EL 9 DE OCTUBRE PASADO se cumplieron cuatro años de que se nos adelantara en el camino hacia la luz el escritor y periodista mexicano René Avilés Fabila, quien cubriera toda su ruta vital ejerciendo varios de los atributos que conforman las bondades humanas: la solidaridad, el cumplimiento de la palabra empeñada, la gratitud y la valentía en facetas fundamentales de la existencia.
Rijoso con quien del mismo modo se comportara con él, amable con sus pariguales, Avilés resultó, como suele decirse, una piedra en el zapato de aquellos que en un país de grandes contrastes como México se dedicaban, se han dedicado, se dedican a ningunear al prójimo, sobre todo dentro de un gremio como el de los literatos, en el cual “figuras” establecidas, así como diferentes editoriales y medios de comunicación fabrican escritores de la misma manera con que se elaboran salchichas u obran, como aquellos comerciantes amantes del dumping, para que se pudran en los almacenes los géneros en realidad nobles.
Antes de conocerlo en persona en México, en la redacción del semanario cultural El Búho, del diario Excélsior, en junio de 1995, ya antes había tenido contacto con René mediante su novela La canción de Odette, que me hiciera llegar a Cuba un amigo común.
Desde la fecha antes dicha hasta junio de 2015, cuando me trasladé a Miami, René, en una y otra acción, en uno y otro periodo, me apoyó de las más diversas maneras siempre que lo necesité. Lo mismo extendiéndome un documento imprescindible, que orientándome para que lograra seguir adelante en un sitio extraño como, lógicamente, lo era para mí la Ciudad de México en aquellos primeros tiempos.
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Como tantos intelectuales latinoamericanos, él se entusiasmó con la Revolución Cubana de 1959, y como tantos fue decepcionándose en la medida en que, en la Isla, florecía algo que René detestaba intensamente, la censura. Es decir, un espíritu libre como el suyo nada tenía que ver con el dogma.
TRANSGREDIÓ CUANDO ASÍ LO CREÍA
Poco antes del que creo fue su último viaje a Cuba —hace acaso 15 años— lo acompañé a la embajada castrista en México, donde le debían entregar la visa. Allí, mientras esperábamos, escuchamos varias anécdotas de cubanos y cubanas que gestionaban el Permiso de Salida (que en realidad es de entrada y salida) y de otros que ya no podrían volver a su tierra puesto que habían sobrepasado el tiempo en ausencia permitido.
Recuerdo con toda claridad las tristes frases que me expresara René a partir de aquella experiencia. Y recuerdo que, como si de pronto recapacitara, se brindó para llevarme a Cuba un velís con medicinas, ropas, “lo que tú quieras, mano”.
Para entender a plenitud el desarrollo tanto de su simpatía como de su disidir del marxismo, basta leer su libro Memorias de un comunista, en el cual quedan expuestas, de modo muy totalizador, las razones que lo llevaron por uno y otro camino.
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Tanto en sus conferencias como en su obra de ficción y tal vez en mayor medida en el diario periodismo escrito, René transgredió cuando así lo creía; alabó a quienes eran víctimas de injusticias y estimuló con fervor de hombre bueno el advenimiento de obras literarias y artísticas que a su juicio lo merecían.
Por supuesto, el hecho de no vender su pluma —ni su palabra— trajo sobradas amarguras para el autor de Tantadel. Dicho más claro: no venderse, durante el transcurso de una vida, en un país en donde tantos seres y tantos hechos tienen un precio, requiere de temple espartano.
Se afirma que a un escritor lo sobrevive su obra. Y debe ser cierto. Mas, en el caso de René Avilés Fabila, debemos sumar su buena fe, su valentía, su abrazo solidario. N
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.