En México nos enseñan a romper las reglas. La trampa y la corrupción son el pan nuestro de cada día.
Cada día y con cada caso sin resolver, todo nos queda más claro: vivimos en un país en el que no existen consecuencias, al menos no siempre, y si existen, definitivamente dependen de quién sea el culpable. Las cárceles de México están llenas de pequeños ladrones de carteras, de drogadictos cuyo mayor crimen fue vender churros de mariguana en las calles, y de asesinos que por 1000 pesos le quitaron la vida a alguien. Mientras tanto, las calles de México, y los puestos políticos y sociales de importancia, están llenos de empresarios ladrones que cometen fraudes de miles de millones de pesos, de capos narcotraficantes que manejan “empresas” de drogas, y asesinos, esos que pagan 1000 pesos por eliminar a alguien del camino. En la cárcel deberían de estar todos, el problema es que los primeros no pueden comprar su libertad.
México, el país en donde literalmente “el que no transa no avanza”. ¿Pero de dónde viene toda esta cultura de la corrupción cómo única manera de superarse? Me parece que de la educación, de la que nos dan en casa, cuando vemos a nuestro papá darle dinero a un policía que lo detuvo porque iba hablando por el celular; y de la que recibimos en las escuelas, cuando alumnos le regalan corbatas a los profesores para que los califiquen con 10 en el examen final.
Se sabe que en algunos colegios, a los que asisten los niños “bien”, existen profesores corruptos que abusan de la solvencia económica de los alumnos, o más bien de la de sus padres. A esas escuelas asisten estudiantes acostumbrados a recibirlo todo sin hacer ningún esfuerzo, los profesores lo saben y los solapan, por ello a esos institutos se les conoce en broma como centros vacacionales, pues muchos chavos van a pasar las mañanas esperando el día en que su papá los ayude a conseguir trabajo, razón muy lógica por la que lo menos importante para ellos es estudiar.
En estas mismas escuelas los profesores piden a los alumnos corbatas, botellas de alcohol y hasta centros de lavado para pasarlos de año. Incluso los papás han llegado a donar remodelaciones de las canchas de fútbol o piscinas para que no expulsen a sus hijos de la escuela. No digo que lo hagan todos, habrá quien quiera estudiar y superarse, pero a los 17 años, si el estudiante puede comprar el examen e ir al cine con su novia en lugar de pasar la tarde estudiando, ¿por qué no lo haría?
El problema de corrupción en los colegios no es exclusivo de los institutos privados, también en escuelas públicas los profesores venden exámenes por la módica cantidad de 50 pesos. Cambia el costo, pero no el mensaje: “Con dinero baila el perro”.
Así crecen los niños en este país, con profesores que probablemente fueron educados de la misma manera, y así estos niños se gradúan y se convierten en Elba Esther Gordillo, Amado Yáñez, Cuauhtémoc Gutiérrez y decenas de políticos, empresarios y “transas” más, que no conocen otra forma de superarse pues la única manera en que saben salir adelante y “ganarse el pan de cada de día” es con mentiras, con engaños y con trampa.
Recuerdo una vez que fui a Disneylandia con toda mi familia. Mi hermano y yo tendríamos 12 y 10 años y aún no alcanzábamos la estatura suficiente para subirnos a los juegos más emocionantes y divertidos. Al día siguiente regresamos al parque de diversiones, pero esta vez íbamos preparados: mi papá nos había puesto bolas de calcetines adentro de los zapatos para que nos paráramos sobre ellas, era como usar tacones; con esa pequeña trampa medíamos al menos seis centímetros más, así pudimos subir a muchos juegos, todo esto con la excusa de que “los gringos y sus reglas son exagerados”.
En este país —no siempre con mala intención— nos enseñan a romper las reglas, podemos saltarnos los torniquetes del metro, esconder los bolígrafos en los centros comerciales para no pagarlos, estacionarnos en los lugares reservados para personas discapacitadas, no respetar los sentidos de las calles al conducir un auto, brincar bardas que claramente tienen la leyenda de “no pasar” o libremente pasarnos los semáforos; es más, si tenemos una buena relación con el gerente de algún restaurante o club nocturno fumamos en áreas “libres de humo de tabaco”. Todo esto podemos hacerlo y lo hacemos todos los días, ¿por qué? Porque sabemos que no pasa nada, que lo peor que podría sucedernos sería tener que dar una “mordida” para escapar libres del asunto.
Mi hermano y sus amigos tienen 14 años y las pasadas vacaciones de Semana Santa estaban empeñados en irse a Acapulco todos juntos. Al final convencieron a los papás de uno de ellos y se los llevaron a todos a su departamento en Playa Mar. ¿Por qué estaban los púberes tan interesados en pasar sus vacaciones en ese paradisiaco destino turístico? Obviamente no era por sus limpias playas ni por su impredecible clima, más bien por el conocido Alebrije, discoteca en la que por 500 pesos y la promesa de pedir una mesa con dos botellas dejan pasar a todos los menores que puedan pagar el precio de la diversión precoz. El precio para las niñas es diferente: ellas solo tienen que usar un vestidito que apenas les cubra las nalgas o un escote que enseñe todos los atributos que aún no tienen, con eso ya están del otro lado. ¿Y los policías? ¿Y el gobierno? Comprados, tan comprados que siempre hay una patrulla estacionada afuera del antro para evitar peleas entre los menores borrachos que ni siquiera deberían de estar ahí. ¿Y los papás? Ellos tranquilos en sus casas, saben que no pasa nada.
No estoy diciendo que la trampa y la corrupción sean características necesarias y exclusivas del mexicano; hay quienes intentan imponer valores de responsabilidad y anticorrupción. Recuerdo que una vez una compañera de escuela intentó ofrecerle a la maestra de geografía dinero a cambio de una buena calificación final. ¿El resultado? Claudia acabó en examen extraordinario de geografía, regañada y casi expulsada de la escuela por intentar sobornar a una maestra. Con este ejemplo pretendo demostrar que existen instituciones y personas que están intentando cambiar el esquema de valores de los mexicanos, pero ¿quién va ganando?
Comprar un examen o una calificación, sobornar a un policía a cambio de que perdone una infracción por no traer puesto el cinturón de seguridad, darle dinero a un cadenero (portero) para que te meta a una discoteca, no pagar el estacionamiento de un centro comercial, meter comida al teatro cuando en la puerta hay un enorme letrero que dice “No ingresar alimentos a la sala”… todas parecen pequeñas infracciones, insignificantes choques con las reglas, pero son actos que se impregnan en nuestra memoria y en nuestros reflejos, así aprendemos a reaccionar, así aprendemos a lidiar con situaciones incómodas; así, desde chicos, los jóvenes mexicanos aprendemos a ser tramposos.
No estoy justificando a nadie, pero en realidad ¿de quién están aprendiendo los jóvenes?
Twitter: @CCamsanchezb