La región avanza y se desarrolla, pero a velocidades muy distintas.
América Latina (AL) ha fortificado sus bases macroeconómicas en los últimos años, lo que hoy le ayuda para resistir mejor las revueltas financieras del orbe. Algo común en la región es que los países sí muestran mejoría en los datos económicos, pero estas cifras no se han traducido en un bienestar social generalizado; el progreso se muestra desigual, lo mismo que las oportunidades.
En la década pasada, el porcentaje de la población en situación de pobreza disminuyó de 44 por ciento a 22 por ciento, e incluso hubo 50 millones de personas que ingresaron a la clase media, un 8 por ciento del total de habitantes de AL. En contraste, el 44 por ciento de los hogares afirman que no les alcanza el ingreso, y un 35 por ciento de ellos se han llegado a quedar sin dinero para comprar comida. Hay gran disparidad.
El modelo económico actual es una fábrica de desigualdad, solo así se concibe que en la época de mayor consolidación financiera, la mitad de las personas no puedan tener acceso a una vida digna. Sirva de ejemplo que desde 1995 no ha crecido la cifra de familias latinoamericanas con capacidad de acumular un ahorro; algo que es básico para lograr prosperidad se ha vuelto un privilegio.
El fortalecimiento económico no se entiende, pareciera que la región dio un bandazo de 180 grados, pues si en décadas previas había escasez y muy poco por repartir, hoy el progreso no se reparte, se acumula en pocas manos y solo a uno de cada dos le toca. Se dice que AL avanza y se desarrolla, y sí, quizá se aspire, solo que sus habitantes lo hacen a velocidades muy distintas.
El académico John Baily, de la Universidad de Georgetown, se ha pronunciado a favor de ir más allá del tradicional PIB para medir el progreso de las naciones; argumenta sobre la importancia de buscar cómo medir un “PIB social” que incluya los niveles de pobreza, ignorancia y violencia en los países, un indicador “PIV” que mostraría la salud social de cada nación. PIB + PIV pues.
El escenario actual de desigualdad obliga a coincidir. El crecimiento económico es necesario para el desarrollo de todo país, pero el presente siglo nos muestra que también es insuficiente. El enfoque del académico es importantísimo, urge utilizar los indicadores macroeconómicos para el beneficio colectivo, lograr que se vuelvan tangibles, que se midan en el bolsillo de las familias.
Si las políticas públicas no muestran un cambio trascendente, la escena empeorará con los años, pues sucede que la desigualdad también es hereditaria; la estadística muestra una fuerte correlación: las oportunidades de los hijos derivan en gran medida de los ingresos de los padres. En AL, cuanto más bajo es el nivel socioeconómico, más difícil resulta salir adelante.
Es justo afirmar que el tema no es único de nuestra región, sino un problema global. De 1988 a 2008, el índice de GINI que mide la desigualdad, se acrecentó en 58 países del mundo. Y a raíz de las crisis de 2008 y 2011, sin duda serán 25 años con la tendencia. Empero, aunque la solución no es global, sino de cada país, en AL sí puede ser regional, por las coincidencias de los países.
El combate a esta realidad tiene su foco en fortalecer los mercados internos de los países; el consumo es el principal motor de las economías, así que debe tener combustible para que empresas y familias encuentren oportunidades reales de optimizar sus finanzas. La fábrica de desigualdad no puede continuar, se tiene que corregir el modelo; y ojalá que sí porque la polarización social es tan lacerante como peligrosa.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.
Oscar Armando Herrera Ponce es administrador financiero y maestro en Impuestos y en Educación. Ejerce como profesor de Finanzas en posgrado. Twitter: @oscar_ahp