Como británica marroquí, me
mortificó saber que el canal 2M de la televisión estatal marroquí transmitió un
tutorial de maquillaje para mostrarles a las mujeres cómo esconder los
moretones provocados por la violencia doméstica.
Como si la lógica no fuera tan
retorcida que es imposible desenredarla, el hecho de que fuera transmitido dos
días antes del Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra las
Mujeres es una bofetada proverbial en el rostro después de las palizas físicas
que soportan muchas mujeres.
En un día en que el mundo
supuestamente apoyaría el fin de la violencia contra las mujeres, 2M pensó
apropiado hacerla aceptable y explicarles a las mujeres que, por desafortunado
que sea un ojo morado, todavía es posible seguir con su día con la base
adecuada.
Vi el tutorial accidentado
repetidas veces y, conforme se hizo tendencia en los medios sociales, estaba
dividida entre el escándalo y la vergüenza. Conforme los escombros de la
misoginia marroquí se arrojaban a través del ciberespacio, me pregunté: ¿lucho
contra la normalización de la violencia y el acoso sexual o defiendo un país al
que amo? ¿La aceptación incrustada de la violencia contra las mujeres niega las
reformas progresistas regionalmente —como las reformas de 2004 a la ley
familiar marroquí, las cuales hicieron a hombres y mujeres socios iguales en la
familia— que Marruecos ha hecho en los derechos de las mujeres? ¿Cuándos e cerrará
la brecha entre la reforma legal y los valores culturales prevalecientes?
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El tutorial suscitó un debate
sobre exactamente estas preguntas. El canal se disculpó dos veces, y desde
entonces se ha lanzado una petición pidiendo a las autoridades que sancionen a
2M, la cual ha recabado más de 3,500 firmas. Tal vez sea incómodo para algunos
que el debate se dé ante la vista desnuda de internet, exponiendo los puntos
ciegos de la reforma a los derechos de las mujeres en un país que a menudo es
elogiado como un modelo de progreso. Pero en mi experiencia de Marruecos, las
mujeres, y los problemas que ellas quieren discutir, son empujados de manera
persistente hacia ese mismísimo punto ciego. Este retroceso se da de muchas
formas, algunas de las cuales son tan sutiles que permiten una negación
plausible.
Un ejemplo de este retroceso
sutil se puede ver en el anuncio del borrador de una nueva ley contra el acoso
sexual en el Día Internacional de la Mujer en marzo. La Red Marroquí por la
Defensa de los Derechos de los Hombres consideró apropiado anunciar en abril
que los hombres también sufren de acoso sexual. Al considerar que la ley está
diseñada para castigar todo acoso sexual sin importar el género del
perpetrador, su argumento parecía ser redundante, y una no puede evitar
preguntarse si el anuncio fue un intento siniestro de confundir o apropiarse
del debate. Nadie niega que los hombres también sufran de acoso sexual y
violencia, pero reto a cualquiera a que demuestre que está en la misma escala
epidémica que el de las mujeres.
Mujeres de varias regiones de
Marruecos sostienen pancartas mientras protestan por la violencia contra las
mujeres, en Rabat el 24 de noviembre de 2013. A pesar de las reformas
progresistas, la violencia contra las mujeres ha sido normalizada en Marruecos. Foto: Youssef Boudlal/ Reuters
Pasé ocho meses viviendo y
trabajando en Marruecos de noviembre de 2015 a julio. Irónicamente, estuve allí
investigando los crímenes de un asesino serial en la antigua medina de
Marrakech para mi novela histórica de crímenes: el asesino mató a 36 mujeres.
También trabajé en un proyecto diseñado para empoderar a las mujeres para que
desarrollen narrativas alternativas al extremismo violento. Mientras trabajaba
para hacer precisamente eso, me hallé empujada hacia el punto ciego una y otra
vez. El viejo mantra de que necesitamos darles una voz a las mujeres se
proclamaba por todas partes como un meme gastado. Mis intentos por explicar que
no necesito que me den una voz a
menudo eran interrumpidos por hombres quienes, mirando hacia arriba, me llamaban
feminista de la misma manera que otros hombres me lanzaban términos con una
carga sexual cuando caminaba a casa.
Aprendí rápidamente que llamar
feminista a una mujer quien se atrevía a hablar del acoso sexual que ella misma
experimentaba producía el mismo efecto que llamar prostituta a una mujer cuando
ella rechazaba avances sexuales. Te silencia. Te hallas de vuelta en el punto
ciego, sin palabras y parpadeando por el pasmo.
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La violencia contra las
mujeres, física o verbal, sin duda ha sido normalizada en la sociedad marroquí.
Toda mujer puede recitar recuentos interminables de acoso sexual en la calle y de
callarse en el lugar de trabajo. Toda mujer puede detallar la experiencia
devastadora de tratar de plantear el problema solo para que le ofrezcan
justificaciones histéricas en que se culpa a la víctima. Toda mujer que ha
recalcado la experiencia de género en espacios públicos se ha enfrentado a la
acusación de darle un mal nombre a Marruecos. Toda mujer en Marruecos se ha
visto a sí misma en el punto ciego, preguntándose cuándo el problema será visto
por lo que es y lo que no es: no es un problema de derechos de las mujeres, más
bien el problema es que los hombres no tienen el derecho de infligir acoso y
violencia contra las mujeres.
Tal vez 2M debería construir un
sistema más riguroso en sus reuniones editoriales para que los tutoriales
diseñados para enseñarles a las mujeres cómo cubrir las cicatrices de la
violencia doméstica nunca lleguen al rotafolio. Pero primero, la sociedad
marroquí debe aceptar que el acoso sexual y la violencia contra las mujeres han
sido normalizados y que, a menos que volvamos a concientizarnos colectivamente
sobre el problema y vivamos la realidad de las mujeres, estamos condenados a
permanecer en el punto ciego, negándonos a mirar el peligro de la violencia.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek