Mr. Monopoly, ese opulento bigotón, era
lo más cercano que la mayoría de los estadounidenses estuvieron de un
multimillonario neoyorquino hasta que el candidato Donald Trump empezó a volar
en su jet a sus poblaciones el año pasado. Ahora son prácticamente una vista
común, porque el Presidente Trump ha convencido a un grupo de ellos para que
salgan de sus penthouses y jets privados ya sea para unirse a su gabinete o
sentarse en sus consejos y juntas asesoras. Los votantes de Trump saben que han
tenido un gobierno para multimillonarios —esa es una razón por la que están tan
enojados— pero tener uno de multimillonarios significa que el Poderoso Oz ahora
está determinando la agenda de la nación, y no hay cortina.
Entonces, ¿qué puede darles Trump a estos
hombres quienes tienen todo? ¿Y qué pueden hacer ellos por él, y a EE UU? La
respuesta podría hallarse en una frase de la película italiana El gatopardo,
sobre la decadente aristocracia siciliana: “Todo debe cambiar para que todo
pueda permanecer igual”. El mejor regalo que Trump puede darles a sus amigos
ricos es dar la apariencia de que está moviendo al sistema mientras deja
intacta la miríada de tácticas de ellos para amasar capital. A menos de tres
meses de iniciada su presidencia, Trump está muy metido en esa agenda:
desregulando tranquilamente la industria financiera, retirando las normas de
cambio climático de Barack Obama a los productores de combustibles fósiles y
prometiendo menos impuestos a los muy ricos.
Que los multimillonarios se apropiaran
del gobierno de EE UU no fue una de las promesas emblemáticas de campaña de
Trump, pero él ha montado un gobierno de, por y para sus semejantes (u hombres
que el más que inseguro Trump desea llamar sus semejantes). Su gabinete es el
más rico de la historia estadounidense. Estos hombres han sido vendidos al
público como los hombres quienes ayudarán a Trump a administrar el país “como
un negocio”, en el cual el público es el consumidor. Después de sus carreras en
las que ellos antepusieron el hacer crecer sus cuentas bancarias colosales
antes que los intereses de pequeñas ciudades, fulanos trabajadores y el
bienestar común, no hay razón para creer que les preocupará cómo los préstamos
predadores o permitir que Obamacare “explote” afectarán a la gente real. Los
multimillonarios de Trump no son ideólogos que odian al gobierno como los
hermanos Koch o el mega donador Robert Mercer. Ellos son más parecidos a lo que
Trump solía ser: centristas sin afiliación. Y su agenda —y ahora la agenda del
país— es definida por esas cuestiones que afectan sus billeteras.
COMPADECER AL POBRE MULTIMILLONARIO
INCOMPRENDIDO
“Los ricos ya no son ricos”, dice el
escritor de alta sociedad David Patrick Columbia. “Mi amiga heredó cientos de
millones. Ella me dijo: ‘Ya no soy rica’. No perdieron su dinero, pero esas
otras personas ganan miles de millones, algunas de ellas ganan mil millones de
dólares al año. Y eso es todo lo que les importa. A todos esos tipos les
encanta hablar de cuánto dinero tienen. Es lo que les gusta hacer”.
La mayoría de los multimillonarios que
Trump atrajo a D.C. son, como él, de la generación de 1980 de tácticos de
adquisiciones apalancadas, reyes de los bonos basura, tiburones de finanzas y
capitalistas buitres. Se enriquecieron con las emergentes tácticas financieras
confeccionadas para sacar ventaja del gran regalo de Ronald Reagan a Wall
Street: hacer pedazos las regulaciones implementadas después de la Gran
Depresión. Se dice que Carl Icahn, asesor de Trump y tiburón de finanzas, fue
un modelo para el personaje de “La codicia es buena” de Michael Douglas en El
poder y la avaricia. El secretario de comercio Wilbur Ross, el asesor político
Stephen Schwarzman y el asesor no oficial Stephen Feinberg hicieron sus
fortunas con el tipo de banca de inversión que estuvo en boga después de que
Wall Street decretó que la responsabilidad social y los negocios eran
antitéticos.
