Adultos, jóvenes y niños, si les gusta leer, han leído a García Márquez.
“Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”. El coronel no tiene quién le escriba, Gabriel García Márquez.
Gabriel García Márquez es uno de los referentes más importantes para cualquier escritor latinoamericano, sobre todo es el máximo representante del boom de la literatura en América Latina. Adultos, jóvenes y niños, no importa la edad, si les gusta leer han leído a García Márquez y nunca me imaginé que alguien pudiera tener un problema con él, con su coherencia y su musicalidad. Es un autor que no tiene fecha de caducidad y que no tiene un género que lo defina, un hombre que se reconocía como periodista y escritor, un hombre que alcanzó a ser un icono de la cultura latinoamericana a nivel internacional.
Siempre me ha gustado leer y a una temprana edad me encontré inmersa en un mundo de literatura erótica que, en ese momento, no podía comprender pero que me emocionaba; gracias a esa inmadura curiosidad encontré un día un título de García Márquez que capturó mi atención precoz, y fue así como el primer libro que llegó a mis manos del escritor colombiano fue Memorias de mis putas tristes. Yo tenía 13 años y me sentía la niña mala de la secundaria, recuerdo que me ponía nerviosa cada vez que sacaba el libro de mi mochila: el título hubiera sido suficiente para que mi mamá o cualquier maestra —iba en una escuela de monjas— me lo quitara y me prohibiera leerlo; pero logré esconderme con éxito y terminé el libro, y así fue cómo me enamoré de García Márquez, de su elocuencia y, sobre todo, de su valentía y versatilidad, un hombre que podía escribir de todo sin equivocarse.
Con el paso de los años dejé atrás el morbo de la literatura erótica y mi lectura de García Márquez fue creciendo, también la de otros autores latinoamericanos, como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes; las obras de esta época me emocionan porque se crearon en tiempos de cambio en las artes y en la literatura, son escritores que pusieron en tela de juicio todo lo que sus antecesores creían correcto al escribir. Obras en las que los personajes también desafían a sus lectores y que van desde la política hasta el realismo mágico, obras de denuncia y una interesante mezcla entre la historia, el periodismo y el lenguaje fantástico de la literatura.
Después, con el paso de esos mismos años, conocí a muchos jóvenes que, al igual que yo, se habían dado ya un chapuzón por las obras de estos grandes autores, y fue conociendo a estas personas que pude darme cuenta de que no todos estaban tan perdidamente enamorados de García Márquez como lo estaba yo. Había quienes estaban cansados de imitarlo —o al menos de intentarlo—, cansados de que “el maestro” les dijera el número exacto de adjetivos que tiene que llevar un párrafo, o que escribe mejor el escritor que come bien antes de comenzar sus textos o que es mejor usar una máquina de escribir en lugar de una computadora. Jóvenes, siempre cansados de recibir y obedecer órdenes.
Todo esto tiene sentido, pero no tiene nada que ver con Gabriel García Márquez, al menos no con él en específico; me parece que el pleito que algunos jóvenes de hoy tienen con el escritor es el mismo que él y Vargas Llosa tenían con Alejo Carpentier o con Juan Rulfo, y es que simplemente no querían ser como ellos porque en su estilo y forma no podían superarlos. García Márquez tuvo que cambiar por completo el rumbo de la literatura para de alguna manera poder estar al mismo nivel de Jorge Luis Borges, y es así cómo los jóvenes escritores de hoy tendríamos que inventar una nueva forma, un nuevo estilo de escribir, nunca para superar a García Márquez —creo que sería una tarea tonta, agotadora e imposible—, pero para estar a su nivel.
Gabriel García Márquez fue comunista, fue un revolucionario que en una ocasión describió a Fidel Castro para una entrevista con el diario Pueblo, en España, cómo “el hombre más tierno que he conocido. Y es también el crítico más duro de la revolución y un autocrítico implacable”, y en verdad ¿en el corazón de qué joven no está esa necesidad de luchar en contra de la autoridad? Por eso, aunque pasen los años, los lectores de García Márquez serán siempre jóvenes —claro que están quienes han crecido junto con él y sus lecturas—, pero su lenguaje es tan nuevo, tan siempre vigente, que apela a toda generación, es así como logró tener un público que nunca muere, o más bien, que nunca envejece. Cada joven que se tome hoy el tiempo para leer La soledad de América Latina podrá darse cuenta de ese hombre que aun en un discurso de agradecimiento por su Premio Nobel denunció las atrocidades que en ese momento estaban sucediendo en América Latina, en especial en Chile, El Salvador y Uruguay.
Y así, cada una de sus obras sigue vigente: Cien años de soledad, por ejemplo, nos habla de un mundo en transición, de un período de cambio que se da con el salto de una época clásica a una época moderna, un cambio que fue negado por algunos y aceptado por otros. Cien años de soledad sigue vigente y nos encanta porque, aunque habla de desarrollo y de cambio, nos muestra una Colombia y una América Latina en donde cualquier cosa puede suceder, desde lo más mágico hasta lo más terrible.
Leyendo Vivir para contarla pude darme cuenta de todo lo que pasó en la vida de García Márquez, eventos fuertes y tristes —como la muerte de su abuelo— que lo arrinconaron a la escritura como escape, como puerta de salida, y poco a poco, como fuente productora de alimento y sustento de vida; García Márquez logró lo que muchos escritores jóvenes de la época quisiéramos alcanzar: vivir de nuestros textos, una carrera de más de 60 años en las letras y en el periodismo, un hombre que vivió la fama de ser un escritor en vida, algo que pasa muy poco.
Por último hay algo que me parece importante mencionar y que está relacionado con esa carrera de fama que Gabriel García Márquez hizo de la escritura, y es que algunos jóvenes que no lo aman, lo envidian —¿se sienten amenazados?—, no digo que lo envidien porque quieran escribir como él o ser cómo él, sino porque en el fondo sabemos que esta no es una época de genios, al menos no de genios en la literatura, sobre todo porque no estamos en una época de grandes de nada, somos unos milenarios posmodernistas y hasta que no nos demos cuenta de quiénes son nuestros padres y madres literarios, hasta que no tomemos una clara decisión entre aprender de ellos o negarlos por completo, nunca vamos a poder definir nuestro futuro y nuestro destino como escritores.
Twitter: @CCamsanchezb