Columna Diario de Campo
OPINIÓN*
La democracia como sistema político tiene por objetivo la manifestación de las
demandas y aspiraciones de toda la ciudadanía hacia sus instituciones representativas y de
gobierno. De manera civilizada, los diferentes sistemas democráticos han consolidado
procedimientos para que las diferentes voces sean escuchadas, aunque con prevalencia de
las mayorías.
El México el voto fue durante demasiado tiempo un derecho formal, pero no real o
efectivo. Se acumularon al menos cuatro décadas de lucha social por su respeto y
certidumbre, y hoy nos hemos dado uno de los sistemas electorales más robustos del
planeta, como lo han reconocido muchos especialistas internacionales. A pesar de ello nos
resistimos a reconocer su importancia como instrumento civilizado para incidir en las
decisiones públicas y la constitución de los órdenes de gobierno. La confianza ciudadana se
refleja, entre otros, en una nutrida participación ciudadana en los ejercicios comiciales.
Pero estamos experimentando una caída en la confianza social y en la asistencia ante urnas.
Tanto así que, según datos del INE, la participación política ha sufrido variaciones
importantes. Mientras que durante la elección presidencial de 1994 participó un 77.16% de
los integrantes de la lista nominal de electores —86% en Guanajuato—, en la presidencial
del 2012 acudió a las urnas un 63.08% —60% en Guanajuato—. Entretanto, en elecciones
intermedias este porcentaje ha sido menor: por ejemplo, en las elecciones de diputados
federales de 1997 participó un 57.69%, mientras que en 2015 esta cifra se redujo al
47.72%.
La disminución de esta participación puede explicarse de diversas formas; sin
embargo, existen un factor sobre el que me gustaría poner énfasis: la confianza ciudadana
hacia las instituciones. Si no confiamos en los árbitros no confiamos en el resultado del
juego. Y esta desconfianza tiene bases subjetivas que no tienen relación con la realidad de
los hechos. La ausencia de cultura democrática todavía permea entre muchos miembros de
la clase política, que cuando no consiguen sus objetivos en el juego voltean hacia el árbitro,
para descalificarlo y demandar la repetición de la competencia, en condiciones que les
favorezcan.
Según Consulta Mitofsky, en el 2004 el IFE contaba con una calificación de
confianza de 7 puntos ―en escala del 1 al 10―; sin embargo, en 2017 el ahora INE alcanza
apenas una calificación de 5.7. Los mecanismos de protección y vigilancia electorales han
aumentado, pero la participación electoral y la confianza han hecho lo contrario.
La participación electoral no resuelve las problemáticas nacionales en las que
vivimos, pero tampoco lo hace permitir que ―como en la elección del 2015― sólo el 47%
de la población elija a nuestros representantes. En la práctica, la mayoría abstencionista
decide que una minoría elija a sus representantes y gobernantes por ellos.
Los mexicanos tenemos en esta elección la oportunidad de confirmar o redefinir el
rumbo de nuestro país. La dimensión de nuestra toma de decisión tendrá un impacto sin
precedente al renovar más de 19 mil puestos de elección popular —977 en Guanajuato—.
Los integrantes de los órganos institucionales y la ciudadanía, convertida en ejército de
funcionarios electorales, cuidaremos la elección. El voto consolida el desarrollo legítimo de
instituciones, la calidad de la democracia y la mejora de los mecanismos de armonía social
que hemos construido.
Ejerce libremente tu derecho y acude a la urna este primero de julio.
#LaElecciónLaHacesTú – ubicatucasilla.ine.org