Si atendemos las definiciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adicción al sexo es un problema grave de salud mental, sexual y física.
Este trastorno, conocido también como hipersexualidad, hiperfilia, ninfomanía, satiriasis, furor uterino y, más recientemente, comportamiento sexual compulsivo, puede ser impulsivo, obsesivo y compulsivo y ocasionar serios problemas.
Sin embargo, para la adicción sexual “no existe una definición unánime, pero podríamos decir que es el deseo erótico, permanente, compulsivo, incontrolable de una persona y que se traduce en querer ver pornografía, estar autoerotizándose o tener relaciones sexuales; es algo que el sujeto no puede controlar, y llegado el momento le causa problemas en sus relaciones, en su vivir cotidiano”, explica Marcela Martínez Roaro, presidenta de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología (Femess).
Entrevistada por Newsweek en Español, la especialista añade que la complejidad de este trastorno torna imposible explicar hasta qué punto un determinado grado de deseo sexual puede calificarse como normal o anormal.
“Es muy difícil definir el concepto ‘normal’ porque la vivencia de la sexualidad y, sobre todo, del erotismo, es algo muy subjetiva. Vivimos en una sociedad muy patriarcal y machista en donde a los hombres desde que tienen uso de razón se les enseña que parte vital de su identidad es el desempeño erótico, entonces de qué manera podemos pensar hasta dónde [la adicción sexual] ha sido consecuencia de la educación y hasta dónde es una parafilia, una enfermedad vinculada con el erotismo.
“Establecer límites es difícil, aunque hay casos que de verdad son extremos en donde sí podemos considerar que una persona padece una enfermedad biológica en cuanto a alteraciones por medicamentos, por otras enfermedades o por patrones culturales que la llevan a traspasar los límites permitidos”.
La OMS es determinante al señalar que la adicción sexual es un trastorno similar a la parafilia (desviación sexual) y que incluye fantasías que causan excitación, deseos y comportamientos detonantes de dificultades clínicamente significativas en el funcionamiento social, ocupacional o en otras áreas importantes.
En este sentido, se reconocen varias conductas de comportamiento sexual compulsivo no parafílico: cambio constante o múltiples parejas, fijación en una pareja inasequible, masturbación incontrolable, uso excesivo de la pornografía y de internet para finalidades sexuales y sexualidad compulsiva en una relación.
Los límites de lo permitido
Martínez Roaro explica que la adicción sexual es más frecuente en los hombres que en las mujeres y que se debe más a cuestiones culturales que a efectos orgánicos.
“Mujeres y hombres viven en un ambiente en el que es exaltado el erotismo, en el que son permitidas pautas de conducta que quizá en otro contexto no serían permitidas; es un ambiente muy liberal, hombres y mujeres no encuentran ningún inconveniente en vincularse, proponer o aceptar ver pornografía, una relación sexual o cualquier tipo de conducta erótica, que es muy diferente al ambiente conservador, donde incluso hasta las miradas podrían ser consideradas como una exacerbación del erotismo”.
De acuerdo con la presidenta de la Femess, cuando la adicción sexual responde a cuestiones de salud física, “es relativamente fácil determinar, medicar, saber a qué se debe y atenderla”. Pero cuando el trastorno se debe a fenómenos psicosociales “tenemos que ubicar a la persona en el contexto en el que ha crecido, en el que se ha educado, los factores a los que ha estado expuesta para entonces poder determinar a qué obedece esa exaltación del erotismo”.
La Organización Mundial de la Salud define que, independientemente de que el comportamiento sexual compulsivo sea parafílico o no parafílico, los problemas que provoca están asociados con muchos otros trastornos psiquiátricos concomitantes y están vinculados con problemas de salud sexual, en particular con las infecciones de transmisión sexual, la violencia y el abuso sexuales.
Aun en nuestra gran época de modernidad y avances científicos, resulta aún imposible definir del todo que este comportamiento sexual compulsivo sea una adicción.
A este respecto, la especialista de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología considera que, si el comportamiento se debe a una reacción biológica y responde a un desorden físico, “pues no es una adicción, es una enfermedad”.
En el otro lado de la moneda, cuando el comportamiento sexual compulsivo proviene de la formación cultural que el individuo recibió, “más que de una adicción hablaríamos de una educación de patrones de conducta deformados como consecuencia del medio en el que ha vivido, hombres —insisto, son más los hombres los que están sujetos a esa exacerbación del erotismo—, que piensan que lo que hacen es parte de su identidad masculina, que abusar de una mujer es como deben de abordarla, que tener relaciones sexuales permanentes, constantes, aun traspasando las normas morales, sociales y hasta jurídicas, es parte de su identidad masculina.
“Claro, cuando no hay freno, cuando al sujeto no se le ponen límites, entonces puede llegar a comportamientos sexuales como el autosexual, el hostigamiento, la violación, aunque esto no quiere decir que todo violador esté dentro esos parámetros, pudiera ser que sí, pudiera ser que no”.
Sexualidad exaltada
La OMS considera que es fundamental que estos tipos de trastornos sexuales se identifiquen, se evalúen y reciban el tratamiento adecuado. Más allá de los estructurales, estos factores psiquiátricos individuales pueden ser los detonantes de un gran número de consecuencias negativas para la salud sexual.
Sin embargo, ¿existe alguna sintomatología, algún modo de identificar a una persona que padezca adicción sexual? Responde Marcela Martínez Roaro:
“Si es una enfermedad, está asociada a otras deficiencias de la salud, no se da sola, existen otras enfermedades mentales que exhiben los síntomas de este exceso en la pretensión de la satisfacción de la respuesta sexual.
“Pero si no es una enfermedad podemos identificarla porque el sujeto está violando las normas sociales en las que vive, está atentando contra las normas sociales y desconociendo los patrones culturales en los que se desarrolla”.
Por ejemplo, “hoy por hoy yo diría que vivimos en una sociedad que exalta y que promueve el erotismo a través de toda la información, de películas, de revistas, por sí solas las revistas que consumimos en esta sociedad están exacerbando el erotismo. Aun cuando el sujeto no lo quiera, cuando camina por la calle en un puesto de periódicos ve mujeres desnudas, parejas en posiciones eróticas, palabras que exaltan el erotismo. Luego enciende la televisión y ve películas con ese mismo corte, y todo eso la misma sociedad lo está promoviendo, exaltando el deseo sexual”.
De este modo, añade, la presidenta de la Femess, “no es posible catalogar la respuesta de las personas ante estas incitaciones sociales de manera muy severa porque de alguna manera están respondiendo a lo que la sociedad está provocando. No pretendo de ningún modo justificar atentados contra nadie, finalmente el sujeto es libre de responder a su erotismo como él quiera, pero siempre y cuando no viole derechos de terceros, es decir, una persona sobreexcitada, háblese básicamente de un adolescente o una persona adulta, por lo que ve, por lo que oye, por lo que lee, que además de que lo encuentra con facilidad lo busca, si está con una excitación sexual que busque el autoerotismo, que busque personas que voluntaria y libremente deseen compartir con ella su deseo sexual”.
En este tenor, confirma que lo que no se permitiría a un adicto sexual es que en un momento dado pretenda satisfacer sus deseos por medio de la fuerza o con menores de edad:
“Eso sí ya no. No hablaría de bueno, malo, normal, anormal, sino de no permitirlo porque está violando normas sociales y jurídicas. El ejercicio de la sexualidad, y específicamente del erotismo, se da en el marco de ciertos valores como son la libertad, la responsabilidad, el respeto, la salud. Cuando el sujeto viola estos principios obligando a alguien a hacer lo que no quiere, realizando conductas que invaden la privacidad de personas —por ejemplo el voyerismo—, cuando alguien está viendo escenas eróticas sin conocimiento ni consentimiento de los sujetos que la realizan, aquí ya está invadiendo esferas de terceras personas, y en ese momento hablaríamos de conductas no válidas y no permitidas. O cuando el sujeto se está dañando a sí mismo”.
El tratamiento como solución
No obstante, este trastorno no debe confundirse con lo que es conocido como salud sexual: “La mayoría de la veces los hombres tienen una buena salud, han vivido en un ambiente muy abierto, y con toda facilidad pueden tener una respuesta sexual a la mínima provocación. Puede ser un hombre sano, con un erotismo muy alto, que busca relaciones, pero que las busca consciente, responsable, libremente, y que después de esa relación en la que ha habido un acuerdo y con personas con las que las puede tener, se siente muy gratificado y satisfecho con su comportamiento. Yo no diría que eso es una enfermedad o un exceso, si están dentro de esos límites de respeto y de libertad yo hablaría más de salud sexual.
“Pero cuando esto ya es algo compulsivo, que el sujeto deja de hacer otras cosas, está viendo pornografía por estarse masturbando, viola la libertad de otras personas, aquí hablaríamos de violación a las normas sociales y hasta a las normas jurídicas”.
Por ello es preciso que las personas que llegan a los extremos de violar las normas sociales y jurídicas se sometan a un tratamiento.
“Si llegan a estos límites que constituyen un problema en su vida, quizá en su entorno familiar tengan pareja y estén cayendo en infidelidades o la estén obligando a hacer lo que no quiere, o estén invadiendo terrenos de menores, por supuesto que son personas que necesitan tratamiento. Si es algo ya incontrolable en ellos, a pesar de que entienden que no está bien lo que hacen, se les están creando grandes sentimientos de culpa, de vergüenza, porque hay un consciente o un inconsciente que les está diciendo que no está bien lo que están haciendo, por supuesto que son personas que necesitan ayuda”.
Marcela Martínez Roaro asimismo explica que la vida de quienes conviven con los adictos sexuales es igual de conflictiva, pues este trastorno “en ocasiones termina con relaciones de pareja, con aislamiento, con un reproche constante, con señalamientos, y ni para esas personas ni para quienes están en su entorno la vida es fácil. Entonces hay que aprender, hay señales rojas como esos abusos, esos excesos, esos traspasos de límites nos están diciendo que hay algo, y hay que solicitar ayuda, psicológica, terapia sexual, quizá psiquiátrica y medicación”.
—¿Qué impacto generan en la sociedad las personas que rebasan estos límites? —pregunta por último Newsweek en Español a la presidenta de la Femess.
—Obviamente crean problemas. La mayoría de las veces esas conductas son en lo privado, no son personas que andan exponiendo su conducta públicamente, pero cuando llegan a esas cuestiones como el abuso, el hostigamiento, etcétera, entonces están dañando no nada más a sí mismos y a su entorno más cercano, sino a la sociedad. Y entonces la sociedad va a reaccionar con sanciones que van desde lo administrativo hasta lo penal.