Cómo el mortífero ataque contra el aeropuerto de Kabul y la problemática salida de Afganistán podrían ensombrecer la presidencia de Joe Biden y costarle mucho en las elecciones intermedias.
EL 26 DE AGOSTO fue “el peor día” de la presidencia de Joe Biden, admitió Jen Psaki, vocera de la Casa Blanca. El problema para Biden y su partido es que no fue solo un mal día, sino uno que posiblemente resulte definitorio. Mientras Estados Unidos se apresuraba a evacuar a todos los estadounidenses de Afganistán para el 31 de agosto, la fecha límite establecida por Biden, un ataque suicida contra el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul provocó la muerte de diez infantes de Marina, dos soldados del Ejército, un médico de la Marina y más de 180 personas en total. El devastador ataque, en lo que fue el día más mortífero para la milicia estadounidense en toda una década, también podría marcar permanentemente la presidencia de Biden, que quedaría registrada como peligrosamente incompetente.
En su discurso a la nación, pronunciado horas después del ataque, Biden describió a los fallecidos como héroes que dieron la vida “al servicio de la libertad, al servicio de la seguridad y al servicio de los demás. Al servicio de Estados Unidos, como sus hermanos y hermanas de armas que murieron defendiendo nuestra misión y nuestros valores, con la lucha contra el terrorismo, en este día, forman parte de una gran y noble compañía de héroes estadounidenses”.
Biden también amenazó con represalias: “A aquellos que perpetraron este ataque, así como a cualquiera que desee lastimar a Estados Unidos, sepan que no perdonaremos. No olvidaremos. Los cazaremos y los haremos pagar. Defenderé nuestros intereses ya nuestra gente con todas las medidas a mi alcance”.
Cumplir esa promesa podría ser la única forma de revertir, al menos parcialmente, el daño a su presidencia. Un ataque con drones realizado en represalia la noche posterior al atentado en la Provincia de Nangarhar, en Afganistán, y que, según el Pentágono, provocó la muerte de dos militantes del Estado Islámico (ISIS), seguido por otro ataque dos días después, dirigido a un vehículo que presuntamente transportaba a más bombarderos suicidas de ISIS al aeropuerto de Kabul, podrían ser solo el comienzo.
No hay ninguna analogía precisa a la debacle en Kabul, aunque esta trae a la mente otros fiascos. La caída de Saigón en 1975 bajo la mirada de Gerald Ford. La debacle de Desert One en las afueras de Teherán en 1980 y la fallida misión para rescatar a 53 rehenes de la embajada estadounidense, que destruyeron la presidencia de Jimmy Carter. El espectáculo de la “misión cumplida” de George W. Bush en la cubierta del USS Abraham Lincoln en 2003, aunque la guerra en Irak se prolongaría por años. Los ataques de Bengasi en Libia, en los que murió el embajador estadounidense, además de otros tres ciudadanos de ese país en 2012, y que ha perseguido hasta nuestros días a la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton. Hay ecos de todos estos sucesos en el desastroso final del juego de Biden en Afganistán.
Si los republicanos recuperan la Cámara el año próximo, y cada vez están más seguros de hacerlo, seguramente sepultarán al gobierno de Biden con investigaciones y audiencias durante los próximos dos años. La debacle política de Bengasi no es más que un modelo a escala del tipo de represalias que Biden tendrá que enfrentar.
“Esto hace que Bengasi parezca un problema menor”, declaró a CNN el representante de Luisiana Mike Johnson, líder republicano y miembro del Comité de Servicios Armados. “Este podría ser uno de los desastres de política exterior y de seguridad nacional más graves y con mayores consecuencias de nuestra historia. Habrá muchas respuestas que buscar y preguntas que responder”.
ÍNDICES DE APROBACIÓN, EN PICADA
La presidencia de Biden apenas tiene siete meses, y ya desde antes del ataque del 26 de agosto sus índices de aprobación iban en picada. En una encuesta realizada el 24 de agosto por USA Today y la Universidad de Suffolk, su índice de aprobación era de tan solo 14 por ciento, más de 10 puntos por debajo del mes anterior. Ciertamente, el caos en Kabul fue una de las razones de esa caída, pero también lo fueron las fallas percibidas en el control de la frontera sur, la inflación galopante y el reciente aumento en el número de casos de covid-19.
La cantidad de hospitalizaciones ha aumentado, al igual que el número de casos de “infecciones posvacunación” en las personas que ha sido vacunadas dos veces, como lo recomiendan los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Esto hace que sea más difícil persuadir a las personas de que se vacunen, lo cual ha sido promovido por el gobierno y los funcionarios de salud pública como el camino a la victoria contra la pandemia. Una pandemia activa reduce la credibilidad de Biden y lo priva de una “victoria” política.
El fatal ataque en Kabul debilitará aún más a Biden. En términos generales, su aprobación estaba en 47.4 por ciento, de acuerdo con el ponderado de encuestas de Real Clear. En contraste, el punto más alto de Donald Trump era de 47.8 a una semana de iniciar su presidencia, en enero de 2017. A principios de agosto de este año, un momento comparable a donde se encuentra Biden el día de hoy, dicho índice era de 38 por ciento.
Ahora mismo, los números de Biden no son tan malos (todavía), pero son demasiado bajos en un momento muy inoportuno para él. Discretamente, un número cada vez mayor de influyentes demócratas han comenzado a cuestionar la viabilidad de Biden como candidato para 2024, aunque sea solo por su edad. Algunos ya habían comenzado a decir que las preguntas sobre sus habilidades cognitivas no eran solo un producto de la imaginación de Sean Hannity. En Twitter, en las horas que siguieron al ataque, la frase “¿Dónde está Joe Biden?” fue tendencia, y en sus comentarios públicos realizados aquella tarde, Biden hizo énfasis en que se había reunido durante todo el día con sus asesores de Seguridad Nacional y del Ejército. Terminó diciendo: “Tengo otra reunión, en serio”.
Biden tendrá 82 años en 2024. El mes pasado, Newsweek le preguntó a un influyente recaudador de fondos demócrata de California si pensaba que Biden se postularía de nuevo. “Yo no lo apostaría”, respondió.
Funcionarios de la Casa Blanca y demócratas en Washington habían esperado, en forma poco realista, que el puente aéreo desde Kabul se habría completado el 31 de agosto sin que hubiera bajas y sin que se hubiera dejado atrás a ningún estadounidense. Expertos de izquierda han comenzado a elogiar el éxito del puente aéreo. Si la salida hubiera continuado con éxito, Biden podría haber cantado victoria, diciendo que había puesto fin a una “guerra sin fin”, y los demócratas habrían vuelto de inmediato a su programa de trabajo nacional: el proyecto de ley de infraestructura, el enorme proyecto de ley de gastos de 3,500 billones de dólares, y las audiencias sobre la “insurrección” del 6 de enero el Capitolio, cuyo objetivo es poner a la defensiva a los republicanos.
El presidente ya tenía dificultades para controlar al llamado Mod Squad, los nueve demócratas de la Cámara que se oponen a su proyecto de ley de gastos y a otras prioridades del país. Una base profundamente comprometida puede ayudar a un líder a combatir a sus enemigos: estos temen enfrentarse a un presidente cuyos partidarios los castigarían. Esta situación se presentó repetidamente a favor de Trump. Es difícil ver el precio que los Mods se arriesgarían a pagar al oponerse a Biden.
PREGUNTAS QUE SE ACUMULAN
Ahora es Biden quien está a la defensiva. Sus críticos aluden a sus cambiantes argumentos sobre Afganistán: a principios de julio dijo que era “muy poco probable” que se repitieran las desesperadas escenas de los helicópteros saliendo de la embajada de Saigón en 1975, y un mes después, le dijo a George Stephanopoulos de ABC que un final caótico era prácticamente inevitable.
Las preguntas se acumulan, y no solo entre los republicanos. ¿Por qué se evacuó a los soldados antes que a los civiles? ¿El Pentágono planteó alguna pregunta al respecto? ¿Qué decían exactamente los informes de inteligencia sobre el posible colapso del Ejército Nacional Afgano? ¿Por qué Estados Unidos no insistió en mantener suficientes soldados en el país para asegurar el perímetro alrededor del aeropuerto Karzai, el lugar de dejar esa tarea en manos de los talibanes? (El grupo terrorista Haqqani, aliado cercano de Al-Qaeda y del Talibán, es responsable de la seguridad en Kabul, y el FBI ofrece una recompensa de 5 millones de dólares por la captura del hombre que dirige esa operación).
Finalmente, ¿por qué Estados Unidos abandonó su Base Aérea de Bagram en julio, antes de evacuar a todos los civiles estadounidenses y afganos que colaboraron con el ejército estadounidense y que deseaban salir del país? Esa decisión redujo severamente la vigilancia y la capacidad de reconocimiento de Estados Unidos, así como su capacidad de proyectar poder mientras duraba el puente aéreo. ¿Y el Pentágono apoyó realmente esa decisión, como aseguró Biden en su discurso del jueves? “Me parece sorprendente”, dijo después del discurso el general retirado Jack Keane, quien asesoró de manera informal al expresidente Trump en temas militares.
No es el único. Muchos demócratas del Capitolio se sintieron horrorizados por los sucesos en Kabul. Antes de los ataques, varios comités clave de la Cámara y del Senado habían comenzado a prepararse para audiencias relacionadas con el retiro. “Queremos respuestas igual que la minoría”, declaró a Newsweek un miembro demócrata del Comité de Servicios Armados de la Cámara.
Hay cada vez más amenazas para la presidencia de Biden. Por ejemplo, la posibilidad de que un resucitado Al-Qaeda pueda volver a organizar ataques en el extranjero desde Afganistán, quizás incluso durante la presidencia de Biden. (La capacidad de disuadir tales ataques desde la distancia a través de una presencia “sobre el horizonte”, que fue lo que Biden afirmó de nuevo en la conferencia de prensa del jueves, ha sido ampliamente desestimada por el Pentágono y la CIA).
Es poco probable que la mayoría demócrata de la Cámara pueda pasar por alto estas preguntas, no después de la tragedia de Kabul. Y aun si los demócratas quisieran hacerlo, los republicanos, y gran parte del público estadounidense, no dejarán que ocurra.
Biden y sus partidarios dependen ahora del hecho de que ha habido presidencias que no fueron definidas por sucesos desastrosos. Al principio de su mandato, John F. Kennedy enfrentó el incidente de Bahía de Cochinos, el esfuerzo fallido de derrocar a Fidel Castro en Cuba en 1961, pero con el tiempo recuperó la simpatía del público. La presidencia de Ronald Reagan sobrevivió al bombardeo de los cuarteles de la Infantería de Marina en Beirut en octubre de 1983, en el que murieron 241 efectivos estadounidenses.
Ahora mismo, para el equipo de Biden, decir que “esto también pasará” es más una esperanza que una certeza. Pero tras el ataque al aeropuerto del 26 de agosto, esa esperanza es lo único a lo que pueden aferrarse. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek