Perderlo después de 20 años de matrimonio también consistía en perderse a sí misma, o al menos una gran parte de quien era. Fue repentino, el viernes por la tarde se despidieron sin saber que sería la última vez que se decían ‘te amo’ frente a la casa que habían construido juntos y compartido durante casi toda su vida adulta.
Lo conoció cuando terminaba la universidad, Mariana comenzó terapia para lidiar con la muerte de su padre después de varios meses de tratamientos, quimioterapia y muchas noches sin dormir. Julio también iba al psicólogo del campus; había perdido a su hermana en un accidente automovilístico y aún le costaba mucho trabajo hacerse a la idea de seguir vivo y sin ningún rasguño mientras que ella había fallecido de forma casi inmediata al recibir el impacto.
Tardaron varios meses en salir de sí mismos hasta que coincidieron sus miradas. Pasó poco tiempo antes de mudarse de la sala de espera a un acogedor café a unas cuantas cuadras del campus, sus respectivos duelos los acercaron mucho más de lo que imaginaron; ambos comprendían los cambios en el estado de ánimo del otro, compartían el silencio en compañía y sin consejos ni preguntas estaban disponibles cuando se necesitaban. Seis meses después, al terminar el último semestre se mudaron juntos. Desde entonces así se habían mantenido sin interrupción. Por esto, la llamada que recibió Mariana la madrugada del sábado avisándole que Julio había sufrido un accidente la dejó sin palabras, no había nada que pudiera decir que sirviera de algo, que pudiera disminuir su dolor, que lo trajera de vuelta. Nada.
Ambos participaban de forma activa en su comunidad, estaban en el comité de la colonia, asistían a reuniones con amigos los fines de semana y corrían en carreras locales para ayudar causas como el cáncer, rescatar animales de la calle, entre otros. Nunca quisieron tener hijos ni mascotas, y es que aunque Mariana adoraba a los perros, Julio era alérgico, no había forma de llegar a un acuerdo. Por suerte su hermana lo sabía, así que, varias semanas después del trágico accidente, preocupada por el aislamiento voluntario de Mariana, tocó el timbre y sin decir nada le entregó en los brazos un cachorro despeinado con una placa brillante que decía “Luigi”, había sido abandonado en la entrada del albergue de animales y no tenían ni suficiente espacio ni recursos para mantenerlo ahí, así que si no lo adoptaban…. Ella asintió, sabía que probablemente aquello era mentira, pero no le importó.
Mariana se vio obligada a cambiar su rutina, ahora no podía quedarse todo el día en cama porque Luigi necesitaba atención, salir a pasear, ser entrenado y sobre todo; conocerla, así que comenzó a despertar por las mañanas para sacarlo alrededor de la cuadra, las primeras semanas volvía a la cama de forma casi automática y Luigi se quedaba cerca, a veces mordisqueando alguna pantufla , otros días haciendo ruidos y jalando la cobija hasta que lo subí. Entonces él se postraba a sus pies, como si no hubiera suficiente espacio en el resto de la casa, como si de verdad quisiera sólo estar con ella.
El buzón de voz de su teléfono celular estaba saturado de mensajes, pero le importaba poco, no tenía ganas de hablar con nadie, ni de asistir a ningún evento, las pocas veces que había aceptado alguna invitación a comer con alguna amiga o a casa de su hermana había sido incómodo. No tenía ganas de pretender estar bien, ni de hablar de su pérdida como un desafío a superar, ni de que la vieran con esa mezcla de lástima y compasión porque ahora estaba sola, mucho menos que entre berrinches y lloriqueos de sus sobrinos alguien lanzara algún comentario sobre los hijos que no tuvieron y que ahora podrían hacerle compañía… era mejor estar sola, pensaba, bueno al menos hasta la llegada de Luigi. Con él se descubría algunas tardes hablando sin parar, no le respondía nada, la escuchaba atento desde el otro lado del sillón, sin importar de que humor estuviera, él la seguía torpemente por toda la casa, a veces movía la cabeza en cierta dirección o levantaba la oreja, como asintiendo, se imaginaba Mariana, así sin más, sin pedir explicaciones o intentar dárselas crearon su propio dialecto.
La compañía de Luigi era todo el confort que necesitaba cuando la oscuridad de su pérdida volvía a hacerse presente congelándola desde los huesos, quitándole las ganas de despertar a la mañana siguiente, hasta que sentía un cuerpo peludo y tibio respirando a su lado, no podía dejarlo solo, debía cuidarlo así como él cuidaba de ella; ese cachorro se estaba convirtiendo en su nuevo propósito de vida.
Los paseos cortos se convirtieron en 30 minutos trotando en el parque y unos 10 más jugando a la pelota y enseñándole nuevos trucos. Nunca había tenido un perro así que se dio a la tarea de buscar en la librería algunos títulos especializados en comportamiento canino y técnicas para entrenarlos, sin darse cuenta construía una nueva versión de sí misma. No es que todos los días fueran una nueva aventura, aún iba a terapia, tomaba antidepresivos y de vez en cuando le daban ataques de pánico cuando debía de solucionar algún asunto o problema que normalmente le correspondía a Julio, pero ya no se sentía desamparada, eran Luigi y ella, ya no quería estar sola.
La saliva en la cara, los pelos por todos lados y las manchas de lodo perdían importancia cuando veía sus ojos brillando mirándola como si fuera la única en el mundo. No se necesita más que amor para sanar, y eso es lo que Luigi tiene de sobra, tanto que ahora, cuando Mariana va a la cama lo hace acompañada y con ganas de despertar el día de mañana.