Desde la llegada de los integrantes de la CNTE a instalar su plantón en el Zócalo capitalino, la sociedad se polarizó por sus bloqueos y otras formas de protesta que en muchos casos pasaron por encima de los derechos de millones de habitantes del Distrito Federal. En las redes sociales el fenómeno fue todavía mayor, mientras unos pedían que de plano los quitaran con lujo de violencia, por el otro lado algunos “progresistas” de izquierda decidieron dedicarse a increpar a todo aquel que no estuviera de acuerdo con los métodos de la Coordinadora.
Al final, argumentando libertad de manifestación, de reunión y de expresión, se quedaron en el Zócalo los que se ostentaron como maestros inconformes. Las pérdidas económicas en esa zona y por los distintos bloqueos se calculan hasta el momento en mil millones de pesos.
A lo largo de 25 días de presencia de la CNTE en el Distrito Federal se dieron distintas mesas de diálogo y negociación, tanto con diputados, como con senadores, el gobernador de Oaxaca y funcionarios del Gobierno Federal; incluso con el secretario de Gobernación Osorio Chong.
Pero difícil llegar a un acuerdo cuando una de las posiciones inamovibles de la CNTE es la derogación de los artículos 3o y 73o de la Constitución y la no aplicación de la reforma educativa aprobada por más del 80 por ciento de los legisladores, los representantes populares electos por la ciudadanía.
Aunque corrieron rumores de un desalojo, lo cierto es que hasta el último momento se estuvo negociando que los integrantes de la CNTE trasladaran su plantón del Zócalo a una locación alterna para dar espacio a la celebración de la Independencia el día 15 y el desfile cívico militar del lunes 16. Gran parte de los inconformes, que en su momento llegaron a ser 17 mil, decidieron regresar a sus estados, pero el ala radical entre los radicales, principalmente de la Sección XXII de Oaxaca decidieron estirar la liga hasta el final.
El viernes 13, una vez agotadas las negociaciones, las autoridades dieron un ultimátum a los opositores a la reforma y dieron de plazo el medio día para desalojar por sus medios la principal plaza mexicana. Ante la presencia de los contingentes de las policías Federal y capitalina, muchos de los que todavía quedaban en el Zócalo decidieron tomar sus pertenencias y partir. Solo unos 1000, 1500, se atrincheraron, incendiaron parte del campamento y anunciaron que enfrentarían a los uniformados.
En operación hormiga comenzaron a llegar los tristemente ya conocidos anarquistas, los embozados que aparecen en cada manifestación masiva que se realiza en la ciudad, y que son los que generalmente provocan destrozos, atacan a los policías y protagonizan las escaramuzas con resorteras y balines, petardos y bombas molotov.
Finalmente, ante la entrada de los antimotines por diversos flancos del Zócalo, los integrantes de la CNTE decidieron dejar su plantón en marcha hacia el Monumento a la Revolución, con algunas grescas, pocas, a lo largo del trayecto.
Al mismo tiempo un ejército, este de trabajadores de limpia del Distrito Federal, tomó con agua y jabón, lo que fuera, por 25 días el campamento de la Coordinadora y lo transformó de nuevo en una plaza pública.
¿Qué hemos aprendido después de casi un mes de plantón, toma de aeropuertos, salidas carreteras, San Lázaro, Senado? Nada. Las autoridades federales dejaron crecer un conflicto que se veía venir desde el año pasado. Las autoridades capitalinas se vieron rebasadas y los grupos que sueñan con ver a México incendiado regaron gasolina por todos los medios que pudieron.
Queda el recuento de los daños, la imposibilidad de gobernar y negociar a tiempo. Y nuevamente nos preguntamos ¿Quién pagará los daños, cuándo las minorías estridentes entenderán que no representan a ninguna mayoría, quién le repondrá los años de educación perdida a los niños, quién?
Hannia Novell es periodista y conductora del noticiario Proyecto 40. Twitter: @HanniaNovell