“Guzmán logró escapar de la prisión, pero ni él ni quienes lo ayudaron escaparán de la justicia”: Arely Gómez, titular de la PGR…
Los operativos descritos por las autoridades mexicanas para recapturar a Joaquín Guzmán, el Chapo, el hombre más buscado del planeta, me remiten a la ficción, específicamente a La noche más oscura( Zero dark thirty, por su título en inglés).
La cinta, dirigida por Kathryn Bigelow y que estuvo nominada a los premios Óscar 2013 en las categorías de mejor película y mejor guion original (Mark Boal), narra las actividades secretas alrededor de todo el planeta que desarrolló un equipo de inteligencia militar de Estados Unidos durante una década con un solo objetivo: encontrar y eliminar a Osama bin Laden.
El único problema es que no me imagino a cuerpos de élite mexicanos, capaces de manejar vehículos aéreos no tripulados, cámaras infrarrojas para detectar patrones de calor, y con tecnología para interceptar comunicaciones de celulares y teléfonos satelitales.
Y no lo concibo por una simple razón: porque lo que viene a mi mente es un video (esta vez no de ficción) que evidencia la vulnerabilidad de nuestro sistema penitenciario, corrompido hasta la médula.
En ese video (por cierto, con audio y no editado como lo dio a conocer originalmente la PGR) se observa al Chapo desaparecer de su celda en el penal de “alta seguridad” de El Altiplano, a las 20:52:14. Antes se escuchó un ruido como de caída de tierra, una voz llamándolo, y nadie en el Centro de Monitoreo se sobresaltó o mostró sorpresa.
Hasta las 21:18 horas —veintisiete minutos después de la fuga—, dos custodios acuden al lugar y revelan lo inverosímil: “Comandante, hay un hoyo en la regadera”. A las 21:29, dos personas entran en la celda y se introducen en el agujero. El código rojo se activó casi tres horas después.
Después de esta narrativa y la melodramática frase con la que la procuradora de la república cerró su mensaje el pasado miércoles 21 de octubre (“Guzmán logró escapar de la prisión, pero ni él ni quienes lo ayudaron escaparán de la justicia”), no puedo ser más que escéptica ante esa advertencia de que el líder del Cártel de Sinaloa estaría acorralado y ante dos únicas y posibles salidas: es capturado o es abatido.
EL ROMPECABEZAS DE LA HUIDA
Pese a todo, no deja de ser morboso cómo ese “hoyo en la regadera” ha permitido conocer más detalles sobre el otro hoyo que hay en el sistema penitenciario.
Esta otra parte del guion nos lleva a lo que ocurrió después de que Guzmán Loera recorrió el túnel de kilómetro y medio que lo llevó de El Altiplano a la libertad: abordó una camioneta que lo trasladó hasta San Juan del Río, Querétaro, custodiado por dos vehículos más.
Ahí, en una pista clandestina, había dos avionetas. Abordó una, la que fue maniobrada por su piloto de confianza, Héctor Ramón Takashima. La otra era un distractor en caso de que las autoridades lo hubieran seguido. El piloto era Romano Lanciani Llanes, a quien le ofrecieron 20 000 dólares, aunque no recibió ni la mitad. A él se refirió Arely Gómez al comparecer ante el pleno del Senado, el pasado 8 de octubre.
La primera aterrizó sin problemas en la zona serrana de Sinaloa, en el llamado Triángulo Dorado, en los límites con Durango y Chihuahua. Luego de que ambos pilotos fueron detenidos, se pudo corroborar que Takashima Valenzuela voló varias veces a la misma pista clandestina para llevarle suministros.
Esto permitió que los marinos establecieran un cerco en esa región. No obstante, el capo se les habría escapado en dos ocasiones. La primera, el 30 de julio en Los Mochis, Sinaloa, y la segunda, el 9 de octubre en Tamazula, Durango.
LOS DAÑOS COLATERALES
Según el guion de la PGR, el sábado 9 de octubre el Chapo fue visto cerca de Cosalá, en lo alto de la Sierra Madre Occidental. Estaba acompañado por una niña. Ante la posibilidad de que la menor resultara herida en el tiroteo, se decidió no emprender su captura.
Sin embargo, lo siguieron. Cuando la niña se alejó, fuerzas especiales lo persiguieron a pie, por lo que cayó a un pequeño acantilado. En el accidente se produjo heridas en el rostro y, aparentemente, la fractura de una pierna. Sus guardaespaldas lo rescataron y huyeron hasta perderse en la espesa vegetación de la zona.
Debido a las lesiones y a la falta de atención médica, las posibilidades de capturarlo “se han incrementado tremendamente, ya que ahora es mucho más vulnerable”, según fuentes judiciales.
Y una cosa sí me resulta inconcebible: los estúpidos boletines de autoridades que más bien parece que no se enteran de nada, y salen a declarar justo eso, “no sabemos nada”, pero que casualmente pudieron ver tan de cerca al capo, que saben que se fue herido en el rostro y con una pierna rota. Por favor.
Pero fuera del guion, los operativos han causado “daños colaterales”. En El Verano, una ranchería de Tamazula, los pobladores denunciaron que fueron víctimas de fuego aéreo. Una casa recibió 33 impactos en techo y muros desde helicópteros tripulados por marinos. La dependencia negó los hechos y afirmó que sus elementos no han disparado contra domicilios de civiles.
Esta violencia producto de los enfrentamientos entre federales y miembros del Cártel de Sinaloa provocó que cerca de 250 familias integradas por unas seiscientas personas, huyeran de dieciséis pequeñas comunidades de Tamazula para refugiarse en Cosalá, información confirmada por el alcalde de este municipio, Samuel Lizárraga.
Algunos se refugiaron con familiares y otros en un albergue, aunque Lizárraga Valverde reconoció que no tiene recursos, personal o instalaciones suficientes para atender a los refugiados.
Mientras que su homólogo de Tamazula, Ricardo Ochoa Beltrán, pidió a los afectados no regresar, ya que sólo tiene veintiséis policías municipales y no puede garantizar su protección.
Las comisiones nacional y estatal de derechos humanos ya investigan las denuncias de posibles violaciones a las garantías individuales en estos operativos.
Y mientras se escribe la parte última de esta cinta, yo sólo espero que la conclusión no sea anticlimática: que las autoridades no vayan a salir con que el capo fue abatido, “pero no se puede exhibir su cadáver”. Ese final sería digno de un churro mexicano y nadie se lo creería.
Esto me remite una vez más a La noche más oscura: “Nadie ha hablado con Bin Laden en cuatro años. Él está fuera de todo esto. Puede que esté muerto, probablemente ya estaba muerto, pero… ¿tú sabes qué estás haciendo? Estás persiguiendo un fantasma”.
Quizás este parlamento opere para el Chapo: o ya está muerto o es un fantasma y, por ende, su persecución sea inútil, por más frases telenoveleras de que “escapó de prisión, pero no de la justicia”.