“No se trata de ganar la guerra, sino de que esta sea constante. La guerra la hace el grupo dirigente contra sus propios sujetos y su objetivo no es la victoria, sino mantener la propia estructura social intacta”. George Orwell, 1984.
La abundancia puede destruir el mercado petrolero quizá con mayor rapidez que la escasez, a menos, claro, de que exista una demanda excesiva. Esa hiperdemanda que contrarreste a la oferta se logra con un estado general de guerra. El petróleo mantiene la guerra y la guerra mantiene al petróleo; toda la humanidad es rehén de este círculo terrorífico.
Para asegurar el abasto y el flujo del hidrocarburo, las grandes potencias y empresas petroleras necesitan guerras en los puntos geopolíticamente estratégicos del planeta. Gracias a esas guerras (Afganistán, hoy y en la década de 1980; Irán contra Irak en la misma década; Irak en 1991 y 2003, Primavera Árabe, Libia, Georgia, Chechenia y el resto del Cáucaso), los poderosos se aseguran el control de un mercado petrolero, que sería mucho menos demandante si no existiesen esas mismas guerras. Es decir que con la guerra controlan el energético que venden para hacer guerras.
Siempre ha existido algo que ha movido al mundo desde que el hombre dominó el fuego. Nuestro combustible básico fue la madera, desde el inicio de la civilización y hasta 1880, cuando el carbón se convirtió en el motor del mundo, dominio energético que mantuvo hasta 1950, cuando se consolidó la era del petróleo. Cada energético ha sido inmensamente más poderoso que el anterior, pero también tecnológicamente más difícil de obtener. Esa es la realidad que permite mafias cada vez más poderosas en torno a los combustibles.
Cualquier humano de a pie podía obtener madera, muchos podían conseguir su propio carbón, y es casi imposible obtener tu propio petróleo. Lo que sigue, sea más tecnología nuclear, o celdas de hidrógeno, e incluso las energías limpias y renovables, serán aún más difícil de obtener. Así pues, cualquiera que sea el combustible que mueva al mundo, este será propiedad de unos cuantos, muy pocos, que serán los amos del mundo.
¿Hay o no hay?
Los carburantes fósiles proporcionan al mundo suministros para el 85 por ciento de sus necesidades energéticas, y el petróleo lidera la lista. En los albores del siglo XXI el mundo está consumiendo unos 100 millones de barriles de petróleo al día. Con una producción de 9 millones de barriles, Arabia Saudí es el mayor productor, aunque la mayor reserva del hidrocarburo está en Venezuela, alrededor de 300 000 millones de barriles.
En México, donde las reservas cambian cada sexenio según intereses y necesidades del sistema político, es imposible conocer ese dato, que oscila entre 12 000 millones en reservas probadas, hasta los casi 100 000 millones que estiman especialistas extranjeros, lo cual daría a los mexicanos reservas para 30 años. En 2013 la producción nacional fue de 2.5 millones de barriles diarios, de los cuales un promedio de 1.2 se exportaron.
Estados Unidos consume aproximadamente 25 millones de barriles de crudo al día, es decir, que el país que representa un 4.5 por ciento de la población mundial consume el 25 por ciento de la energía. Para el año 2020 se calcula que el consumo mundial será de 110 millones de barriles por día. El problema, claro está, reside en que todos los yacimientos petroleros del mundo están ya en declive, mientras que el consumo sigue creciendo, y que países como China pretenden tener un consumo similar al estadounidense.
Mucho se habla de que el petróleo se agota, lo cual es una verdad a medias. La mayoría de los expertos hablan de unos 40 a 50 años más con las reservas probadas del planeta, eso sí, al ritmo actual de consumo, que se eleva en varios países emergentes, por lo que de pronto el flujo de petróleo podría ser suficiente solo para unos 25 años.
Marion King Hubbert, para algunos el padre de la geología petrolera, desarrolló la teoría del Pico de Hubbert, que predice que la producción mundial de petróleo llegará a su cenit o pico máximo, y después declinará tan rápido como creció. Atención en lo último: decaerá tan rápido como creció. Hasta 1910 la producción de petróleo era muy limitada y se contaba en miles, y no millones de barriles; la gran explosión vino en el período entre las guerras mundiales, para 1950 el petróleo desplazó al carbón, y los picos comenzaron a alcanzarse en la década de 1970 a 1980. Es decir, llevamos ya unos 30 años con yacimientos mundiales en declive.
La predicción de Hubbert era sencilla: alcanzados los picos, será en ese momento cuando comience el fin de la era del petróleo; no tanto por su ausencia en los yacimientos, sino por la cantidad de energía que sería necesaria para seguir extrayéndolo. Todas las reservas petrolíferas tienen su auge y caída. El pico petrolero se refiere a un punto en el que el crudo brota con relativa facilidad, la etapa en que el fruto se recoge sin mucha dificultad y es rentable. Es decir, el tema no es cuánto petróleo queda bajo tierra, sino por cuánto tiempo será rentable extraerlo.
Sacamos petróleo porque es un energético, pero hace falta energía para conseguir energía, se necesita petróleo para extraer petróleo. La lógica es simple a más no poder: si hacen falta dos barriles para extraer 10, lo haces; pero si el campo está en decadencia, cada vez hace falta más gasto de energía, o se obtiene menos petróleo con el mismo gasto, o la tecnología necesaria para ir más profundo, o inyectar los pozos con agua marina, es muy elevada. Si invirtiendo dos barriles recuperas dos barriles, se terminó la extracción, sin importar cuánto quede en el yacimiento.
Según Hubbert, Estados Unidos tendría su pico entre 1966 y 1972, y lentamente, el mayor consumidor de petróleo comenzó a dejar de ser el mayor exportador para ser el mayor importador. También predijo que el pico petrolero mundial tendría lugar entre el 2000 y el 2005; y es un hecho que desde el año 2003 no ha sido descubierta ni una sola zona nueva que exceda los 500 millones de barriles. En resumen, petróleo aún hay mucho bajo tierra, para siglos…, si fuera rentable, o posible, extraerlo.
¿Cuánto queda?
Difícil de predecir, dado que las compañías que exportan petróleo operan en secreto y con mentiras. Hay acuerdos en torno a un millón de millones de barriles en reservas probadas; es decir, lo que hay extraíble con base en la tecnología y el ritmo de consumo actual.
China consumía 14 000 barriles diarios apenas en el 2004, y una década después su demanda es ya casi de 20 millones de barriles, una cifra casi equivalente a la de Estados Unidos, y falta tomar en cuenta que el proyecto chino es tener 400 millones más de ciudadanos en clase media para el 2030. Si pensamos en 300 millones de estadounidenses y 1400 millones de chinos en ascenso económico, es evidente que la potencia comunista está a punto de ser el principal consumidor, y con ello el detonante de una crisis energética. China recibe la mayor parte de su importación petrolera de Arabia Saudí, Irán, Venezuela y Sudán.
A pesar de que la mayor reserva del mundo es Venezuela, los especialistas no suelen incluir a la patria bolivariana en sus análisis, a causa de la incertidumbre que provoca aquel país, la corrupción con que se maneja su petróleo desde la era Chávez, y la nula transparencia. Además, aunque es la mayor reserva, la falta de inversiones ha disminuido drásticamente su producción.
Así pues, Arabia Saudí es el centro del tablero, con cinco campos extragrandes, varios de los cuales llevan activos casi 70 años. Ghawar es el campo más grande del mundo, está compuesto por varios extragrandes, tiene 280 kilómetros de largo por 30 de ancho, está activo desde 1951…, y en declive desde hace tres décadas. Saudi Aramco, la empresa saudí-estadounidense que extrae el petróleo de Arabia, asegura que puede hacer frente a la demanda mundial hasta mediados de este siglo.
Los panoramas más sensatos y moderados hablan de que la humanidad podrá disponer de petróleo hasta el año 2060 quizás; eso sí, cada vez más caro, más difícil de extraer, o en zonas donde la exploración podría devastar el ambiente y afectar a todo el planeta, como Alaska y los dos Polos. Lo que también resulta evidente es que Estados Unidos pretende tener bajo su control el mayor número posible de pozos y yacimientos, y que no escatimará en guerras para lograrlo. No hablamos tan solo de las cantidades multibillonarias del negocio, sino de tener el control de la energía que mueve al mundo.
El agotamiento de los campos del mar del Norte es evidente, el colapso del campo Burgan de Kuwait, el decremento del extragrande Cantarell, en México, y de Ghawar, en Arabia. Cuando el petróleo deje de fluir, la población empieza a sufrir hambrunas y todo tipo de escaseces y privaciones, a menos de que alguna energía alternativa se haya desarrollado. Pero si hoy el mundo es víctima de las mafias petroleras, mañana lo será de los nuevos dueños de la nueva energía, que únicamente estará al alcance de los países con gran desarrollo científico.
Las guerras del petróleo
En 1973 comenzó la peor crisis que ha existido en torno al petróleo, y fue por motivos políticos. Varios países árabes de la OPEP impusieron un embargo a Estados Unidos y aliados como represalia por el apoyo a Israel en la guerra del Yom Kipur. El pánico cundió en Estados Unidos, a grado tal que la administración de Carter (1977–1981) estableció el ministerio de energía, con la encomienda de hacer reformas para disminuir la dependencia del petróleo y desarrollar otros energéticos. El poder político de los empresarios del oro negro detuvo todo intento reformista en el Congreso.
En 1979 triunfó la revolución islámica de Irán, hasta entonces gobernado por el sha Muhammad Reza Pahlevi, aliado estadounidense en el Oriente Medio. Con el derrocamiento del sha, Estados Unidos perdió a su gran socio, y una gran fuente de energéticos, ya que el petróleo fue nacionalizado por el ayatolá Jomeini. Pero ese mismo año llegó al poder en Irak otro aliado (entonces) de los estadounidenses, Sadam Hussein, quien al año siguiente, con apoyo, dinero, armas y logística norteamericana, declaró la guerra al vecino Irán.
La guerra se prolongó hasta 1988, ya que los norteamericanos, aunque buscaban la caída del régimen islámico de Irán, en realidad le vendían armas a los dos bandos. Con ello lograban conservar elevado el costo del barril, mantener a sus tropas en la zona, hacer más rentable el negocio de las armas… y tomar parte de ese dinero para financiar a los “contras” de Nicaragua, y asegurar el flujo de droga colombiana hasta la frontera con México para que pudiera llegar a Estados Unidos.
Y también en 1979, la Unión Soviética invadió Afganistán, país donde permaneció hasta 1989. El objetivo soviético era asegurar y pacificar el territorio afgano, en guerra civil, a fin de poder pasar por ahí con un oleoducto que llevaría petróleo del mar Caspio hacia el océano Índico. La URSS era la segunda potencia del mundo y Afganistán el país más pobre del planeta, y aun así no pudieron someterlo en una década, porque Estados Unidos apoyó a una serie de guerrillas antisoviéticas, precisamente para evitar la construcción del ducto ruso. El líder de esas guerrillas apoyadas por los norteamericanos era Osama bin Laden, hijo de uno de los principales socios de negocios de la familia Bush. Muhammad bin Laden.
Los soviéticos se retiraron en 1989 y dejaron Afganistán sumido en una guerra civil, que en 1995 fue ganada por los talibán, quienes vencieron gracias al apoyo de la administración de Clinton. El objetivo estadounidense era asegurar y pacificar el territorio, en guerra civil, a fin de poder pasar por ahí con un oleoducto que llevaría petróleo del mar Caspio al océano Índico, es decir: hacer el ducto que le impidieron construir a los soviéticos.
Poco antes, la administración de George H. W. Bush había destrozado Irak, en 1991, con la operación Tormenta del Desierto. La Guerra del Golfo comenzó con el pretexto de liberar a Kuwait, invadido por Hussein en 1990. Sadam llevó a cabo esta invasión después de la catastrófica guerra contra Irán, para obtener control de los yacimientos kuwaitíes, y después de que April Gaspiel, embajadora norteamericana en Irak, asegurara al dictador que Estados Unidos no se opondría. Mordió el anzuelo.
Volviendo a Afganistán, ya aupados al poder, los talibán decidieron no darles a los norteamericanos la concesión del oleoducto afgano, que fue otorgado a la empresa argentina Bridas en el año 2000. Comenzando el 2001 Argentina se sumió en una crisis y la empresa petrolera del argentino Carlos Bulgeroni ya no pudo hacerse cargo de la construcción del ducto. En septiembre cayeron las Torres Gemelas, se culpó a Afganistán, y antes de que terminara el año el país había sido destruido y los talibán, removidos del poder.
Tras la caída del régimen talibán, Estados Unidos convocó a elecciones en Afganistán, las cuales fueron ganadas por Hamid Karzai, que hasta ese momento era vicepresidente de la empresa petrolera norteamericana UNOCAL. Uno de sus primeros actos de gobierno fue darle a dicha empresa la concesión del oleoducto. Después se dijo aquella mentira de las armas de destrucción masiva en Irak, y el país fue invadido y destruido de nuevo en el 2003. Cabe señalar que tras esa segunda Guerra del Golfo se comenzaron a hacer las licitaciones para reconstruir el país, y los dos grandes ganadores fueron Halliburton, de la que el vicepresidente Dick Cheney había sido parte, y la constructora saudí Bin Laden Group.
Por supuesto, hay que agregar a estos conflictos el terrorismo de Chechenia y el Cáucaso, de los que hemos hablado con anterioridad, y desde luego, en todo este proceso de petroguerras hechas a la medida no debemos olvidar la fraudulenta Primavera Árabe, muy específicamente el caso del coronel Gadafi en Libia, derrocado por la OTAN, aunque en los medios de comunicación dijeran que fueron los tuiteros. La producción petrolera de Libia es de unos 2 millones de barriles al día, producción que hoy, desde luego, está bajo control norteamericano.
Pero por encima de cualquier otra amenaza está el fascismo islámico, ese que patrocina la Casa Saud y su corte de guerrilleros religiosos wahabitas; ese que pueden patrocinar gracias al flujo billonario de dólares que reciben de Estados Unidos. Quizá la guerra contra el terrorismo es para tratar de lavar culpas, ya que combaten el cáncer que ellos mismos generan.
No deja de ser curioso que las guerras del petróleo hayan comenzado a principios de la década de 1970, y que aquel embargo petrolero que impusieron los árabes en 1973 coincida con los picos mundiales y el declive. Antes de 1973 no había ni crisis ni escasez de petróleo… y no había tantas guerras en Oriente Medio ni tanto financiamiento para grupos terroristas. Esa es la parte más negra de esta historia. Mucho más negra que el petróleo.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en Comunicación y maestro en Humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en Filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia. Pueden seguirlo en @JMZunzu y en la página www.lacavernadezunzu.com