Lo imaginaba menos rubio, menos güero. Sus rizos dorados asoman bajo su gorra, atrezzo obligado, junto a una bandana roja, de este cantante español a quien su madre, Teresa, bautizó como Macaco porque de niño no paraba de moverse y de trepar por los árboles y los sofás. Daniel Carbonell de las Heras (Barcelona, 1972) irradia buena vibra y sostiene una sonrisa perpetua y explayada en la presentación de su nuevo disco, Historias tattooadas (editado por Sony Music), un trabajo intimista, lírico, sensorial y repleto de introspección a la vez que de conciencia social.
Viajero incansable, Macaco siempre se ha codeado con gente de muchísimos países. Ha tocado con músicos latinos, y a la pregunta de cómo se siente en México, con una energía tan intensa, responde que “muy bien, es una energía fuerte pero bonita”.
—Con la crisis de España ¿no te entran ganas de refugiarte en una isla del Caribe?
—No. Siempre digo que las crisis sirven para crecer. Tanto personales como colectivas. La crisis no es solo en España. Es un problema estructural mundial. Hay que tomarlo como un aprendizaje.
—Te has pasado la vida viajando.
¿Ya has echado raíces?
—Sí. Yo me considero mediterráneo… Es cierto que soy muy viajero y siempre intento ser de donde estoy. Pero algo que forma parte de mi ADN es que siempre que voy a algún sitio intento comer y beber lo de cada lugar.
—Una canción se llama “Gástame los labios”. Eso es de Acción Poética…
—Me gusta mucho tomar cosas del imaginario popular. Recuerdo que en mi casa se utilizaba mucho esta expresión.
—Estuviste con el grupo Ojos de Brujo. ¿Has conocido a algún brujo o bruja alguna vez?
—Tengo alrededor a varios. Brujos buenos. Son los llamados médicos del alma. Es bueno siempre conocer a alguno.
—¿Lloras mucho, de alegría o de qué?
—¿Sabes qué me pasa? Yo lloro de alegría, pero también lloro para limpiar. En un libro que leí hace tiempo decían que llorar y reír sirven para lo mismo: para limpiar. A veces me pasa que cuando estoy viajando me entra una pequeña llorera. Otras veces estoy durmiendo y me levanto riendo. Mi propia risa me despierta y es lo mejor del mundo. Prefiero eso.
—¿Hay tatuajes invisibles?
—Por todos lados. Creo que las emociones te van dejando pequeñas marcas. Y yo siempre digo que esas pequeñas marcas deberían servir como punto de partida. Nunca como punto y final.
—¿Te han dicho alguna vez que te pareces a Manu Chao pero en guapo?
—(Risas). Hostia, no, con ‘el Manu’, cuando yo empezaba a tocar, me comparaban. Pero creo que no tenemos nada que ver realmente. Yo no soy el mejor cantante del mundo ni el mejor escritor del mundo, ni lo pretendo, pero soy yo. Para mí el éxito es eso, ¿no? Sonar y ser personal… pruebo todos estos colores, pero este es el mío.
—Das la bienvenida a la soledad en otra de las canciones del disco… ¿qué es la soledad?
—A mí me gusta en ciertos momentos. A veces también me la he tenido que comer con patatas. Me gusta estar con los míos, soy de tribu pequeña. Soy muy de los míos, aunque también soy muy viajero y me gusta conocer gente.
—Tu madre recita el movimiento de apertura. ¿Estás de acuerdo con que madre no hay más que una y padres puede haber muchos?
—Al cien por cien.