En una entrevista reciente que concedió al diario El País, Umberto Eco se pregunta, a propósito de la aparición de su novela más reciente, Número Cero:“¿Qué debe hacer un diario?”. Y se responde: “Tiene que convertirse en un semanario. Porque un semanario tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes…” Los reportajes que se construyen en Número Cero no están destinados a informar al gran público, sino a ciertos políticos o personalidades y suponen una amenaza sutil y también un chantaje. Un aguerrido (y naïve) periodista llamado Braggadocio es el eje central de una trama que comienza en Milán en 1992, y que parodia al periodismo, a los políticos y de paso sacude de las solapas a los habitantes de la era de internet. Con autorización de Editorial Lumen, reproducimos un capítulo de la novela del filósofo italiano que comienza a circular a escala internacional este 20 de abril.
Número Cero.Umberto Eco. Traducción de Helena Lozano. Lumen. Barcelona, 2015. 224 páginas.
IV
Miércoles, 8 de abril
Al día siguiente se celebró la primera reunión de redacción verdadera.
–Hagamos el periódico –dijo Simei–, el periódico del 18 de febrero de este año.
–¿Por qué el 18 de febrero? –preguntó Cambria, que luego se distinguiría como el que hacía siempre las preguntas más tontas.
–Porque este invierno, el 17 de febrero, los carabineros entraron en el despacho de Mario Chiesa, presidente del Pio Albergo Trivulzio y personaje de relieve del Partido Socialista milanés. Ya lo sabéis todos: Chiesa le pidió a una empresa de limpieza de Monza la correspondiente mordida para adjudicarle una contrata, y tenía que ser un negocio de ciento cuarenta millones, de los que pretendía el diez por ciento. Como ven también un asilo de ancianitos es una buena vaca a la hora de ordeñarlo. No debía de ser la primera vez que Chiesa lo ordeñaba, porque el de la limpieza estaba cansado de pagar y lo denunció. Cuando fue a su despacho a entregarle el primer vencimiento de los catorce millones que habían pactado, llevaba un micrófono y una cámara de vídeo escondidos. En cuanto Chiesa aceptó el sobre, entraron en su despacho los carabineros. Chiesa, aterrado, sacó del cajón un sobre aún más gordo que había recibido de alguien más y se abalanzó al baño para tirar los billetes por la taza, pero no hubo nada que hacer: antes de destruir todo ese dinero, ya se lo llevaban esposado. Esta es la historia, la recordarán, y ahora, usted, Cambria, ya sabe lo que tendremos que contar en el periódico del día después. Vaya al archivo, reléase bien todas las noticias de aquel día y háganos una columnita de apertura, o mejor, una buena crónica, y que sea prolija, porque, si no recuerdo mal, aquella noche, los telediarios no hablaron del episodio.
–OK, jefe. Ahora voy.
–Espere, espere, porque aquí entra en escena la misión de Domani. Recordarán que los días siguientes se intentó restarle importancia al hecho, Craxi diría que Chiesa era solo un mangante y luego le daría la espalda; ahora bien, lo que el lector del 18 de febrero no podía saber es que los jueces seguirían investigando, y emergería un auténtico sabueso, este juez Di Pietro que ahora todos saben quién es, pero hace dos meses nadie lo había oído mencionar nunca jamás. Di Pietro le apretó las tuercas a Chiesa, le descubrió cuentas en Suiza, le hizo confesar que no era un caso aislado. Poco a poco está sacando a la luz una red de corrupción política que interesa a todos los partidos, y las primeras consecuencias las hemos notado los días pasados; habrán visto que en las elecciones la Democracia Cristiana y el Partido Socialista han perdido un montón de votos, y se ha reforzado la Liga Norte, que está cabalgando el escándalo con su campaña contra los gobiernos romanos. Llueven arrestos a raudales, los partidos se están desmoronando poco a poco y hay quien dice que, caído el muro de Berlín y disuelta la Unión Soviética, los americanos ya no necesitan esos partidos que podían manipular y los han dejado en manos de los jueces; o quizá, podríamos aventurar, los jueces están representando un guión escrito por los servicios secretos americanos, pero por ahora no exageremos. Esta es la situación hoy, pero el 18 de febrero nadie podía imaginar lo que sucedería. Quien lo imaginará será Domani, que hará una serie de previsiones. Y este artículo de hipótesis e insinuaciones se lo encomiendo a usted, Lucidi, que tendrá que ser muy hábil para decir acaso y quizá y contar lo que de hecho aconteció después. Con algún nombre de político, distribúyalos bien entre los distintos partidos, meta por en medio también a la izquierda, deje entender que el periódico está recopilando otros documentos, y dígalo de manera tal que se mueran de miedo incluso los que lean nuestro número cero/uno, aunque sepan perfectamente lo que sucedió en los dos meses posteriores a febrero, porque se preguntarán cómo podría ser un número cero con la fecha de hoy… ¿Entendido? Al trabajo.
–¿Por qué me lo encarga a mí? –preguntó Lucidi.
Simei lo miró de forma extraña, como si él hubiera de entender lo que no entendíamos nosotros.
–Porque me parece que usted es especialmente bueno en recoger rumores y referírselos a quien corresponda.
Más tarde, a solas, le pregunté a Simei qué quería decir.
–No vaya con el chisme a los demás –me dijo–, pero es que yo creo que Lucidi está conchabado con los servicios, y el periodismo para él es una tapadera.
–Está diciendo que es un soplón. ¿Y por qué ha querido a un espía en la redacción?
–Porque no es importante que nos espíe a nosotros, ¿qué puede contar, aparte de cosas que los servicios entenderían perfectamente leyendo uno cualquiera de nuestros números cero? Pero nos puede traer noticias que él ha sabido espiando a los demás.
Simei no será un gran periodista, pensé, pero en su género es un genio. Y me acordé del comentario que se le atribuye a aquel director de orquesta, una gran lengua viperina, sobre un músico: «En su género es un Dios; es su género el que es una mierda».