DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS
Son días de fiesta nacional y el presidente López Obrador, con un dislate verbal, pone de moda en los medios el Himno Nacional Mexicano. En consecuencia, he decidido contarles esta historia que, además de ser interesante, tiene algo de gracia.
Lo primero será exponer un mito. Se dice que nuestro Himno está calificado como el segundo más bello del mundo después de La Marsellesa. Eso no es cierto porque no se ha hecho ningún concurso de himnos en ningún lado.
En el año 2017, la revista The Economist hizo una encuesta para saber cuál era el himno más conmovedor. El resultado se publicó y se listaron 14 himnos nacionales, y en la lista no figuró el Himno Nacional Mexicano. Por su parte, La Marsellesa está ubicada en el décimo lugar, y el primer lugar lo ocupa el himno de Sudáfrica.
México surgió como nación independiente el 28 de septiembre de 1821, fecha en la que el presidente de la Junta General, Agustín de Iturbide, y el virrey de la Nueva España, Juan O’Donojú, firmaron el Acta de la Independencia.
El símbolo patrio por excelencia fue la bandera, y no se concedió una gran importancia al hecho de que una melodía representara a la nación mexicana. El primer himno del que se tiene registro fue compuesto por José Torrescano, en 1821. México estaba en un régimen monárquico, y el himno en cuestión, en lugar de ensalzar al país y los valores independentistas, ensalzaba la figura de Agustín de Iturbide. Además, ni la música ni los versos eran gratos al auditorio.
CLARO QUE HUBO UN SEGUNDO HIMNO NACIONAL MEXICANO Y MUCHOS MÁS
Luego, ante la falta de éxito del primer himno, José María Garmendía compuso otro, que al igual que el primero, se ocupaba más de Iturbide que de México. Claro que cuando Iturbide se fue al exilio los himnos se fueron con él.
Luego de estos dos hubo una serie de himnos más. Casi todos alababan al gobernante en turno, y con la frecuencia que cambiábamos de gobernante cambiaba el himno.
De 1829 a 1833 tuvimos ocho presidentes de la república. El periodo presidencial en aquel entonces era de cuatro años, y en cinco años nosotros juntamos ocho presidentes. Menos de un año en promedio por periodo. Las cosas estaban mal y, para acabarla de amolar, se presentaron dos conflictos bélicos con Estados Unidos en los que perdimos más de la mitad del territorio.
El actor principal en estos dos conflictos fue Antonio de Padúa María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón. Era un actor político que, al igual que “ya sabes quien”, decía amar a México por sobre todas las cosas y nomás vino a partirnos la madera de los bosques.
Entre 1846 y 1848 se suscitó un conflicto por el limite fronterizo entre Estados Unidos y México debido al cual se desató la guerra. Los estadounidenses encontraron una fiera resistencia de los mexicanos, pero ahí un actor sinvergüenza y traidor nos vino a partir el alma. Este fue López de Santa Anna, que se encontraba exiliado en Cuba por ceder Texas a los gringos para salvar su pellejo.
EL MÚSICO AUSTRIACO HENRY HERTZ TAMBIÉN FRACASÓ
Cuando estalló la guerra entre México y Estados Unidos, se le abrió una ventana de oportunidad. López mandó emisarios a México para que convencieran al presidente de que él era el único que podía ganar esa guerra. Al mismo tiempo y en secreto mandó un emisario al presidente de Estados Unidos, James K. Polk, diciéndole que si lo ayudaba a regresar él lo apoyaría para que ganara esa guerra.
La fortuna obró a favor de López de Santa Anna y en contra de México. Los mexicanos lo llamaron para hacerse cargo de la campaña y el presidente Polk le brindó apoyo. Así, Santa Anna comenzó a retirar a los ejércitos mexicanos favoreciendo el avance de los gringos, y los gringos comenzaron a ganar batallas sin disparar un solo tiro. Hasta que ganaron la guerra y nos quitaron el territorio.
El periódico New York Herald, enterado del oprobioso arreglo entre Polk y López de Santa Anna, publica la historia y asegura que el acuerdo entre estos dos personajes consistía en que el mexicano se batiría en retirada y, una vez ganada la guerra, Estados Unidos lo apoyaría para quedarse diez años en el poder. La responsabilidad de López de Santa Anna en nuestra derrota se hizo evidente y el pérfido personaje, exhibido como traidor, se fue a Estados Unidos.
En 1849, un músico austriaco de nombre Henry Hertz vino a México a dar una serie de conciertos y, en uno de tantos, ofreció ponerle música a un poema que fuera elegido como letra del Himno Nacional Mexicano. En menos de lo que canta un gallo se organizó el concurso.
UN GRINGO ESCRIBIÓ UN HIMNO NACIONAL MEXICANO
Para evitar chanchuyos, una condición fue que los concursantes se registraran con un seudónimo. Los sobres se abrieron, se revisaron, y el certamen produjo dos poemas vencedores. El entuerto tenía remedio y se organizó una junta para llegar a una solución inapelable.
Lista la elección se conminó al autor a que se manifestara y ¡oh, sorpresa!, el vencedor del concurso fue Andrew Davis Bradburn, un pin…toresco gringo. De modo que un congénere de los que nos acababan de robar la mitad del territorio sería el autor de nuestra arenga patriótica. ¡Por supuesto que no! Al conocerse la identidad del autor, la junta cambió su resolución y el ganador fue Félix María Escalante.
Pero este himno musicalizado tampoco le gustó al público y en poco tiempo pasó al olvido. Luego vinieron el cubano Juan Miguel Lozada, el francés Nicolás Bochsa, el italiano Antonio Barilli, el húngaro Max Maretzek, otro italiano, Ignacio Pellegrini, y así los mexicanos escucharon himno tras himno que nomás no gustaban.
La situación política entre tanto era un desgarriate y alguien tuvo la feliz idea, seguramente cuchileado por López de Santa Anna, de convencer al partido conservador de que el único que podía poner orden en el desorden era… ¿Quién creen? Pues ni más ni menos que Santa Anna. Lo increíble es que los del partido conservador compraran la idea. Así fue como López de Santa Anna regresó a la presidencia en 1853.
El pueblo estaba desmoralizado de manera que elevar la moral de la población en general era imperioso y un himno nacional que gustara al público podía ayudar al efecto. De modo que en 1853 se publicó la convocatoria a un concurso para elegir el Himno Nacional Mexicano. El concurso tuvo dos etapas. En la primera se eligieron los versos y en la segunda, la música.
FRANCISCO GONZÁLEZ BOCANEGRA Y JAIME NUNÓ ENTRAN EN ACCIÓN
Los triunfadores fueron el poeta Francisco González Bocanegra, de San Luis Potosí, y el músico español Jaime Nunó. Así, el 15 de septiembre de 1854 se estrenó en el teatro Santa Anna el Himno Nacional Mexicano en las voces de la soprano Claudina Fiorentini y el tenor Lorenzo Salvi. Esta vez el éxito fue rotundo y la música y letra de nuestro himno vinieron a ser un bálsamo para el pueblo que había sido víctima de tantos infortunios.
En 1855, la presidencia de Antonio López se llenó de dislates, por lo que fue obligado a dimitir. La danza nacional de cambios presidenciales siguió y, como el himno de Bocanegra alababa al “hijo inmortal de Zempoala”, o sea a Santa Anna, y todo lo que oliera a él estaba proscrito, el Himno Nacional Mexicano se arrumbó en el cuarto de los triques.
Los liberales hicieron su himno, pero no pegó, y no fue sino hasta 1864, cuando Maximiliano se convirtió en emperador de México y Juárez comenzó su presidencia itinerante, que este último se percató de que la estrofa del himno de Santa Anna, que dice: “…Guerra, guerra sin tregua al que intente / profanar con su planta tu suelo…”, le venía como anillo al dedo, pues México estaba invadido por las tropas francesas.
Benito Juárez sacó del cuarto de triques el himno, y cuando lo leyó vio que aún quedaba el asunto de las estrofas laudatorias al traidor Santa Anna, pero eso tenía remedio. Las estrofas que mencionaban a Santa Anna e Iturbide se eliminaron y asunto arreglado. El himno se cantó hasta que los gringos, una vez acabada su guerra de secesión, vinieron a ayudarle a Juárez a acabar con Maximiliano. Luego vino otro breve periodo de inconsistencia política hasta que llegó Porfirio Díaz.
JAIME NUNÓ REGRESÓ A MÉXICO
Díaz había combatido al lado de Juárez contra los franceses. El himno de Bocanegra y Nunó se entonó en sus combates y le gustaba. De modo que durante los 30 años de su dictadura se cantó ese Himno Nacional Mexicano.
González Bocanegra murió en 1861 proscrito por los liberales y no vio el éxito del himno que escribió. Jaime Nunó por su parte se exilió en Estados Unidos. Un buen día, durante una exposición internacional en Búfalo, Nueva York, uno de los funcionarios de la comitiva mexicana se enteró de que un anciano solitario que almorzaba en la mesa de al lado era nada menos que Jaime Nunó. Conmovido, fue a presentarle sus respetos al autor de la música del himno. Nunó le dijo que, en efecto, era el autor de la música del Himno Nacional Mexicano. El funcionario telegrafió su hallazgo a México y, cuando esto se supo, un frenesí patriótico se apoderó de los mexicanos.
El periódico El Universal organizó una campaña para traer a Nunó, y el 12 de septiembre de 1901 llegó a la capital el autor de la música de nuestro himno. Fue acogido jubilosamente por el gobierno, la prensa y el pueblo.
ÚLTIMOS TOQUES FINALES AL HIMNO NACIONAL MEXICANO
Todo fue miel sobre hojuelas hasta que, en una entrevista, don Jaime, cándida e imprudentemente, hizo una serie de declaraciones que lo enemistaron con las fuerzas políticas, y sucedió que a la muchedumbre se le dijo lo que no quería oír. En consecuencia, la muchedumbre se encaboronó y, a partir de ese momento, gobierno, prensa y pueblo repudiaron a Nunó. El gobierno porfirista terminó pidiéndole a don Jaime que se fuera del país por indeseable.
El himno se siguió cantando en versiones de chile, de dulce y de manteca. Es decir, como a cada quien le parecía que debía cantarse y sin una versión uniforme, hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Los gringos necesitaban que nos aliáramos con ellos y nos presionaron para entrarle a los catorrazos.
Ahí el gobierno mexicano se percató de que no tenía los derechos del Himno Nacional Mexicano y el gobierno entró en pánico. Fieles a nuestra tradición, armamos una serie de enredos innecesarios al final de los cuales el gobierno mexicano le pago una lana a los descendientes de Bocanegra y de Nunó. Con esto finalmente se pudieron registrar los derechos del himno a nombre de México.
Luego, Ávila Camacho hizo las leyes que hasta hoy reglamentan el Himno Nacional Mexicano: quitó estrofas, ajustó compases musicales y, lo más importante, determinó los protocolos de conducta al oírlo y al cantarlo. Y colorín verde, blanco y colorado, esta historia se ha acabado.
VAGÓN DE CABÚS
El presidente Andrés Manuel López Obrador dio el penúltimo grito de Independencia, esta vez sin invitar a los Poderes de la Unión. No sé si el presidente sepa que el poder, como la vida, es prestado; y que conforme el poder se le diluya, se irá quedando solo.
A lo mejor si lo sabe, y cuando caminó por aquel pasillo vacío al final del cual lo esperaba la escolta militar de la bandera, el presidente y su esposa ensayaban el camino de la soledad que los espera. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.