Es difícil hallar un lugar para el arte cuando una ida a la tienda podría terminar en muerte por carro bomba.
“Durante tiempos de guerra, la gente sigue soñando, enamorándose, aspirando; son humanos, no son fenómenos”.
Estas son las palabras de Tamara Chalabi, hija de una renombrada familia iraquí, quien guió a casi una docena de artistas iraquíes a Italia el año pasado para mostrar su obra en la Bienal de Venecia y su feria del arte. El pabellón iraquí fue un exitazo, y la obra ahora se muestra en Londres.
Todo conflicto parece producir un artista crucial, o una obra de arte crucial motivada por el dolor y el sufrimiento: desde la poesía de En los campos de Flandes, de Joyce Kilmer, hasta el Diario de una jovencita, de Anna Frank, y la Guernica, de Pablo Picasso.
En fechas más recientes, hubo una Zlata Filipovi?, quien siendo una adolescente sitiada en Sarajevo llevó un diario de sus percepciones de la guerra que luego fue publicado. E Ishmael Beah, un niño soldado de Sierra Leona, escribió su desgarrador libro de memorias, A Long Way Gone, para llamar la atención sobre los apuros de más de 300 000 niños obligados a combatir.
En Afganistán, ese artista fue Khaled Hosseini. Cuando era niño, el escritor huyó del golpe comunista a Afganistán en 1978 y a la invasión soviética de 1979. Cometas en el cielo y sus dos libros siguientes le dieron un rostro humano a la tormenta política en Afganistán. Publicados en un período en el que Estados Unidos y sus aliados fueron a guerrear en la patria de Hosseini, los libros se vendieron en más de 70 países, y Cometas en el cielo estuvo en la lista de los más vendidos del New York Times por más de 100 semanas.
“En Afganistán, muchísimo de la música o de la poesía tiene que ver con la agitación, perder la patria, sufrir”, dice Hosseini. “Incluso los hacedores de tapetes tejerán imágenes de refugiados, huérfanos, campamentos”.
Echando mano de su experiencia como refugiado, él visitó recientemente a algunos de los 226 000 refugiados sirios en Arbil, Irak, como parte de sus funciones como enviado de buena voluntad del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Siria está en su cuarto año de guerra y tiene más de 2.5 millones de refugiados esparcidos en varios países. Ellos pronto rebasarán a los afganos como la población de refugiados más grande del mundo.
Hosseini dice que el reto no se trata tanto de crear arte en tiempos de guerra, sino más bien de llamar la atención del público hacia lo que inspiró la obra: los conflictos en sí y los costos civiles.
“El reto más grande es hacer que la gente que está tan lejos de esta situación entienda cómo es en verdad”, dice Hosseini. “Yo no quiero que mis hijos piensen que su mundo termina en su código postal”.
Él recuerda que cuando se vio obligado a abandonar su país cuando era niño, se sintió indefenso al enfrentar el hecho de rehacer su vida. “Ser un refugiado es un reajuste de quién eres. Tienes que reubicarte y percatarte de que todo lo que tenías antes en tu vida se ha ido”, dice él.
“Sea cual sea el estatus que habías logrado, te lo arrebatan”, añade Hosseini, recordando “el momento en que te percatas de que nunca más regresarás a tu vida antigua”.
El exmédico, quien se levantaba al amanecer para escribir Cometas en el cielo antes de sus turnos en el hospital, y nunca pensó que lo publicarían, ha vuelto a su hotel conmovido después de pasar un día con una familia que huyó de Alepo.
“Él es un padre, de 36 años, con cuatro hijos”, dice él. “Era un vendedor de zapatos en su antigua vida. Por supuesto, no puede vender zapatos ahora. Ellos soportaron la hambruna y los bombardeos, y finalmente se fueron cuando una bomba cayó en el quinto piso de su edificio, y ellos quedaron atrapados en la planta baja”.
Hosseini, quien ahora tiene 49 años, hace notar que su experiencia como refugiado fue infinitamente diferente. Él no vivió en un campamento o un asentamiento o una tienda cuando sus padres huyeron de Afganistán. Ellos fueron primero a París, y luego, “cuando nos percatamos de que nunca podríamos regresar”, volaron a EE UU.
La vida en Silicon Valley fue dolorosamente aislada, y lo que la familia sufrió más fue la pérdida de identidad. El padre de Hosseini, un exdiplomático, se convirtió en instructor de manejo. “Fue doloroso para él. Era un intelectual. Tenía 41 años y tenía que acudir a la asistencia pública”, dice Hosseini. Su madre, quien había sido subdirectora de una preparatoria en Kabul, trabajó como mesera en Denny’s.
Hosseini no hablaba inglés, y su nueva preparatoria en California era incomprensible. Él luego dijo que no fue acosado sino “peor: era ignorado”.
En su caso, esa angustia adolescente se canalizó en algo vital. Asistió a la escuela de medicina, se convirtió en internista y luego, con su esposa leyendo sus primeros borradores, trabajó en su libro.
“Sí entiendo cómo se siente ser desplazado”, dice él, “y con el riesgo de sonar presuntuoso, son siempre experiencias como esta las que pueden encender la inspiración”.
Las condiciones de los refugiados sirios en los campamentos que Hosseini visitó —Kawergosk y Darashakran— lo perturbaron. “Nunca veré de nuevo las noticias sobre Siria y solo veré estadísticas”, dice él.
Los países vecinos que han acogido a los refugiados sirios, como Jordania, Líbano, Turquía y Egipto, han sido generosos, pero la afluencia inevitablemente ha agobiado las economías frágiles y las infraestructuras políticas.
Irak, que recibió una avalancha de refugiados durante el momento de incertidumbre del verano pasado cuando una intervención pudo haber ocurrido, es especialmente vulnerable, ya que el país también está en medio de un derramamiento de sangre.
Dos años después de que las tropas de EE UU salieron de Irak, la violencia ha escalado a sus niveles más altos desde el derramamiento de sangre entre suníes y chiitas de 2006 y 2007, cuando decenas de miles de personas fueron asesinadas. Solo en marzo de 2014, más de 1000 personas fueron asesinadas, según el sitio Iraq Body Count, el cual registra los ataques reportados.
Las próximas elecciones legislativas en abril son una gran preocupación por la posibilidad de que aumente la violencia, y ha habido semanas de lucha en la provincia de Anbar. Los ataques son efectuados principalmente por las milicias y grupos armados, tanto suníes como chiitas. Bagdad a menudo es el escenario de los ataques, pero el sur y también el norte, incluida Arbil, han presenciado bombardeos.
No hay mucho espacio para el arte o la vida intelectual cuando la gente teme salir, porque verse atrapado en el tráfico podría significar que lo haga volar un coche bomba.
“Todo es muy rudimentario”, dice Chalabi, presidenta de la Fundación Ruya para la Cultura Contemporánea en Irak que estuvo detrás de la exhibición “Bienvenidos a Irak” en la Bienal de Venecia, la cual se inauguró recientemente en la SLG Gallery en Londres.
“Difícilmente hay materiales para los artistas, muy pocas escuelas superiores de arte”, dice Chalabi. “Las que existen se guían en anticuados programas de estudio gubernamentales. No hay mucho intercambio entre las comunidades artísticas”.
A pesar de todo eso, y a pesar de las complicaciones logísticas para obtener las visas, Chalabi dice que los artistas estaban decididos a llegar a Venecia.
“La motivación de expresarse uno mismo durante tiempos de guerra es enorme”, dice Chalabi, cuyo padre, Ahmad Chalabi, es un exviceprimer ministro de Irak. “Ellos querían y necesitaban hacer esta obra. Esos muchachos ni siquiera acudieron a una escuela superior de arte. Uno de ellos trabaja en el Ministerio de Agricultura”.
Ella explica cómo un equipo de artistas —un dúo llamado Wami— estaba abrumado por la “suciedad de Basra”.
“En su fantasía, Basra es la Venecia del Oriente, así que ellos crearon toda una casa hecha con cartón porque las calles de Basra están llenas de basura”, dice Chalabi.
“Queríamos crear una energía para ellos, así que cuando regresaron a Basra, a sus hogares, a sus vidas tranquilas, ellos sintieron que eran parte de una conversación mundial sobre arte. Queremos que esto continúe. Ellos no tienen públicos receptivos dentro de Irak”.
Otro artista iraquí, el fotógrafo Jamal Penjweny, decidió captar retratos de iraquíes contemporáneos sosteniendo una fotografía de Sadam Hussein que les cubría el rostro. En los años de Hussein, el iraquí promedio se veía sujeto a un culto constante a Hussein: pósters, estatuas, paredes, TV. Su imagen infundía miedo en la población, e incluso ahora, 11 años después de su caída, la gente todavía recuerda ese terror.
“Su presencia era tan ubicua. Oíamos su nombre varias veces al día”, recuerda Penjweny. “En nuestra imaginación, Sadam se aparecía como profundamente malo, la razón de todo nuestro sufrimiento”.
La serie, titulada Sadam está aquí, retrata la vida que todavía es, de muchas formas, reprimida y opresiva, aunque esta vez no por el dictador sino por la violencia. Dice él: “Las vidas de los individuos están marcadas por un conflicto al parecer sin final”.
La curiosidad internacional por la realidad de la vida dentro de Irak llevó a que la exhibición se convirtiese en uno de los cinco principales pabellones entre los 88 de la Bienal de Venecia.
Explica Chalabi: “Esto refleja el hambre que tiene la gente de conectarse con algo que no sea una bomba, algo no violento, que sea realmente poderoso. No es como si hubiéramos cambiado al mundo, pero tuvimos la oportunidad de contar una historia”.
Janine di Giovanni es la editora de Newsweek para Oriente Medio, así como una consultora sobre la crisis siria para el ACNUR.