La “realidad” descrita por la CEM no es otra que la presentada por académicos, legisladores y gobiernos.
Pobreza endémica, injusticia y desigualdad; violencia generada por el crimen organizado; corrupción e impunidad; políticos que buscan su propio beneficio por encima del bien común, y crisis en el sistema educativo. Esos son algunos elementos que los obispos mexicanos presentaron al papa Francisco para retratar la triste realidad del país resumida en una frase: la realidad del pecado.
Como cada cinco años, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) acudió en pleno a Roma para la visita ad Limina Apostulorum que deben realizar a “los umbrales de San Pedro y San Pablo” (la tumba de los apóstoles), y cuyo objetivo es informar al Santo Padre el estado de las diócesis que gobiernan. Y las cuentas, como se puede observar, no fueron buenas.
De acuerdo con documentos de la propia CEM, “el encuentro se desarrolló en un ambiente de alegría y fraternidad”, y comenzó con el mensaje de su presidente, el arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega. Directo, reconoció la “extendida y endémica pobreza en un gran sector de la población” y sus consecuencias lógicas: ignorancia, enfermedades, abandono del campo, migración a la ciudad y a Estados Unidos.
Describió el sufrimiento de aquellos que, en busca de un mejor destino, abandonan sus lugares de origen solo para ser “víctimas de atracos, extorsiones, violaciones y asesinatos”. También se refirió al narcotráfico, “que ha causado profunda división, la pérdida de muchas vidas, daños a la salud física de la juventud y a la salud moral de las familias, y que ha sido causa, además, de la ruptura del tejido social”.
En su diagnóstico sobre el estado de la situación en México, se quejó de que la sociedad esté “enseñoreada” con la cultura de la muerte. “No solo en las muertes violentas y crueles del crimen organizado, sino también en la mentalidad abortista de algunos sectores, muchas veces impulsada por políticas de agenda que atentan contra nuestra conciencia, la soberanía de nuestra nación y directamente contra el santuario de la vida: la familia”.
Lamentó que partidos políticos y grupos de poder “que no buscan el bien común, sino su propio beneficio”, provoquen hondas divisiones en algunos sectores de la sociedad. Resumió que causa importante de esa oscura realidad es “la cultura de la corrupción, la impunidad y la ambición desmedida” y, en contraparte, la ausencia de la cultura de la legalidad, del compromiso social, de la corresponsabilidad ciudadana y la pérdida de la moralidad.
Concluyó con una sentencia lapidaria: México padece “la realidad del pecado”.
Ni soluciones técnicas
ni medidas políticas
Tras escuchar tan severo juicio, el Papa dijo conocer “la preocupación y desvelos” de los obispos mexicanos por las víctimas de todos esos males, así como su compromiso por la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona, y los animó a fomentar la fe que permita a los fieles continuar con su vida.
Sin embargo, dejó en claro que no les compete a ellos “aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas” para menguar y extinguir esos flagelos, sino “anunciar a todos la buena noticia de que Dios en su misericordia se ha hecho hombre para salvarnos”.
Añadió que la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución son fechas clave “para unir esfuerzos en favor de la paz social y de una convivencia justa, libre y democrática”, y apuntó que la violencia que aflige a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, se puede combatir a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz.
Vivir la fe en la familia, la escuela, la empresa, el movimiento popular, el sindicato, el partido y aun en el gobierno, añadió, es otra herramienta para hacer frente a esos males.
Y aunque Su Santidad delimitó perfectamente en su mensaje cuál es el papel que la Iglesia debe desempeñar para coadyuvar con gobiernos, autoridades y representantes populares, a fin de hacer frente a esos enemigos comunes que enfrenta la sociedad, seguro habrá quienes vean en esto algún intento de intromisión de la Iglesia en la esfera pública.
No es esta ni la primera ni la única ocasión en que la Iglesia ha colaborado con las autoridades civiles, ya sea a través de diagnósticos o de propuestas y acciones concretas, para hacer frente a los males que aquejan al país. Por ejemplo, en ocasión de la celebración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución, los obispos de México elaboraron el documento “Conmemorar nuestra historia desde la fe”1.
En él se advertía que estas conmemoraciones eran la oportunidad precisa para sumar esfuerzos que permitieran “superar la injusticia, la desigualdad y la pobreza e impulsar las luchas de la sociedad a favor de la libertad, la justicia y la auténtica democracia, y la vigencia completa del derecho humano a la libertad religiosa”.
En 2010, ante la violencia generalizada producto de la guerra contra el crimen organizado, la CEM publicó la Carta Pastoral “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”2, en la que los pastores analizaban las causas y apuntaban posibles caminos de solución. Si se lee con cuidado, se puede comprobar que el análisis era certero: atacar el problema de la inseguridad y la violencia solo con acciones punitivas fue una estrategia equivocada.
Los obispos proponían atenderlo como un asunto de salud pública y abordarlo desde tres aspectos: hacer frente a la crisis de legalidad del Estado mexicano, lo que implicaba poner en marcha acciones para recuperar la confianza en las instituciones; reconstruir el tejido social, y restituir la moralidad.
Por otro lado, ante la “emergencia educativa” los obispos elaboraron otro texto: “Educar para una nueva sociedad”3, en el que, tras aceptar las limitaciones jurídicas que les impone el artículo 3º constitucional, proponían que la Iglesia recuperara la tarea educativa que caracterizó la primera evangelización, “para promover la concordia, la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz”.
Esa “realidad del pecado” descrita por la CEM no es otra que la presentada por académicos, legisladores y los propios gobiernos. Y es de tal magnitud el reto que enfrentamos, que se requiere la colaboración y el compromiso de todos: de los laicos y los religiosos de cualquier Iglesia. Ahí están los diagnósticos, ahora faltan las acciones que permitan a México dejar atrás esa triste y oscura realidad.
Hannia Novell es periodista y conductora del noticiario en México Proyecto 40. Twitter: @HanniaNovell