LOS YIHADISTAS disparan su propaganda por
todo internet en busca de los asustados y desposeídos del mundo occidental. En
Twitter y Facebook, desde YouTube hasta Google Play, el grupo miliciano Estado
Islámico (EI) trafica con mentiras, bombardeando a los musulmanes occidentales
que buscan aventura, compatriotas o un canal para su fervor religioso.
El mensaje es escueto, aterrador: Sus
países los odian. Desprecian sus creencias. Buscan destruir su fe y
convertirlos a las suyas. Su seguridad, su obligación con los verdaderos
musulmanes, es unirse al bando del islam, el califato, y tomar las armas contra
los infieles.
Desde los horrores del 11/9, los
presidentes estadounidenses operando bajo los consejos de los expertos en
contraterrorismo de la comunidad de inteligencia han entendido que
contrarrestar esta propaganda está entre las partes más esenciales de la lucha
contra el EI, Al-Qaeda y otros yihadistas extremistas y asesinos. Mediante un
lenguaje seleccionado cuidadosamente y —en su mayoría— una política calculada,
Estados Unidos ha trabajado para exponer las mentiras y convencer a los jóvenes
musulmanes atraídos hacia el odio por la propaganda que son bien recibidos y
apreciados en EE. UU.
Esa era parece haber terminado. El
presidente Donald Trump, en el cargo menos de dos meses, ha acabado con la
estrategia usada por republicanos y demócratas por igual —por ignorancia,
soberbia o ambas—, dando un mensaje desde la Casa Blanca que refuerza la
propaganda de los extremistas yihadistas y aumenta las posibilidades de que más
estadounidenses mueran en ataques.
“Si el Estado Islámico tuviera un
guionista, él no podría haber escrito un mejor guion de lo que está saliendo de
la Casa Blanca”, dijo M. Eshan Ahrari, profesor de seguridad nacional y
estrategia en el Colegio de Personal de Fuerzas Conjuntas del Departamento de
Defensa. “Desde que el presidente Trump asumió el cargo, se ha desvivido por
hacer declaraciones y decisiones que afectan la causa de Estados Unidos”.
Las complejidades de combatir los ataques
yihadistas son vastas. Involucran habilidades militares, culturales,
lingüísticas, de reconocimiento de patrones, medios sociales y
contrapropaganda, y no pueden aprenderse en pocos días o viendo la televisión
por cable. Lo que podría parecer lógico a los no informados horroriza a los
expertos quienes han pasado años, incluso décadas, tratando de entender qué
motiva los movimientos yihadistas y la mejor manera de reducir el peligro de
ataques. Las ideas formadas con base en conjeturas sin educación, en especial
las de personas con poco conocimiento del islam, pueden resultar horriblemente
contraproducentes. Los líderes estadounidenses nunca habrían llevado al país a
la guerra contra los nazis sin un análisis completo de Hitler, su ideología
fascista y su papel en el nacionalismo alemán. Pero en cuestión de semanas,
Trump ha mostrado una disposición a seguir un curso similar: hacer acciones
imprudentes que suenan como el sentido común y llevan a sus partidarios a
vitorearlo, mientras expone a EE. UU. a un mayor peligro de ataques de los que
enfrentó antes de que él entrara a la Oficina Oval.
El problema se origina en la incapacidad
o falta de voluntad de la Casa Blanca en entender dos principios que han
formado el núcleo de la estrategia estadounidense para contrarrestar la amenaza
yihadista. Primero, los musulmanes estadounidenses y los gobiernos en países
con mayoría musulmana son los aliados más importantes en la lucha de EE. UU.
contra los extremistas. Segundo, los enemigos de los enemigos de EE. UU. son
amigos de EE. UU. Esto requiere entender que no todos los musulmanes practican
su fe de la misma manera. Así como católicos y protestantes se asesinaron
mutuamente por disputas doctrinales después de la Reforma hace 500 años (los
eruditos calculan que por lo menos 50 millones de cristianos murieron), las
guerras violentas entre las sectas principales del islam —suníes y chiitas—
continúan al día de hoy. Los ataques a gran escala en EE. UU. y las guerras en
Afganistán e Irak han involucrado a sectas suníes extremistas, incluidos los
más prominentes de los grupos violentos, los cuales tienden a ser practicantes
de una forma especialmente dura del islam suní conocida como wahabismo.
