Estados Unidos, y la sexta del mundo. A nivel de renta per cápita ocupa el lugar 27, lo que evidencia la desigualdad, 20 millones viven con menos de un dólar al día y 6 millones no tienen vivienda, la mitad de esa cantidad vive a escasos metros de las grandes moles de concreto que alojarán el mundial. Por alguna razón esas masas no creen en el progreso brasileño.
La dinámica del BRIC
Mucho se habla de Brasil, sobre todo desde que los economistas inventaron las siglas BRIC para referirse a las potencias económicas del siglo XXI: Brasil, Rusia, India y China, que según los expertos, antes de mediados de siglo habrán desplazado al G7 como las economías más grandes del planeta. Algunos aseguran que México y Sudáfrica comparten esa situación y son parte de ese nuevo grupo.
Pero para los economistas del capitalismo liberal no existen las personas ni las sociedades, solo las economías, que es como se refieren a estos países. Esto significa que ven a las naciones como fábricas, como gigantescas líneas de producción donde lo único que importa es el resultado final, el PIB. Las miserias de decenas de millones de individuos reales no importan, no cuentan, no se ven, no existen. Es la única forma de comprender que las potencias del futuro sean países pobres. Mejor dicho, países ricos con pueblos pobres. O más específico: países que sustentan su riqueza en la miseria de sus pueblos. Ese es el nuevo mundo.
Los tradicionales países ricos, EEUU y Canadá, Europa Occidental, Japón, se enriquecieron con un sistema ganar-ganar: el enriquecimiento del Estado a través del enriquecimiento de sus ciudadanos… aunque con el despojo del resto del mundo. En ese capitalismo liberal de la posguerra los estados apoyaban la actividad económica de sus habitantes, en una especie de sociedad en la que el particular hace negocios, y el Estado se lleva su parte en impuestos; los más civilizados además usan esos impuestos para garantizar la calidad de vida de todos.
Pero en el nuevo mundo las cosas son muy diferentes, los países que aspiran al desarrollo económico tienen que atraer inversiones, para eso deben ser “amigos del inversionista”, lo que básicamente significa: pocos impuestos, bajos salarios, escasos derechos laborales, exiguas regulaciones y mucha explotación de recursos. Eso tienen en común los llamados países emergentes; muchos recursos naturales y exceso de mano de obra barata. La nueva dinámica: el enriquecimiento del Estado a costa de la miseria de sus ciudadanos.
Esta nueva dinámica solo puede llamarse neocolonialismo. La única diferencia entre el colonialismo del siglo XIX y el de hoy es que las “metrópolis” de hoy no tienen ninguna obligación con sus colonias. Los países emergentes siguen siendo las colonias de las que salen los recursos y la mano de obra y donde se colocan los productos terminados.
Antes, las potencias tenían que gobernar y administrar dichas colonias, hoy les hacen préstamos para que puedan invertir en seguir trabajando para ellas. Es la receta del subdesarrollo eterno con máscara de progreso; los retoques en el maquillaje de dicha máscara son partidos de fútbol.
El caso de China, India y Rusia, los otros miembros del BRIC, es similar al de Brasil. En China hay 1300 millones de habitantes de los que por lo menos 600 millones son pobres; pero no importa, los otros 700 millones bastan y sobran como mano de obra y mercado para todo el mundo. Más de medio millardo de seres humanos en la miseria es el daño colateral; que no tienen derechos humanos ni garantías individuales, que subsiste el trabajo forzado, y que los derechos laborales son una quimera… eso no importa.
De los 1150 millones de personas en India, la miseria es la realidad cotidiana de 700 millones de individuos que le sobraron al progreso indio, los cientos de millones que los economistas no voltean a ver cuando hablan de milagros económicos.
En Rusia los salarios han subido ocho veces en los últimos 10 años, y aun así son menos de la mitad de un pago en Europa occidental. Mucha gente pobre ofreciendo mano de obra casi regalada para explotar los recursos no recuperables del país; esa es la sombra del progreso. Caso similar es el de los otros países aspirantes a ser considerados parte del famoso bloque: México y Sudáfrica, países de pueblo pobre con empresarios y políticos ricos. Los países son los feudos del tercer milenio.
En el caso de Brasil no solo hablamos de 6 millones sin vivienda, de 20 millones en la miseria de menos de un dólar, y de 20 millones más cuyas tres comidas no están garantizadas. El tema no es solo ese 25 por ciento de la población brasileña que vive fuera del orden y progreso que pregona la bandera, no son las cientos de favelas donde los humanos viven hacinados y en medio de pestes, no son los niños y niñas menores de 14 años que sobreviven de alquilar sus cuerpos. Lo más grave no es esa realidad, sino las campañas de “limpieza” encabezadas por un gobierno que teme que el mundo pueda ver la podredumbre detrás de la ilusión fútbolera.
Hacinamiento, pobreza, ignorancia, enfermedad, desnutrición. Ese el precio del progreso, esa es la realidad de las nuevas grandes economías, la realidad social de individuos reales que los políticos esconden detrás de las cifras de crecimiento macroeconómico. En el mundo desarrollado y civilizado hay espacio para todos, hay abundancia y prosperidad, salud garantizada, exceso de calorías por persona, derechos humanos y civiles, democracia y libertad para todos. El mundo rico es un paraíso que sigue siendo construido sobre el fango de la miseria en el resto del planeta, pero ocasionalmente organiza eventos deportivos en esos pantanos de subdesarrollo.
Mientras tanto, en el Brasil real…
Debe haber pocas cosas más terribles que vivir en una favela… una de ellas seguramente es que el Ejército te expulse de esa favela y destruya las viviendas para poder tener las áreas verdes prometidas a la FIFA. Así pues, no solo hablamos de 6 millones de personas sin casa mientras millones de dólares se gastan en estadios, hablamos de aquellos que ya tenían casa, si así se puede considerar una favela, son despojados de ella para que los turistas no vean la realidad de Brasil.
Quizás hubo un tiempo en que organizar el mundial de fútbol era negocio para un país y su pueblo, pero esos tiempos quedaron atrás; ahora el mundial es parte del neoliberalismo: un negocio para unos cuantos, pero con presupuesto estatal. Cierto, el mundial trae dinero, pero en el mundo subdesarrollado, que es muy incivilizado también, esa riqueza jamás pasa por el pueblo; no solo porque todo es un juego entre grandes corporaciones transnacionales, sino porque además estas dejan de pagar impuestos, porque así lo exige la FIFA para otorgar la sede mundialista: exenciones fiscales para los amos del mundo.
El 25 por ciento de la población de Brasil vive en pobreza o miseria, y este mundial los hará más miserables…, habrá que ver si sobreviven a los Juegos Olímpicos. El país sudamericano dejará de ingresar más de 500 millones de dólares en impuestos a causa de las exenciones tributarias; son 500 millones que los ricos dejan de desembolsar en su negocio multibillonario, 500 millones que nunca beneficiarán a los más necesitados. Lo anterior a pesar de que en las candidaturas de la FIFA y el COI los aspirantes deben de incluir en su proyecto el beneficio social.
Sin importar qué equipo gane el mundial, el mayor perdedor en el evento deportivo será Brasil: las inversiones serán pasajeras, el dinero pasará por Brasil sin dejar huella, no habrá impuestos para invertir en infraestructura o beneficio social, y los pobres serán más pobres y los trabajadores sin techo seguirán sin techo, y quizás sin trabajo por sumarse a las protestas. Mundial y olímpicos, juegos de paz que requieren del Ejército despojando más a los desposeídos para que la élite del mundo tenga su fiesta sin que nada les empañe el paisaje.
Una oportunidad para luchar contra la desigualdad que se pasa de largo… claro, porque nunca ha sido el objetivo erradicar la desigualdad. Pocas cosas hay más desiguales que tomar los impuestos de las masas para hacer el evento de los poderosos, los cuales no pagarán impuestos.
El mundial más caro de la historia, con un costo por encima de los 20 000 millones de dólares, y los grandes ganadores, las empresas patrocinadoras y organizadoras, no dejarán nada en Brasil, ni siquiera impuestos. Eso sí, la FIFA ya ganó unos 1500 millones de dólares por derechos de transmisión, merchandising y entradas; no importa cuánto diga promover el juego limpio, su juego coquetea con la inmundicia.
Brasil es uno de los 10 países más desiguales del planeta; es decir, que la opulencia camina por las calles del codo de la indigencia, el 10 por ciento más adinerado acapara más de la mitad de la riqueza mientras la mayor parte de la población se conforma con repartirse el 10 por ciento. Ahí en el país de las favelas tendremos un mundial que solo ensanchará esa brecha, lo cual generará más rencor social y más inestabilidad. Todo eso, cabe señalar, en un país que pretende ser uno de los abanderados de la izquierda y el socialismo del siglo XXI.
Pero maestros, trabajadores de la cultura, conductores de transporte público, la agrupación de trabajadores sin techo, y hasta la Policía de caminos, han hecho huelgas, protestas y amenazas, lo cual hace evidente el desprecio de una nación contra un mundial que le dará imagen a su gobierno y sus líderes, pero empobrecerá un poco más a cada brasileño. “Queremos nuestra rebanada del pastel y no migajas”, comenta el líder de los “Sin Techo”; una frase que resume el negocio entre particulares que es la copa de la FIFA. “Nos dijeron en Brasilia que los recursos para vivienda acabaron, mientras que los de la FIFA no. O aparece el dinero o el junio de la copa se convertirá en un junio rojo”.
Y claro, hay que embellecer el país para el mundial y las olimpiadas, hay que limpiar la basura, con el detalle de que la basura son seres humanos… cosas humanas para un gobierno que usa al Ejército para barrer y demoler favelas completas sin un plan de reubicación para las decenas de miles de despojados. Es el caso, por ejemplo, de Vila Autódromo, un asentamiento de 5000 personas que según el plan maestro de los JJOO es un área verde, así es que se aprovechó el mundial para esconder la podredumbre debajo de la alfombra. Tuvieron que teñir de rojo el lugar para que pueda ser área verde.
Medio millón de desalojados, millones más sin casa, otros tantos sin comida, sin educación, sin oportunidades y sin futuro. Limpieza social, violencia, secuestros, corrupción, mafias y prostitución infantil para los turistas… es parte de la descomposición social que un gobierno socialista esconde. Brasil es una ilusión; una economía rica con pueblo pobre, una bonita maquinaria donde los engranes que se desgastan se tiran y se cambian, funciona bien como fábrica, pero terriblemente como sociedad.
El gobierno de Brasil, ansioso por ser reconocido en el club de los grandes, ha hecho hasta lo imposible porque este mundial brille como el oro; pero ahí están los problemas económicos, las protestas, huelgas y manifestaciones y los estadios que, a falta de inversiones y abundancia de corrupción, no estarán listos para el evento. Muchos brasileños opinan que si el gasto del mundial se hubiera usado en infraestructura, servicios, gasto social e inversiones para el desarrollo, mucho más se hubiera hecho por el país… pero así funciona la sociedad del simulacro.
Y es que coexisten dos mundos en este planeta. En uno hay progreso y desarrollo, prosperidad y riqueza para todos; las personas viajan, se divierten y tienen lujos, la economía global esparce sus bondades por todo el orbe, las inversiones fluyen, los productos abundan, la gente busca su felicidad neciamente en el consumo, y los ricos y poderosos del planeta, los dueños del mundo, organizan mundiales de fútbol para la distracción de las masas.
En el otro mundo las masas viven en la más inhumana de las miserias, el progreso es una pesadilla generadora de pobreza y el desarrollo es una quimera que se observa desde lo lejos. La prosperidad y la riqueza de unos pocos descansa en el despojo de las multitudes, de esas masas amorfas donde nadie tiene nada, la economía global esparce su terror y saqueo por todo el mundo, las inversiones pasan de largo, los productos no existen, la gente no sabe que es posible aspirar a la felicidad… y los amos del mundo organizan réplicas simbólicas del circo romano para contener el potencial revolucionario de esa masa amorfa que está incluso por debajo del proletariado: el lumpen.
El lumpen: los despojos de la revolución industrial, los hijos bastardos de la ilustración, el daño colateral del capitalismo liberal, las víctimas necesarias para el bienestar de la sociedad, los residuos del proyecto burgués, el lado oscuro del desarrollo que políticos y economistas no saben o no quieren ver: 2000 millones de seres humanos que no son parte de la humanidad.
Cientos de millones de despojados y desposeídos que sobraron en el proyecto burgués del progreso, que se convirtieron en la pérdida aceptable. Los de afuera de la pirámide social, la sombra debajo del proletariado de la que nos advirtió Marx, el engendro del capitalismo. Ellos son los de hasta abajo, los que no cupieron en el mundo y su proyecto, los cientos de millones de desheredados.
Para ellos tenemos fútbol, pero quizás el fútbol ya no basta. La parte de esos desheredados que viven en Brasil ha decidido despertar; el derroche junto a su miseria los ha hecho despertar y por eso han tomado las calles. Ahora un gobierno que dice hablar y actuar en favor del pueblo toma las calles para combatir al pueblo mismo. Tanta abundancia ya no puede existir junto a tanta privación. Los desheredados han despertado, y urge el despertar de todos los demás o muy pronto se acabará el carnaval.