Los constructores neoyorquinos de bienes
raíces quienes ahora asesoran al presidente —Steven Roth y Richard LeFrak—
pasaron sus vidas profesionales (como Trump) en un forcejeo constante con políticos,
reguladores citadinos, operadores de grúas de 50 pisos, gánsteres cementeros y
el grupo variopinto de personajes, desagradables y demás, responsable del
horizonte neoyorquino y las plazas, campos de golf y desarrollos residenciales
del área circundante.
Los multimillonarios de Trump no pagan
muchos impuestos, y la mayoría no piensa que debería pagar mucho más. Odian las
regulaciones, y son ferozmente competitivos. “Todos se conocen entre sí. Se
financian entre sí. Y todos compiten entre sí”, dice Holly Peterson,
periodista, autora de It Happens in the Hamptons e hija de Peter Peterson, un
multimillonario neoyorquino quien no está en el bando de Trump. “Se olisquean
entre sí como perros”.
Pero ninguno de ellos está —de nuevo,
como el presidente— metido en la alta sociedad neoyorquina. En 1983, cuando
Paul Fusell escribió su libro Class: A Guide Through the American Status
System, él dijo que una señal del más alto estatus era la riqueza heredada, y
otra la exhibición discreta de esa riqueza. Esas reglas ya nos e aplican, por
lo menos no en la sociedad neoyorquina. Trump y sus multimillonarios son
elaborada y públicamente ricos, y aun cuando algunos de sus papás eran
adinerados, no todos empezaron de esa manera. Schwarzman, el director del Foro
de Estrategia y Política de Trump, es hijo del dueño de una sedería, y ahora él
divide su tiempo entre un tríplex de 37 habitaciones en Park Avenue, una finca
en los Hamptons y villas en Palm Beach, Florida y Jamaica. Es famoso por
dilapidar millones en sus fiestas de cumpleaños. Icahn asistió a una
preparatoria pública en Far Rockaway, mucho antes de que se comprara un yate de
177 pies.
Con la excepción de Ross y su colección
de arte de $250 millones de dólares, no son estetas; incluso si sus nombres a
veces son tallados en el granito de graciosas y viejas propiedades públicas
como el edificio principal de la Biblioteca Pública de Nueva York (Schwarzman)
o grabados en bronce en los edificios elevados que albergan sus compañías.
Algunos multimillonarios neoyorquinos son
famosos por su nobleza obliga o devoción con las causas civiles, pero no este
grupo. Ellos son filántropos de círculo social. El ex alcalde Michael Bloomberg
invirtió su nombre y dinero en defender el control de armas de fuego y es bien
sabido que presionó por una Ciudad de Nueva York más medioambientalista
mientras estuvo en el cargo. Peterson, ex socio de Schwarzman, puso $1,000
millones de dólares en un grupo de expertos en economía. Y junto con Bill
Gates, Warren Buffett y otros 40 multimillonarios, él firmó la Promesa de Dar,
en la cual todos prometieron donar la mayoría de su riqueza a la caridad.
Schwarzman le dio a la Biblioteca Pública de Nueva York $100 millones de
dólares, pero solo después de que un mes antes se burlaron de él en The New Yorker
por tacañería. (“Él ha dado, pero ni remotamente lo que podía”, resopló un
crítico anónimo en ese artículo.) El escritor financiero James B. Stewart ha
descrito cómo Schwarzman tuvo problemas para reservar una mesa de primera en el
Salón Grill del Four Seasons, un lugar para almorzar de la alta sociedad.
Schwarzman le preguntó a su entonces socio, Peterson, al respecto, quien le
explicó: “Se requiere de algo más que dinero”.
Los multimillonarios de Trump, aun cuando
son algunos de los hombres más ricos de la Ciudad de Nueva York, están un
peldaño debajo de la clase dirigente cultural-financiera, la aristocracia.
“Pienso que la naturaleza de todos estos tipos es que no son parte de una clase
dirigente de poder o adinerada”, dice un banquero de inversiones de capital
privado de Manhattan quien conoce a la mayoría. “Puedes ser muy, muy rico sin
ser extremadamente importante aquí. No es como si [Trump] haya montado una
camarilla de pioneros que afectaron el siglo XXI”.
Han alterado de otra manera, como capitalistas
buitres o, más eufemísticamente, inversionistas en compañías en apuros. Icahn
fue uno de los primeros tiburones de finanzas, y él inventó el “chantaje
empresarial”, una práctica en la década de 1980 y ahora proscrita en la que
dinero grande de Nueva York se abalanzaba, compraba un bloque de acciones y
luego obligaba a la junta directiva de una compañía a comprarlas de vuelta o
arriesgarse a una adquisición. Entre sus muchos bombardeos en una carrera de
tiburón de finanzas, Icahn recibe crédito por matar al gigante de las
aerolíneas TWA.
Como Icahn, pero de una generación más
joven, Feinberg se hizo de renombre comprando y reorganizando compañías. Él
fundó la compañía de nombre ominoso Cerberus Capital (en la mitología griega,
Cerbero era el perro de tres cabezas que vigilaba las puertas del Hades), la
cual desmenuzaba compañías como Anchor Hocking, una fábrica de vidrio en Ohio,
haciendo desaparecer a una pequeña ciudad junto con ella, una tragedia
comunitaria mejor contada en Glass House. La verdadera pasión de Feinberg es el
armamento y los contratos militares; él compró compañías estadounidenses de
armas de fuego y fundó un conglomerado de armas llamado Freedom Group que,
entre otras ofertas, produce armas automáticas que favorecen tipos como el gatillero
de la escuela Sandy Hook. Él también posee un sitio privado de entrenamiento
militar, y su DynCorp es uno de los principales contratistas de defensa. El
nombre de Feinberg rara vez es publicado sin los calificadores “misterioso” o
“huraño”. El año pasado, un espía corporativo reportó a The New York Observer
que Feinberg advirtió a sus accionistas de Cerberus que se mantuvieran fuera de
las noticias. “Tratamos de escondernos religiosamente”, dijo él. “Si alguien en
Cerberus tiene su foto en el periódico y una foto de su apartamento, haremos
más que despedir a esa persona. Lo mataremos. La sentencia en prisión valdrá la
pena”. (Ninguno de los multimillonarios en este artículo respondió a las
solicitudes de comentarios.)
El nuevo secretario del tesoro, Steve
Mnuchin, aun cuando no es tan multimillonario (valor neto de $500 millones de
dólares) es otra leyenda de las ganancias sobre la gente. Él compró un banco de
California después de la crisis de vivienda de 2008 y lo rehabilitó mediante
desalojar a decenas de miles de personas, incluidos muchos ancianos y
veteranos. Las protestas subsiguientes —las recientes personas sin techo
montaron un campamento alrededor de su mansión en Los Ángeles— contribuyeron al
fracaso de su segundo matrimonio.
Liz Smith, la columnista retirada de alta
sociedad para el New York Post, ha conocido a Trump desde la década de 1970, y
ella vio a la alta sociedad de Nueva York al principio respingó con él, y luego
cedió, conforme los tiburones de finanzas quienes se convirtieron en los amigos
multimillonarios de Trump se apoderaron de Manhattan. “La importancia actual
del dinero y los grandes negocios y nada de ética es desalentadora”, dice ella.
“Al principio, la flor y nata veía el hecho de que [Trump] era un hombre rico,
y pensaron que podrían extraer dinero de él para sus caridades. Descubrieron
con mucha rapidez que él era más tacaño que ellos. Pienso que los
multimillonarios lo apoyan con inquietud. Están nerviosos. Dependen de la
presidencia para su estabilidad. Son patriotas, en su mayoría. No es su culpa
que sean ricos”.
¿QUÉ LE DAS AL HOMBRE QUE SE LLEVA TODO?
