No solo le perteneció al continente americano; su trascendencia abarca prácticamente cada rincón de la Tierra.
Murió el último de los genios literarios hispanoamericanos del siglo XX. La tarde del pasado jueves 17 de abril, en su casona de Pedregal de San Ángel, falleció Gabriel García Márquez, a los 87 años, en compañía de su esposa, Mercedes Barcha, y de su familia cercana.
Condolencias eternas
Inmediatamente después de la noticia, el mundo reaccionó ante la pérdida con una avalancha de condolencias, homenajes y remembranzas sin precedentes. Pocas veces (quizás ninguna) se ha observado tanta pena por la muerte de un autor, y desde luego un escritor latinoamericano. Los titulares de los diarios más importantes del mundo le pertenecieron, mandatarios políticos de todo el orbe expresaron su pésame por la muerte de Gabo:
“¡Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos! Solidaridad y condolencias a la Gaba y familia”, escribió el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en su cuenta de Twitter, y declaró tres días de duelo nacional.
De la misma forma lo hicieron otros presidentes, como Barack Obama: “El mundo ha perdido a uno de los más grandes y visionarios escritores —uno de mis favoritos desde que era joven”—; Rafael Correa, de Ecuador: “Se nos fue el Gabo, tendremos años de soledad, pero quedan sus obras y amor por la Patria Grande. ¡Hasta la victoria siempre, Gabo querido!”; y Enrique Peña Nieto: “A nombre de México, expreso mi pesar por el fallecimiento de uno de los más grandes escritores de nuestros tiempos: Gabriel García Márquez”. Y la presidenta brasileña Dilma Rousseff escribió también en 140 caracteres “Sus personajes singulares y su América Latina exuberante permanecerán marcados en el corazón y la memoria de sus millones de lectores”.
El mundo de la cultura también expresó su tristeza por la enorme pérdida. El escritor Mario Vargas LLosa, cuya amistad con García Márquez terminó en la década de 1970, declaró: “Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua. Le sobrevivirán, y seguirá ganando, lectores por doquier”.
“Con García Márquez murió el último representante importante del realismo mágico”, dijo el novelista mexicano Homero Aridjis. Y el escritor inglés Ian McEwan fue aún más lejos al comparar la magnitud literaria de Márquez con la de William Shakespeare: “Realmente fue único, uno tendría que remontarse a (Charles) Dickens para encontrar un escritor de tan alta calidad literaria que manejara tan extraordinario poder de persuasión sobre toda una población. Yo lo colocaría muy arriba, en el mejor lugar del Parnaso, casi de calidad shakesperiana”.
Y es que García Márquez no solo le perteneció a nuestro continente; su trascendencia abarca prácticamente cada rincón de la Tierra y, por ello, las muestras de agradecimiento y cariño le seguirán lloviendo, como en sus relatos, eternamente.
El último de los grandes
Solo en lo que va de este año, América Latina ha perdido a tres de sus grandes autores que le dieron forma, cada uno a su manera, a la realidad cultural y social de la región. Juan Gelman, el porteño de espíritu incansable, solo un día después José Emilio Pacheco, el batallador del tiempo y la ruina mexicanos y, en menor medida, Federico Campbell, otro mexicano que sació su profunda sed por contar la realidad. Sin embargo, la tradición y el legado de estos autores, y del resto que nos heredó el siglo XX, no puede empezar a compararse con todo el peso de Gabriel García Márquez.
El novelista colombiano nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia, lugar que después se convertiría en mucha medida, a través de su dominio del lenguaje y la magia de su imaginación, en el mítico Macondo. García Márquez cursó secundaria en el colegio jesuita San José desde 1940, en donde publicó sus primeros poemas en la revista escolar Juventud. Después de su graduación, en 1947, permaneció en Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional de Colombia, y poco tiempo después publicó su primer cuento, La tercera resignación, que apareció en el diario El Espectador. Durante su etapa de estudiante conoció a Mercedes Barcha, con quien habría de casarse en marzo de 1958, madre de sus dos hijos Rodrigo y Gonzalo.
Relativamente desconocido antes del año 1967, el escritor había incursionado apasionadamente en el periodismo; en 1961 se instaló en la ciudad de Nueva York, en donde ejerció como corresponsal de Prensa Latina, pero tras recibir amenazas de la CIA y de los disidentes cubanos por su contenido periodístico, decidió trasladarse con su familia a la ciudad de México. Allí pasó la mayor parte de su vida, trabajó incansablemente en su obra literaria y en su casa de la colonia San Ángel escribió, tras 18 meses de trabajo, su obra maestra, Cien años de soledad. En la capital también hizo entrañables amigos, de entre los que destaca el escritor mexicano, también parte del llamado boom latinoamericano, Carlos Fuentes. Quien dijo alguna vez que, “como Cervantes, García Márquez establece las fronteras de la realidad dentro de un libro y las fronteras de un libro dentro de la realidad”.
Tras la publicación de Cien años de soledad, Márquez pasó de ser un autor poco conocido a la fama y el prestigio internacionales. Y en efecto, uno de sus mayores méritos, aunado a su indudable genio para el lenguaje y su talento natural para diluir las fronteras de la realidad con la imaginación, fue el haber llevado la literatura latinoamericana a lectores alrededor de todo el mundo. Existe en la cultura, un antes y un después de Cien años de soledad. Márquez puso a América Latina en el Parnaso de la literatura universal. O, dicho con mayor elocuencia por el poeta chileno Pablo Neruda, “es la mejor novela que se ha escrito en castellano después de El Quijote”.
Nadie de sus contemporáneos había llegado tan lejos y pisado tan explosivamente las páginas de la historia de la literatura, como García Márquez después de 1967. Desde entonces los homenajes siguen intentando hacerle justicia a su genio: en 1970 le fue concedido el Premio Rómulo Gallegos, y el Premio Nesustadt en 1971; en 1981 recibió la Legión de Honor de Francia, y un año después la Academia sueca de las letras le otorgó el Premio Nobel de Literatura.
Después de 1999, cuando le diagnosticaron cáncer linfático, García Márquez salió lentamente de la vida pública, permaneciendo en su hogar de la ciudad de México; hizo apariciones esporádicas en homenajes y demás encuentros literarios, y aún publicó tres obras más, la última en 2010.
Se fue el último de los grandes autores de América Latina, y con él ha muerto también un poco la esperanza de que continúe la tradición tan rica de literatura hispanoamericana. Lo preocupante no es que él haya fallecido, dado que sus obras permanecen para la eternidad, sino que no haya, a simple vista, más talentos literarios en nuestra región, capaces de continuar con tan enorme legado. Paz, Neruda, Fuentes, Cortázar y, ahora, Márquez, le pertenecen a la historia.
Mitad Faulkner por su mítico Macondo, y mitad Hemingway por la agudeza de sus palabras, solo es comparable en la perfección de su obra con Cervantes. Y a pesar de que el mundo lo conoce como el maestro de la corriente conocida como “realismo mágico”, este concepto no le hace justicia. La obra de García Márquez va mucho más allá; trasciende, como lo hizo con las fronteras geográficas, cualquier denominación académica y formal, y más bien merece reconocimiento como un verdadero prestidigitador de la lengua hispana y de la cultura latinoamericana.
Twitter: @clara_dfl