LA REVOLUCIÓN EN EL MUNDO
En 1789 la tensión y los conflictos se desbordaron en París; tras años de infructuosas negociaciones entre la burguesía y el Rey, estalló la violencia, un grupo de opositores a la monarquía tomó por las armas la prisión real, la Bastilla, y comenzó con ello la famosa Revolución francesa.
Tras varios años, muchas matanzas, intentos de restauración real y los sueños de grandeza de Napoleón Bonaparte, en Francia se estableció la República. Más de 1300 años de monarquía terminaron, el reino más antiguo de Europa se transformó en una república, y el poder emanado de Dios se transformó en la soberanía popular. Francia dio un radical giro de 180 grados después de 1789, y nada volvió a ser igual.
En 1917 hubo dos revoluciones en Rusia, la primera fue en febrero y terminó con una dinastía, los Romanov, que gobernaban desde 1608, con una monarquía despótica y autocrática que venía desde el siglo XV. El parlamento ruso se transformó en gobierno provisional por muy poco tiempo, ya que una segunda revolución, esta en octubre, derrocó al gobierno provisional, tomó el poder y estableció la dictadura del proletariado.
Nació el primer país autoproclamado comunista y marxista. Para 1922, Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron un pacto con el que nacía la Unión Soviética: el sueño de Vladimir Lenin se hacía realidad. En un solo mes la monarquía zarista desapareció, y en un mismo año Rusia pasó de ser un imperio agrícola medieval a ser un país industrial y comunista. Como en el caso de Francia en 1789, después de 1917 nada en Rusia volvió a ser igual.
En 1919 explotó una revuelta nacionalista dentro de los escombros del Imperio turco, que para 1923 se había convertido en la moderna república turca. En cuatro años se logró derrocar un Imperio musulmán de seis siglos de existencia y transformarlo en una república laica, de inspiración occidental, en manos de Mustafá Kemal “Ataturk”. En 1923 la historia de Turquía cambió para siempre, y nada desde entonces volvió a ser igual.
En octubre de 1949 las tropas de Mao Tse Tung tomaron la plaza de la puerta del cielo en China; con el triunfo de Mao, dejó de existir el imperio más antiguo que aún existía y surgió un débil país comunista, que tras una serie de reformas, en manos de Deng Xiao Ping, se convirtió en la nueva potencia del siglo XXI. De imperio decadente a nueva potencia, ese fue el cambio radical de la historia china; a partir de 1949 nada en ese país volvió a ser igual.
En enero de 1979 huyó de Irán hacia Egipto el sha Muhammad Reza Palavi, y en marzo de ese mismo año, el ayatolá Jomeini proclamó la República Islámica de Irán. En dos meses una monarquía de tipo persa, pro occidental y aliada de Estados Unidos, se convirtió en una república religiosa islámica, y gran enemigo de EE UU en la región. Irán y el mundo entero cambiaron con ese acontecimiento. Nada después de 1979 volvió a ser como antes.
…MIENTRAS TANTO EN MÉXICO
En octubre de 1910 México era una federación fallida, gobernada por una élite aristocrática, con una democracia fingida y un modelo económico capitalista pseudoliberal. En noviembre de ese mismo año, un aristócrata se levantó en armas y finalmente llegó al poder menos de un año después de que comenzara su revuelta. Fue así como la aristocracia capitalista y liberal de Porfirio Díaz fue sustituida por la aristocracia capitalista y liberal de Madero, con un gobierno y un ejército lleno de porfiristas.
En 1913 un militar porfirista, Victoriano Huerta, dio un golpe de Estado y tomó el poder; la aristocracia se mantenía en los puestos clave y la economía seguía el mismo rumbo. Huerta fue derrotado en 1914 por el aristócrata gobernador coahuilense, y senador del Porfiriato, Venustiano Carranza, quien finalmente fue asesinado por órdenes de un terrateniente hacendado, descendiente de la nobleza española, y cuya familia hizo su fortuna gracias al Porfiriato: Álvaro Obregón.
Era 1920 y el rumbo del país era el mismo que 10 años atrás, pero con tres millones de pérdidas humanas entre muertos y desplazados. Después de 1920, todo en México era igual que antes de 1910, pero con muchos muertos.
En 1924 heredó el poder Plutarco Elías Calles, y en 1928, el gran abanderado de una revolución contra la reelección, Álvaro Obregón, se reeligió. Pero Obregón no pudo tomar el poder por segunda ocasión, ya que fue asesinado por órdenes de su pupilo, compañero de armas y amigo, Plutarco Elías Calles, quien en 1929 fundó un partido revolucionario que monopolizó el poder y la política del país.
La dictadura de 35 años de Porfirio Díaz fue sustituida por una dictadura de partido que se prolongó por 71 años y continúa… desde luego, al mismo estilo del Porfiriato. Fingiendo una democracia y al mando de una fallida federación. Era 1929 y todo seguía igual. En México, país de eternos contrasentidos, la revolución, símbolo de cambio, se institucionalizó; lo cual fue símbolo de quietismo.
México se revolucionó y se revolvió, se convulsionó y se autodestruyó, pero definitivamente no cambió, y como 20 años de matanzas sanguinarias y tres millones de víctimas, con el único objetivo de tomar el poder, parece toda una barbarie, el partido inventó un pretexto ideológico: una supuesta revolución que se luchó por la justicia social y contra un régimen terrible, y que nos heredó un México sin justicia social y con un régimen terrible.
Más de 100 años después, a juzgar por la realidad del país, es evidente que esa revolución no ha dado frutos… o que tal vez nunca hubo realmente una verdadera revolución.
¡VIVA LA REVOLUCIÓN!
Estudiar y analizar la historia nos puede enseñar lo que es una revolución. Una revolución es un cambio, no necesariamente con conflicto armado, pero sí un cambio violento, drástico, rápido y radical. Después de una revolución las cosas no vuelven a ser iguales, es un cambio absoluto de sistema, un cambio de paradigma y de proyecto.
Con una revolución terminó una monarquía absoluta en Francia, se estableció la monarquía parlamentaria en Inglaterra, la patria proletaria en la Rusia zarista y la república laica en el Imperio Turco. En Cuba todo fue un poco distinto, ahí la revolución solo le cambió de nombre al dictador en curso, al explotador; y terminó con una dictadura aristócrata pro estadounidense para establecer una dictadura comunista pro soviética. Es cierto que en Cuba nada volvió a ser igual, aunque para los cubanos todo permaneció idéntico.
Al estilo mexicano, la Revolución cubana fue de esas donde los giros son de 360 grados, es decir, que dan la vuelta completa y siguen exactamente el mismo camino. De hecho, pareciera que las revoluciones en América Latina nunca pasan de revueltas armadas, pero nunca una revolución en nuestro continente ha catapultado a un país al progreso.
La guerra en México no fue contra un sistema sino contra una persona: Porfirio Díaz. No fue rápida sino que duró 20 años; nadie tenía un proyecto de nación, y todos aquellos que hoy reconocemos como héroes de la revolución, en realidad se mataron entre sí.
La revolución mexicana, siempre en minúsculas para no glorificarla, nos debería llevar a reflexionar otro aspecto: no es necesaria una revolución para mejorar o cambiar un país, las revoluciones no son necesariamente símbolo de progreso social ni son imperiosamente positivas.
México, gran país revolucionario, con partidos, movimientos y frentes revolucionarios, sigue siendo un lugar donde las diferencias sociales son cada vez más grandes y la pobreza más insultante cada día. Chile, por el contrario, sin revolución, muestra una pobreza menos escalofriante y diferencias sociales menos abismales; Brasil no tuvo guerra de independencia o revolución, y ya nos lleva la delantera.
Sin haber tenido una revolución social, en Chile no se encuentra la miseria inhumana de México; claro, tampoco los ricos de allá tienen el nivel de los nuestros y hay por lo tanto más equidad. No hubo revolución, tampoco hay petróleo ni son el primer productor mundial de plata, ni tienen la fama de atractivo turístico que tiene México, y sin embargo hoy, en términos generales, vive mejor un chileno que un mexicano
El “sufragio efectivo” exigido por Madero en 1910, no se obtuvo hasta el año 2000, y aun así la justicia social nos queda todavía muy lejos. Este retraso de casi 100 años nos habla de que la justicia social, el sufragio y la democracia, no eran precisamente prioridades del partido de la revolución.
El desarrollo económico que vio México desde la década de 1930 en el siglo XX, no ocurrió a causa de la revolución, sino a pesar de ella. Crecimos impulsados por la inercia de un mundo que crecía casi sin excepciones debido a la industrialización, y calificamos como milagro económico un crecimiento que simplemente estaba en el promedio internacional.
Por encima de todo, México creció gracias al azar: el país más industrializado del mundo es nuestro vecino, y al entrar a la Segunda Guerra Mundial convirtió a México en su proveedor de una gran variedad de recursos. Terminó la guerra y terminó la bonanza. Más de seis décadas después, una gran crisis comenzó a cimbrar el mundo en el 2008, y la máxima acción que pudo hacer México para superarla, fue rezar para que Estados Unidos la superara…. y nos llevara un poco hacia arriba en su inercia.
Cuba y México, con sus dos revoluciones, son perfectos ejemplos de que la vía armada no necesariamente lleva a la democracia y la justicia, menos aún al progreso y la riqueza. En ambos casos hicieron del poder y la silla presidencial un monopolio, de un dictador en el primer caso, de un partido en el segundo… para el pueblo de ambos países poco cambió con sus revoluciones; ¿será tal vez que en Latinoamérica se nos dan muy bien las revueltas, pero no las revoluciones?
En todo régimen emanado de una revolución, se hace girar la historia en torno a dicho acontecimiento, se construyen discursos que justifican la guerra, se deplora a un antiguo régimen tan nefasto que hizo necesaria la violencia y se constituye un partido para salvaguardar los supuestos valores de dicha revolución, que siempre se entiende, desde luego, como algo positivo para el país. En la realidad, cambia el nombre del explotador, un grupo de élite sustituye al que detentaba el poder, y el pueblo, que se mató en la revolución, ve cómo todo sigue exactamente igual para él.
REVOLUCIÓN, MEMORIA E IDENTIDAD
“El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez”: George Orwell. ‘1984’.
El pueblo mexicano, en términos generales, carece de memoria histórica; se podría decir de hecho que desconoce su historia. Cualquier cantidad de personas en este país ubican a Villa y a Zapata en la independencia, a Juárez en la revolución, y a Santa Anna en algún lugar indefinido del pasado. No tienen idea de quienes fueron, por ejemplo, Hermenegildo Galeana o Nicolás Bravo, y existen incluso los que festejan la independencia, pero ignoran de qué país se independizó México.
Hay otros tantos que conocen un poco más de historia, pero de la oficial, la de libro de texto gratuito, la construida por el gobierno; esa en la que nada bueno se puede decir de Porfirio Díaz o de Agustín de Iturbide, esa en la que se siguen escribiendo y enseñando los lamentos de la conquista, en la que nadie tiene muy claro quién consolidó la independencia y en la que la revolución fue un hecho glorioso donde el pueblo entero se unió contra la tiranía. La realidad es que el pueblo mexicano no se ha unido nunca en 200 años de historia.
El pueblo mexicano no luchó junto y con los mismos ideales en la guerra de independencia, de hecho no existía el concepto de pueblo mexicano en ese entonces. Ante la pastelera invasión francesa de 1838, la mayoría ni se inmutó; en la guerra contra Estados Unidos en 1846 – 1847, hubo estados de la república que se declararon neutrales, y la intervención francesa de 1862, que dio origen al efímero Imperio de Maximiliano, se dio precisamente porque unos mexicanos la promovieron.
Del mismo modo ocurrió en la revolución, donde las masas convertidas en tropas no tenían idea de por qué peleaban y no entendían por qué hoy eran aliados del que era su enemigo ayer. El pueblo que no participaba de la reyerta, sentía pánico ante la llegada de cualquiera de los contingentes, y en realidad, tanto entre tropas alzadas como entre pueblo en general, no se tenía idea de qué motivaba la lucha. La idea de un pueblo unido contra el gobierno déspota, es más una quimera de los muralistas comunistas, que una realidad histórica.
Pero después de la revolución el pueblo mexicano siguió sin unidad, ya que Lázaro Cárdenas se encargó de evitarla de la mejor forma; dividió al pueblo en corporaciones, al estilo virreinal: obreros, campesinos, burócratas y militares, grupos organizados para ver solo por sus intereses, y todos representados por el gobierno. Hasta la fecha se oye gritar en manifestaciones callejeras aquel sonsonete de “el pueblo, unido, jamás será vencido”. Es un buen lema, pero nunca lo ha gritado el pueblo unido, lo han gritado diversos grupos de interés que están muy lejos de ser “el pueblo”.
La historia demuestra que al pueblo mexicano no lo une ni siquiera el peligro de fuera, no lo une las invasiones del extranjero, no lo une las crisis… al contrario, lo dividen más, los partidos políticos lo dividen a su conveniencia. Al mexicano lo une la selección mexicana, la virgencita, y la hora nacional cada domingo en la noche, cuando el pueblo se une con un solo objetivo: apagar el radio.
La unión era una de las tres garantías del libertador, Agustín de Iturbide; el pueblo se unió unos cuantos meses para apoyarlo, lograr la independencia, coronarlo emperador…, y a partir de ahí, diversos grupos se unieron, por separado, para destronarlo. Decía Iturbide, el libertador, que solo la unión podía garantizar la felicidad de todos los mexicanos. Nada hay más cierto que eso, pero el resto del siglo XIX, durante el XX y en los albores del siglo XXI, esa unión sigue sin darse.
Lo que sí hicieron los gobiernos surgidos de la revolución, fue tratar de darle al pueblo algo que hasta entonces no tenía; una identidad nacional. Así pues, la revolución construyó para el mexicano esa identidad, pero hay que aclarar que primero Lázaro Cárdenas tuvo que construir la revolución, ya que no es más que eso, una construcción. Las revoluciones en realidad no las hace el pueblo sino que las construyen los historiadores.
En México no hubo revolución, hubo 20 años de matanzas por tomar la silla vacía de don Porfirio. No fue hasta 1920 – 1928, cuando dos gobiernos relativamente estables, el de Obregón y el de Calles, comenzaron a construir al mito de la revolución, y fue hasta que se institucionalizó la revolución y los mecanismos para detentar el poder, en 1934 con Lázaro Cárdenas, cuando se terminó de construir el mito revolucionario.
La llamada Revolución mexicana, en su versión obregonista-cardenista, fue plasmada magistralmente en el muralismo, tomó como su eje la lucha de clases entre explotadores y explotados, y la representó de dos formas: obreros contra burgueses e indígenas contra españoles.
La revolución nos hizo conquistados de un plumazo, condenó el Porfiriato al averno de la historia y nos vendió el idílico relato del indigenismo glorioso, nos otorgó como por decreto tres mil años de historia, y nos hizo vivir con la mirada en el pasado.
Paradójicamente se nos enseña que la revolución modernizó a México, cuando nuestro país es, en el siglo XXI, muy poco moderno en muchos aspectos, y vive con modelos del siglo pasado o antepasado; se nos dice también que nos hizo pasar de un país de caudillos a uno de instituciones, y en pleno siglo XXI hay caudillos que hacen tambalear a las instituciones.
Pero parece que no aprendemos nada, no hay lección lo suficientemente fuerte, ni plazo lo bastante largo para que México aprenda. México no cambia, seguimos esperando a que nuestros ancestros nos rescaten, evocamos los fantasmas del pasado para solucionar problemas del presente y del mañana. Nos aferramos con uñas y dientes a un paso glorioso que ya no existe, y dejamos que el futuro se escape como aire entre los dedos.
Solo viendo al pasado se puede analizar la vida y entender las razones del presente, pero solo viendo hacia el futuro se puede vivirla. Nos han superado China, India, Brasil, Chile; tal vez sea por casualidad, tal vez sea porque seguimos como avestruz, ocultando la cabeza en las arenas de nuestra gloria histórica, y defendiendo los supuestos valores de una supuesta revolución.
El héroe Madero desconoció a Díaz.
El héroe Zapata desconoció a los héroes Madero y Carranza.
El héroe Carranza asesinó al héroe Zapata.
El héroe Zapata asesinó al héroe Otilio Montaño.
El héroe Carranza asesinó al héroe Felipe Ángeles.
El héroe Obregón asesinó a los héroes Carranza y Villa, que eran enemigos.
El héroe Elías Calles asesinó al héroe Obregón.
El héroe Cárdenas desterró al héroe Elías Calles.
¿Será eso una revolución?