A principios de la década de 1990 la internet comenzó a transformar nuestras vidas. La tecnología, disruptiva por su misma naturaleza, daba inicio a una nueva era de comunicación. Sin embargo, el primer capítulo de esta revolución, conocido como la Web1, fue relativamente estático y limitado. Las páginas eran simples, mayormente formadas por textos e imágenes, y los usuarios solo consumían contenido, sin poder interactuar activamente con la plataforma. No existían motores de búsqueda tan sofisticados como los actuales y la mayoría de los usuarios se conformaban con navegar por catálogos digitales estáticos.
Más de una década después, en 2004, la Web2 emergió como una verdadera revolución gracias a la visión de Tim O’Reilly y Dale Dougherty, quienes popularizaron el concepto durante la conferencia Web 2.0. Ambos vieron el potencial de la internet para evolucionar de un espacio pasivo a uno donde los usuarios pudieran participar activamente.
Así, las redes sociales, los blogs y las plataformas colaborativas cambiaron el panorama al transformar la web en un ecosistema dinámico impulsado por la participación de la comunidad. De esta forma se inició un proceso de democratización digital que dio lugar a una nueva forma de interacción a través de plataformas centralizadas.
LA WEB3 PROPONE MAYOR TRANSPARENCIA Y SEGURIDAD
Hoy en día, y desde 2014 aproximadamente, la Web3 ha comenzado a tomar forma, y esta vez el enfoque ha sido completamente diferente. Gavin Wood, cofundador de Ethereum, popularizó el término y dio vida a una plataforma de código abierto que permitió el desarrollo de aplicaciones descentralizadas (dApps) basadas en blockchain, finanzas descentralizadas (DeFi) y tokens no fungibles (NFT).
A diferencia de la centralización de la Web2, que concentra millones de datos de los usuarios y terminan siendo las propietarias de esa información y en la que gigantes de las redes sociales controlan la infraestructura digital, la Web3 apunta a devolver el control y la propiedad de los datos a los usuarios. Los individuos pueden gestionar y monetizar su propia información, lo que garantiza mayor transparencia y seguridad.
Uno de los atractivos más importantes de la Web3, según el mismo Gavin Wood, es su posible potencial para crear una economía digital más inclusiva. A través de las aplicaciones DeFi, las personas sin acceso a bancos tradicionales pueden participar en la economía global realizando actividades como préstamos, intercambios de criptomonedas y otros servicios financieros, todo sin la necesidad de intermediarios.
Este modelo podría permitir a los usuarios participar activamente en la creación y el crecimiento de nuevos proyectos digitales, a menudo mediante mecanismos de gobernanza descentralizada, como las organizaciones autónomas descentralizadas (DAO), donde las decisiones se toman de manera colectiva por la comunidad.
Otro aspecto que promueve la Web3 es la transparencia. En teoría, las grandes corporaciones ya no podrían engañar a los usuarios ni explotar indebidamente sus datos.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Claro que no podemos ignorar los desafíos que conllevaría. La descentralización, aunque poderosa, también introduce nuevas vulnerabilidades. En la Web2, las plataformas centralizadas cuentan con equipos dedicados a la seguridad de los datos. Sin embargo, en la Web3 la seguridad dependerá principalmente de la comunidad y de los propios usuarios, quienes deben estar conscientes de los riesgos y tomar medidas proactivas para proteger sus activos y datos.
Si bien la Web3 representa la promesa de un ecosistema más inclusivo, transparente y justo, su adopción masiva solo será posible si se abordan de manera efectiva los desafíos de gestión de identidad, pues la descentralización no debe implicar un vacío de responsabilidad.
Por el contrario, debe ser un sistema donde las decisiones se tomen de manera democrática y con un firme compromiso hacia la protección de los derechos de los usuarios. N
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Manuel Moreno es director de Seguridad de la Información en IQSEC. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.