Nuestro sistema político tiene un lema desde 1911: “Sufragio efectivo, no reelección”. Se usó en la revolución maderista, y poca gente lo sabe, pero fue acuñada por Porfirio Díaz. Viene a cuento pues estamos en tiempos de que se establezcan las reglas para la reelección de los diputados.
La frase surgió en tiempos de Juárez, quien llegó al poder, sin ser electo, por la renuncia de Comonfort y en medio de una revolución entre conservadores y liberales. A esta le siguió una invasión extranjera, que impuso como emperador —al tiempo que Juárez era presidente— a un príncipe europeo: Maximiliano de Habsburgo. Benito Juárez fue un presidente afortunado. Sus grandes errores, como el tratado McLane-Ocampo, no llegaron más allá de la intención y sus grandes aciertos, como las Leyes de Reforma, cuajaron en transformaciones importantes para la nación.
Muerto Maximiliano, Juárez convocó a elecciones en 1867; ganó desahogadamente, y le gustó tanto ganar la elección, que al terminar su periodo se reeligió. Juárez fue presidente de 1867 a 1872. Porfirio Díaz también quería ser presidente; sin embargo, Juárez se las ingeniaba de una u otra forma, por un lado, para ganar las elecciones presidenciales, y por el otro, para atajar la llegada de Díaz a la presidencia.
Harto de esto, don Porfirio se levantó en armas. Para hacerlo necesitaba un lema; y el lema fue: “Sufragio efectivo, no reelección”. Con esto pedía una votación sin triquiñuelas y un alto a las reelecciones. Armó su ejército y dio asonadas una y otra vez hasta que, en la última, convocada en el Plan de La Noria, se le murió Juárez. A la muerte de este quedó de interino Sebastián Lerdo de Tejada, esa es otra historia, pero terminó renunciando y Díaz llegó a la silla.
Al término de su periodo, Díaz organizó una elección en la que salió electo su compadre, el Gral. Manuel González, con la consigna de que al completar su periodo le devolvería la silla. González le regresó a Díaz la presidencia y, otra vez la burra al trigo, a Díaz le gustó tanto ganar elecciones que se reeligió seis veces más. Duró en el poder de 1876 a 1911, un total de 30 años; sin contar el periodo de González.
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Así estaban las cosas cuando Madero armó en San Antonio, Texas, los planes para su revolución. José Vasconcelos sugiere la ironía de darle a Díaz una sopa de su propio chocolate y utilizar el lema porfiriano para la campaña maderista. Lema que había sido traicionado por su propio autor.
Esa es la historia de la frase, y viene a cuento por que, después de 87 años sin reelecciones, estamos en la alborada de una ley reeleccionista que, curiosamente, podría tener sentido si nuestros políticos hicieran el trabajo para el que fueron elegidos; pero el diablo está en los detalles.
¿EL DIABLO ESTÁ EN LOS DETALLES?
El sistema político mexicano surge, como una fórmula para aplacar al país, por iniciativa del embajador estadounidense Dwight W. Monroe. El presidente Álvaro Obregón reconoció en 1923 una deuda con Estados Unidos, emanada de los apoyos financieros que los gringos dieron para armar la guerra de revolución; lo de la deuda también es otra historia, pero en 1928 asesinaron a Obregón. El crimen se achacó a la Iglesia católica, pero la Iglesia poco tuvo que ver en el asunto, y esa también es otra historia.
El embajador estadounidense vio que las condiciones no estaban dadas para que México retomara la ruta de progreso y desarrollo, necesaria para pagar las obligaciones pactadas, y en una comida con Calles, palabras más palabras menos, dijo:
“De seguir así las cosas, las muertes van a seguir. Y el próximo podría ser usted. Para poner un alto a las muertes se necesita un partido hegemónico. Un partido en el que estén metidos todos los generales con fuerza en el país y que ponga al presidente cada seis años. Las condiciones son: que no haya reelección y que el partido sea controlado por un jefe para que nadie se pase de listo”.
Al estar todas las fuerzas militares reunidas bajo un mismo paraguas, si alguien quisiera brincarse las trancas, todos le echarían montón y asunto arreglado. Todos tendrían la oportunidad de acceder al poder y la paciencia sería el común denominador para cambiar los balazos por la política. Al que le gustase ganar elecciones, cual vil chapulín, tendría que brincar de puesto.
La idea fructificó y el país se montó en el desarrollo. El jefe máximo ponía todos los puestos de poder y los funcionarios le debían lealtad incondicional pues, además, él controlaba la elección.
El jefe máximo fue Calles hasta que Cárdenas lo desterró. A partir de ese día, el jefe del partido fue el presidente de la república. El statu quo se mantuvo durante el priato. Cuando el PAN tomó las riendas del país, la tradición del presidente como jefe máximo permaneció; pero los panistas, amigos de delegar, permitieron que el presidente del partido tuviera mayor injerencia en la selección de los legisladores. Hay que ver que en tiempos de Calles eran 270 diputados federales y ahora son 500.
Así las cosas, diputados y senadores le debían la chamba al presidente de la república o del partido y la conexión con sus electores era imaginaria. Durante la campaña, los candidatos averiguaban qué quería oír el electorado, y en eventos multitudinarios prometían cumplir todos sus deseos, sabedores de que el compromiso no era con los electores, sino con el presidente y que las promesas se las lleva el viento.
La democracia trajo algunos cambios; al principio se tomó muy en serio. Políticos y partidos comenzaron a hacer más por sus electores.
¿QUÉ SUCEDIÓ ENTONCES?
Pero alguien tuvo la idea de proponer la reelección en las cámaras y los municipios. De esta manera, diputados, senadores, alcaldes y regidores que estuvieran cerca de sus votantes y cumplieran sus promesas tendrían mejor calificación que aquellos que no habían demostrado su compromiso. La democracia avanzaría y la decisión del voto se ataría al desempeño del funcionario.
La idea tuvo una resistencia enorme, pues la jerarquía se negaba a perder influencia para controlar a sus huestes. La finalidad era profesionalizar a los políticos y establecer un vínculo real entre legisladores y electores. Al final triunfó el sentido común y se aprobó la ley.
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Hoy, ante la inminente reelección, vemos cómo los partidos luchan por mantener el control al tratar de influir de todas las formas posibles. Por su parte, los legisladores, a quienes les correspondía hacer los ajustes legales de la ley electoral de 2014, no lo hicieron ni en tiempo ni en forma y el periodo legal para hacerlo concluyó.
Así las cosas, será el INE quien norme el proceso con las limitaciones que le impone su condición jurídica para hacerlo.
La ley marca que los legisladores que aspiren a la reelección deben hacerlo postulados por el mismo partido con el que obtuvieron su curul. De esta manera, si el diputado quedó bien con su distrito, puede quedarse afuera de la boleta electoral si el presidente del partido no decide postularlo.
Por lo pronto, Morena ya les dijo a los diputados de Ciudad de México que las curules no les pertenecen, sino que le pertenecen al partido. De esta manera será el presidente o el dueño del partido quien decida quiénes sí y quiénes no pueden reelegirse, y México seguirá entrampado por los cacicazgos. El proyecto inicial que proponía que la decisión del voto se atara al desempeño del funcionario se fue a la fruta; ojalá que no se lleve de corbata a la democracia.
¿Y los electores? Los electores, si saben chiflar, que chiflen a su flauta porque la partidocracia, en México, aunque la vistan de seda, partidocracia se queda.
VAGÓN DE CABÚS
El presidente debe estar celebrando las cien representaciones de la obra “Ya se aplanó la curva de contagios”. Sin embargo, contagios y muertes siguen creciendo. El aumento en promedio diario es de un 5 por ciento. Aproximadamente cada 15 días se duplica la cantidad de muertes. Lograr la inmunidad colectiva sin tener una vacuna tiene un costo exageradamente alto.
Por otro lado, la actividad económica está prácticamente abierta. Es momento de extremar las precauciones. Si se siguen los protocolos, el riesgo de contagio disminuye drásticamente. Todos debemos de traer cubrebocas, evitar las aglomeraciones, los lugares con escasa ventilación, y pedirle a la suerte que nos acompañe.
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias.