Yo crecí en la ciudad fronteriza de Tijuana, donde desde que recuerdo, se celebra Halloween y el Día de Muertos con la misma intensidad. Debe ser por eso que, para mí, la sátira política y el cine de terror hacen buena pareja. No cabe duda que uno de los más grandes villanos de la literatura es el Conde Drácula, de Bram Stoker. Y aunque ha sido interpretado en el cine por muchos actores, ninguno es tan memorable como el húngaro Bela Lugosi. Por otro lado, los gobiernos autoritarios y los golpes de estado se sucedieron en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX. De estos, uno de los regímenes más violentos fue el de Chile (1973-1990), tras el golpe militar y la muerte de su presidente Salvador Allende. Y de todos sus dictadores, nadie es tan infame como el déspota Augusto Pinochet Ugarte.
Por esto, hace unas semanas fue una grata sorpresa ver la película ‘El Conde’ (2023), en Netflix. Una negrísima sátira política del director chileno Pablo Larraín, en la que retrata a Augusto Pinochet como un vampiro de la vieja escuela. Desde el prólogo, una voz en off nos cuenta su origen y arranca con la imagen de un decrepito y cínico Pinochet, en plena crisis existencial. Harto de vivir, y de que se le recuerde como ladrón, pero orgulloso de sus crímenes de lesa humanidad. Junto a su dominante esposa, y su infiel mayordomo, esperando a sus hijos -unos buenos para nada-, y a una joven contadora con la misión de auditar sus finanzas, su alma, y destruirle.
Ahí, el antiguo chupasangre se consuela justificando sus crímenes -todos tienen la culpa menos él-. Su esposa lo valida describiendo al pueblo como unos malagradecidos. Y su hijo, igual como lo haría el de un presidente de México, minimiza la corrupción diciendo: “Mire, yo varios años antes le había comprado al ejército una empresa metalúrgica. Bien barata. Baratísima. Porque estaba en la quiebra. Y un par de años después, yo le vendí esa empresa al mismo ejército, pero ahora en millones de dólares. Eso da como… ¿Cuánto dijera? Mil por ciento de ganancia. No sé el número exacto porque nunca fui bueno para las matemáticas.” Y, después de dar detalles del “modus operandi” remata: “Suena mucho, pero en perspectiva, es un negocio insignificante. Compárelo con un Fulgencio Batista, o con un Ferdinand Marcos. ¿Ah? Al lado de esos tipos nuestra fortuna es ridícula. Esos sí que eran corruptos. Y asesinos también.” Lo que bien se puede resumir en un “pero el PRI robó más”.
La oscura comedia cuenta con una excelente fotografía en blanco y negro, en especial las escenas del vampiro volando sobre la ciudad o cuando la novicia rebelde aprende a hacerlo. El guion, cuenta con giros congruentes con la biografía del malnacido y de quien narra su historia. Al final, la película nos deja material para una buena charla de sobremesa, y la idea de que el fascismo, como el vampiro, no muere, se renueva. Por una broma macabra del destino, o por aquello de la sincronicidad, en realidad Augusto Pinochet murió un 10 de diciembre, fecha en la que se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos.
Con este cambio de clima -días cortos y noches largas-, y ya entrando en temas oscuros, en Netflix también encontré ‘Historia de lo oculto’ (2020), ópera prima del director argentino Cristian Ponce. La monocromática película de bajo presupuesto es una joya, un diamante en bruto, que se va puliendo lentamente gracias a la tensión sostenida, y a actuaciones convincentes. Ambientada en los años 80, narra la historia de la última transmisión en vivo de “60 minutos antes de la media noche.” Un programa de periodismo de investigación, de un estudio de televisión en la ciudad de Buenos Aires.
El conductor del programa, ha citado a un senador, a un sociólogo experto en cultos, y a un empresario, para hacer pública una investigación sobre un grupo de políticos que intentan perpetuarse en el poder mediante el uso de las artes oscuras. Lo que no es un misterio son las referencias, lo guiños a las películas que inspiraron a su director. Un poster en la pared de ‘Todos los hombres del presidente’ (1976), o que un personaje tenga el mismo nombre del brujo de ‘La semilla del diablo’ (1968). Y también las clásicas teorías de conspiración de que las élites maniobran desde las sombras controlando todo, incluso al presidente, y su aquelarre de gabinete.
Cuando la realidad es dura, el cine no solo es escape, sino también memoria y reflexión. Los dos directores de las películas que mencioné, nacieron bajo gobiernos totalitarios. Yo por eso me pregunto, qué pensará hoy Luis Estrada, creador de ‘El Infierno’ (2010), y cómo será su próxima película. Ya veremos. Sí, estoy seguro que la veremos. N