Siempre había escuchado frases trilladas como “cuando no estás buscando el amor es cuando lo encuentras”, “las mejores cosas suceden cuando no las estás esperando”, es más, ni siquiera les daba importancia, lo tenía todo, o al menos eso es lo que yo creía; un buen marido, trabajador, con ambiciones medianamente bien establecidas, tres hijos, un gato y un perro, un buen trabajo, casa y auto propios, a veces creo que incluso tenía más de lo que la mayoría de la gente aspira.
En pocas palabras, nunca me quejé ni mucho menos sentí que algo me faltara… no hasta que conocí a Clyde.
Todavía lo recuerdo, porque de verdad, yo no estaba buscando nada, ni la ley de la atracción, ni el universo, simplemente pasó.
Todo indicaba que sería un congreso más, sin chiste, y es que aunque me guste mi trabajo, hablar de cepillos de dientes, fresas y pinzas odontológicas no es precisamente lo que más disfruto, pero vaya, hay que vender. Además el congreso de este año debido a las restricciones por COVID-19 sonaba todo menos prometedor, un congreso de 2 días con la mitad de la gente y en la CDMX, lo viejos congresos en Acapulco y Cancún habían quedado en el pasado.
No me mal interpreten, por supuesto que lo noté cuando lo vi, uno puede no buscar nada pero evidentemente no está ciego. Encantarse de una sonrisa en un salón repleto de dentistas resulta simpático, pensé para mi misma.
Esa noche Clyde llegó y se presentó conmigo, mi cara de pocos amigos lo debió de haber espantado pero decidió darme otra oportunidad, ahí fue cuando el congreso sin chiste dio un giro inesperado y dio inicio al nuevo presente en mi vida.
Pasó la noche y no me besó, no me tocó, es más, ni siquiera tenía claro si yo le resultaba atractiva, pero había algo que jamás había sentido, magia, una magia desbordante, casi asfixiante, su sola presencia, su risa, me convirtió en una adolescente tratando de descifrar sentimientos por primera vez. Platicamos por horas, como si nos conociéramos toda una vida, éramos nosotros mismos, sin pantallas, sin fingirlo; nos reímos, bailamos, cantamos hasta que nuestras miradas se detuvieron fijamente y como dos imanes nos unimos para no podernos volver a separar.
Finalmente terminó el congreso, nunca había sufrido tanto una despedida, y mucho menos de alguien a quien acababa de conocer. “No puedes sentir un nudo en la garganta”, me repetía, -“no puedes extrañar a quien no conoces”, la diferencia es que sí lo conocía, quizás no en esta vida, pero no había forma de tener una conexión tan grande, tan perfecta con alguien y dejarlo ir…y para mi sorpresa quién no me dejó ir fue él.
No habían pasado ni 10 minutos de haber tomado mi transporte al aeropuerto cuando recibí el primer mensaje.
-“A veces puedo resultar cursi, espero que no te moleste, pero, los accidentes no existen”.
De manera inmediata mi corazón se aceleró, juro que si me hubiera medido las pulsaciones por minuto habría estado al borde del infarto. Respiré, me pedí control a mi misma, pero por alguna razón no me contuve en responder.
-“lo sé.” “¿De verdad vas a ir a verme?”
Y lo hizo.
A partir de ese momento fue un mensaje tras otro, comenzamos a soñar juntos, armamos castillos en las nubes, trazamos carreteras en el mar, ya no había imposibles, puesto que a pesar de todo y sin buscarlo habíamos encontrado algo mágico, encontramos algo que no sabíamos que existía; amor. Un amor entregado, loco, un amor sin límites, que cae como balde de agua fría, que pone la piel chinita pero al mismo tiempo da paz. Un amor puro porque no se buscaba, porque es honesto, es alegre, apasionante, es feliz.
Estar en casa con Roberto me daba nostalgia, de verdad es un buen tipo, pero no era Clyde. No vibraba con verlo, no soñaba despierta; Roberto siempre me trató bien, pero solo eso; fue cuando descubrí que lo que sentía por él era un inmenso cariño, era el padre de mis hijos, un buen compañero, pero nada más, nunca sentí por Roberto lo que siento hoy, y no me arrepiento. Porque dicen que cuando no estás buscando el amor es cuando lo encuentras y sin duda las mejores cosas suceden cuando no las estás esperando.
Quizá tenga que ver con la idea del deber ser que alimenté por años, siendo la mejor dentista, una buena mamá, una esposa, manteniendo esta imagen de que así debe ser, que uno no puede necesitar o querer más de lo que uno ya tiene, que ante los ojos de todos la vida es perfecta y por lo tanto no puedes pedir más o diferente; o quizá es qué hay personas que llegan a tu vida cuyo destino no es quedarse pero me queda claro que de todos aprendemos, al menos más sobre nosotros que sobre ellos.
Hace un par de semanas hablé con Roberto, lo menos que se merecía es que le contara con todas las letras la verdad , para sorpresa (creo que de ambos) comprendió de inmediato de que se trataba aquello y a donde me dirigía, parece que cuando una pareja se va a separar finalmente es cuando se da cuenta que llevaba años lejos, ya separada. Este nuevo capítulo no será el más sencillo de escribir pero estoy segura que si será el más mío de todos.
Así fue como entendí que el amor es libertad, y no hay libertad más hermosa que cuando estás acompañada, realmente acompañada, claro que, desde un principio supe que sería un reto y entiendo más que nunca aquello de que decidir es renunciar, pero también que decidirme por mi, por lo que deseo de todo corazón estoy segura que valdrá la pena.