Se calculaque 7.5 millones de estadounidenses presentan alguna dificultad al hablar, que va desde tartamudeos ligeros hasta impedimentos severos del lenguaje, según el Instituto Nacional de Sordera y Otros Trastornos de Comunicación. Algunos pueden sobreponerse al impedimento a través de la terapia del habla, pero muchos viven toda su vida con el trastorno. Pero un estudio reciente sobre las aves podría ofrecer un modelo nuevo para investigar y tratar estos problemas.
Científicos de la Universidad de Duke pasaron seis años estudiando las regiones del cerebro en aves que aprenden a vocalizar —especies como las aves canoras y los loros que pueden aprender a producir vocalizaciones al imitar los sonidos que oyen— y haciendo referencias cruzadas con el cerebro humano. Ellos descubrieron que las aves presentan “decenas de cientos” de genes relacionados con la vocalización que parecen empatar con los de los humanos, incluidos 50 genes de una región cerebral que parece ser la responsable de las capacidades para aprender a vocalizar tanto en los humanos como en las aves.
“Un reto en el área de los trastornos tanto motores como del habla es el desarrollo de modelos animales apropiados”, dice Andreas Pfenning, coautor del estudio, y ahora un técnico asociado con posdoctorado en el MIT que se especializa en investigación genómica. Él dice que ningún mamífero “puede hacer una buena labor al imitar —y servir como modelos apropiados de estudio— las vocalizaciones”. Las aves canoras podrían ser la solución. Resulta que los humanos son muy parecidos a estas aves cuando se trata de hacer ruidos. Por ejemplo, ambos mascullamos cuando aprendemos las habilidades de vocalización a una edad temprana, y ambas especies pueden desarrollar trastornos de tartamudeo. “El ave canora”, dice Pfenning, “podría usarse para solucionar algunos de los mecanismos subyacentes a nivel de los genes, los circuitos y cómo se relacionan entre sí”, y por lo tanto, ayudar en la investigación de tratamientos futuros para los tartamudos humanos.
Nan Bernstein Ratner, miembro de la Asociación Americana del Habla-Lenguaje-Audición, dice que el estudio “es excitante en un sentido científico básico, porque informará sobre qué sistemas podrían estar afectados cuando veamos individuos con ciertos problemas del habla”. No obstante, añade, “el tratamiento ciertamente es una extensión distante de este trabajo y podría surgir o no”.
De cualquier manera, el estudio sí da una luz sobre nuestros orígenes como especie social, apoyando las investigaciones previas que vinculan a la gente y las aves que aprenden a vocalizar con un ancestro común de hace más de 310 millones de años. “El aprender a vocalizar, y el habla, es algo que nos define como especie”, dice Pfenning. “Este proyecto nos da un poco de conocimiento sobre cómo evolucionó esa capacidad.”