Los multimillonarios de Trump comparten
sus dos metas principales: un enorme ajuste fiscal y desregulación,
permitiéndoles ganar todavía más dinero. El 99 por ciento solo tiene el
entendimiento más vago de las estrategias con las cuales el 1 por ciento opera
y se beneficia. Por ejemplo, para la mayoría de los estadounidenses la
bancarrota es un desastre, un golpe catastrófico a la calificación crediticia,
un fracaso personal y una vergüenza que sugiere dormir en tu auto o mudarte de
vuelta con mamá y papá. Para los multimillonarios de Trump, la bancarrota —o
como Trump la llama, “las leyes de capítulos”— solo es otra herramienta en la
caja, la cual incluye varias formas legales de manipulación accionaria,
recortar pensiones, diseñar intercambios de edificios comerciales para evitar
impuestos y forzar a una compañía en apuros o en la mira a comprar de vuelta
sus propias acciones para aumentar su precio.
Otro truco de magia entre los
multimillonarios es no pagar impuestos. Buffett ha señalado que él y otros
multimillonarios pagan menos impuestos que una maestra de escuela. Trump ha
evitado pagar cientos de millones en impuestos al paso de los años —legalmente—
y también lo hacen sus multimillonarios. La administración de Trump ha dejado
muy en claro que ampliará los beneficios fiscales para multimillonarios.
Mnuchin prometió durante su audiencia de confirmación que “no habrá en absoluto
un recorte fiscal para la clase superior”. Pero impuestos menores para los
ricos estaban detrás de la urgencia republicana de abolir el Obamacare y
remplazarla con su propio proyecto fallido de Trumpcare. La Oficina
Presupuestal congresista y apartidista calculó que la propuesta habría dejado otros
24 millones de personas sin seguro, en su mayoría los estadounidenses más
viejos y más pobres, mientras que les daba a quienes más ganan ahorros fiscales
por $158,000 millones de dólares en ingreso por inversión. Trump soltó la
verdad en un discurso con estilo de campaña en Louisville, Kentucky, una semana
antes de que el plan fracasara. “Tenemos que dejar esto hecho antes de que
podamos hacer lo otro”, le dijo él al público. “En otras palabras, tenemos que
saber qué es esto antes de que podamos hacer los grandes recortes fiscales”.
El ajuste fiscal de Trump sigue siendo
parco en detalles, pero una versión le da al más alto 1 por ciento de los
estadounidenses ahorros fiscales del 6.5 por ciento, y ahorros del 1.7 por
ciento o menos para las clases media y baja. Trump ha prometido acabar con el
impuesto mínimo alternativo gravado a la gente como él, cuando sus deducciones
lleven a cero su factura de impuestos. Según su factura fiscal de 2005, a Trump
se le gravó con el 24 por ciento, gracias al IMA.
Los ejecutivos más altos de compañías de
capital privado —como Schwarzman, Icahn, Feinberg y, hasta que liquidó, Ross—
todos califican teóricamente para la deducción de participación compartida, la
cual reduce a la mitad sus tasas impositivas. Cuando Obama acechaba la
deducción de participación compartida en 2010, Schwarzman casi se orinó en los
pantalones. “Es una guerra”, dijo él en una reunión directiva en julio de 2010.
“Es como cuando Hitler invadió Polonia en 1939”. Luego se disculpó.
Los dulces acuerdos fiscales no son solo
para Wall Street. Los magnates de bienes raíces como Trump pueden sacarle
ventaja a una deducción que el Congreso forjó para ellos en la década de 1990.
Aun cuando la gente común que pierde dinero en acuerdos de bienes raíces ya no
puede aplicar deducciones completas, la gente que califica como “profesionales
de bienes raíces” (Trump, LeFrak y Roth) pueden deducir sus pérdidas. El
Congreso también permite que los constructores deduzcan la depreciación
supuesta de los valores de su propiedad, dependiendo del tipo de propiedad, a
pesar del hecho de que los bienes raíces por lo general aumentan su valor con
el tiempo. Ello significa, según Morris Pearl, otrora director ejecutivo del
Fondo BlackRock y director de Patriotic Millionaires a favor de los impuestos,
los constructores —y sus herederos— nunca tienen que pagar impuestos por las
propiedades. “Hay ciertas cosas que el mercado libre no puede hacer”, dice él.
“Si prefieres una sociedad más segura al largo plazo, quieres regulaciones.
Pero los multimillonarios tienen una perspectiva diferente de las cosas que
otras personas. Si eres Steve Schwarzman y tu compañía de seguros cae en
bancarrota a causa de negocios turbios, solo buscas otro seguro. Si eres Steve
Schwarzman, pagas aproximadamente la mitad de la cantidad de impuestos que
otros neoyorquinos bien pagados. A muy pocas personas les importa la deducción
fiscal de participación compartida, pero Schwarzman piensa que la merece. Tal
vez él piensa que hay una escasez de personas dispuestas a ser gerentes de
fondos, por lo que necesitamos ofrecerles incentivos fiscales especiales”.
Además de recortar sus impuestos, los
multimillonarios de Trump tienen peticiones muy específicas y no tienen timidez
de expresarlas. El asesor regulador especial Icahn es un inversionista
mayoritario en una refinería de petróleo en Texas que podría haberse ahorrado
$205.9 millones de dólares el año pasado si no fuera por el estándar de
combustible renovable de la Agencia de Protección Medioambiental, el cual exige
que los refinadores aseguren que se mezcle etanol con base de maíz en el
combustible. Desde la elección de Trump, Icahn se ha comprometido en un
bombardeo cabildero para cambiar esa regla.
Trump busca destrozar el montón de
regulaciones Dodd-Frank a la industria financiera. También anunció sus planes
de reducir la labor de la Oficina de Protección Financiera al Consumidor de EE
UU, la cual fue aprobada por los legisladores para proteger a los consumidores
de prácticas predadoras de préstamos después de la crisis de 2008. Él también
firmó un decreto presidencial que puso el escenario para anular la regla
fiduciaria, finalmente permitiendo a los asesores financieros vender de nuevo
planes a clientes que benefician a los mismos asesores.
El club de chicos multimillonarios de
Trump teóricamente está de acuerdo con su postura antiglobalista. Ross, el
secretario de comercio, anunció en marzo que el proceso formal para renegociar
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte era inminente. Él ha
anunciado planes para recabar miles de millones de dólares, principalmente de
China, en multas por violar las sanciones de EE UU y otras normas comerciales
globales. Pero el nacionalismo solo le preocupa a un multimillonario en las
maneras limitadas que sus conglomerados se vean afectados por asuntos
internacionales o guerras comerciales globales. Aun cuando los supuestos nexos
de Trump con los rusos podrían ser su caída política, en el mundo que habitan
él y su pandilla multimillonaria, las fronteras nacionales son mucho menos
importantes que las relaciones entre feudos multinacionales y los bancos que
los apoyan.
La Organización Trump hace negocios en
todo el mundo, desde Dubái hasta Estambul y Moscú, pero la operación global de
la marca del presidente es un capitalismo light en comparación con, digamos, el
imperio multinacional de Ross. Antes de su audiencia de confirmación, Ross
accedió a liquidar cientos de millones de dólares en activos, incluida su parte
del Banco de Chipre, el cual supuestamente la mafia rusa ha usado para lavar
dinero. Él conserva su participación en un gigante de petroleros transoceánicos
llamado Diamond S Shipping Group Inc. El Centro de Integridad Pública observó
las operaciones de esa compañía y halló que sus buques navegan con banderas
chinas, y uno de sus barcos ha viajado a un puerto iraní, lo cual Diamond S ha
dicho que fue legal. Diez por ciento de su negocio proviene de una compañía
suiza con participaciones en el gigante petrolero ruso Rosneft. El
internacionalismo de Ross difícilmente es único. DynCorp, de Feinberg,
supuestamente ha entrenado a la policía afgana y tiene contratos en Arabia
Saudí. Roth está construyendo una torre de apartamentos en Nueva York para los
súper ricos y financiada con casi 1,000 millones de dólares en préstamos del
Banco de China.
Si hay un asunto que une a casi todos los
multimillonarios neoyorquinos —incluso quienes no apoyan a Trump— es un
desprecio por las regulaciones federales, en especial a la industria financiera
pero también a los desarrollos comerciales y su industria. Aun cuando no ha
sido tan históricamente activo en combatir las regulaciones como, digamos, los
hermanos Koch, Icahn no puede esperar a que Trump desregule todo. Él alabó el
discurso de investidura de su amigo como una señal de que “nuestro deslizamiento
peligroso hacia el socialismo ha terminado”.
En los primeros meses de su presidencia,
el logro característico de Trump ha sido eliminar las regulaciones que cubren
todo, desde Wall Street y la contaminación hasta la seguridad alimentaria y las
armas de fuego. Sus multimillonarios saben cómo todo esto mejorará sus balances
generales. Lo que queda por ver es si los estadounidenses comunes cosecharán
algún beneficio, aparte de su libertad recientemente obtenida para manejar
autos sin estándares de kilometraje o emisiones, tomar medicamentos para usos
fuera de los indicados, buscar petróleo en parques nacionales y, si están
mentalmente enfermos, comprar una pistola.
CARL ICAHN ($16,600 MILLONES DE DÓLARES) Procedencia:
Queens, Nueva York, 1936. Licenciado en humanidades, Universidad de Princeton. Compañía:
Icahn Enterprises LP, un conglomerado con más de 90,000 empleados y una gama
amplia de inversiones, desde refacciones de autos hasta casinos y empaques de
alimentos, moda y bienes raíces. Ruindad famosa: Uno de los tiburones de
finanzas originales de la década de 1980, él recibe crédito por matar a TWA,
pero tal vez la más sucia acción afamada de Icahn sea planear la práctica ahora
ilegal del “chantaje empresarial”, comprar bloques de acciones en compañías y luego
obligar a esas compañías a comprarlas de vuelta a tasas infladas, como chantaje
para salvarlas de su adquisición. Foto: BRENDAN MCDERMID/REUTERS.
STEPHEN SCHWARZMAN ($11,800 MILLONES DE
DÓLARES) Procedencia: Huntingdon Valley, Pensilvania, 1947. No egresado de
Yale, donde estuvo en Skull and Bones con George W. Bush. Maestría en
administración de empresas, Harvard. Compañía: Cofundador de Blackstone Group,
una compañía multinacional de capital privado y uno de los más grandes grupos
alternativos de inversión en el mundo. Tiene $367,000 millones de dólares en
activos. Ruindad famosa: Se lo ha acusado de ser el tipo de patán que dice
cosas como el que aumentar los impuestos a los pobres trabajadores los haría
esforzarse más porque tendrían su “piel en juego”, y que se opone a los zapatos
chillones de sus sirvientes. En 2008, cuando él valía solo $8,000 millones de
dólares, se quejó con un escritor del New Yorker de que no se sentía rico. Foto:
TODD KOROL/CANADIAN PRESS/AP
STEVE ROTH ($1,100 MILLONES DE DÓLARES) Procedencia:
Bronx, Nueva York, 1941. No egresado de Dartmouth, maestría en administración
de empresas de la Escuela de Comercio Tuck. Compañía: Presidente y director
ejecutivo de Vornado Realty Trust, el cual, según Crain’s, posee 50 edificios y
es el más grande arrendador comercial de Nueva York. Puesto con Trump:
Copresidente del Comité de Infraestructura de Trump. Foto: STEVE
MACK/WIREIMAGE/GETTY
STEPHEN FEINBERG ($1,200 MILLONES DE
DÓLARES) Procedencia: Bronx, Nueva York, 1960. Licenciado en humanidades,
Princeton. Hábitat: Divide su tiempo entre una mansión de $50 millones de
dólares en Manhattan (la otrora embajada egipcia, la cual tiene su propio cine)
y un hogar de 2,500 pies cuadrados en Connecticut. Compañía: Cerberus Capital
Management LP, un fondo de cobertura, agencia de capital privado y banco de
inversión con activos de $120,000 millones de dólares y participaciones en por
lo menos 50 compañías, incluida una cadena de tiendas de abarrotes, las
compañías Alamo Rent a Car y National Car Rental, Burger King y Air Canada, y
el contratista de defensa DynCorp con un $1,000 millones de dólares. En algún
momento, también poseyó parte de General Motors, y se benefició con el rescate
de la industria automotriz pagado por los contribuyentes. Juguete grande: Posee
un sitio militar privado de 800 acres en las afueras de Memphis, Tennessee,
llamado Tier 1, el cual tiene campos de tiro, pistas de manejo pavimentadas y
todoterreno, y una zona de paracaidismo, así como un “complejo de combate urbano”
diseñado para verse como un poblado afgano. También es un ávido cazador de
presas grandes. Ruindad famosa: Le dio a su compañía de capital privado el
nombre del mítico perro de tres cabezas en las puertas del Hades, por lo que
sabes que la lista es demasiado grande para esta entrada breve. Para
seleccionar unas cuantas, después de que su Cerberus Capital tuvo un papel
importante en aniquilar Anchor Hocking Glass Co. de Ohio, él pasó a coleccionar
compañías de armas de fuego, y su Freedom Group ahora controla por lo menos una
docena de fabricantes de armas, incluidas compañías que hacen el rifle de
asalto usado en la masacre de Sandy Hook y otros tiroteos masivos. Puesto con
Trump: Un asesor no oficial en la comunidad de inteligencia. Donald Trump en
algún momento sugirió que lo asignaría para investigar filtraciones de
inteligencia. Foto: DOW JONES EVENTS
WILBUR ROSS ($2,500 MILLONES DE DÓLARES) Procedencia:
Weehawken, Nueva Jersey, 1937. No egresado de Yale. Maestría en administración
de empresas, Harvard. Compañía: Fundó WL Ross & Co. LLC. Juguete grande:
Tiene una colección de arte de $125 millones de dólares con su esposa. Ruindad
famosa: Su confirmación al gabinete casi fue estropeada por su sociedad con
oligarcas rusos en el Banco de Chipre, el cual se cree que es un centro de
lavado de dinero. Puesto con Trump: Secretario de comercio. Foto: DREW
ANGERER/GETTY
RICHARD LEFRAK ($6,500 MILLONES DE
DÓLARES) Procedencia: Ciudad de Nueva York, 1945. Licenciado en humanidades,
Colegio Amherst. Doctor en derecho, Universidad de Columbia. Compañía: Como
Trump, LeFrak es hijo de un magnate de bienes raíces quien heredó y expandió
una gran marca familiar neoyorquina. El padre de LeFrak llegó a EE UU como
diseñador de Tiffany’s y empezó una compañía en 1905 que (como el padre de
Trump) construyó viviendas de clase media en Queens. La Organización Lefrak
ahora es uno de los mayores arrendadores en el área de los tres estados, con
alrededor de 94,000 unidades en renta. También posee compañías petroleras y
opera como inversionista de capital privado. Favores a Trump: Después del
discurso de investidura de Trump, LeFrak fue a CNBC y trató de calmar al
público, afirmando que su amigo tiene “más buen sentido” del que le acreditan.
“Siempre hay un poco de postura negociadora en muchas de las cosas que él
dice”. Puesto con Trump: Copresidente del comité de infraestructura de Trump. Foto:
PHIL MCCARTEN/REUTERS
ROBERT WOODS “WOODY”
JOHNSON IV ($6,300 MILLONES) Procedencia: New Brunswick, Nueva Jersey, 1947.No egresado de la Universidad de Arizona. Compañía: Johnson Co.
Inc. una compañía de inversión privada. Pero su verdadera fortuna se deriva de
su parte heredada en la multinacional global de productos médicos Johnson &
Johnson, fundada por su bisabuelo Robert Woods Johnson en 1885. Juguete grande:
Los Jets de Nueva York. Ruindad famosa: No es conocido alrededor de Manhattan
por hacer el mal (a menos que seas un fan de los Jets) pero se le considera
demasiado “suave”. Marihuano en el colegio, una vez salió de una fiesta en
Arizona para orinar, cayó de un precipicio y se rompió la espalda. Puesto con
Trump: Embajador ante el Reino Unido, un puesto que otrora ocuparon personas
como Joseph Kennedy y cinco hombres que después fueron presidentes. Su única
conexión conocida con Gran Bretaña es que los Jets una vez jugaron en Londres. Foto:
REUTERS
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Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek