A pesar de haber sido aliada de occidente durante las dos guerras mundiales, por décadas nos han enseñado que Rusia, antes la URSS, es una amenaza no solo para una región, sino para todo el mundo. Ello se debe a su ideología y poderío militar, pues tiene uno de los dos ejércitos más poderos del planeta.
Desde 1945 hemos vivido bajo el miedo de la devastación nuclear que puede provocar un enfrentamiento entre occidente y oriente. La mayor parte de las decisiones económicas y políticas en estas siete décadas han tenido como punto de partida la concepción de la Guerra Fría, actualmente remasterizada por las tensiones en diversos frentes del planeta.
Hoy día, en este lado del mundo, escuchamos que Rusia ya perdió la guerra en su ilegal invasión a Ucrania. Cómo puede ser que quien comparte el lugar uno en capacidad bélica va a perder un conflicto con su vecino en tan solo un mes. La respuesta, como muchas otras, está en que nunca hemos tenido a nuestro alcance la verdad de las guerras, solo somos rehenes de los intereses de quienes se involucran en ellas.
La única verdad que podemos tener, y quizá la más importante, es que la guerra es lo más parecido al infierno en la tierra.
En efecto, estamos ante la guerra de la desinformación, que comparte espacio con las guerras convencionales de las redes sociales e internet. Un uso manipulado de algoritmos hace evidente, para todos, la rapidez de la información y de la desinformación.
Es difícil de creer que una potencia como Rusia pierda una guerra nada más porque le quitaron el acceso al sistema financiero internacional. O porque la llenaran de una serie de sanciones comerciales poco relevantes. Estos son solo símbolos, apretones económicos y, sobre todo, mensajes hacia los demás.
EL INFIERNO EN LA TIERRA
La guerra en el campo es el infierno en la tierra. A partir de allí se van construyendo narrativas orientadas a satisfacer audiencias e intereses que, en ocasiones, no tienen relación directa con el conflicto.
En los conflictos armados asistimos a una serie de mensajes cruzados dirigidos a distintas audiencias. Estas no suelen ser protagonistas, no están dentro del conflicto, sino que dan sustento a la narrativa de la guerra.
En efecto, los líderes y los intereses que los rodean dirigen su mensaje a quienes requieren que los escuchen para seguir conservando su posición dominante. Por ejemplo, en la guerra en Ucrania, el presidente Zelenski, cuya popularidad venía a la baja después de haber estado por las nubes, atiende al amplio segmento de la sociedad que se sentía ya parte de Europa. Esta, además, está alimentada por las ideas de la extrema derecha abiertamente antirrusa, a lo que suma la mayoría que piensa que los acuerdos de Minsk debían ser renegociados.
En tanto, el presidente Joe Biden, al frente de la defensa de los valores de la libertad democrática y económica, les habla a sus electores de cara a las elecciones de noviembre. Su país está profundamente dividido y, adicionalmente, tiene un alto número de ciudadanos que cree que su presidente se robó la victoria en la pasada contienda electoral. A ello se agrega el abultado número de estadounidenses que piensan que su país no reaccionó enérgicamente a la invasión a Crimea en 2014 bajo el régimen de Barack Obama.
Por el lado de Rusia es otra historia. El presidente Vladimir Putin, que llegó a tener una popularidad del 90 por ciento antes de las manifestaciones sociales de 2021, les habla a sus ciudadanos, mayoritariamente a favor de la guerra, del regreso de la supremacía soviética mundial.
UNA ZONA EUROASIÁTICA INFLUYENTE
Lo mismo hace frente a las naciones de su interés para formar una zona euroasiática con influencia global. Dentro de esta pueden incluirse India, China e Irán.
Europa, con un mensaje conciliador más prudente, busca no quedar entrampada, como de costumbre, en medio del fuego de Estados Unidos y Rusia, en una situación de debilidad energética que provoca, por ejemplo, que la mayoría de los alemanes reflexionen sobre el inconveniente de haber cerrado las plantas nucleares bajo el largo régimen de Angela Merkel. O los franceses, que en pleno proceso electoral respaldan los esfuerzos de paz de Emmanuel Macron.
En el caso de China, el presidente Xi Jinping, con todo el interior de su país controlado, con su silencio y falta de condena a la invasión rusa, le habla al mundo occidental. Le dice que estará del lado de la fortaleza euroasiática.
Al final, el lugar en donde se lleva físicamente el conflicto sufre como siempre genocidios, despojos, éxodos. Esto representa lo peor de la guerra que ciertamente no es la misma que la que se lleva acabo en el metaverso. El filósofo Jean Paul Sartre nos dice que las guerras que hacen los ricos sirven para que mueran los pobres. En eso estamos. N
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Carlos Alberto Martínez Castillo es doctor en Desarrollo Económico, Derecho y Filosofía y profesor en la UP e Ibero. Ha colaborado en el Banco de México, Washington, Secretaría de Hacienda y Presidencia de la República. Es socio de Excel Technical Services. Su correo es drcamartí[email protected] Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.