ERA UNA TARDE BRUMOSA en Moscú cuando conocí a “Rafiq” en las oficinas abarrotadas de un centro de asistencia para refugiados. Oriundo de Siria, Rafiq huyó de su patria para escapar de la guerra civil y se mudó a Moscú con su esposa, nacida en Rusia. Hoy es cauteloso cuando habla del apoyo del Kremlin al presidente sirio Bashar al-Assad, tan cauteloso que no quiere que use su nombre verdadero.
“Los medios estatales les dicen a los rusos que sus militares solo están matando a combatientes del Estado Islámico en Siria”.
“¿Usted cree que esto sea verdad?”, pregunto.
Rafiq hace una mueca y gestos para que apague mi grabadora. Es una reacción entendible. No solo le tiene miedo a los oficiales de inteligencia sirios; también le preocupan las autoridades rusas, pues estas son cada vez más intolerantes con la disensión. “Si Rusia realmente estuviera destruyendo solo al Estado Islámico, eso sería grandioso —dice—. Pero este no es el caso, desgraciadamente. También mata muchos civiles y rebeldes moderados. Mi gente sufre todos los días por las bombas rusas”.
Rafiq y yo hablamos menos de una semana después de que el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con oficinas en Gran Bretaña, dijo que ataques aéreos rusos habían matado a casi 4000 civiles, incluidos más de 900 niños, desde que el presidente Vladimir Putin ordenó que sus militares entraran en Siria, hace más de un año. La triste noticia llegó mientras aviones de guerra sirios y rusos golpearon áreas controladas por los rebeldes en Alepo, otrora centro comercial de Siria, con bombas de napalm, fósforo y antibúnkeres, a pesar de la presencia de alrededor de 300 000 civiles. Los críticos compararon el asalto devastador con el arrasamiento ruso de Grozni, Chechenia, durante la década de 1990, no mucho después de que Putin subiera al poder.
Pero la mayoría de los rusos presta poca atención a Siria. “¿Alepo?”, dice Svetlana, una abogada moscovita, cuando le pregunto qué siente la gente sobre la guerra allí (no quiso que usara su nombre completo): “Nunca he oído de ello”.
Los usuarios rusos de medios sociales, quienes tuvieron un papel importante en contrarrestar la propaganda del Kremlin durante la revolución ucraniana, en gran medida también han guardado silencio sobre Alepo. “A la gente le importa un comino Siria”, dijo Irina Khakamada, una política liberal y excandidata presidencial, en una entrevista reciente con Radio Liberty. “Crimea, Donetsk y todo lo que sucede en Ucrania es importante para ellos”.
Incluso el vociferante movimiento ruso de oposición a Putin todavía no ha condenado el asalto contra la ciudad siria. Aun cuando alrededor de 30 000 personas se reunieron para marchar en contra de la guerra de Putin en Ucrania en 2014, nadie ha siquiera intentado montar una protesta similar por el apoyo del Kremlin a Assad. “Es más ventajoso para nosotros enfocarnos en la política local y el estado deplorable de la economía”, dice Ilya Yashin, una de las principales figuras de la oposición.
Los críticos del Kremlin gastaron mucha más energía este mes defendiendo el derecho del bloguero Anton Nosik a pedir el genocidio de los sirios que en criticar el bombardeo ruso de Alepo. Nosik, un ciudadano rusoisraelí, fue hallado culpable de extremismo por una corte moscovita el 3 de octubre y multado con 500 000 rublos (8000 dólares) por su entrada de blog titulada “Borren a Siria de la faz de la tierra”. Aun cuando figuras de la oposición rusa, incluido Alexei Navalny, condenaron las declaraciones de Nosik, ellos insistieron en que él tenía el derecho de expresar sus opiniones sin miedo a acusaciones criminales.
“Para los rusos, Ucrania es un lugar donde todos tenemos parientes cercanos y amigos. Pero para la mayoría de la gente, Siria está muy lejos y es abstracta”, dice Svetlana Gannushkina, activista de derechos humanos y exaspirante al Premio Nobel de la Paz de este año. “Desgraciadamente, la población de Siria es vista por la mayoría de la gente en Rusia como una masa amorfa”.
Las encuestas de opinión indican que una mayoría de los rusos apoya la campaña militar de su país. Pero ese apoyo, a decir de algunos analistas, es indiferente y depende en gran medida de que las víctimas rusas permanezcan bajas. La mayoría de la gente aquí tiene recuerdos persistentes de la costosa guerra de nueve años de la Unión Soviética en Afganistán, la cual cobró las vidas de unos 15 000 soldados del Ejército Rojo. “La gente recuerda Afganistán”, dice Denis Volkov, un sociólogo de la compañía encuestadora Centro Levada, con oficinas en Moscú. “Y no quieren una repetición de esto”.
Para contrarrestar esos miedos, el Kremlin ha producido una sofisticada campaña propagandística que enfatiza la naturaleza aérea del involucramiento ruso. Y aun cuando canales mediáticos occidentales frecuentemente resaltan los horrores de la guerra siria y sus alianzas complicadas y cambiantes, la televisión estatal rusa ha descrito la campaña como parte de una batalla directa entre Assad, líder “legítimo” de Siria, y “terroristas internacionales” como el grupo miliciano Estado Islámico (ISIS). Rusia también dice que ningún civil ha muerto como resultado de sus ataques aéreos, mientras que funcionarios del gobierno se niegan a aceptar la existencia de lo que países occidentales llaman una oposición “moderada”.
“La guerra es ampliamente vista como una causa buena y necesaria”, dice Alexander Shumilin, analista de Medio Oriente domiciliado en Moscú. “Y las víctimas solo son vistas como un desafortunado daño colateral”.
Hasta que la maquinaria propagandística del Kremlin se aceleró a toda marcha el otoño pasado, el 69 por ciento de los rusos se oponía al involucramiento militar en Siria, según una encuesta del Centro Levada. Pero pocas semanas después, luego de reportes casi diarios sobre la amenaza que representa el Estado Islámico, el 72 por ciento de los rusos estaba a favor de la guerra. Algunos analistas sugieren que la apatía y el apoyo condicionado podrían venirle bien al Kremlin, al menos por ahora. “Para las autoridades no es tanto el apoyo de la población lo que es importante, sino la ausencia de cualquier descontento por la guerra”, expresa Volkov.
La reacción de los musulmanes rusos también ha sido silenciada. Aun cuando muftíes apoyados por el Kremlin han apoyado la guerra de Putin en Siria, nadie sabe realmente lo que los 20 millones de musulmanes del país —alrededor de 14 por ciento de la población— piensan del conflicto. Al contrario de Assad, quien proviene de la minoritaria secta alauita, los musulmanes rusos en su gran mayoría pertenecen a la dominante rama suní del islam, al igual que los rebeldes, quienes batallan por el control de las ciudades sirias.
Pero no ha habido protesta alguna por el bombardeo de Alepo en el Cáucaso Septentrional principalmente musulmán. “La gente tiene miedo de protestar por esto, porque cualquier declaración sobre Siria, incluidas las hechas en línea, fácilmente pueden llevar a acusaciones de extremismo”, dice Gregory Shvedov, editor en jefe de Caucasian Knot, un servicio independiente de noticias en línea.
Las cosas podrían cambiar, en especial si aumentan las tensiones entre Estados Unidos y Rusia. Un artículo en el sitio web Zvezda, el canal de televisión del Ministerio de defensa ruso, ha alegado que “esquizofrénicos de Estados Unidos están afilando misiles nucleares para Moscú”.
En cuanto a Rafiq, el refugiado sirio, está dividido entre el cariño por la patria de su esposa y el disgusto por la brutalidad del Kremlin en Siria. “Amo a Rusia, y amo a su gente —concluye—. “Solo desearía que dejara de bombardear a mi país”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek