México participó en la Primera Guerra Mundial. La situación es que nunca estuvo consciente de ello.
El 22 de julio de 1912, el primer lord del Almirantazgo británico, Winston Churchill, solicitó que se duplicase el presupuesto de la Marina británica para hacer frente a lo que él llamaba “la amenaza del poderío alemán”. Ese día nuestro destino, escrito por el dedo de Dios, porque nos negamos a escribirlo nosotros mismos, quedó sellado.
La Primera Guerra Mundial estaba en marcha, y el frente mexicano se convertía en uno de los más estratégicos. Alemania, Inglaterra y Estados Unidos lucharon activamente en ese frente… México no se dio por enterado.
México sí participó, y muy activamente, en la Primera Guerra Mundial, la situación es que nunca estuvo consciente de dicha participación y de su importancia estratégica; una importancia a la que hubiéramos podido sacar mucha ventaja si no hubiéramos estado más ocupados, como casi siempre, en destruirnos entre nosotros.
Pero en México siempre hemos escrito y contado una historia nacionalista en la que se pretende que nuestro país y el mundo son entidades independientes, que lo que ocurre en el planeta no repercute en nosotros, y que lo que hacemos nosotros nunca está influido por los personajes y acontecimientos más importantes del planeta.
Uno de los momentos más álgidos de este conflicto mundial comenzó hace 100 años en el puerto de Veracruz, el 21 de abril de 1914, cuando 44 acorazados norteamericanos tomaron la bahía de Antón Lizardo, según la ridícula versión que nos contamos de nosotros mismos, porque el gobierno mexicano no quiso honrar con 21 cañonazos a la bandera estadounidense, días atrás en el puerto de Tampico.
No es la única absurda versión que nos contamos de nuestra historia, ni somos el único país que inventa esas ridículas interpretaciones, que tanto en México como en el mundo se adaptan según los intereses de los poderosos, es decir, de los ganadores que cuentan la historia. Veamos dos ejemplos:
1838: un pastelero francés radicado en México se queja de que las tropas de Santa Anna se fueron de su restaurante sin pagar la cuenta; en consecuencia, el rey Luis Felipe I pone en marcha toda su logística bélica y moviliza su flota para cruzar el Atlántico, invadir el país, y hacerle justicia a uno de sus súbditos que vivía a 10 000 kilómetros de París. La cuenta resultó ser de 60 000 pesos de entonces, y ya con propina se elevó a 800 000.
1914: un serbio mata en Bosnia al archiduque de Austria; en consecuencia, Inglaterra, Francia y Rusia entran en guerra contra Alemania, el Imperio Austrohúngaro, Bulgaria y el Imperio Turco.
¿La causa o el pretexto?
Corría marzo del año 1914, el cuarto de una supuesta revolución hecha para quitar del poder a Porfirio Díaz, quien había renunciado a la Presidencia y salido del país desde mayo de 1911, a pesar de lo cual aquí seguíamos matándonos por su causa. El poder lo detentaba Victoriano Huerta, desconocido por Venustiano Carranza, cuyas tropas estaban a 15 kilómetros del puerto de Tampico, centro petrolero del país en ese entonces.
En vista de la importante cantidad de norteamericanos residentes en Tampico, el gobierno del vecino del Norte movilizó su flota para proteger a sus ciudadanos, y al codiciado petróleo que extraían. La flota llegó al mando del contraalmirante Henry Mayo, con quien aparentemente el gobierno y ejército de Huerta trataban de llevar una relación cordial, a grado tal que el cañonero USS Dolphin disparó 21 salvas en honor a la bandera mexicana el 2 de abril, conmemorando la Batalla de Puebla que sí ganamos, en la que sí fueron derrotados los franceses y las últimas tropas del imperio de Maximiliano, el 2 de abril de 1867, por Porfirio Díaz.
La cordialidad se terminó cuando nueve marinos norteamericanos bajaron armados a tierra para buscar combustible, ondeando su bandera, y fueron encañonados y arrestados por soldados mexicanos. El almirante Mayo y el cónsul norteamericano presentaron enérgicas protestas, y el secretario de Guerra, Aureliano Blanquet, ordenó que los prisioneros fueran liberados.
Pero la liberación no fue suficiente, el honor de los norteamericanos estaba agraviado, y Henry Mayo exigió que se izara su bandera en Tampico mientras era saludada con 21 cañonazos por las tropas mexicanas. Ante lo absurdo de la petición, pero para evitar que el problema se hiciera más grande, las autoridades mexicanas propusieron hacerlo, siempre y cuando también se izara la bandera nacional y fuera saludada por los estadounidenses.
El almirante se negó a tal cosa, y el presidente Woodrow Wilson pidió permiso a su Congreso para invadir el país. Tan ridícula versión como en la guerra de los pasteles. Para aumentar el sinsentido, lo que se invadió fue el puerto de Veracruz.
La historia detrás de la historia
En octubre de 1909, Porfirio Díaz se entrevistó en dos ocasiones, una en El Paso y otra en Ciudad Juárez, con el presidente norteamericano William Howard Taft. Poco se sabe del contenido de dichas pláticas, pero en resumen, Taft pretendía obtener de Díaz lo siguiente: una base militar estadounidense en Baja California, suspender las obras del ferrocarril de Tehuantepec, devaluar el peso, que las compras militares mexicanas se hicieran a Estados Unidos y no al Imperio Alemán, como venía ocurriendo, y que se privilegiara a estadounidenses, por encima de ingleses y holandeses, en las concesiones petroleras. Básicamente Díaz se negó a todo, ese día comenzó su caída.
México era en aquel tiempo, junto con el Imperio Turco y Estados Unidos, uno de los principales productores de petróleo en el mundo, un petróleo que era explotado por compañías inglesas y holandesas primordialmente, y por el inglés que se convirtió en el magnate del porfiriato: Weetman Pearson, conocido como lord Cowdray. Ese petróleo mexicano era de vital importancia para uno de nuestros principales socios comerciales: el Imperio Alemán, pues desde que se unificó como país, en 1871, buscaba tener la mejor flota del mundo, y desde que inició el siglo XX habían adaptado todos sus barcos para funcionar con petróleo en vez de carbón.
Ese era el poderío alemán al que hizo referencia Churchill en 1912, y para eso quería duplicar el presupuesto bélico, para pasar sus barcos de carbón a petróleo y no quedar rezagados con respecto a los alemanes. Ambas potencias necesitaba el petróleo mexicano, requerido por Estados Unidos más o menos por las mismas circunstancias; el espectro de la guerra masiva en Europa amenazaba desde 1871, y el petróleo podría decidir al ganador.
Un año después de la entrevista Díaz-Taft, Francisco Madero comenzó desde Estados Unidos, y con apoyo de aquel gobierno, esa guerra civil que nos venden como revolución. Nuestros vecinos auparon al poder a Madero, y tras 15 meses de demostrar su incompetencia y sumergir el país en el caos, ellos mismos decidieron quitarlo y sustituirlo por Félix Díaz, el sobrino del dictador. Era febrero de 1913.
Ante el caos mexicano, la intromisión norteamericana y las necesidades alemanas, este último país decidió dar su apoyo a uno de los hombres fuertes del Porfiriato: Victoriano Huerta. En respuesta, Estados Unidos comenzó a dar su apoyo a su principal oponente: Venustiano Carranza. Nadie mataba aún a Franz Ferdinand von Habsburg-Lothringen, y la Guerra Mundial, la guerra por el dominio de los recursos planetarios, ya se peleaba en México.
Tras la caída y asesinato de Madero, eventos a los que llamamos la Decena Trágica, comenzó una etapa de nuestra Revolución que podría denominarse “todos contra Huerta”. Fuera de México, el enemigo de Victoriano eran los norteamericanos, en el interior sus enemigos eran Zapata, Villa y Carranza, aunque cada quien peleaba por su cuenta y por sus causas.
Al centro del ajedrez
Así es como llegamos a ese 26 de marzo de 1914, cuando las tropas de Carranza están a 15 kilómetros de Tampico y amenazan con tomar el puerto, defendido por las tropas federales, leales a Huerta. Es en este contexto que tenemos el llamado Incidente de Tampico, el 9 de abril de 1914, cuando esos nueve marinos estadounidenses bajaron a tierra con sus armas y su bandera, y es con ese pretexto que 44 barcos de EE UU invadieron Veracruz el 21 de abril.
Pero falta el principal ingrediente de esta trama, y es que la inteligencia norteamericana había descubierto que el barco alemán Ypiranga, aquel en el que había salido del país Porfirio Díaz, atracaría en el puerto de Veracruz justo el 21 de abril, cargado con armas alemanas para apoyar a Victoriano Huerta. Claro que debemos de creer que la invasión es para desagraviar la bandera y a nueve marinos, y no para evitar más intromisión alemana en México.
La invasión a Veracruz cambió el rumbo de la “revolución” y de nuestra historia. El capitán del Ypiranga, al detectar tanto barco norteamericano en torno a Tampico y Veracruz, cambió su ruta, las armas no llegaron el día previsto ni al lugar indicado, y comenzó la caída de Huerta y el empoderamiento de Carranza, o visto de otro ángulo, el fin de la penetración alemana y el inicio, nuevamente, de la norteamericana.
El Ypiranga tenía como premisa entregar esas armas, no era asunto menor para el Imperio Alemán el tener como aliado al gobierno mexicano, y tras un mes de buscar la oportunidad, logró fondear en Puerto México, hoy Coatzacoalcos, el 27 de mayo, pero ese mes de ventaja fue vital para los carrancistas, quienes finalmente se apoderaron de gran parte del cargamento bélico alemán.
Justo en esos días se llevaba a cabo una conferencia de paz entre México y Estados Unidos, auspiciada por Canadá, y arbitrada por Argentina, Brasil y Chile; es conocida como la Conferencia de Niagara Falls, y se desarrolló en dicho romántico lugar del 18 de mayo al 15 de junio de 1914. Canadá, no se olvide, parte del Imperio Británico, el más interesado en que no hubiera guerra entre México y Estados Unidos, pues aunque aún nadie mataba al archiduque, la guerra era inminente.
Hipotéticamente, en la Conferencia de Niagara Falls se evitó una guerra de grandes proporciones entre México y Estados Unidos, gracias a la intervención de tres países sudamericanos a los que seguramente Estados Unidos respetaba entonces tanto como ahora. No obstante, la conferencia terminó en junio, y la invasión norteamericana se prolongó hasta noviembre. El objetivo no era la guerra, era proteger el recurso que podría determinar al ganador de la contienda, y evitar que Alemania tuviera un aliado estratégico en un México gobernado por Huerta.
¿Revolución o guerra mundial?
El 28 de junio de 1914, un serbio mató en Bosnia al archiduque de Austria, un mes después, la artillería austriaca bombardeaba Belgrado, capital de Serbia, un país al que casualmente los Habsburgo querían anexar a su imperio, como de hecho habían anexado a Bosnia unas décadas atrás. Ese fue el chispazo con el que se encendió un gran barril de pólvora que se venía formando desde el nacimiento de Alemania en 1871.
Mientras tanto, y de vuelta en México, el 13 de agosto de ese agitado 1914, las tropas de Carranza, comandadas por Álvaro Obregón, derrotaron a las tropas federales que aún se mantenían leales al gobierno de Victoriano Huerta, quien, por cierto, ya había huido del país con rumbo a Europa, nada más y nada menos que en un acorazado alemán, el USS Dresden.
La efímera unión de Zapata, Villa, Obregón y Carranza, que con el apoyo norteamericano a este último, había logrado derrocar a Huerta, quien no terminaba de llegar a Europa cuando en México comenzaba una nueva etapa de la “revolución”, la más cruenta y terrible de todas: todos contra todos, cuando Villa y Zapata desconocieron al Carranza que había sido su líder, mientras que Obregón decidió mantenerse leal.
En octubre de 1914, en la convención de Aguascalientes, se llevó a cabo el último intento de arreglar la violencia a través del diálogo. Las fuerzas revolucionarias se reunieron para llegar a un acuerdo sobre el gobierno, pero cuando fue electo el villista Eulalio Gutiérrez, Carranza desconoció la convención, se ostentó como presidente, y se dirigió, para encabezar su gobierno, nada más y nada menos que al puerto de Veracruz, que aún seguía ocupado por las tropas norteamericanas. Huerta y Alemania ya no eran una amenaza, y la flota estadounidense se retiró de costas mexicanas el 23 de noviembre de aquel 1914.
Pero como el control de México y su petróleo no eran poca cosa, emisarios del káiser alemán Guillermo II, ya esperaban a Huerta en el puerto de La Coruña, en España, para ofrecerle su apoyo para retornar a México y recuperar el poder perdido. Huerta emprendió el viaje de vuelta, llegó a Nueva York en abril de 1915, donde lo esperaba el espía alemán Franz von Rintelen, para darle el apoyo necesario. Casi logra volver a México por la frontera, pero fue arrestado por la Policía norteamericana el 27 de junio de 1915, murió en una prisión de El Paso, el 14 de enero de 1916, víctima de la cirrosis derivada de su botella de coñac al día.
Dos intentos más tuvo Alemania de entrometerse en México, ya no tanto para controlar su petróleo, sino para provocar una guerra contra Estados Unidos que evitara que aquel país se metiera en la guerra europea y cambiara el rumbo de los acontecimientos: el espía Félix Summerfeld, quien, infiltrado como asesor en las filas villistas, convenció al Centauro del Norte de saquear Columbus, Nuevo México, en 1916; y el famoso telegrama Zimmermann, supuestamente enviado al gobierno de Carranza, en 1917, para invitar al gobierno mexicano a invadir Estados Unidos desde nuestra frontera común.
La Revolución Mexicana no fue más que otro episodio de la gran guerra mundial, la guerra capitalista, la guerra de la industrialización, la guerra por el control y dominio de los recursos, la guerra por establecer el nuevo equilibrio de potencias, la guerra en la que México participó sin darse cuenta, mientras pensábamos que, muy soberanamente, y sin influencia de nadie, peleábamos nuestra Revolución.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en comunicación y maestro en humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y teoría crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia; lo pueden seguir en @JMZunzu y en su página www.lacavernadezunzu.com