¿Pensará el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que como el CID Campeador ganará elecciones después de muerto? Todo parece que el famoso “Alito” pretende actualizar la leyenda con la que el monasterio de San Pedro de Cardeña consiguió fondos para sus intereses. “Alito” se atavió con su chamarra roja, color partidario que demeritó con su discurso posmoderno, configuró con inteligencia artificial su discurso corporal y su nostalgia férrea del arenga del PRI del siglo XX, antes de Bartlett; con “incienso y mirra” salió ante sus delegados, les propuso ser él, él, él y él, la salvación de las guerras electorales; con enjundiosa voz prometió derrotar a los adversarios políticos “del futuro y más allá”. Culpó al pasado, lección bien aprendida de la pedagogía de “la mañanera”, los llamó asesinos, antidemócratas, en fin, basureó hasta su saciedad al priismo de antaño, siguió el guion del salón “Tesorería”. Quizá “don Alito” no sepa que el Cid campeador es un mito genial de la literatura no historia. Ofreció una utopía efímera: que el guiñapo que hizo de su partido, después de muerto, vencerá elecciones.
El PRI es un partido de historia fascinante, un partido de masas único, al menos en Latinoamérica. Comités en cada una de las secciones electorales como célula básica de su organización, desatendidas por optar por ser maquinaria electoral, con el asesoramiento de extranjeros. Fundado y refundado el Partido Nacional Revolucionario, Partido de la Revolución Mexicana y Partido Revolucionario Institucional. Adecuado al desarrollo de los consecuentes de la revolución el PRI vivió y padeció ideologías, pragmatismos, ocurrencias, de izquierda a centroderecha, según las interpretaciones políticas que le entallaban. El debate de asamblea seguramente no consideró las orientaciones de Jesús Reyes Heroles de 1977, les dijo que el modelo político estaba agotado, que era imperioso un cambio que debería perfeccionar, actualizar, adecuar las instituciones nacionales. El PRI contribuyó a la modificación del régimen de elecciones.
El PRI apostó por los cambios y dialogó con los actores políticos para dar paso a procedimientos electorales que dieron fruto en una reforma del sistema electoral mexicano. Se consensó en etapas, el diálogo fue la base de los entendimientos, ello posibilitó, como ocurre en todo debate civilizado, normas que dieron base a una transición democrática procedimental, mereció el reconocimiento de la comunidad democrática internacional. Dejaron una agenda pendiente, la transición democrática de calidad, tema que hoy debería ocuparnos a todas y todos. Pero estamos en una discusión baladí que nos distrae de los verdaderos problemas nacionales.
Quizá por ello no valoran cómo se procesó la decadencia y pérdida de poder, elección tras elección el PRI experimentó derrotas que aún no han razonado coherentemente. Por si fuera poco, la corrupción que se comentaba en los corrillos llegó a marquesinas críticas e instituciones fiscales y judiciales. Los fustigadores se han centrado en el tema de las “tribus” asignadas a Morena, empero, las divisiones y el fuego amigo en el PRI hicieron su campo de batalla en las alamedas de sus documentos básicos, problemas internos no atendidos con diálogo, sino con el viejo método de “somos institucionales”, lo tomaron como metáfora y aminoraron esa institucionalidad, pero, sobre todo, la capacidad para competir electoralmente. La razón institucional fue llevar en su bandera social el único patrimonio del pueblo de México: sus instituciones.
El liderazgo que requiere el siglo XXI debe adecuarse a las circunstancias de la comunicación y la información, a las tecnologías de la velocidad de la luz, la transmisión indiscriminada de imágenes, a la narrativa que sea atendible por los públicos de ahora, esta asignatura ha quedado pendiente. Por ello su discurso sigue siendo en un “arameo antiguo” que las masas no interpretan.
La receta dicta una medicina que se llama ética; una ética política pública con contenidos atractivos para nuestra sociedad. El debate político deberá tensar la ética para impedirle que termine en moralinas, la ética demanda pluralidad, consenso de valores compartidos, un diálogo que construya una narrativa nacional que no utilice la violencia como método de sometimiento de minorías, racionalizar los conflictos, cuya vida es perene, requiere acuerdos que muestren el ejercicio de la política para ahuyentar sus perjuicios.
Es fundamental que el PRI construya la argumentación que le permita defender su condición de entidad de interés público como ruta de empoderamiento de su maquinaria electoral, órganos colegiados que hagan una construcción colectiva de la forma de manejar racionalmente el poder. La recuperación de la ética no es en directo, la virtud no se da en invernadero, es preciso formación, reflexión, filosofía, actitud y comportamientos a las competencias actuales con procedimientos, base de la convivencia: la ley. Comprometerse por vía de virtudes, pues la ética es cartografía que legitima el poder; las y los priistas deberán asemejarse con el reconocimiento de una misma racionalidad política, jurídica, ética de sus acciones.
COMUNICADO En el marco del próximo 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer,...
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