CON CASI 100,000 personas consignadas como desaparecidas en los registros gubernamentales de México, grupos de voluntarios y activistas de todo el país se han puesto la misión de hallar a los desaparecidos o sus restos.
Más de 160 grupos se han formado en todo México, donde algunos de los participantes buscan disminuir su propio dolor al añadir el nombre de un pariente al registro de desaparecidos, según reporta Associated Press.
El registro gubernamental de personas desaparecidas ha crecido 20 por ciento en el último año, y quienes las buscan esperan tachar por lo menos algunos nombres de la lista. Sin embargo, tanto los activistas como los expertos tienen pocas esperanzas en que la violencia generalizada, posiblemente detrás de las desapariciones en masa, se calme en el corto plazo, reportó AP.
Angélica Durán Martínez, profesora auxiliar de ciencias políticas en la Universidad de Massachusetts-Lowell, opina que el aumento de reportes de personas desaparecidas coincide con el “deterioro fuerte” de la seguridad en México.
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El hecho de que más familiares y voluntarios se hayan involucrado cada vez más en las búsquedas de los desaparecidos se deriva de la capacidad disminuida del gobierno de contener la violencia y el poder viable de los grupos criminales, añade.
Dos jóvenes voluntarios vestidos con manga larga, pantalones de mezclilla y cubrebocas buscan en la ribera de un riachuelo, que apesta a aguas negras, salido de un centro comercial, en a las afueras de Cuautla, Morelos.
Ni el hedor excesivo, las pilas de basura, ni el calor sofocante los detienen en su intento desesperado de hallar los restos de algunas de los miles de personas desaparecidas en México.
El presidente Andrés Manuel López Obrador hizo la promesa durante su campaña de llegar al fondo de las desapariciones de 43 estudiantes de una escuela normal en 2014. Pero en los tres años transcurridos de su administración, a pesar de la creación de una comisión especial y el apoyo de organizaciones internacionales, el crimen sigue sin resolverse.
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Mientras otros buscadores trabajaban en las orillas del riachuelo, un antropólogo encaja una vara de metal en el suelo, entre la vegetación tupida, y declara que no hay nada enterrado allí.
El grupo, que incluye familiares de la persona desaparecida, miembros de la Comisión Nacional de Búsqueda del gobierno, activistas y un par de soldados de la Guardia Nacional con perros, se mueve entonces a un sitio diferente.
Están allí por las pistas anónimas de que un grupo criminal ejecutó a personas en ese sitio y arrojó los cadáveres al barranco.
Los investigadores de los grupos que han surgido en todo México para hacer el trabajo duro de buscar a las personas desaparecidas están reunidos en el estado central de Morelos este mes para la sexta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, una celebración que se lleva a cabo cada año en un estado diferente.
Con solo alrededor de 2 millones de habitantes, Morelos es relativamente pequeño, pero desde hace mucho ha batallado con la violencia de las pandillas. Hay más de 2,600 personas registradas como desaparecidas en Morelos, y la mayoría de los homicidios quedan impunes, dijo Israel Hernández, presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en el estado.
Tranquilina Hernández ha buscado a su hija Mireya desde que esta desapareció en una tarde de septiembre hace siete años después de salir con su novio en Cuernavaca, la capital del estado.
Con un machete pequeño, un rastrillo y un balde, Hernández peina las orillas del arroyo. La mujer pequeña de estatura, de 44 años, viste una camiseta con la foto de su hija, pantalones de mezclilla y botas de hule. En este día, en seis horas de búsqueda, solo ha hallado la mandíbula de un perro y un costillar de vaca, pero esto no disminuye su resolución.
“Nuestra esperanza, nuestra fe, no se acaba si vamos a un lugar y no hallamos nada”, dice. “Al contrario, seguimos con más motivación y seguimos luchando y seguimos buscando hasta que los encontremos”.
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Yadira González, una de las fundadoras de la brigada nacional, ha buscado a su hermano por 15 años. Él fue a vender un auto en el estado de Querétaro y nunca regresó.
“El hecho de que no tengamos un positivo en la brigada no significa que no sea un buen trabajo”, comenta González, de 38 años. El hecho de buscar es una “bendición” para las familias del área y “les ayuda a superar la ansiedad”, expresa.
“La brigada les deja a las familias locales con un lugar menos donde trabajar y estas pueden seguir avanzando en otros sitios”, concluye González.
Ely Esparsa, una estilista de 38 años, es una de esas lugareñas. La brigada de este mes es su primera. Su hijo Jesús desapareció en Cuautla hace seis meses. El muchacho de 21 años salió de casa una mañana de abril rumbo a su trabajo como chofer de camionetas y nunca regresó.
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“Es como estar muerta en vida”, dice Esparsa. “Es la ansiedad permanente de saber si él está sufriendo o no. Como madre siempre tienes la idea de que él va a regresar tarde o temprano”.
Antes de que su hijo desapareciera, el fenómeno de las personas desaparecidas en México le parecía remoto, comenta Esparsa. No comprendía la magnitud del problema, hasta que lo tocó enfrentarlo.
Ahora ha tenido que aprender sobre la marcha, absorbiendo las lecciones de Hernández y otros miembros del colectivo local. Reconoce que hay poco apoyo del gobierno, así que, para poder encontrar a su hijo, ella tiene que buscarlo.
“Él sabe que voy a buscarlo incluso bajo las piedras”, concluye Esparsa. “No le voy a fallar en ese sentido”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek