MUCHOS DE LOS VARONES que vieron el video de Donald Trump jactándose de tomar a las mujeres de los genitales se desmarcaron rápidamente de su vulgar acto de presunción. Algunos alardeaban en las redes sociales que nunca tratarían así a las mujeres ni hablarían de ellas en esa forma. El mensaje implícito era: yo soy mejor que él.
La ironía es que esos espectadores satisfechos de sí mismos mostraban también cierta arrogancia. Lo mismo ocurrió con algunos de los expertos televisivos que condenaban a Trump con todas sus fuerzas mientras repetían el video una y otra vez. Todos mostraban una característica fundamental de la masculinidad: la necesidad de dominar a otros, señala C. J. Pascoe, sociólogo de la Universidad de Oregon, dedicado al estudio de la masculinidad.
El objeto de esa dominación pueden ser las mujeres, los empleados, los supervisores, otros hombres u otros países. El video de Trump no solo mostró su falta de respeto por las mujeres, sino que también puso de manifiesto cómo dominó a Billy Bush, el hombre con el que hablaba. Trump fue más agresivo, más indignante, más arrogante. Bush se limitó a balbucear “carajo, tu chica está buenísima”. Había sido dominado por Trump. Este impulso de dominación es lo que hace que un varón sea un “hombre”, dice Pascoe.
Pascoe habla exclusivamente de los varones estadounidenses. Otras sociedades tienen concepciones distintas de la masculinidad. “Miremos las democracias socialistas del norte de Europa”, dice Pascoe. Es una masculinidad más suave y resulta evidente en esas sociedades. “Tienen prestaciones de baja temporal por maternidad para ambos padres, además de que hombres y mujeres desempeñan funciones de liderazgo”, y la dominación sobre las mujeres u otros países “no forma parte de su identidad nacional” en la forma en que lo hace en Estados Unidos.
La política estadounidense proporciona un escenario casi perfecto para los choques de masculinidad. La elección presidencial de 2004 fue un buen ejemplo. En ella se enfrentó el demócrata John Kerry, una formidable figura política, contra George W. Bush. Kerry fue presentado por la campaña de Bush como elitista, incluso excéntrico. El demócrata hablaba francés. Era rico. Y le encantaba el windsurfing, por lo que la campaña rival usó escenas de él practicando ese deporte como una excelente manera de ilustrar su acusación de que sus posturas políticas cambiaban igual que el viento. Se suponía que Bush era el peso ligero de Texas cuya carrera política debía mucho a los amigos de su padre, el expresidente George H. W. Bush. Sin embargo, Bush demostró ser el más “masculino” de los dos candidatos. “Era un hombre de verdad. Era de Texas. Sabía disparar; era un hombre admirado por otros hombres, un tipo admirado por otros tipos”, afirma Pascoe.
De acuerdo con cualquier otro cálculo, ambas imágenes podrían ser intercambiadas. Consideremos sus registros militares. Kerry combatió en Vietnam, donde fue un héroe y volvió a casa con una Estrella de Plata, una Estrella de Bronce y tres Corazones Púrpura. Bush trabajó en la Guardia Nacional y nunca entró en combate. De haberse presentado adecuadamente, este solo hecho pudo haber bastado para que Kerry luciera prominentemente masculino. Sin embargo, el cerebral senador nunca pudo competir contra el Hombre Marlboro.
Las amenazas a la masculinidad de los varones estadounidenses también pueden distorsionar su visión de los demás. Christin Munsch, de la Universidad de Connecticut, aplicó una prueba ficticia a varios estudiantes universitarios de sexo masculino, diciéndoles que la prueba medía su masculinidad. Le dijo a la mitad de ellos que encajaba cómodamente en el intervalo masculino. A la otra mitad le dijo que sus puntuaciones los colocaban en el lado femenino del espectro, lo cual fue una clara amenaza a su masculinidad.
Posteriormente, se les mostraron a los estudiantes varias situaciones breves, entre ellas, una en la que un hombre y una mujer van a cenar y regresan al apartamento de ella, donde el hombre hace caso omiso de las protestas de la chica y la ataca sexualmente. Los hombres a quienes se les había dicho que estaban en el lado femenino del espectro “exoneraron al perpetrador y culparon a la víctima”, señala Munsch. “Dijeron: ‘No nos gusta esa mujer’”. Ellos simpatizaron con el hombre. Evidentemente, la amenaza a su masculinidad los instó a contraatacar, solidarizándose con el perpetrador (masculino) contra el objetivo (femenino) de dicho acoso.
Los varones cuya masculinidad no había sido amenazada fueron generosos. Se mostraron comprensivos hacia la mujer y menos inclinados a defender al varón debido a que no tenían prácticamente nada que demostrar. Su masculinidad había sido “certificada” por la prueba ficticia de Munsch. En otras investigaciones se ha mostrado que los varones cuya masculinidad está amenazada son, por ejemplo, más proclives a enviar chistes subidos de tono a las mujeres.
Este desagradable golpeteo podría ser menos penoso de no ser por el efecto que tiene en tantas mujeres. En días recientes, 11 mujeres han acusado públicamente a Trump de ejercer una mala conducta sexual. Supuestamente, estos incidentes ocurrieron hace años o incluso décadas, lo cual ha hecho que los aliados de Trump y otras personas cuestionen su credibilidad. Trump ha negado las acusaciones de acoso sexual y afirma ser víctima de una conspiración orquestada por la campaña de Hillary Clinton y los medios de comunicación. Sin embargo, su negación no elimina lo que hemos visto en el video en cuestión.
Los investigadores afirman, quizás un poco como un buen deseo, que las normas y expectativas cambian con el paso del tiempo. El desplante que Trump caracterizó como charla de vestidor “parece algo sacado de una época distinta, en la que no estamos muy orgullosos”, afirma Christopher Uggen, sociólogo de la Universidad de Minnesota. Este investigador no afirma que el problema haya sido resuelto.
Sin duda, algunos de los partidarios de Trump piensan que avanzamos en la dirección equivocada. “Muchos varones de raza blanca se sintieron agraviados”, afirma Pascoe. “Los avances logrados por las mujeres y las minorías frecuentemente son considerados por estos hombres como pérdidas”. La caída de las antiguas normas les ha arrebatado la oportunidad de utilizar a las mujeres como accesorios en sus choques de masculinidad contra otros varones. Algunos se sentirán profundamente agraviados si Trump es derrotado, especialmente, quizá porque su oponente es una mujer.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek