El 24 de agosto de 2001, los 306 pasajeros y tripulación del vuelo 236 de Air Transat iniciaron un viaje programado de Toronto a Lisboa, Portugal. Hacia mediodía comenzó una fuga de combustible sobre el Atlántico, luego hubo una falla eléctrica y el capitán Robert Piché, así como el primer oficial, Dirk de Jager, decidieron realizar un aterrizaje de emergencia. Se apagaron las luces, fallaron los motores e inició la despresurización de cabina.
Justo después de anunciar que el avión iba a acuatizar, Piché vio una pista en las Azores, islas volcánicas a unos 1400 kilómetros de la costa portuguesa. Para perder altura, dio una vuelta de 360 grados y varios giros en S. Los pasajeros gritaron cuando el avión viró en redondo, y después hacia delante y atrás. Entonces, Piché enfiló hacia la pista y el avión golpeó el pavimento dos veces antes de que la tripulación pudiera aplicar la máxima presión de frenado, deteniendo por completo la nave de doscientas toneladas. Por un milagro, no hubo pérdidas mortales.
En los años siguientes, los supervivientes de aquel roce con la muerte se han convertido en una especie de experimento de laboratorio para investigadores que intentan esclarecer las consecuencias a largo plazo del trastorno de estrés postraumático (TEPT). La persona que propuso estudiar a los sobrevivientes fue Margaret McKinnon, profesora asociada de psiquiatría y neurociencia en la Universidad McMaster de Hamilton, Ontario: una de los pasajeros del vuelo 236, quien desarrolló TEPT a resultas del traumático evento. “El estudio fue una oportunidad de convertir algo negativo en una experiencia positiva y, con suerte, hacer una contribución a la ciencia del TEPT”, dice.
En un experimento inicial que se llevó a cabo tres años después del accidente, quince pasajeros participantes —siete de ellos con TEPT— realizaron una prueba para explorar la calidad de sus recuerdos del vuelo.
“Todos a bordo tuvimos una experiencia distinta”, informa McKinnon quien, aún incómoda para hablar de los detalles de aquel día, sólo dice: “Pensé que iba a morir y logré cierta forma de aceptación”.
También se pidió a los participantes que recordaran otros dos incidentes: el 11/9 y una experiencia autobiográfica neutral, dos recuerdos que serían puntos de comparación para ayudar a los investigadores a comprender cómo influye el trauma en la memoria.
“Aquel estudio derivó en dos hallazgos”, explica Brian Levine, profesor de psicología en la Universidad de Toronto y uno de los investigadores del proyecto. Primero, todos los pasajeros recordaban una cantidad asombrosa de detalles del incidente Air Transat, algo que Levine describe como memoria emocional realzada. “Todos los que iban a bordo generaron dos o tres veces más información de ese evento que de los otros eventos que probamos”, afirma.
El segundo hallazgo fue que, durante las entrevistas, las personas con TEPT tendían a desviarse del tema del accidente y recordaban información adicional, aunque irrelevante, comparadas con personas sin TEPT. Eso sugería que tenían dificultades para controlar su memoria, dice Levine. Otro elemento interesante fue que los individuos con TEPT no sólo recordaban más detalles poco significativos sobre el traumático aterrizaje, sino que sus recuerdos del 11/9 y el incidente neutral también estaban saturados de detalles superfluos.
Casi una década después, ocho pasajeros —algunos de ellos con TEPT— accedieron a regresar para un segundo estudio. Colocados en un escáner IMR funcional, los voluntarios recordaron detalles de la experiencia en el vuelo 236 mientras miraban un vídeo recreando el siniestro. “Le diré que volver a experimentar el evento fue muy evocador”, dice McKinnon. “Sentí como si estuviera suspendida nuevamente en el aire.” Agrega: “Dicen que el cuerpo guarda un registro del trauma”, y los resultados del estudio proporcionaron una explicación neurológica: conforme los participantes recordaban su experiencia durante el choque inminente, se encendieron las regiones cerebrales de la memoria emocional: amígdala, hipocampo y la línea media frontal y posterior. “La memoria activa varias regiones cerebrales al mismo tiempo”, explica Daniela Palombo, principal autora del estudio e investigadora de la Universidad de Boston. “La amígdala participa en la emoción, en tanto que el hipocampo es importante para la memoria. Las regiones posteriores desempeñan una función en las imágenes visuales.”
Luego de sus recientes recreaciones del vuelo 236, se pidió a los pasajeros que recordaran sus experiencias del 11/9 mientras observaban videos de los ataques terroristas y, por último, que recordaran un evento autobiográfico neutral. La actividad cerebral de los participantes al hablar del 11/9 fue similar a la registrada durante el recuerdo del incidente de aviación y, como era de esperar, el patrón no se presentó cuando recordaron el acontecimiento neutral. No obstante, lo sorprendente fue que esos patrones no se manifestaron en personas que no habían vivido una experiencia como la del vuelo 236, aun cuando recordaron los acontecimientos del 11/9 mientras se sometían a un escaneo cerebral.
“Los individuos que han observado un trauma podrían percibir el mundo de una manera distinta”, concluye Palombo, quien cree que el temor de un aterrizaje de emergencia tal vez modificó la manera como los cerebros de los pasajeros procesan nueva información, ocasionando que se sintieran más afectados por el 11/9. “Tocó fibras muy sensibles; ciertamente podíamos suponer que interpretarían los acontecimientos del 11/9 de manera distinta que los demás”. Y la investigación TEPT confirma la idea de que cualquier cosa parecida a un acontecimiento traumático será percibida por el superviviente como una amenaza, aunque ocurra en un ambiente seguro.
Los dos estudios apuntan también a que nuestra visión del mundo puede predisponernos más o menos al TEPT, en la eventualidad de sufrir una experiencia traumática. “La memoria trabaja de manera distinta en cada uno”, explica Levine. Algunas personas recuerdan acontecimientos de manera precisa, con detalles relevantes organizados en orden, mientras que otras parecen asimilar detalles superfluos de manera más desorganizada. “Quienes poseen ese segundo tipo de memoria… parecen más susceptibles de TEPT cuando sufren un trauma”, especula Levine. “La interrelación de los sistemas cognitivos y los sistemas emocionales podría determinar nuestra respuesta.” En quienes desarrollan TEPT, “el aspecto emocional podría avasallar el sistema”, agrega.
Estos hallazgos apoyan la teoría de que el TEPT no depende tanto de la existencia de una memoria traumática, sino que puede desencadenarse después de manera imprevisible, en momentos inesperados. McKinnon tiene la esperanza de que un conocimiento más profundo de la actividad cerebral posterior a una experiencia traumática contribuirá a mejorar las terapias actuales creadas en torno del procesamiento de esos recuerdos descontrolados.