Aún más, los suníes radicales matan a los
no radicales. Entonces, porque los musulmanes son esenciales para combatir a
los yihadistas extremistas, y porque muchos musulmanes suníes están asqueados
de los milicianos violentos, toda administración anterior a la de Trump se ha
cuidado de no alejar a los aliados musulmanes, con base en los análisis de
contraterrorismo de las agencias de inteligencia estadounidenses.
Por ejemplo, durante su tiempo en el
cargo, el presidente George W. Bush se negó categóricamente a decir “terrorismo
islámico radical”, aun cuando en ocasiones mencionaría “islam radical” como una
perversión de la fe musulmana. El presidente Barack Obama tampoco usaría la
frase, y los republicanos lo condenaron sin cesar por agacharse ante la
“corrección política” y restarle importancia a la naturaleza de la amenaza.
¿Por qué ambos hombres evitaron esa
etiqueta? Porque la CIA se los dijo. Las mayores amenazas yihadistas a EE. UU.
—primero Al-Qaeda y luego el EI— han tratado desesperadamente de presentar su
campaña de violencia como una batalla entre el islam y las naciones occidentales
que supuestamente tratan de destruirlo. Expertos en contraterrorismo de
organizaciones como la Rand Corp. han hallado que los musulmanes convencidos de
que el islam está siendo atacado tienen más posibilidades de unirse a la causa
de grupos violentos. Los clérigos musulmanes pueden condenar a los extremistas,
pero cuando no musulmanes lo hacen, apoyan la narrativa del Estado Islámico y
empoderan a la organización. La reacción emocional de los musulmanes, quienes
están divididos con respecto a luchar contra Occidente, sería fuerte, como lo
estarían los evangélicos si asesinos violentos en el Ku Klux Klan fueran
llamados terroristas cristianos radicales (y no te equivoques, el KKK, al igual
que el movimiento Identidad Cristiana, ha admitido que su religión lo inspira a
cometer violencia).
AMIGOS DE VERDAD: Musulmanes indios en la
ciudad india oriental de Bhubaneshwar gritan consignas durante una protesta en
contra del Estado Islámico y los ataques en París el 20 de noviembre de 2015.
FOTO: BISWARANJAN ROUT/AP
En su primer día en el cargo, Trump hizo
de lado 16 años de consejos de los expertos en contraterrorismo de la CIA.
Después de poco más de 1000 palabras en su discurso de investidura, Trump dijo
que el “terrorismo islámico radical” sería erradicado de la Tierra. Los
comentaristas conservadores aplaudieron, aliviados de que nuestro comandante en
jefe ya no dudaba en usar palabras que ellos creían que Obama y otros habían
evitado por corrección política. Pero los expertos se encogieron, viendo la
fraseología como una bravata ignorante que, por unos pocos segundos de alegría
nacionalista, aumentó el nivel de peligro.
Nadie tiene que pasar horas en una
mezquita para entender la importancia de evitar la frase y otras como ella; solo
mira las interacciones recientes entre los líderes de dos de los aliados más
fuertes de EE. UU. El 2 de febrero, Angela Merkel, canciller de Alemania, dio
un traspié al usar la frase “terror islamista” durante una visita de estado a
Turquía, un amigo de EE. UU. que ha permitido a la Fuerza Aérea de EE. UU. usar
una de sus bases como una importante área de preparación para misiones de
bombardeo y vigilancia contra el EI. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan
reaccionó con furia ante el desliz de Merkel. “El término ‘terrorismo
islamista’ nos molesta gravemente a los musulmanes”, dijo él. “El término no
debería usarse… La palabra islam significa paz. Por lo tanto, si usamos una
palabra que significa paz junto con terror, ello molestará a miembros de esa fe…
Entonces, por favor, no usemos ese término. Mientras se lo use, tendremos que
oponernos a ello. Si nos mantenemos callados, significa que lo aceptamos.
Personalmente, como musulmán… nunca puedo aceptar esto”.
Como lo explicaron analistas de
inteligencia a Bush y Obama, las palabras duras que vinculan al islam
extremista con el terrorismo solo deberían provenir de los musulmanes, lo cual
Merkel dejó en claro que lo entendió en un discurso en la Conferencia de
Seguridad de Múnich en febrero. “No es el islam la fuente del terrorismo sino
un islam entendido falsamente”, dijo ella. “Espero que las autoridades
religiosas del islam hallen un lenguaje fuerte con el fin de separar al islam
pacífico del terrorismo cometido en nombre del islam. Nosotros, como no musulmanes,
no podemos hacerlo. Deben hacerlo el clero y las autoridades musulmanas”.
Poco después de que Merkel habló en
Múnich, el vicepresidente estadounidense Mike Pence dio un discurso al mismo
público e ignoró las advertencias de Erdogan, la canciller alemana y la CIA.
Cuatro veces él dijo variaciones de la frase “terrorismo islámico radical” y
retrató a sus practicantes como entablados en una guerra contra la civilización
occidental. El Estado Islámico no pudo haber pedido más. Si tales palabras pueden
enojar a un aliado tan importante como el presidente turco, ¿qué impacto
tendrán en musulmanes comunes que son bombardeados con el mensaje del EI de que
están en una lucha para salvar al islam?
Pero ese lenguaje no es nada en
comparación con una de las chapuzas más grandes en años en lo tocante a socavar
las acciones contraterroristas: la prohibición de Trump a los viajes. El
decreto presidencial prohibía los visitantes de siete países mayoritariamente
musulmanes: Irán, Irak, Siria, Yemen, Libia, Sudán y Somalia. Según el decreto,
la gente de esos países tenía prohibido entrar a EE. UU. por 90 días sin
importar si tenían visas no diplomáticas válidas. Para los refugiados, el
decreto fue peor: ninguno podía ser admitido por 120 días, mientras que los
refugiados sirios fueron prohibidos indefinidamente. Funcionarios
estadounidenses también proclamaron que a los refugiados cristianos debería
dárseles prioridad máxima para su admisión.
Aun cuando cortes federales han bloqueado
el decreto, las imágenes e historias de familias musulmanas separadas de sus
niños mantenidos en detención, de viejas a las que se les impide abordar
aviones, han recorrido el mundo. Desde una perspectiva contraterrorista, que
las historias más horrendas sean ciertas o no (y algunas, como la de una mujer
muriendo en un aeropuerto, son falsas) no importa. El hecho de que cantidades
incontables de estadounidenses acudieran a protestar en los aeropuertos también
es irrelevante. Las historias de maltrato se han difundido por todos los medios
sociales y han sido el foco de comentarios e ira en comunidades musulmanas en
EE. UU. y el extranjero.
Casi de inmediato, los islamistas
llenaron plataformas de medios sociales a favor del EI con declaraciones de que
las predicciones ofrecías por los principales extremistas se hacían realidad.
Algunos citaron las palabras del ex líder de Al-Qaeda en la península arábiga,
Anwar al-Awlaki, quien dijo que “Occidente con el tiempo se volverá en contra
de sus ciudadanos musulmanes”. (Un ataque estadounidense con drones mató a
Al-Awlaki en 2011.) El EI retomó el tema años después en su revista, Dabiq.
“Los musulmanes en los países cruzados se verán impulsados a abandonar sus
hogares… conforme los cruzados aumenten la persecución contra los musulmanes
viviendo en tierras occidentales con el fin de forzarlos a ser una secta
tolerable de apostasía”, decía un artículo.
Aparte de reforzar la propaganda
islamista, la prohibición de Trump a los viajes no les da más seguridad a los
estadounidenses. E indicó que la Casa Blanca está actuando no con un
conocimiento experto sino con meras suposiciones con toda probabilidad
peroradas por un grupo de amigos que se reúnen en un bar.
Al defender la prohibición de Trump,
funcionarios de la Casa Blanca dijeron que milicianos han montado campos de
entrenamiento en los países que identificaron en la prohibición. Cierto pero
también irrelevante. Los musulmanes ansiosos de unirse a la lucha contra
Occidente no van simplemente calle abajo al amigable campo de entrenamiento de
milicianos de su vecindario. Piense en los campamentos como estar en un centro
turístico del Caribe: la gente viaja allí, luego regresa a casa. Los ciudadanos
de esos países tienen menos probabilidades de pasar tiempo en esos campos
porque los hace fácilmente identificables para las autoridades antiextremistas
locales. (El segmento más grande de gente asesinada por ISIS y otros grupos
islamistas es musulmán; están igual de interesados en combatir a los milicianos
que los gobiernos de Occidente.) Los voluntarios quienes asisten a los campos
se dirigen abrumadoramente a la batalla en Oriente Medio, no en EE. UU.
MANOS QUE AYUDAN: Miembros del Ejército
Libre de Siria, apoyado por EE. UU., escoltan a civiles, después de la victoria
del grupo contra el EI en la ciudad siria de Al-Bab el 23 de febrero. Los
rebeldes eran parte de una operación encabezada por turcos contra los
milicianos. FOTO: EMIN SANSAR/ANADOLU/GETTY
En realidad, ningún inmigrante de alguna
de las siete naciones en la lista ha asesinado a un estadounidense en un
ataque. Poco de la amenaza, como la identificó la CIA en fecha tan remota como
la administración de Bush, proviene de yihadistas que viajan a EE. UU.; más
bien, surge de la difusión de su ideología —a menudo conocida como bin
ladenismo— usando propaganda en línea, foros de discusión y medios sociales.
Occidente está combatiendo principalmente una ideología, no una religión o un
grupo de personas de otra parte. La prohibición de Trump a los viajes ha
ayudado a difundir esa ideología. En palabras repetidas por funcionarios
estadounidenses de inteligencia reticentes a hablar oficialmente, Javad Zarif,
ministro del exterior de Irán, uno de los países afectados por el decreto
presidencial de Trump, tuiteó que la prohibición a los viajes “será registrada
en la historia como un gran regalo a los extremistas y sus partidarios”. Irán
es liderado por un gobierno chiita cuyas fuerzas milicianas fueron descritas
por John Kerry, ex secretario de estado, como “útiles” en la lucha de Estados
Unidos y sus aliados árabes contra el EI.
Lo que Trump no parece entender es que la
naturaleza de la amenaza yihadista a EE. UU. ha cambiado notablemente desde el
11/9, y él está entablando la última batalla. Hoy, el principal peligro no
proviene del extranjero sino de aquí en EE. UU. Al contrario de la percepción
del público promovida por políticos alarmistas, mal informados o deshonestos,
el EI como organización está forcejeando después de derrotas significativas en
el campo de batalla. Ha perdido grandes cantidades de territorio; sus filas de
combatientes extranjeros de Estados Unidos —y otras naciones occidentales— han
colapsado, y muchas de sus fuentes de financiamiento se han secado.
Mientras tanto, la radicalización local
está al alza conforme más estadounidenses y residentes legales se creen la
propaganda del bin ladenismo. “Al-Qaeda y [el EI] continúan enfocándose en
comunidades musulmán-estadounidenses en nuestro país para reclutar e inspirar a
individuos a que cometan actos de violencia”, atestiguó George Selim, el
entonces director de la Oficina de Sociedades Comunitarias en el Departamento
de Seguridad Nacional, ante un comité congresista en septiembre pasado. A
principios de febrero, el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de
Representantes, presidido por el republicano Michael McCaul de Texas, publicó
un informe llamado “Panorama de la Amenaza del Terrorismo”. El documento
declara que “ha habido un aumento sin precedentes en la amenaza terrorista
local, principalmente impulsada por el ascenso del Estado Islámico”.
A pesar de las falsas representaciones de
Trump, los procedimientos implementados después del 11/9 han hecho
extremadamente difícil que atacantes yihadistas entren en EE. UU. De hecho,
todos los ataques recientes en EE. UU. fueron cometidos por ciudadanos o
residentes legales. En el último año, según el Comité de Seguridad Nacional, ha
habido 39 causas criminales contra yihadistas locales en 19 estados.
CONTROL REMOTO: Anwar al-Awlaki, clérigo
musulmán nacido en EE. UU. y sospechoso de ser líder de Al-Qaeda, habla en un
mensaje de video publicado en sitios web radicales. Él murió en un ataque
estadounidense con drones en 2011 en Yemen. FOTO: SITE INTELLIGENCE GROUP/AP
Estados Unidos ya ha desarrollado una
serie de estrategias para erradicar las amenazas yihadistas locales; ello es
parte de por qué ha habido docenas de causas criminales y relativamente pocos
ataques. La clave de esta acción son los musulmanes. Ellos son quienes están en
las mezquitas, en la comunidad, escuchando las palabras de los pacíficos —y los
potencialmente violentos— entre ellos. Ellos han sido el activo más grande de
las autoridades para identificar la cantidad pequeña de gente peligrosa
escondida entre ellos. Padres han delatado a los hijos que temían que se
hubieran radicalizado, mientras que estudiantes han reportado a compañeros de
clase quienes parecían presentar un peligro creciente.
“Las familias y comunidades bien informadas son nuestra mejor
defensa contra las ideologías terroristas, lo cual representa la amenaza actual
de la propaganda [del EI]”, atestiguó Selim en septiembre. “Dentro de este
contexto, trabajar con las comunidades para evitar la radicalización a la
violencia se ha vuelto imperativo”.
Este es el mismo mensaje que
prácticamente todo experto ha expresado desde el 11/9. “Estas comunidades
tienen arraigadas las capacidades lingüísticas, la información y la perspicacia
cultural necesaria para ayudar a las autoridades en sus acciones para
identificar comportamientos sospechosos”, escribió en 2004 Deborah Ramirez,
profesora de derecho en la Universidad Northeastern. “En aras de tener acceso a
estas herramientas e información cruciales, las autoridades reconocieron la
necesidad de construir los puentes requeridos para una comunicación efectiva
con estos grupos”. De hecho, un informe de 2014 del Servicio de Investigación
del Congreso halló que la colaboración ciudadana mediante establecer relaciones
entre las autoridades y los musulmanes habían tenido éxito en muchas ciudades,
incluidas Nueva York, Chicago, Boston y San Diego.
Los musulmanes también han sido
importantes en contrarrestar la propaganda en línea de los yihadistas. Cuando
la narrativa extremista apoyada en medios sociales y foros de discusión pasa
indiscutida, los receptores de estos mensajes están confinados a una burbuja
informativa. En 2015, el Departamento de Seguridad Nacional estableció un
programa llamado concursos Peer-to-Peer (P2P), una competencia patrocinada por
el gobierno en la que estudiantes universitarios diseñan campañas en línea para
contrarrestar el extremismo violento en línea. El gobierno luego amplía las
ideas más exitosas para usarlas alrededor del mundo.
AYUDA AUDITIVA: Un iraquí le hace una
pregunta a un intérprete militar de EE. UU. mientras soldados estadounidenses
empiezan a montar una milicia financiada por EE. UU. para defenderse contra
Al-Qaeda en Dulim, un poblado a 20 millas al noreste de Bagdad, en enero de
2008. FOTO: SCOTT PETERSON/GETTY
En 2015, Facebook se unió con el gobierno
para patrocinar estos equipos de estudiantes, permitiendo que el número
aumentara el año pasado a 100 grupos alrededor del mundo. El Departamento de
Seguridad Nacional ha descrito la acción como “esencial” para crear mensajes
positivos para contrarrestar la propaganda islamista violenta. Ahora,
cantidades enormes de esos estudiantes han sido insultados; con gran
probabilidad, muchos tienen familias a las que el decreto de Trump les habría
prohibido venir a EE. UU.
Igual de preocupante: la prohibición a
los viajes también daña las acciones de EE. UU. para combatir a los milicianos
en el extranjero. Incluso con todo el dinero gastado por Estados Unidos en
países extranjeros en acciones de contraterrorismo, la mayoría del trabajo es
realizado por musulmanes locales en sociedad con personal estadounidense
militar y de inteligencia. Por ejemplo, soldados estadounidenses y
especialistas en contraterrorismo trabajan directamente con fuerzas locales en
Irak, Libia, Siria y Yemen. Al permitirles a combatientes y asesores de
inteligencia estadounidenses ayudarlos —así como tener cooperación de gobierno
a gobierno—, los combatientes, políticos e informantes musulmanes quienes se
oponen a los yihadistas radicales ponen sus vidas en mayor riesgo. Al emitir la
prohibición a los viajes, la administración de Trump les ha dado un mensaje:
que EE. UU. cree que todos los musulmanes son iguales.
“El éxito de cada misión [entablada en Oriente Medio por
soldados estadounidenses y personal de inteligencia] requiere de capacidades y
conocimiento locales, y el cimiento de estas acciones es la confianza”, dijo el
Soufan Group, un servicio privado de inteligencia, en un informe publicado
cuando se filtró el rumor de que Trump planeaba la prohibición a los viajes.
“La noticia de que quienes pagan los más grandes costos al apoyar las acciones
contraterroristas de EE. UU. tendrían prohibida sumariamente la entrada a EE.
UU. solo podía tener efectos destructivos”.
El daño provocado por la imprudencia de
las políticas de la administración de Trump tiene un alcance aún más amplio del
que podría aparentar. Por ejemplo, Irán tiene su propia narrativa
propagandística —la cual Trump ahora ha reforzado al incluir al país en la
prohibición de viajes— de que el gobierno estadounidense no diferencia entre
suníes y chiitas. El punto es reforzado por el hecho de que Irak, Siria y Yemen
también tienen grandes poblaciones chiitas.
ASÍ EL AÑO PASADO: El presidente Barack
Obama celebra una mesa redonda con líderes comunitarios
musulmán-estadounidenses en la mezquita de la Sociedad Islámica de Baltimore en
Catonsville, Maryland, en febrero de 2016. FOTO: JONATHAN ERNST/REUTERS
Hasta ahora, los presidentes
estadounidenses han equilibrado cuidadosamente sus intereses: conservar socios
locales en actividades contraterroristas mientras trabajaban en frustrar las
acciones de Irán para aumentar su influencia en la región. Estados Unidos
depende del gobierno predominantemente chiita de Irak como su aliado principal
para combatir al EI. Desde la caída del dictador suní Saddam Hussein en Irak,
Irán ha tratado de obtener una mayor influencia sobre sus correligionarios
mayoritariamente chiitas en ese país vecino. Y las relaciones entre EE. UU. y
sus aliados en el gobierno iraquí ya se han agriado. Con la noticia de la
prohibición a los viajes, los iraquíes pidieron una prohibición recíproca a los
estadounidenses que vayan a su país. Mientras tanto, las Fuerzas de
Movilización Popular de Irak, un grupo de poderosas milicias patrocinadas por
Irán, ha pedido también que todos los estadounidenses sean expulsados del país.
Trump ha reforzado tanto la narrativa suní del Estado Islámico y la narrativa
chiita de Irán, haciendo retroceder las acciones contraterroristas de Estados
Unidos casi una década, según un ex funcionario del gobierno con lazos directos
con la comunidad de inteligencia de EE. UU., quien habló bajo la condición del
anonimato.
El tiempo está corriendo. A cada día, los
enemigos de EE. UU. difunden incontables mensajes, videos y artículos por todo
internet, tratando de persuadir a musulmanes comunes de que sus familias, sus
amigos y su fe están siendo atacados. A causa del fracaso de Trump en actuar
según el consejo de los expertos, esta fantasía de que el islam enfrenta su
propia versión de Pearl Harbor podría inspirar a más musulmanes a unirse a la
lucha de los extremistas contra Occidente.
Trump, como todo presidente, está
obligado a proteger las vidas de todos los estadounidenses. Si él no aprende
que la comunidad de inteligencia y los militares saben más que él sobre cómo
combatir a los milicianos y cómo detener la divulgación de su ideología
malévola, el presidente de Estados Unidos fracasará en su tarea más sagrada y
fundamental: mantener seguros a los estadounidenses.
DENME A SUS FATIGADOS: Najmia Abdishakur,
una ciudadana somalí a quien se le retrasó su entrada a EE. UU. a causa de la
prohibición a los viajes, es recibida por su madre en el Aeropuerto
Internacional de Washington-Dulles el 6 de febrero. FOTO: JONATHAN
ERNST/REUTERS
LOS SIETE DESAFORTUNADOS
Las fuerzas o los gobiernos en todos los
países afectados por la prohibición del presidente Trump a los viajes, la cual
actualmente está suspendida, han cooperado previamente con EE. UU. en
cuestiones de seguridad
IRAK: Desde el comienzo de la Guerra de
Irak en 2003 hasta 2012, EE. UU. gastó 25 000 millones de dólares en
entrenamiento y equipamiento de las fuerzas iraquíes. EE. UU. ha enviado
cientos de asesores militares y miles de soldados para ayudar a combatir al
Estado Islámico.
SIRIA: EE. UU. se opone al régimen del
presidente sirio Bashar al-Assad y da “apoyo directo y no letal a la oposición
siria moderada”, según el Departamento de Estado. Trump ha indicado que podría
acabar ese apoyo.
IRÁN: Como parte del acuerdo nuclear con
Irán en 2015, al cual Trump se ha opuesto, EE. UU. debe proveer asistencia
técnica y financiera a Irán. En enero de 2016, Irán liberó a marinos
estadounidenses que había aprehendido alrededor de 15 horas antes.
LIBIA: Desde 2011, EE. UU. ha dado más de
170 millones de dólares a Libia. EE. UU. también ayuda con las elecciones, el
desarme de milicianos, el crecimiento económico, el entrenamiento en seguridad
fronteriza, la preservación cultural y otras áreas.
YEMEN: EE. UU. y Yemen se han asociado en
acciones contraterroristas por años. En 2012, el secretario de seguridad
nacional de EE. UU. se reunió con el presidente yemení, y en el año fiscal
2016, EE. UU. le dio a Yemen más de 327 millones de dólares en ayuda
humanitaria.
SUDÁN: Sudán trabajó en secreto con la
CIA para monitorear las situaciones en Irak y Somalia, según un reporte de 2007
de Los Angeles Times. Ese año, el Departamento de Estado de EE. UU. llamó a
Sudán “un socio fuerte en la guerra contra el terrorismo”, alejándose de
condenas previas.
SOMALIA: En 2014, funcionarios de EE. UU.
revelaron que fuerzas estadounidenses habían operado en Somalia desde alrededor
de 2007, dando ayuda contra el grupo miliciano Al-Shabaab. Las fuerzas de EE.
UU. también ayudaron a la Misión de la Unión Africana en Somalia para
contrarrestar a Al-Shabaab y otros grupos armados.
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Publicado en cooperación con Newsweek /
Published in cooperation with Newsweek