Con su papel en GLOW, el éxito de Netflix, y con uno de los podcasts principales en Estados Unidos, el comediante otrora en aprietos tiene un gran momento de popularidad. Pero no te preocupes, él sigue siendo un desastre.
Marc Maron me habla de su día en la Ciudad de Nueva York. Él vivió allí, intermitentemente, por casi 30 años, antes de fijar su residencia en Los Ángeles en 2009, donde presenta su podcast, WTF with Marc Maron, desde su garaje. De vuelta brevemente en la ciudad, para hablar con la prensa sobre GLOW, la serie de Netflix, se mimó con algunas de sus cosas favoritas locales: el Museo Whitney; una reunión de Alcohólicos Anónimos en West Village, una de las primeras a las que asistió hace 20 años; una rebanada de pizza en Joe’s en Carmine Street, y salmón ahumado y roscas en el café tradicional Russ & Daughters, donde apuntó una idea para una nueva rutina.
“Como judío, a veces simplemente pasas el día oliendo a pescado y cebolla”, dice, ofreciendo una sonrisa —casi una mueca— que enfatiza su observación divertida. “Es parte de nuestra historia. Es parte de nuestra cultura. Algunos días, simplemente vamos a oler a pescado y cebolla”.
¿Marc se siente más judío en Nueva York? “Claro, definitivamente”, me dice, y extraña la ciudad, pero ya no quiere vivir aquí. El tráfico en L. A. lo vuelve loco (“hace que no quieras ir a ninguna parte”), pero le encanta vivir en una casa. “O sea, haces tu vida donde vives… Tienes que amar tu casa. Eso es una posibilidad muy rara en Nueva York. ¿La idea de amar tu apartamento? Cuando solía vivir aquí, quería pasar tanto tiempo como fuera posible alejado de él”.
Nos reunimos en el restaurante del Hotel Ludlow, en el Lower East Side que se aburguesa rápidamente. Señala más allá del ventanal, cruzando la calle, a otro hotel: “Allí es donde el Luna Lounge solía estar”. Entre 1995 y 2005, la trastienda legendaria del bar se convirtió en un santuario para los fans del rock indie (los Strokes e Interpol dieron allí sus primeros shows) y la comedia alternativa. Por ocho dólares cada lunes, podías ver a personas como Maron, Janeane Garofalo, Sarah Silverman, Patton Oswalt, Louis C. K. o Dave Chappelle. “Pasé mucho tiempo en esta calle”, comenta Maron, “paseándome por allí, yendo al Hat [un restaurante mexicano nocturno, en realidad El Sombrero]”. Sonríe. “Sí, yo el borrachín, corriendo por allí y sudando”.
Había poco de Sam Sylvia en Maron por entonces. Sam es el director de películas B, acabado e inhalador de coca, que Maron interpreta en la comedia GLOW, la cual hizo su estreno aclamado por la crítica el año pasado y regresa para su Temporada 2 el 29 de junio. La serie de comedia, creada por Liz Flahive y Carly Mensch, se sitúa en 1985 y es coprotagonizada por Alison Brie y Betty Gilpin, como dos de las 14 actrices en aprietos que tratan de crear el primer programa de TV sobre luchadoras, basada libremente en una verdadera serie novedosa de la década de 1980, GLOW: Gorgeous Ladies of Wrestling.
Para las mujeres es cabello abundante y licras. Para Sam, todo se trata de su bigote, un colador de sopa al estilo de Tom Selleck que representa sordidez. Cuando Maron leyó el guion, le encantó tanto el papel de Sam, que se compró unas gafas de aviador, se puso una camisa polo y filmó una escena con su entrenadora (en el lugar de Brie) en su iPhone. “Entonces, creo que yo era el adecuado”, dice él.
“Podías ver al instante todos los aspectos diferentes de Sam”, dice Mensch, quien no había considerado darle el papel al comediante antes de ser su metraje. “El humor, la adicción a las drogas, el pavoneo, las decepciones. También ayudó el que hallara esas gafas de aviador que en cierta forma lo transformaron al instante para ya no ser Marc Maron”.
“Siempre quisimos contar la historia de un misógino que cayó en medio de 14 mujeres y cómo eso lo cambió”, añade Flahive.
Sam es, para decirlo francamente, un cretino. Y Maron interpreta el papel soberbiamente. Este es su primer papel popular, así que para muchos espectadores es una revelación. Pero la actuación también les abrió los ojos a los fans, ya que su único otro papel protagonista fue interpretando una versión de sí mismo: un adicto en recuperación dos veces divorciado y presentador de podcast en Maron, el programa de IFC. Él es tan bueno que, previamente este año, fue nominado a tres premios, dos de ellos del Gremio de Actores de Cine (SAG, por sus siglas en inglés) y uno del Premio de la Crítica Cinematográfica. “No esperaba ganar”, dice el comediante, y no lo hizo, “pero Frances McDormand se me acercó en la ceremonia del SAG y dijo: ‘Me encantas en ese programa. Todos conocíamos a ese tipo’. Eso es, en cierta forma, ganar”.
El vello facial de Maron a vuelto a la normalidad hoy día, lo cual significa más barba y una mosca hípster. Se ve como la estrella de sus dos especiales de comedia en Netflix, incluido el del año pasado Marc Maron: Too Real, que incluye la que podría considerarse la rutina más graciosa sobre Mick Jagger que se haya grabado. Nunca fue una presencia enorme en el stand-up, más bien un favorito de culto. GLOW le ha dado al comediante de 54 años no solo las mejores reseñas de su carrera sino, gracias a un reparto y un equipo conformado en 90 por ciento por mujeres, una entrada al mundo más allá del tradicional club masculino de la comedia. “Ver su proceso y ver por lo que pasan, tanto dentro como fuera de la pantalla, eso es una revelación”, dice él de las actrices y guionistas. “No ser el centro de atención, o pavonearme por allí, es nuevo para mí. GLOW se trata de ellas, en verdad. No se trata de mí. Estoy muy consciente de ello, no solo en el lugar de trabajo sino en la pantalla. Este es un programa de mujeres, y respeto eso”.
Para interpretar a “un abusón desvergonzado y sin remordimientos”, Maron se inspiró en sus propios “años oscuros”, batallando para hacerla como comediante. “Sam piensa que es más grande de lo que es, o piensa que es solo una cuestión de tiempo para que alguien entienda su genio”, dice Maron. “Para mí, por haber sido una especie de títere de mi propio ego, de una manera relativamente destructiva, entiendo eso. Nunca estuve en la posición de liderazgo de Sam, de tener poder”, añade él. “Pero he sido un cretino en mis relaciones. Yo diría que Sam es la mitad de mí”.
También le beneficia que Maron no escribe el programa, lo cual le permite “apagar mi propia neurosis y enfocarme en la de Sam. Estoy consciente de mí mismo en este momento, y el hecho de que él no lo esté, me permitió hacer parecer que estoy actuando”.
Maron solía hacer un chiste sobre hacerla. “Dicen que tardas 10 años en crear un éxito de la noche a la mañana, pero esa es la misma cantidad de tiempo para crear un fracaso amargo. No estás seguro de lo que va a ser hasta la noche previa”. Para él, le tomó 20 años.
Nació en la Ciudad de Jersey, Nueva Jersey, y creció en Albuquerque, Nuevo México, un chico gracioso que, como él lo explica, no era tan divertido como standupero, por lo menos al principio. Maron, meloso y charlatán, puede caer en rutinas profundas de psicología popular. “Por años”, dice él, “la intensidad, actuar a la defensiva y la hostilidad fueron como un escudo, ofuscando mi sentido natural del humor y mi ritmo”.
Ha descrito y analizado sus días tempranos llenos de drogas y alcohol en su stand-up y en WTF, y aun así es difícil imaginar cómo este tipo naturalmente nervioso —actualmente consumiendo insaciablemente ostras a la parrilla y grandes trozos de pan— podría necesitar de más estímulos. Mucho tuvo que ver con el miedo. “Eso no me dejó hasta hace cinco años”, comenta Maron. “La mayor parte de tu carrera, finges que no lo tienes”.
Fue el podcast, empezado en 2005, lo que cambió todo. WTF se ha convertido en uno de los programas más populares en un mercado de entretenimiento de rápido crecimiento, logrando 6 millones de descargas al mes, con más de 410 millones de descargas en su existencia. Fue lo que le ayudó a conseguir su programa en IFC, el cual duró cuatro temporadas, hasta 2016, y ciertamente aumentó su perfil como standupero.
Tras años de incertidumbre financiera, “a mí y mi productor, Brendan McDonald, nos va bastante bien”, dice Maron. “Es agradable el querer hacer algo, como GLOW, para buscar oportunidades que no sean de vida o muerte”. (Cuando lo felicito por la venta reciente de su hogar en Highland Park, por $920,000 dólares —casi el triple de lo que él pagó—, él parece un poco avergonzado. “Fue una cantidad exagerada por una casa de menos de 1,000 pies cuadrados con un baño”, comenta él, “pero ¿qué se suponía que dijera yo? ‘¡Eso parece injusto e irracional! ¡Quiero regalar esta casa!”)
El podcast fue una extensión de lo que Maron hizo para Air America, la difusora liberal de radio hablada que cayó en bancarrota en 2010. “Acepté ese primer empleo en 2004 porque no tenía mucho que hacer, y parecía una oportunidad”, dice Maron, quien también estaba siendo destruido financieramente por un segundo divorcio; necesitaba el dinero. Terminó haciendo tres programas (fue despedido las tres veces, luego recontratado dos veces), siendo el más popular Morning Sedition. “Yo no era un chalado de la política, pero sí era un tipo reaccionario. Definitivamente estaba listo para combatir al poder. Pero nunca había hecho un programa de radio”.
Y rápidamente se convirtió en una pasión. A Maron le encantaba la inmediatez de la radio en vivo. También tenía talento para ella. “En cuanto aprendí cómo manejar un micrófono por mi cuenta por horas sin nadie más allí, fluía muy libremente”.
Mientras tanto, notó una nueva versión de transmisión en línea de la radio, y después de que recibió la patada final de Air America, él y McDonald miraron hacia los podcasts. Las cosas eran todavía más duras financieramente. “Ya había besado la lona”, dice Maron. “No sabía si podría hallar una salida. El podcast no era una salida”, añade él, “era solo que necesitaba seguir haciendo algo”. Maron y una comunidad de pioneros “aprendimos todos juntos, nos apoyábamos mutuamente. Y luego, de repente, el medio empezó a crecer, y surgieron las difusoras y las plataformas de publicidad”.
El humor de Maron siempre fue estimulante, observacional y un poco neurótico. (No en el sentido de: “Oh, no puedo salir”, dice él en un gimoteo a la Seinfeld. “Simplemente pensaba de más todo”.) Desde el principio, usó el stand-up como una manera de explorar cosas personales. “Sea cual sea el crecimiento personal por el que pase, en cualquier momento que esté trabajando, eso va a aparecer en mi stand-up”, comenta él. “No es una caricatura; nunca hice un personaje”.
Ello sigue siendo cierto hoy día, pero en el podcast no hace solo rutinas sobre crecimiento emocional; es permitirle debatir públicamente las cosas a través de monólogos y conversaciones con invitados. Y le ha dado un público que lo conoce de maneras muy profundas “porque no requiere que sea gracioso”, dice el comediante, cuyos escuchas reciben actualizaciones regulares sobre sus gatos rescatados e igual de nerviosos, Monkey, LaFonda y Buster Kitten (él llama a su hogar el Rancho Gatuno). “Crear algo que resuene en la gente, en lo que pusiste tu corazón, es algo estimable. Después de 20 años de aciertos y errores, tiene un efecto en alguien, y no un efecto malo”.
El repunte en su autoestima se ha salpicado a su stand-up. “Finalmente me regresó a lo gracioso que solía ser de más joven, en oposición a ser un bicho raro perturbador e irritado. Tengo una charla más sencilla, y no me da miedo estar en el escenario”.
Los podcasts, de los que hay más de 900, duran una hora o más. La mayor parte de ese tiempo se pasa en hablar con un invitado, principalmente actores y colegas cómicos. Tal vez porque ha pasado tantísimo tiempo compartiendo sus propios demonios, Maron es experto en hacer que otros hagan lo mismo. En agosto de 2016, mucho antes de que Roseanne Barr estropeara la reposición de su programa en ABC con un tuit racista, habló con Maron de la enfermedad mental de ella; una entrevista en 2010 con Robin Williams, uno de los episodios más populares de WTF, reveló la lucha de Williams con la depresión, años antes de que él se quitara la vida en 2014. Escúchalas ahora por un contexto conmovedor.
El 19 de junio de 2015, el presidente Barack Obama se presentó en el garaje de 165 pies cuadrados de Maron para una entrevista, dos días después de que Dylann Roof mató a nueve personas en la masacre en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur. Es difícil oírlo ahora, no solo porque los tiroteos masivos y la violencia con armas de fuego han aumentado, sino por la falta de cinismo de Obama; después de 18 meses del presidente Donald Trump bramando sobre la “carnicería americana”, cacerías de brujas políticas y “animales” pasando por la frontera, la esperanza y positividad de Obama sobre EE UU son en cierta forma extraordinarias. “Sé que muchas personas lo han escuchado de nuevo”, dice Maron. “En verdad es triste. Pero me alegra que siga allí”.
¿Le interesaría entrevistar a Trump? “Estaría nervioso”, comenta él. “Él es una presencia extrañamente manipuladora y amenazadora, pero también muy encantadora a su manera tonta. Te apuntalará. Te barrerá. Entonces, el reto sería hacer lo que hago y llegarle al hombre. ¿Será posible? ¿Qué hay allí?” Una tarea delicada que Maron aceptaría de buen agrado, si acaso solo para poner a Trump “auténticamente a la defensiva”.
La primera temporada de GLOW presentó al grupo variopinto de futuras luchadoras, cada una de las cuales adopta un personaje: una madre que requiere de la beneficencia pública, una terrorista de Oriente Medio, abuelas gemelas, una loba. Sam acepta renuentemente dirigir a este grupo heterogéneo porque espera que el productor del programa —un bobo niño rico llamado Bash— financie una película, su oportunidad de un éxito popular. La agresivamente vivaracha e híper organizada Ruth, interpretada por Brie, y la ex estrella de horario matutino Betty, interpretada por Gilpin, son amigas que se separaron por la aventura de Ruth con el marido de Betty. En el transcurso de los primeros 10 episodios, Sam y Ruth forman una especie de sociedad (de mala gana por parte de él), y en uno de los momentos más inesperados del programa, la acompaña a someterse a un aborto.
“Para ser comedia, GLOW aborda mierda muy severa”, dice Maron. Pero lo que hace alegre al programa y, en ocasiones, trascendental, es su enfoque en las metas comunes de estas mujeres jóvenes quienes quieren “definirse y empoderarse a sí mismas a través de este espectáculo y oficio”, comenta él. “También, los guiones son brillantes”.
El verdadero GLOW fue un programa de variedades de bajo presupuesto con extravagantes sketches de comedia, pero el tono era crudo —a veces desconcertantemente— y las mujeres rudas. “Hay una pizca de tragedia en ello”, dice Maron. Los personajes de Netflix son más serios y encantadores; las situaciones, estrafalarias en vez de desesperadas. Y la “especie de alineamiento espiritual [de Ruth y Sam] se vuelve algo dulce”, menciona él, “especialmente porque no está sexualizada de ninguna manera”.
Así, es impactante ver a Sam amedrentando de nuevo a Ruth en los primeros dos episodios de la Temporada 2. Sam tiene muchas cosas sucediéndole: ha descubierto que tiene una hija adolescente de una aventura de una noche, y en el final de la Temporada 1, se enteró de que el filme Volver al futuro le robó la idea de su película, negándole así la única razón por la que firmó con GLOW. “El cinismo de Sam y su actitud defensiva natural —y su asumir que tiene el control, cuando en realidad no lo tiene—, eso se ve aún más amenazado ene sta temporada”, dice Maron.
El programa se estrenó varios meses antes del #MeToo, pero Sam es, de muchas maneras, el modelo típico del abuso de poder masculino. “No sé si es en respuesta directa al #MeToo, pero el programa lo aborda de una manera extraña en la Temporada 2”, comenta Maron. “Sucede una transgresión, con una de las mujeres, y yo reacciono a ello de una manera en la que mi personaje habría reaccionado. Sam es un hombre de su tiempo, y la idea del poder abusivo en esos niveles no existía en 1985. Simplemente así eran las cosas”.
Y como el programa es respetuoso de los tiempos, Sam no cambiará radicalmente, pero evolucionará, dice Flahive: “No insulta tanto a las mujeres en la Temporada 2, tal vez incluso se preocupa por algunas de ellas. En cierta forma, él despierta y se percata de que este programa podría ser su oportunidad”. En otras palabras, dice Maron, “es un cretino redimible”.
El tercer episodio más popular de WTF (después de Obama y Lorne Michaels) es la conversación en dos partes en octubre de 2016 de Maron con Louis C.K. los dos se conocieron en el circuito de comedia de Boston a principios de la década de 1990, pero se distanciaron, en gran medida, explica Maron, por su propia amargura y celos por el ascenso meteórico de C.K. En un momento digno de Barbara Walters, Maron hace que C.K. llore por su amistad perdida. “Estaba tan consumido por el odio y la rabia a mí mismo que simplemente no podía ver más allá”, dice Maron ahora.
Dado que el podcast es el lugar de Maron para descargar sus pensamientos, hizo precisamente eso después de que The New York Times dio a conocer las acusaciones contra C.K. en noviembre pasado. En un monólogo sincero, lidió con la conducta “asquerosa” e indefendible de su amigo, así como la suya propia, y el ambiente prevaleciente de disparidad de género en la comedia y el mundo en general. “Ya sabes, cuando tienes un cerebro masculino”, comenta Maron en cierto momento, “no eres capaz de tener empatía por las mujeres”.
Habló de la falta de diversidad en su programa de IFC (que tuvo cero guionistas femeninas) y su propia toxicidad: “Pienso que tal vez estoy a un nivel de 25 a 30 por ciento ahora, pero ciertamente he estado cerca del 90 en términos de ser emocionalmente abusivo, insensible, iracundo y egoísta”. Y revela a una historia que lo llevó a sentir empatía por las víctimas de atención sexual indeseada: un beso en la boca de un profesor borracho —“un tipo poderoso, impactante”— cuya aprobación Maron quería desesperadamente. Tenía 18 años por entonces, y describe la parálisis y vergüenza que sintió después.
La noticia de C.K. lo cambió, dice Maron ahora. “Tuve que buscar en mi alma, preguntándome en serio qué es el flirteo, qué es necesariamente comprometerse o prestar atención. No necesariamente atacar, sino un comportamiento inapropiadamente agresivo, emocional o sexualmente”, continúa el. “Y hay mucho a nivel micro al respecto”.
Una antigua novia una vez le dio una perspectiva que él repite ahora. “Ella solía atender la barra en un club de striptease, y finalmente renunció”, cuenta él. “Le pregunté por qué, y ella dijo: ‘Me cansé de que los hombres me vieran como si fuera comida’. Te olvidas de que la mirada masculina es algo real. Todos la tenemos, y es algo que tiene que manejarse”.
En su reacción por C.K., Maron dejó en claro que no rompería su amistad con C.K. “Él está en un pinche problemón. Entonces, bueno, ¿qué puedo hacer?… Probablemente es el mejor momento para ser su amigo, cuando necesita hacer cambios… Puedo aprender de ello. Él puede aprender de ello”.
HBO, Netflix y FX rápidamente cortaron sus lazos con el cómico en desgracia, y HBO retiró su obra de su plataforma. “Eso fue aterrador”, comenta Maron, “porque esa es la respuesta del mercado, y eso es el sustento de la gente. También eso es lo que un artista le ha dado al mundo”.
Maron cuestiona el trato generalizado a los transgresores. “La idea de censurar o revisar reaccionariamente o eliminar, eso es … algo que tiene que orientarse”, dice él. “Tiene que haber diálogo, y tiene que haber un proceso para la gente que no comete un crimen. Asumir la responsabilidad es una cosa, pero ¿todos merecen ser destruidos para siempre, por cualquier cosa transgresora?”
La búsqueda de sí mismo continúa, dos veces a la semana, en su podcast y en su stand-up, que lo llevan alrededor del mundo. Cuando no está de gira, trata de hacer un par de sets de 15 minutos a la semana en el Comedy Store en Sunset Boulevard, donde empezó su carrera en 1987 a los 24 años. Es fan de Ali Wong, Iliza Shlesinger, Whitney Cummings, Seth Rogen, Kevin Christy. “David Spade ha venido por aquí y Yakov [Smirnoff] está de vuelta”, dice él de sus antiguos amigos. “Los chicos del Store”.
Una pregunta sobre las tendencias en comedia lo hace retorcerse. “¿Tendencias?”, pregunta desdeñosamente. A sabes, cosas emergentes, innovadoras. “Si acaso, la comedia se aventura menos”, comenta Maron. “Solía ser, en una noche mala en un club de comedia, que veías a tipos ir un paso más allá, desinhibirse, quebrarse en el escenario, hacer personajes raros; veías todo tipo de mierda ruda por entonces. Pero ahora, con los medios sociales y las cámaras de teléfonos celulares, hay un bono en no verse estúpido. Es limitante”.
Cuando digo que las cosas han cambiado, que ahora él está donde estaba el C.K. muy popular antes de la desgracia, él desdeña la sugerencia. “Yo no lleno el Madison Square Garden, pero hago muchas cosas, y tengo un interés personal, y no me oculto mucho”.
Para él, eso —junto con el garaje más grande de su casa nueva— es suficiente. “Muchas de las cosas que pensé que no me pasarían han sucedido, en una escala que es diferente de la que habría imaginado”, comenta él. “Todo ha sido un poco al margen del negocio tradicional del entretenimiento: con el programa de IFC, el podcast, mi stand-up. Tengo una buena cantidad de seguidores. No soy enorme. No soy Kanye. No soy Louis. Solo soy pasable”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek