En este enero se cumplen 20 años desde que se implementó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sin conocer muy bien las consecuencias, México pretendía participar en una globalización en la que, inevitablemente, alguien tenía que salir perdiendo.
El 1994 fue para el mundo el año del Mundial de Fútbol en Estados Unidos, el año en que Nelson Mandela asumió la presidencia de Sudáfrica, poniéndole fin a la era del apartheid, y el año en el que asesinaron al futbolista Andrés Escobar; fallecieron el músico Kurt Cobain y el automovilista Ayrton Senna da Silva. Para México, fue uno de los años más convulsionados de su historia contemporánea, y en muchos sentidos fue un presagio de la modernidad tal y como la concebimos hoy en día.
En 1994, México presenció los controvertidos asesinatos del candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, entonces director del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Vivió también las elecciones presidenciales en las cuales el legado de 71 años del PRI triunfaría por última vez sin interrupciones con Ernesto Zedillo. Pero de alguna forma los acontecimientos durante ese año —y del futuro— de México se vieron precedidos por dos sucesos que, aun con la resaca de la fiesta de Año Nuevo, ya habían marcado definitivamente un rumbo para el país. El 1 de enero de 1994 entraba en vigor el acuerdo comercial más importante del que México ha sido partícipe y que, ipso facto, detonó el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas. Y al tiempo en que Carlos Salinas de Gortari enfrentaba la crisis inicial del EZLN, el Tratado de Libre Comercio comenzaba con una nueva etapa de globalización para América del Norte.
Un año antes de que el Tratado de Libre Comercio iniciara para América del Norte, el mundo había sido testigo de un recién estrenado Tratado de la Unión Europea, con el que Europa borraría muchas fronteras y se convertiría en el bloque comercial más poderoso en la actualidad. Esta situación significó una inevitable presión para Estados Unidos, nación que apresuró la creación del acuerdo comercial para sus dos países vecinos. Firmado en el otoño de 1993, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA, como se le denomina en inglés), establecía básicamente un acuerdo para la eliminación y regulación arancelaria, que ampliaría de esta forma el mercado de bienes y servicios entre México, Estados Unidos y Canadá. Desde su creación (y hasta la fecha) existieron dudas con respecto a si el TLCAN era un acuerdo beneficioso para todas sus partes, y 20 años después el Tratado ha heredado nuevos problemas por resolver que mantienen a los tres gobiernos en constante preocupación por mejorar sobre lo establecido en el documento original.
Veinte años después de haber iniciado, el Tratado refleja dos caras completamente opuestas en sus resultados, quizá como lo hacen todos los tratados internacionales. Por un lado, uno de los principales propósitos del TLCAN en su inicio (y con el que fue ampliamente promovido) era la generación de mayor cantidad de empleos, que en teoría habría de traer una serie de beneficios para México, comenzando con la disminución de la inmigración a Estados Unidos. Sin embargo, la disminución de las barreras comerciales y de inversión poco a poco ha orillado a los agricultores mexicanos, por ejemplo, a trabajar en otros sectores, situación que a su vez ha resultado en más migración hacia EE UU. De la misma forma, México aún sufre de un déficit de comercio global, que se ha vuelto crónico en los últimos años y que se ha visto agravado por el hecho de que China y otros países aprovechan el territorio mexicano como puerta trasera para Estados Unidos.
Algunos de los problemas que enfrenta México, dice el exsecretario de Hacienda Jaime Serra Puche, tienen que ver con la falta de apertura antes de que se implementara el TLCAN.
“La apertura que tuvo el país hacia el exterior no estuvo acompañada de una apertura interior. Era necesario que hubiera más competencia en telecomunicaciones o energía, y en los sectores fundamentales. Mi visión es que si hubiese habido una apertura en estos sectores, que ahora son los temas que se están revisando, habría todavía mejores resultados”, declaró Serra Puche para la prensa.
Pero el TLCAN no solo ha tenido efectos negativos para su único miembro hispanoparlante, también para Estados Unidos ha significado el incremento del outsourcing (subcontratación) y la disminución de los salarios, que sin duda han afectado a su economía nacional. De la misma forma que en México se han desestabilizado las industrias rurales, en Estados Unidos se han reducido en buena medida los empleos de manufactura y transportación.
En general, para la economía y la situación interna de cada país no ha habido muchos beneficios desde que el TLCAN se firmó, pero la otra cara de la moneda, vista en el nivel regional, trae consigo resultados positivos que se reflejan en el aumento de prácticamente todos los números desde 1994:
—753 por ciento crecieron las ventas a América del Norte.
—2383 millones de dólares alcanzó la balanza comercial en 1993 con Estados Unidos, previo a la firma del TLC.
—91 702 millones de dólares sumó la balanza comercial con Estados Unidos en este año.
—507 millones de dólares creció la balanza comercial entre México y Canadá.
—600 por ciento crecieron las ventas entre México y Canadá.
Con base en esto, los defensores del TLCAN argumentan que el acuerdo no fue concebido para resolver problemas internos específicos de ninguno de sus países miembros. En cambio, sí afirman que el crecimiento del PIB de cada nación desde 1994 habla por las consecuencias positivas del acuerdo. Al respecto, el director general del Banco de Desarrollo de América del Norte, Gerónimo Gutiérrez, declaró al New York Times: “No pienso que el TLCAN haya sido creado para aliviar cada uno de los problemas sociales en México. No podría hacerlo, y no lo ha hecho. Creo que México estaría en una peor situación hoy en día si no fuera por el TLCAN”.
Podría decirse que la disparidad en las consecuencias que sigue generando el Tratado de Libre Comercio 20 años después se debe a la misma disparidad de circunstancias con la que se comenzó. De acuerdo con el Foro Mundial de Competitividad (Global Competitveness Report), México está ubicado en el lugar 58, cuando hace dos décadas se encontraba en el 48. La explicación radica, en mayor medida, en el hecho de que México se encontraba en una desigualdad completa con respecto a EE UU y Canadá (dos potencias económicas que avanzaron a un ritmo mucho mayor) al momento de la aplicación del TLCAN. Es decir, el problema que el TLCAN reflejó para México no radica en los propósitos generales del acuerdo, sino en que desde 1994 el país no ha crecido con la misma dinámica que la de sus dos socios norteamericanos porque, desde su concepción, el Tratado no fue creado para mejorar las condiciones locales.
Todo depende de cuál cara de la moneda se observe: El TLCAN, y los tratados comerciales en general, incrementan la competitividad, la cual, por definición, siempre tiene ganadores y perdedores. México, a nivel interior, y en disparidad de circunstancias para competir, ha perdido más de lo que ha ganado. Sin embargo, el beneficio regional que ha potenciado el papel de América del Norte como competidor comercial a nivel global es innegable.
Ahora, enero de 2014, se cumplen 20 años desde que se implementó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con el que, sin conocer muy bien las consecuencias, México pretendía hacerse partícipe de una globalización de la que, inevitablemente, alguien tenía que salir perdiendo; y en la cual Europa ya se encontraba muy por delante. Sin embargo, y a diferencia de la Unión Europea, el TLCAN no ha constituido más que una eliminación de barreras comerciales, y no un pacto con el que verdaderamente se creen alianzas y apoyos en beneficio de toda una región.
Con respecto a esta situación, Gerónimo Gutiérrez también afirmó que “debemos seguir construyendo sobre el TLCAN, y pensar más como una región para poder competir globalmente”. El Tratado de la Unión Europea, no sin menos dificultades, ha logrado construir un bloque no solo económico (aunque esto sea la motivación central), sino también cultural y, en muchos sentidos, político. Más de 20 años después de la firma del Tratado de la UE, en casi todo el viejo continente se utiliza la misma moneda, se ha logrado que el tránsito entre países sea mucho más rápido y económico y, por supuesto, constituye la economía mundial más poderosa. Desde que existe el TLCAN, en contraste, lejos de haberse promovido el libre tránsito en la región, sin duda han aumentado las cifras de migración y la inseguridad en la frontera norte de México e, incluso, se estableció el requisito de visa canadiense para este último. De igual forma, la moneda mexicana se ha devaluado indiscutiblemente en los últimos años, en comparación con los dólares estadounidense y canadiense.
Lo anterior refleja que, después de dos décadas de libre comercio, México aún sigue siendo el miembro con mayores desventajas del TLCAN. Y que no importa cuántos pactos y acuerdos comerciales se establezcan a nivel internacional, ninguno está diseñado para resolver los problemas internos de México; no solo eso, sino que en muchos casos evidencian una serie de deficiencias y de falta de competitividad a nivel nacional; no solo de México, sino de cualquier país en desventaja en un acuerdo comercial. Tómese como ejemplo Grecia o España en la misma Unión Europea.
En el año que recién comienza, existe ya una larga lista de cambios estructurales y acuerdos que desde el día 1 pretenden, de nueva cuenta, cambiar el rumbo del país, y sin saber muy bien qué destino tendrá. Se puede afirmar que a 20 años de entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio, México vive una época en la que los errores (y también, hay que decirlo, aciertos) que se cometieron hace años son ya irreversibles. Mientras que el TLCAN ha traído consigo ciertos beneficios de suficiente relevancia como bloque, muchos de los efectos de este no han sido para el beneficio total de México, y mucho menos para el beneficio del mexicano de a pie. Pero los cambios siempre representan un reto, y en 1994 México firmó el Tratado con el cual asumía ese reto y se atrevía a competir globalmente con las potencias. Tal vez lo que ignorábamos (o lo que venía escrito en letras minúsculas) es que, con esta decisión, también se atrevía a perder globalmente.