En el Sector Pocosol, una sección administrativa del Parque Nacional Santa Rosa de Costa Rica, hay un ancho y despejado campo de pasto quemado. Su perímetro está vigilado por árboles altísimos, de ramas desprovistas de hojas, las cuales cubren el suelo después de caer en el calor de la temporada seca. La sombra es inexistente, y para las 3 p. m. ya está a 41 grados. En el campo, parte de la enorme Área de Conservación de Guanacaste (ACG), estoy de pie junto a Arturo Cortés Angulo, un bombero voluntario. El sudor cubre su frente mientras sus pulgares flotan sobre el controlador de un dron.
Una máquina blanca con franjas rojas y cuatro hélices está en el pasto frente a él, mientras un instructor habla en frases rebuscadas en español. Sus hélices zumban a momentos y a otros, no. Un grupo de la Universidad de Misuri está capacitando a los bomberos para implementar tecnología de drones en sus estrategias de manejo de incendios para proteger mejor el área de conservación. El Programa de Protección y Brigada de Incendios de Santa Rosa, encabezada por Julio Días Orias, no es el primer equipo de bomberos que emplea drones; por ejemplo, en Brookings, Dakota del Sur, un departamento de bomberos hizo una inversión de 1500 dólares en marzo en un dron y una Cámara GoPro. Pero Santa Rosa está a la cabeza en cuanto a añadir drones a las estrategias de manejo en tierra, y es el primer equipo en hacerlo en Latinoamérica.
Los incendios son una amenaza constante en el seco bosque tropical, un ecosistema raro y delicado que otrora se extendía desde Panamá hasta México pero, principalmente por la tala indiscriminada para la ganadería y las plantaciones bananeras, ahora se ha reducido a 163 000 hectáreas de parques. Los incendios forestales también son una amenaza. Por décadas, los bomberos aquí han combatido y manejado los incendios sin apoyo aéreo, dependiendo de una artillería modesta de escobas, sopladores de hojas, sistemas de bombeo en mochilas para incendios y una flotilla de vehículos. La brigada de incendios de Santa Rosa emplea a solo trece bomberos de tiempo completo y depende de otros cincuenta y tres voluntarios, quienes en su mayoría son costarricenses pero periódicamente algunos son extranjeros. Durante la temporada seca, un hombre es estacionado en el puesto de observación de La Palma en el Sector Pocosol (llamado así por el techo de palma que solía tener el edificio; actualmente tiene techo de madera). El puesto de observación da una vista estratégica de Liberia al sur, La Cruz al norte y hacia la península de Santa Elena. Los vehículos se mueven a través del parque en busca de incendios y actividades ilegales, comunicándose con la estación cuando piensan que se requiere a los bomberos en el terreno.
La cultura costarricense es despreocupada —un atractivo para una economía turística que atrae visitantes en busca de una vida más simple— y el país ha sido lento en la adopción de tecnología nueva, dice Días Orias. Pero eso está empezando a cambiar. En la frontera del Sector el Hacha cerca de la carretera panamericana, un dron vuela sobre un incendio y un equipo de respuesta abajo. “Es un gran paso; es como abrir el horizonte”, dice Días Orias.
Capacitarse en los drones ahora, dice Días Orias, pondrá a la brigada en una mejor posición para combatir la afluencia de incendios que se espera para este mes. La última precipitación, en diciembre, produjo menos de media pulgada de lluvias (normalmente, se pueden esperar una o dos pulgadas), y los vientos alisios que soplan a más de 55 kilómetros por hora han apresurado la desecación, dice María Marta Chavarría, bióloga de la ACG. La temporada de lluvias fue la cuarta más seca en treinta años que se tienen registrados. “Todos estos cambios han tenido un impacto en el paisaje que conocemos”, dice Chavarría. Por lo general, las tierras secas y los vientos aumentados provocan más incendios, pero al mismo tiempo, dado que esta “temporada de lluvias” no produjo los niveles típicos de pasto, los niveles de combustible también son menores. “Por una parte, eso es una buena noticia porque entonces no esperamos incendios en verdad feos, porque no hay mucho combustible. Al mismo tiempo, pueden propagarse con más facilidad”, dice Chavarría.
Mientras los drones se bambolean en el aire —algunos de los bomberos apenas están haciendo sus primeros vuelos—, estoy de vuelta en el comedor, bebiendo agua tibia y perdiendo el tiempo afuera de la oficina de Días Orias, cuando se oyen voces en su walkie-talkie. Una palabra conocida cruje en su dispositivo. “¡Incendio!” En esta época del año, las tardes casi siempre traen flamas. Los incendios se pueden propagar rápidamente en el área protegida, por lo que toda columna de humo dispara una ráfaga de actividad en una cultura por lo demás tranquila.
Como después me dijo Raúl Acevedo Peralta, supervisor adjunto del Programa de Protección e Incendios de la ACG, el incendio de hoy comenzó en tierras privadas, probablemente para abrirle paso a una plantación de cítricos. Los dueños de tierras que batallan para ganarse la vida son rápidos para iniciar incendios si ello significa que pueden cosechar más, dice. De hecho, casi todos los incendios de Guanacaste son provocados por actividades humanas: prácticas de ganadería y agricultura, pero también incendios provocados en contra del parque o individuos que viven cerca de los linderos. “Estos incendios son crímenes en contra el medioambiente y la ACG”, dice Días Orias.
Un clima cambiante y lluvias impredecibles han contribuido a un aumento en los incendios, dice Chavarría, quien ha recopilado información en el parque desde 1997. Pero solo en contadas ocasiones empiezan de forma natural. Los rayos tal vez hayan provocado incendios en el parque con anterioridad, pero la primera chispa confirmada fue en mayo de 2009 en el Sector el Hacha. Desde entonces, solo se ha confirmado otro incendio natural, dice Acevedo Peralta. Los eventos provocados por humanos sobrepasan por mucho a los naturales, y en el clima seco los incendios arden y arden y se pueden iniciar a la mínima tentación. Un incendio que pude ver desde el puesto de observación en el Sector Pocosol había ardido por aproximadamente veinte días apenas afuera del área protegida. En promedio, veintidós incendios por temporada seca ponen en llamas la ACG.
Cuando visité la flotilla de Santa Rosa a finales de marzo, Días Orias me llevó a Parcela el Príncipe, un terreno de muestra dentro de los límites del parque, para mostrarme una manera en que los drones podrían ayudar. En el terreno, la brigada de incendios prendió fuego a un campo de jaraguas. Por encima de las flamas flotaba un drone Phantom 2 Vision+, pilotado por Muhammad Al-Rawi, un estudiante de ingeniería electrónica en la Universidad de Misuri e instructor de vuelo de drones. En una aplicación del mundo real, hacer volar drones sobre sitios incendiados le permitirá a Días Orias ver a su cuadrilla desde la perspectiva de un ave. La cámara del dron transmite el punto de vista de vuelo a un accesorio para teléfono inteligente, y Días Orias dice que tan pronto como su equipo esté usando la tecnología en el terreno, él será capaz de comunicar enfoques diferentes para controlar zonas quemadas y otros incendios mientras estos suceden.
El equipo compró los cuatro sistemas Phantom diseñados por Da-Jiang Innovations gracias al apoyo de la organización sin fines de lucro Fondo de Conservación del Bosque Seco de Guanacaste. Al-Rawi es un asistente instructor de un curso de periodismo a través de drones en la Universidad de Misuri y fue contratado para la instrucción por Bill Allen, profesor de periodismo científico en dicha universidad, quien contribuyó en los modelos de drones para la ACG. “Me divierto mucho diseñando y construyendo estas máquinas, y me divierte de la misma manera instruir a alguien y hacer más fáciles y seguros sus trabajos”, dice Al-Rawi. “Siento que estamos poniendo esto en buenas manos, dándole buen uso.”
Los bomberos ya están ideando formas innovadoras de usar su nuevo y sofisticado equipo. Estuve en una reunión de lluvia de ideas en la que bomberos, voluntarios y otros empleados del parque produjeron una lista impresionante de usos posibles: monitoreo de la dirección y velocidad de incendios en marcha, establecer puntos de seguridad, asistir con un sistema de mapeo con información geográfica, rastrear la tala ilegal, el pastar ilegal del ganado, e incluso localizar plantaciones ilegales de mariguana. Días Orias piensa que los drones se convertirán en una parte común de las operaciones y ayudarán a proteger las tierras y las decenas de miles que vienen a visitar el parque nacional cada año.
Un bombero, voluntario y visitante, de Palamós, España, Jordi Monge Comas, dice que la tecnología podría evitar lesiones y salvar vidas. En 2009, cinco de sus colegas españoles murieron en un gran fuego en la campiña de Horta de Sant Joan cerca de Tarragona, España. La Fundación Pau Costa, llamada así por uno de los bomberos caídos, está financiando su estadía en Costa Rica, donde su directriz es aprender sobre las prácticas contra incendios en el terreno en Centroamérica.
En España se usan helicópteros para responder a incendios, pero en Costa Rica toda la defensa y protección sucede en el terreno. Monge Comas, quien tiene más de veinte años de experiencia en ecología forestal y combatiendo incendios en España, dice que ve una oportunidad en el uso de drones para obtener perspectivas detalladas que un helicóptero no podría dar. En algunos casos, podría usarse un dron en lugar de un helicóptero, ahorrando dinero del presupuesto y delegando más personal a la seguridad. “Si los incendios atrapan a un hombre, podemos ver desde un dron donde está una ruta de salida segura”, dice Monge Comas. “Para mí, todo se trata de dos palabras: salvar vidas.”
Cerca de mi último día en el Área Administrativa de Pocosol con la brigada de incendios de Costa Rica, el bombero Raúl Acevedo Peralta se para en la playa de Bahía Potrero Grande con un controlador de dron, preparándose para aterrizarlo en las manos extendidas de Francis Joyce, intérprete de los instructores de la Universidad de Misuri. Es el primero del equipo que vuela el dron en el terreno, y la aeronave desciende lentamente, con su luz roja parpadeando —15 metros, 10 metros, 5 metros— hasta las manos de Joyce. Hay aplausos al fondo por parte de los instructores universitarios, marcando la entrada de la brigada en el futuro del combate contra los incendios. Acevedo Peralta sonríe y en silencio le pasa el dron a Días Orias.
Este trabajo fue patrocinado con una beca
de la Corporación Carnegie de Nueva York.
