La mayoría de los puestos mantienen sus cortinas bajadas y los ojos siguen empañándose con facilidad en los pasillos. Sin embargo, el renacimiento del mercado de Bucha aporta un soplo de vida a esta ciudad mártir de Ucrania.
Detrás de una pila de huevos, Natalia Morgoun, de 69 años, se acuerda claramente del “frío” que reinaba en este suburbio de Kiev a principios de marzo. En ese momento llegaron las tropas rusas. También recuerda el “silencio” cuando las armas callaron, porque la gran mayoría de sus habitantes habían huido.
“Gracias a Dios, las cosas están volviendo poco a poco a la normalidad”, dice la comerciante, que por primera vez desde que empezó la guerra, deja caer un par de lágrimas por sus arrugadas mejillas.
“Sabes, nací en Rusia, me da vergüenza decirlo…” A pesar de los desmentidos de Moscú, Bucha es el símbolo de los crímenes de guerra atribuidos a Rusia. Ucrania anunció haber descubierto allí cientos de cadáveres de civiles ucranianos. Ello tras la salida de los soldados rusos el 31 de marzo.
Vestida de rojo y rosa, los colores de su carnicería, Valeria Bilyk, de 21 años, no quiere “pensar en ello”. Se concentra en la reapertura, que tuvo lugar el pasado jueves, del pequeño mercado cubierto donde trabaja con su marido.
AGUJEROS DE BALA
“Cada día es mejor, vemos que la gente vuelve con sus hijos, sus perros”, dice. “Si no miras las ruinas, podrías pensar que estamos bien”.
Aunque los escombros y los vehículos quemados fueron retirados, es difícil ignorar los edificios destruidos alrededor del mercado. Los agujeros de bala en algunas ventanas y los signos de intrusión en las tiendas.
La mayoría de los comerciantes no han regresado y la clientela sigue siendo escasa. “Hay más gatos que clientes”, dice un transeúnte.
Aun así, el negocio de Nadia Grebenyk, de 63 años, que vende semillas de pepinos, sandías y sus flores “favoritas”, va bien. “Es primavera, todo el mundo quiere plantar su jardín de la victoria”, dice, embolsándose unos billetes.
Ganar algo de dinero extra es la razón por la que Sergei, de 42 años, decidió abrir un puesto en este mercado. Ingeniero en el aeropuerto, está desempleado desde el comienzo de la guerra. Espera complementar el salario de su esposa, Maryna, profesora de inglés en una escuela del barrio.
“LOS NIÑOS NECESITAN REÍR”
La pareja se lanzó en un nicho original: la decoración de fiestas de cumpleaños. “Incluso cuando los tiempos son difíciles, los niños necesitan reír”, explican mientras colocan sombreros puntiagudos y pancartas de colores en su pequeño puesto.
Pero en los pasillos se escuchan también algunas conversaciones difíciles. Según la pareja, la gente “habla” constantemente de las tragedias ocurridas durante la ocupación rusa.
Él habla del padrino de su hermana, que fue torturado, y muestra las fotos del cadáver en su teléfono. Habla también de una madre asesinada, antes de cambiar de tema. “Hay que pasar a otra cosa, a la rutina, al trabajo, al olvido…”
Dmitro Yefremov, que vino a comprar un filtro de agua en una pequeña ferretería, no tiene intención de olvidar “todo el mal que han hecho los katsaps” (nombre peyorativo utilizado por los ucranianos para referirse a los rusos). “¡Lo recordaremos hasta la décima generación y se los haremos pagar!”
“LA VIDA NO PUEDE ACABAR AQUÍ”
Pero él también piensa que “la vida no puede acabar aquí”. Olena Jokhlova, de 34 años, está esperando su segundo hijo.
Con una pequeña bolsa de verduras en la mano, cuenta que vive en la calle Yablunska, donde se encontraron los cuerpos de muchos civiles. Y que vio “horrores” antes de huir el 10 de marzo.
“Fue impactante, pero tenemos que aceptar que esta es nuestra realidad, adaptarnos y vivir. Porque si no, nos volveremos locos”.
A su hija, que nacerá en agosto, la llamará “Stefania”, por la canción del grupo Kalush Orchestra que regaló a Ucrania la victoria en el Festival de Eurovisión. N