DURANTE DOS DÍAS y dos noches de
diciembre, los israelíes y sus amigos estadounidenses de Washington, D.C. se
reunieron entre villancicos y árboles de Navidad en un hotel de lujo próximo a
la Casa Blanca. Se suponía que sería el bar mitzvah político de Haim Saban, la
máxima celebración de sus poderes presidenciales. En 2016, el multimillonario surgió
como el donante israelí más influyente de Hillary Clinton, y la mayor parte del
mundo político israelí-estadounidense acudió a su 13º Foro Saban anual:
prominentes grupos de expertos políticos, generales jubilados cubiertos de
medallas y diplomáticos que habían pasado las de Caín con el intratable proceso
de paz. Miembros de la Knéset de derecha e izquierda volaron desde Tel Aviv,
junto con el ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, un político de
línea dura a veces descrito como posible rival del primer ministro Benjamin
“Bibi” Netanyahu, quien asistió vía satélite.
Pero en vez de brindar por el candidato
de Saban o tomarse fotos con el presidente electo, los asistentes se dedicaron
a conjeturar sobre lo que Donald Trump —quien no fue invitado— pretendía hacer
en Tierra Santa.
El magnate inmobiliario de Queens, Nueva
York, será investido presidente en un momento crucial para Israel, cuando la
idea respaldada por Estados Unidos, de una solución de dos Estados —es decir,
dividir el territorio entre israelíes y palestinos— está más cerca que nunca de
mandarse a Gehenna, palabra bíblica que significa infierno. En palabras de
Lieberman: “¡No hay paz! ¡No hay proceso alguno!”.
Nadie en aquel salón fingió saber lo que
está por venir, pero una inquietud los acosaba a todos: ¿Será Trump negativo
para Israel? ¿O, como esperan algunos israelíes, será el Santa Claus del país?
SANTA CLAUS ESTADOUNIDENSE: Pese a que
desembolsó enormes cantidades de dinero para la defensa, el presidente Barack
Obama ha tenido una relación gélida con el primer ministro israelí, Benjamin
Netanyahu. FOTO: JASON REED/REUTERS
UN PEDAZO DE CARBÓN ENORME
Lo primero que hay que entender sobre el
lío en que está metiéndose Trump es que Israel ya tenía un Santa Claus: el
presidente Barack Obama. Sin embargo, Jerusalén no lo recibió con leche y
galletitas. Aunque entregó cantidades considerables de dinero estadounidense
para la defensa, Obama y Netanyahu han tenido una relación célebremente
glacial.
Sus problemas empezaron en junio de 2009,
apenas cinco meses de asumir la presidencia, cuando Obama pronunció un discurso
histórico ante el mundo árabe en El Cairo, convirtiéndose en uno de los pocos
presidentes estadounidenses que, públicamente, dijo a Israel que dejara de
construir asentamientos en lo que Estados Unidos —y la mayor parte del mundo—
considera territorio palestino. Netanyahu respondió con un pedazo de carbón
enorme: dio luz verde a nuevos asentamientos. Y para enfatizar la decisión, el
Ministerio del Interior israelí anunció simultáneamente 1600 unidades de
vivienda nuevas en el territorio ocupado para que coincidieran con una visita
del vicepresidente Joe Biden.
La postura oficial de la administración
Obama era la de apoyar la solución de “dos Estados”, pero aquel proceso se
paralizó rápidamente. Y un esfuerzo posterior, encabezado por el secretario de
Estado John Kerry, también fracasó. Las encuestas demuestran que tanto
israelíes como palestinos apoyan una solución de dos estados; si bien los
israelíes de línea dura preferirían que no hubiera una nación palestina en
absoluto, si se les presiona, aceptarían un Estado en que los palestinos queden
apelotonados en Gaza. Otros sueñan con que los palestinos sean asimilados por
alguno de los países árabes.
La postura antiasentamientos de Obama no
era muy diferente de la adoptada por las administraciones anteriores, pero su
oposición vocal y temprana le valió la enemistad perdurable de los israelíes de
línea dura. Esa desconfianza se agravó cuando las dos partes se enfrentaron en
el tema del acuerdo nuclear de Irán, un tratado multilateral que frenó, mas no
puso fin a las ambiciones nucleares de Irán. En 2014, Netanyahu —invitado por
los republicanos— pronunció un discurso sin precedentes y muy criticado ante la
Cámara de Representantes de Estados Unidos tratando de persuadir a los
legisladores de que no aprobaran el tratado. El israelí fracasó, pero su medida
demostró cuánto despreciaba a Obama.
El sentimiento parecía mutuo; sobre todo
cuando los israelíes, de manera prematura y sin aviso previo, desataron su
Stuxnet —un arma cibernética súper secreta desarrollada en conjunto con la
Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA)— contra Irán, en 2010,
según informantes de la NSA, como relata el documental “Zero Days” de Alex
Gibney. No obstante, Obama ha prodigado grandes cantidades de dinero para la
defensa de Israel. En septiembre, el mandatario firmó un enorme acuerdo de 10
años y 38 mil millones de dólares para llenar las arcas de defensa israelíes
hasta 2028. El paquete significa que Estados Unidos entregarán 3.8 mil millones
de dólares anuales. El propio Netanyahu tuvo que reconocer la generosidad de
Estados Unidos. “Esto no significa que no tengamos desacuerdos de vez en
cuando”, dijo en un comunicado, “pero esos desacuerdos son cosas de familia”.
Una familia que, al parecer, solo finge
llevarse bien durante las festividades.
GIRO A LA DERECHA: Donald Trump,
izquierda, ha designado asesores israelíes que son más favorables a los
asentamientos que el propio Netanyahu, derecha. FOTO: KOBI GIDEON/GOVERNMENT
PRESS OFFICE/REUTERS
EL ACUERDO IMPOSIBLE
Es difícil imaginar qué más podrían
pretender los israelíes de Estados Unidos. Pero muchos en Israel, y algunos judíos
estadounidenses, creen que Obama ha sido nefasto para ese país. Olvídate del
grifo para la defensa y de las colaboraciones productivas en asuntos como armas
cibernéticas. La línea dura de Israel quiere que Estados Unidos apoye la
legalización de asentamientos, mismos que la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) ha considerado ilegales, oficialmente, desde 1971.
Parece que los asesores de Trump en
Israel están de acuerdo. Durante la campaña de 2016, el multimillonario
neoyorquino —como la mayoría de los candidatos republicanos— prometió a menudo
que rompería el acuerdo de Irán y trasladaría la embajada estadounidense a la
Jerusalén dividida (los demócratas han hecho promesas similares en años
anteriores). En marzo, durante la convención anual del Comité de Asuntos
Públicos Estadounidense Israelí, el poderoso lobby pro-israelí conocido como
AIPAC, por sus siglas en inglés, Trump acusó a la ONU de tratar de “imponer” un
acuerdo a los israelíes y los palestinos.
Mas eso no significa que Trump no tenga interés
en un acuerdo. Antes y después de las elecciones, de cuando en cuando habló de
forjar el esquivo tratado de paz palestino-israelí. “Mucha gente me dice, gente
realmente grande me dice, que es imposible, que no puede hacerse”, comentó ante
reporteros y editores de The New York Times. “No estoy de acuerdo. Creo que es
posible hacer la paz”.
Cómo lo logrará es tan incierto como su
sentir personal hacia Israel y los judíos en general. Trump es famoso por sus
comentarios rayanos en el antisemitismo; por ejemplo, sobre la inteligencia de
sus abogados. Su conocimiento del judaísmo parece limitarse a que su hija
Ivanka se convirtió para casarse con Jared Kushner (otro vástago de los bienes
raíces del área de Nueva York, y uno de los principales asesores de Trump) y a
que sus tres nietos son judíos. Es bien sabido que menciona este punto cuando
la gente protesta por sus partidarios neonazis.
La campaña Trump también se condujo de
manera esquizofrénica en el asunto de los judíos. El consejero Stephen Bannon
probablemente es el último judío que acompaña al presidente electo casi todos
los días. Y, además, es quien transformó Breitbart News en un refugio tanto
para escritores extremistas pro-Israel como para antisemitas. La campaña Trump
hizo lo mismo, con sus “asesores” israelíes cuyas posturas pro-asentamiento los
situaron a la derecha de la mayoría de los israelíes, aunque seguían
coqueteando con Pepe el Sapo [Liga Antidifamación cuyos símbolos abarcan desde
la suástica nazi hasta la cruz ardiente del Ku Klux Klan, representada por el
meme de un sapo] y haciéndose los ignorantes de los memes antisemitas que
compartían Trump y su equipo.
Pero no todos ignoran estas
contradicciones. Los judíos estadounidenses han votado por los demócratas
históricamente, y Trump obtuvo menos de 25 por ciento del voto judío. Susie
Gelman, presidenta de Israel Policy Forum, influyente grupo liberal
pro-israelí, está particularmente preocupada. “Si hemos de guiarnos por el
nombramiento de Stephen Bannon como principal estratega político —un individuo
que dirigió una publicación extremista que ha promovido expresiones de odio
hacia toda suerte de grupos minoritarios—, los judíos estadounidenses tienen
mucho de qué preocuparse, más allá de tratar de adivinar la postura del
presidente electo Trump hacia Israel”.
Los asesores de Trump en Israel ocupan
posiciones a la extrema derecha de Netanyahu, de línea dura. Uno de ellos es
David Friedman, abogado judío ortodoxo especializado en bancarrotas y nominado
de Trump como embajador en Israel. Friedman es miembro de la junta directiva de
un asentamiento ilegal israelí llamado Beit El, uno de 230 que ocupan la Ribera
Occidental y que el Departamento de Estado considera un obstáculo para la paz
(la fundación de la familia de Kushner ha donado fondos al asentamiento). Jason
Dov Greenblatt, el otro consejero israelí del presidente electo, es un abogado
de la Organización Trump que escribió un libro de viajes sobre Israel. Ninguno
de estos personajes tiene experiencia en política exterior.
Justo antes de las elecciones, tanto
Friedman como Greenblatt publicaron un memorando que describía las posturas del
Donald. Afirmaron que una administración Trump no apoyaría, automáticamente, la
creación de un Estado palestino —algo que se contrapone a décadas de políticas
estadounidenses— y declararon antisemítico el Fondo de Naciones Unidas para la
Infancia (Unicef).
Después de las elecciones, Friedman
aseguró a los israelíes que Trump mejoraría la relación entre los dos países.
“El nivel de amistad entre Estados Unidos e Israel crecerá como nunca”, dijo a
The Jerusalem Post. “Y será mejor que nunca, incluso como fuera bajo las
administraciones republicanas del pasado”.
Durante su intervención de diciembre en
el Foro de Saban, Friedman fue más allá, y sorprendió a los judíos
estadounidenses liberales diciendo que la administración de Trump excluiría a J
Street, el grupo izquierdista pro-Israel ubicado en Washington DC, el cual ha
tenido gran influencia en los últimos años. En entrevistas previas, Friedman
calificó a la organización de “mucho peor que kapos”, término fuertemente
ofensivo que designa a los judíos que colaboraron con los nazis durante la
Segunda Guerra Mundial.
Kushner, el yerno de Trump, de 35 años,
es uno de sus principales asesores; es más desconfiado que Friedman, pero
igualmente inexperto en diplomacia. El presidente electo ha sugerido que podría
designarlo como enviado de paz en Medio Oriente. Lieberman, el ministro de
Defensa israelí, calificó al debilucho Kushner como “un tipo inteligente y
duro”, calificativos que suelen reservarse al presidente ruso Vladimir Putin.
En privado, los principales analistas y asesores de política pro-israelí de
Washington y Nueva York ponen los ojos en blanco cuando alguien menciona el
nombre de Kushner; y no solo porque la fundación de sus padres ha donado dinero
al asentamiento de Beit El. Kushner “es una absoluta nulidad”, afirma un
experto en política israelí. “Trump dice: ‘Pues bien, tengo un yerno judío’.
Pero jamás lo he percibido como una presencia en aspecto alguno de este
asunto”.
Rex Tillerson, presidente ejecutivo de
Exxon Mobil y candidato de Trump a secretario de Estado, tiene estrechos nexos
con Putin y los países petroleros del Golfo Pérsico, pero ninguna experiencia
con Israel. Y no queda claro si este empresario delegará el negocio de la paz
en el Medio Oriente a las manos habituales, los cerebros en política exterior
de Washington y Nueva York cuyas ideas —según reconocen todos— no han
funcionado hasta ahora.
SUFRIMIENTO EN COMPAÑÍA: Algunos
analistas dicen que la solución de dos Estados ha muerto, lo cual podría ser un
momento grave y decisivo para israelíes, izquierda, y palestinos, derecha. FOTO:
MUSTAFA HASSONA/ANADOLU/GETTY
MEDIO JUDÍA, MEDIO PALESTINA
Al día siguiente de las elecciones, Trump
llamó a Netanyahu y tuvieron una “cálida conversación” en la que el presidente
electo invitó al líder israelí a la Casa Blanca tan pronto como su agenda lo
permitiera. Una semana después, Ron Dermer, el embajador israelí en Estados
Unidos, visitó a Trump en su casa de Manhattan. Al salir, aseguró a los
reporteros que Israel esperaba colaborar con la nueva administración,
“incluyendo a Steve Bannon”, agregó, de manera deliberada.
En apariencia, todo marcha bien. Pero
entre bambalinas, la elección de Trump plantea algunos problemas
contradictorios para Israel. Durante los últimos ocho años, Netanyahu se ha
valido de la desaprobación de Obama para evitar que su flanco derecho exija
medidas extremas. Entre ellos: anexar partes de la Ribera Occidental, donde 650
000 israelíes viven en un mosaico de asentamientos legales e ilegales cuya
construcción cuesta unos 30 mil millones de dólares, y muchos de los cuales
están interconectados por carreteras exclusivas para colonos. El partido de extrema
derecha —Jewish Home— hace que Netanyahu luzca positivamente liberal: aunque la
cifra de colonos creció en unos 50 000 bajo el primer ministro, los derechistas
aspiran a introducir otros 350 000 en el territorio ocupado. Eso elevaría el
total de israelíes de la Ribera Occidental a un millón, de manera que una
retirada semejante a la de Gaza sería agónica, casi imposible de imaginar.
En diciembre, en una demostración de
entusiasmo trumpiano, tal vez prematura, la Knéset israelí consideró un
proyecto de ley para legalizar muchos de los asentamientos de manera
retroactiva. Aún debe superar varios obstáculos antes de convertirse en ley,
pero la medida fue una clara señal de la manera como Trump ha envalentonado a
la derecha del país, según las encuestas de oposición israelíes. Yoav Kisch,
miembro del partido Likud en la Knéset, quien votó a favor del proyecto de ley,
opina que Trump “puede cambiarlo todo” con una actitud diferente hacia los
asentamientos. “Creemos que los asentamientos no son un obstáculo para la paz”,
agregó. “Oímos que Trump dijo lo mismo”.
Pero si acaso la nueva administración
presidencial cumple ese sueño, Netanyahu enfrentará un dilema importante,
señala el miembro de la Knéset y líder de la oposición, Yitzhak Herzog. Como
muchos de la izquierda, Herzog es partidario de la solución de dos estados, y
abandonar esa idea es abandonar la pretensión de Israel de ser un Estado judío
y la única democracia de Medio Oriente. Si Israel absorbe, oficialmente, la
Ribera Occidental con sus palestinos, esto podría conducir a un apartheid o a
un Estado binacional, en el cual los palestinos se convertirían en mayoría.
Herzog comenta: “Le he dicho a Bibi, ‘Ya
no tendrás más excusas. ¿Dices que tenemos un presidente que nos dará todo lo
que quieres? Pues bien, este también es el momento de la verdad para Israel.
¿Tenemos una solución de dos Estados, o somos una nación mitad palestina y
mitad judía?. Estamos ante una decisión histórica real. Este es problema
tremendo’”.
Herzog vislumbra una oportunidad en el
caos de la transición de Trump, si es que el presidente electo abandona sus
tendencias aislacionistas y la estrategia de Obama de “liderar desde atrás”.
Incluso cree que Trump, trabajando con Rusia y el llamado minicuarteto de
naciones árabes sunitas —Egipto, Arabia Saudita, Jordania y los Emiratos Árabes
Unidos— podría reactivar el moribundo proceso de paz.
“Liderar desde atrás es una buena
política, pero algunos temas requieren de percepción”, explica Herzog. “Yo
diría que, si Trump puede llegar a un acuerdo con Putin, hacer que [el
presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud] Abbas se sentara a la mesa y
pusieran en marcha el proceso de paz. Pero eso es más complicado en una época
en la que Estados Unidos no quiere verse implicado”.
Las consecuencias de hacer nada son
funestas, prosigue Herzog: “O tenemos una solución de dos Estados o, no sé, una
Tercera Guerra Mundial”.
PAREJA DISPAREJA: Jared Kushner,
izquierda y Stephen Bannon, asesores de Trump. Aunque Kushner, magnate de
bienes raíces, es judío, Bannon administró un sitio Web que algunos consideran
antisemita. FOTO: JABIN BOTSFORD/THE WASHINGTON POST/GETTY
EL ARTE DEL ROBO
Para hace que cualquier palestino se
siente a la mesa, Trump tendrá que hablar con ellos, y hasta ahora, su equipo
de transición no ha contactado a Ramala, sede de la Autoridad Palestina. El rey
Abdullah II de Jordania, un actor regional en el proceso de paz, ha hablado
tanto con Trump como con el vicepresidente electo Mike Pence.
Trump llega a la Casa Blanca en otro momento
terrible para los palestinos, quienes siguen divididos. Están fracturados
políticamente, y carecen de un líder fuerte y unificador capaz de entablar
negociaciones significativas. A fines de noviembre, Abbas, de 81 años, fue
reelegido como líder de la Autoridad Palestina, pero las divisiones entre su
partido, Fatah, y Hamas (que controla Gaza y es considerada una organización
terrorista por Estados Unidos e Israel) suelen derivar en violencia. Además, el
poder de Abbas en la Ribera Occidental se ha erosionado al extremo de que tal
vez no pueda actuar como negociador.
Los palestinos no tienen un mega donador
político en Estados Unidos como Saban, aunque cuentan con representantes en
Washington, D.C. Yousef Munayyer, escritor y director ejecutivo de Campaign for
Palestininan Rights, una coalición pro-palestina con sede en Washington, señala
que los palestinos han abandonado la esperanza de que algún gobierno
estadounidense apoye su causa.
Sin embargo, Munayyer apunta que la
administración de Trump parece especialmente hostil a los palestinos por tres
razones. Su postura de “primero Estados Unidos” presagia la indisposición a
involucrarse en cualquier conflicto indefinido en el extranjero; y, por otra
parte, la familia de Kushner apoya los asentamientos ilegales, en tanto que
Trump ha llenado su gabinete con “islamófobos” reconocidos.
“Al conjuntar todo esto, parece que
Donald Trump permitirá que la derecha radical israelí —que tiene controlado el
poder en Israel— haga, básicamente, lo que quiera con los palestinos”, dice
Munayyer. “Netanyahu es el Donald Trump de Israel y lo ha sido durante años. Se
ha mantenido exitosamente en su cargo político ejerciendo el miedo: miedo a los
árabes, miedo a Irán, miedo a Obama, miedo a la paz. Cree en la construcción de
muros, en vez de puentes. Infunde miedo a los forasteros y a las minorías, y ha
recurrido eslóganes y citas mediáticas mucho antes que Trump usara los 140
caracteres de Twitter”.
Munayyer añade que cuando Netanyahu aboga
por “dos Estados para dos pueblos”, como hizo en el programa “60 Minutes” el 11
de diciembre, usa un código que solo aparenta ser una solución de dos Estados.
Ese concepto de “dos Estados” permite (al menos en los sueños de algunos
israelíes de línea dura) que los cantones palestinos no contiguos y Jordania
asimilen a millones de palestinos, dejando libre la Ribera Occidental para
Israel, una medida que seguramente enardecería a los palestinos. Munayyer
señala que la plataforma del Likud declara que sus miembros “rechazan
rotundamente” un Estado palestino al oeste del río Jordán.
La ex portavoz de la Organización para la
Liberación de Palestina, Diana Buttu, abogada del Instituto para el
Entendimiento del Medio Oriente, organización pro-palestina con sede en
Washington, comparte el mismo pesimismo. “Predigo que el nuevo gobierno de
Trump no hará algo para frenar a Israel y, simplemente, ignorará este asunto”,
dice. “Para los observadores de Israel, quienes creen en la negación perpetua
de la libertad y en el robo de territorios, esta política funciona a su favor.
Pero para los que buscan la libertad, la paz y un Medio Oriente estable, esta
política prolongará el sufrimiento, la negación de la libertad y convertirá
este lugar en un barril de pólvora aún más explosivo”.
TRUMP BUENO, TRUMP MALO: Ron Dermer,
embajador israelí en Estados Unidos, dice que su país está deseoso de colaborar
con la administración Trump, incluido Bannon. Pero algunos temen que el
presidente electo esté allanando el camino a la extrema derecha de aquel país. FOTO:
MIKE SEGAR/REUTERS
LA VERDAD SOBRE IRÁN
El reto de Trump para elaborar un acuerdo
de paz entre israelíes y palestinos va más allá de la Ribera Occidental, y se
complica por las rivalidades regionales que aumentan la volatilidad de Medio
Oriente. Entre los temas más espinosos se cuenta la oposición de Israel al
tratado nuclear de Irán, un acuerdo multilateral que suscribió Estados Unidos.
Israel es la única potencia nuclear de
Medio Oriente, y no quiere que las cosas cambien. El 8 de diciembre, National
Security Archive, un organismo no gubernamental sin fines de lucro, publicó
documentos recién descubiertos que sugieren que, ya en 1979, Estados Unidos
creía que Israel estaba haciendo pruebas con armas nucleares. No es la primera
vez que alguien publica información sobre el programa oficial de armas nucleares
de aquel país. Las armas nucleares de Israel son un elemento tácito de
cualquier negociación sobre seguridad israelí, la paz de Medio Oriente e Irán.
La retórica de la campaña Trump de
“romper el tratado de Irán” alentó a Netanyahu y a otros miembros de línea dura
que opinan que el acuerdo es negativo para Israel. Pero, en entrevistas con
Newsweek, diplomáticos israelíes y estadounidenses, y administradores en
política exterior, reconocieron que Israel no desea “romper” el acuerdo. Por
supuesto, en su entrevista con “60 Minutes”, Netanyahu dijo que tenía al menos
cinco ideas sobre la manera como Trump podía desmantelar el acuerdo. Aunque no
ha entrado en detalles, desde que el Congreso de Estados Unidos aprobó el
acuerdo de Irán, hace meses, expertos dicen que la dirigencia israelí ha
decidido, sigilosamente, que lo mejor es dejarlo como está, al menos por ahora,
ya que un acuerdo “malo” es mejor que nada.
Aaron David Miller, vicepresidente de
nuevas iniciativas en el Centro Wilson, quien ha asesorado a las
administraciones republicana y demócrata a lo largo de los años, predice que es
improbable que Trump derogue o renegocie el acuerdo. Claro está, a menos que
quiera una “espiral mortal” de medidas de represalia; por ejemplo, que Estados
Unidos emita sanciones y los iraníes reanuden el enriquecimiento de uranio para
vengarse. Miller dice que, en los próximos cuatro años, la única opción real de
Trump es ordenar una “revisión” como táctica dilatoria, y tal vez apoyar los
esfuerzos del Congreso para imponer sanciones adicionales.
Entre tanto, los iraníes no están
esperando a ver si Trump pone en práctica su retórica. Al parecer recibieron la
elección de Trump con otro ciberataque contra la compañía de energía Saudi
Aramco (usando tecnología parecida al gusano cibernético Stuxnet, diseñado con
ayuda estadounidense, y el cual implementó Israel en 2010). Vali Nasr, decano
de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados en Johns Hopkins, y asesor
de Obama y Clinton en Medio Oriente, dice que Teherán está preocupada por Trump
por las mismas razones que inquietan a otros líderes mundiales: es errático y
nadie sabe en qué cree, excepto en sí mismo. Los nominados al gabinete de Trump
para los cargos de asesor en seguridad nacional, secretario de Defensa y jefe
del Departamento de Seguridad Nacional —el teniente general jubilado Mike
Flynn, el general jubilado James Mattis, y el general jubilado John Kelly— son
feroces opositores de Irán.
El gobierno teocrático de Teherán suele
ser inestable, pero el poder regional de Irán ha crecido en el caos desatado en
los 13 años transcurridos desde la invasión estadounidense de Irak. Las
tensiones entre Irán y las naciones árabes sunitas (incluida Arabia Saudita)
están estallando en guerras por poderes. Y Teherán fue un actor importante en
la guerra civil siria, donde su aliado, el presidente sirio Bashar al-Assad,
hace poco retomó la ciudad de Alepo de una manera brutal. A medida que los
dictadores seglares morían o huían, y surgía el grupo militante islámico EI,
algunos de los estados árabes sunitas e Israel han llegado a un arreglo a
puertas cerradas. Nasr dice que los asesores militares y de seguridad nacional
de Trump hablan de soluciones para un Medio Oriente que ya no existe
(“bombardear al Estado Islámico hasta hacerlo polvo” y “romper” el acuerdo de
Irán, por ejemplo). Solo espera que los trumpianos lleguen aceptar la nueva
realidad, aunque no lo harán inmediatamente.
“Habrá un período de políticas caóticas antes que el equipo
comience a lidiar con el Medio Oriente de 2017”, vaticina. “No es posible
retroceder el reloj, convenientemente, hasta 2003, aunque eso es lo que quieren
estas personas”.
¿LA SIGUIENTE INTIFADA? Palestinos
arrojan piedras cerca del asentamiento Beit El. Muchos temen que el fin de la
solución de dos Estados pueda derivar en más violencia. FOTO: MOHAMAD
TOROKMAN/REUTERS
“HEMOS PERDIDO”
El embajador retirado Charles Freeman
recuerda el Medio Oriente del pasado. Sirvió en Arabia Saudita y fue testigo de
años de guerra y negociaciones infructuosas. Crítico de los asentamientos
israelíes, renunció a una nominación como director de inteligencia nacional, en
2009, tras la fuerte oposición de los grupos de presión pro-Israel.
La política israelí que ha declarado
Trump es un “reconocimiento del fracaso de Estados Unidos en la región”, acusa
Freeman. “La solución de dos Estados ha muerto” asegura. “Ha sido un proceso de
paz solo para los palestinos, y fue un mito. Estados Unidos ha demostrado,
definitivamente, que no podemos actuar como intermediarios en esa área porque
estamos 100 por ciento a favor de Israel. Es como permitir que un alcohólico
haga toda suerte de cosas que son malas para sí. Ahora tenemos al señor Trump y
‘el arte de la negociación’. No soy su admirador, pero lo compadezco mucho por
el lío en que se ha metido. Estados Unidos tiene que pagar un precio por
brindar ayuda, para fomentar y financiar políticas israelíes. Muchas veces nos
encontramos entre un puñado de países, aislados, y si vas a ‘volver a ser
grande’, es difícil ver de qué te servirá eso”.
En el último día del Foro Saban, John
Kerry subió al escenario, con su habitual aspecto tenso y fatigado. Jeffrey
Goldberg, editor de The Atlantic y experto en Israel, se sentó frente a él,
como si estuvieran conversando en junto a una chimenea. Goldberg señaló que,
desde hace décadas, Israel ha ignorado las objeciones del gobierno
estadounidense a la expansión de los asentamientos. Kerry lo contradijo.
“Creo que te equivocas; creo que tenemos
influencia”, repuso.
“Nunca los escuchan”, insistió Goldberg.
“No, es verdad”, reconoció el secretario
de Estado.
Mientras hablaban, fue evidente para
algunos en la sala que estaban presenciando un momento serio y decisivo en la
historia de Medio Oriente. “Fue un panegírico”, dijo Jeremy Ben Ami, fundador
de J Street. “Como si dijera, con enorme tristeza y pesar, ‘Hemos perdido’”.
Pero en el Mundo Trump de suma cero, la
pérdida de un hombre es la ganancia de otro. Saban, un hombre que hizo miles de
millones de dólares importando a los Power Rangers de Mighty Morphin de Japón a
Hollywood, y creó una compañía de entretenimiento para niños, resumió el estado
de ánimo de los asistentes israelíes a su congreso. “Si perteneces a la
derecha, todo es hermoso: Trump nos dará una luz verde para hacer lo que sea”,
dijo. “Si eres de izquierda, estás en un estado de pánico total y tienes una
necesidad profunda de un montón de Xanax”.
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Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek