Sin embargo, a finales del año pasado, Yemen de repente parecía menos un modelo de transición pacífica a la democracia que la siguiente nación de Oriente Medio en dividirse con violencia, y no solo por las razones religioso-políticas regionales que nos son familiares. Poco reportado en el extranjero, e ignorado de forma rutinaria en el país, el hecho es que Yemen quizá esté a punto de convertirse en el primer país importante que fracase por la falta de agua.
La escasez se resciente por todo el país, pero es en especial severa en la capital, Saná, donde los grifos municipales funcionan en promedio solo una vez al mes, por pocas horas cada vez. Muchos de los 2.6 millones de residentes de la ciudad han dependido desde hace mucho en aljibes en los techos llenados con agua de pipas a un costo elevado. Según un estudio encargado por el Banco Mundial, Saná podría ser “insostenible” tan pronto como 2019. No importa que esta sea una de las ciudades más antiguas que se hayan habitado con continuidad en el mundo. A menos que se tomen acciones pronto, los residentes de Saná tal vez se vean obligados a permitir que la ciudad se marchite y muera.
Arabia Felix, o “Arabia Feliz”, como los romanos otrora llamaron a Yemen, se siente como un lugar desafortunado por estos días. Es la nación más pobre de la península arábiga, con una población de 26 millones que crece rápidamente. Se suponía que habría un cambio: la Conferencia de Diálogo Nacional, con duración de 10 meses y patrocinada por Naciones Unidas, que se celebró después del derrocamiento en 2012 de Ali Abdullah Saleh, el autócrata presidente del país por 22 años, tenía la intención de producir una constitución nueva de cara a las elecciones a celebrarse posteriormente este año.
No obstante, desde septiembre, cuando disgustados miembros de la tribu chiita houthi del norte del país primero rodearon y luego tomaron la capital, la posibilidad de un conflicto sectario al estilo de Irak parece avecinarse. El gobierno transitorio del Presidente Abd Rabbuh Mansur Hadi es atacado de manera simultánea por Al-Qaeda en la península arábiga (AQPA, por sus siglas en inglés, es considerada por la CIA como la franquicia más peligrosa de Al-Qaeda, y el grupo recientemente reivindicó su responsabilidad en los ataques a Charlie Hebdo, la revista satírica de Francia) y por separatistas en el sur. Pero ninguna de estas amenazas se compara con el peligro que presenta la crisis del agua.
En este momento, es casi un cliché decir que las guerras del futuro no se entablarán por el petróleo sino por el agua. Sin embargo, Yemen ofrece un atisbo del mundo real a un apocalipsis potencial. El país es uno de los cinco más “agobiados por el agua” en el mundo, con solo 86 metros cúbicos disponibles per cápita al año, según el Banco Mundial. (En contraste, Estados Unidos tiene 8914 metros cúbicos per cápita.) Más de la mitad de la población de Yemen vive de la tierra, por lo que el acceso al agua, y la capacidad de irrigar cultivos, es una cuestión de vida o muerte. Funcionarios del gobierno calculan que las disputas locales por la tierra y el agua ya producen 4000 muertes por año.
Todos los enemigos del gobierno han resultado aptos para explotar las divisiones provocadas por la escasez, pero ninguno más que AQPA. Aun cuando la rama de AQPA en Yemen planea ataques contra objetivos occidentales como Charlie Hebdo, de forma simultánea ha fomentado un apoyo local significativo no solo al proveer a los aldeanos de agua sino al ayudarlos a cavar pozos e instalar otra infraestructura acuática vital.
Cabe señalar que la palabra sharia, la cual a menudo es usada como un término genérico para la ley islámica que los militantes están determinados en imponer, puede significar, en una de sus muchas traducciones posibles, literalmente “el sendero al abrevadero”, una metáfora de la salvación espiritual con un atractivo obvio para los practicantes de una religión que se originó en el desierto arábigo. AQPA, encabezada por Nasser bin Ali al-Ansi, ahora trata de convertir esa metáfora en realidad.
Y está buscando exportar la táctica de usar el agua como “arma”. En un documento descubierto por The Associated Press en 2013 dirigido a AQEM (Al-Qaeda en el Magreb), AQPA sugería tratar de ganarse a los lugareños “mediante hacerse cargo de sus necesidades diarias como el agua. Proveer estas necesidades tendrá un gran efecto en la gente, y la hará simpatizar con nosotros y sentir que su destino está ligado al nuestro”.
Mientras tanto, el gobierno de Saná está muy por detrás de AQPA en su apreciación de la importancia de proveer agua a la gente. Se necesita con urgencia una nueva estrategia para administrar el recurso menguante de la nación. En la Conferencia de Diálogo Nacional, la diminuta y atribulada comunidad de hidrólogos de Yemen cabildeó mucho para que se hiciera una prioridad de su sector, pero el presupuesto del órgano responsable de la administración del agua, la Autoridad Nacional de Recursos Acuáticos (ANRA) del Ministerio del Agua y el Medioambiente, fue recortado en 70 por ciento. Najib Maktari, un alto asesor del ministerio, dice: “Esto muestra cuán poca importancia [el presidente] Hadi le da al sector”.
Nada de pozos, solo drones
Lagran mayoría de los recursos del gobierno se gasta en el rubro militar, como se ha hecho por años. Hay más de 400 000 en armas en Yemen combatiendo a los houthis en el norte, los separatistas en el sur y Al-Qaeda en casi todas partes. Son asistidos en esta última campaña por drones de EE. UU.; aun cuando el gobierno yemení no posee drones, se cree ampliamente que provee a los operadores de drones de EE. UU. con información sobre objetivos. De hecho, los yemeníes han juzgado a su presidente como un gran entusiasta de los ataques con drones de EE. UU. y otros tipos de poder duro, al grado de apodarlo desde hace mucho “Drone al-Hadi”. Los resultados de estas políticas —en gran medida sostenidas por el apoyo fuerte de Occidente al gobierno de Hadi— han ido de lo ineficaz a lo catastrófico.
Mohamed Ali al-Gauli es un profesor en el remoto distrito montañoso de Khawlan. Su hermano y su tío murieron en un ataque con drones de EE UU mientras viajaban en su auto, y como recuerdo de la tragedia, él ha guardado un trozo del estabilizador, lleno de señales estadounidenses, del misil que él señala como culpable de sus muertes. Su hermano y su tío, insiste él, no tenían nada que ver con AQPA. Su error había sido levantar a cuatro autoestopistas armados en el transcurso de un viaje rutinario de compras.
Como en Pakistán y demás lugares, la precisión de los ataques con drones usados en Yemen ha sido puesta en duda. Un estudio reciente de Reprieve, un grupo de derechos humanos con oficinas en Nueva York, y que ha circulado ampliamente en los medios sociales yemeníes sugiere que los ataques cuyos objetivos eran 17 hombres identificados hasta ahora han matado a 273 personas, por lo menos siete niños entre ellas, mientras que por lo menos cuatro de los objetivos siguen vivos.
“Ya sabes, esos drones son muy costosos”, dijo Al-Gauli cuando habló conmigo. “Pero en nuestro poblado, se necesita un viaje de dos kilómetros en burro para sacar agua de un pozo. Si alguien gastase la décima parte del costo de un misil en un pozo para nuestro poblado, tal vez nadie le prestaría atención a Al-Qaeda, y ellos se irían”.
La administración de Saná ha cometido errores, pero la crisis en Yemen no es toda culpa de Hadi. En la raíz, dicen los sociólogos, está el extraordinario crecimiento demográfico de Yemen, de 5 millones en 1960 a 26 millones hoy día, y se proyecta que llegue a 40 millones para 2030, una cantidad a la que sería difícil proveer de agua potable incluso si Yemen fuese rico y estable.
Saná, con un crecimiento demográfico anual de casi 7 por ciento —más del doble de la tasa nacional— enfrenta el mayor reto. Menos de 20 000 personas vivían en la ciudad en 1910. Pronto habrá tres millones. La desalinización —retirar las sales disueltas en el agua de mar para hacerla potable, una técnica favorecida por algunas ciudades en la península arábiga— no es una opción para Saná, que está demasiado lejos del océano y a 1.4 millas (2.25 kilómetros) sobre el nivel del mar, demasiado alta para que sea práctica. “Por su tamaño, Saná es una ciudad en el lugar equivocado”, dijo Brett Grist, exconsultor de Gran Bretaña para la ANRA. “Es tan simple como eso.”
Agua por drogas
La crisis del agua en Yemen ha estado en la tubería por lo menos 40 años. Hasta la década de 1970, los yemeníes irrigaban sus cultivos como siempre lo habían hecho, con el agua de las lluvias estacionales captadas en elaborados sistemas de terrazas montañesas. Sin embargo, conforme aumentó la población, igual lo hizo la demanda de alimentos. Esto llevó a que los agricultores buscasen una fuente de irrigación más confiable, y la hallaron en las aguas subterráneas, bombeada bajo sus pies.
La tecnología de la “revolución del pozo entubado” era sencilla: un tubo de acero de cuatro pulgadas de ancho que perforan la tierra mediante un motor de diésel a cualquier profundidad necesaria para alcanzar el nivel freático. El cambio se aceleró con el descubrimiento de petróleo en la década de 1970 cuando el gobierno, ansioso por incrementar la producción agrícola, introdujo subsidios al combustible para motivar que los agricultores perforasen. Sin mantenimiento, muchas de las terrazas montañesas, hermosas y con milenios de antigüedad, por las que Yemen es famoso fueron abandonadas. Pronto colapsaron, lo cual solo aumentó la dependencia de los agricultores en las aguas subterráneas.
Las ramificaciones políticas todavía se sienten. Hubo protestas masivas de miembros de la tribu houthi el otoño pasado por el intento del gobierno central de reducir esos subsidios al combustible, los cuales, ahora que el petróleo de Yemen se está agotando, ya no pueden costearse. No obstante, los houthis no consentirían los altos costos de la perforación por agua que significaría un recorte al subsidio. El gobierno rápidamente dio marcha atrás, pero no con la rapidez suficiente para evitar un golpe de Estado. Hoy, los houthis todavía fortalecen su control del país.
El cambio la irrigación con aguas subterráneas también ha sido un desastre medioambiental. Los acuíferos requieren de tiempo para rellenarse, pero los yemeníes no les dan oportunidad. Por ejemplo, en el corazón houthi de Sa’ada, las aguas subterráneas son extraídas 12 veces más rápido de lo que la naturaleza puede remplazarlas. Hace 30 años, era posible hallar aguas subterráneas a una profundidad de 90.44 metros en la cuenca de Saná. Losperforadores de hoy a veces tienen que ir tanprofundo como 1097.3 metros. Las reservas superficiales que se reponen por símismas hace mucho que fueron saqueadas; el agua que ahora se explota es la llamada agua fósil que tal vez nunca sea remplazada.
Decenas de miles de agricultores, forzados a dejar sus tierras, se han dirigido a la gran ciudad en busca de trabajo, y allí por lo general no hay ninguno, sumándose al descontento. Conforme se agota cada vez más el acuífero de la cuenca de Saná, este flujo de agricultores desplazados parece seguro que se convertirá en una inundación.
Tal vez el mayor reto para conservar los mermados acuíferos del país proviene de lo que en realidad se cultiva en las tierras yemeníes. La intención del gobierno, cuando subsidió por primera vez el diésel agrícola en la década de 1970, era que las tierras produjesen alimentos. Pero los agricultores pronto descubrieron que era mucho más rentable cultivar qat, la hoja masticable similar a la anfetamina a la que Yemen, como nación, es adicta. Se calcula que uno de cada tres yemeníes, tal vez 8 millones de personas, consumen con regularidad la droga, la cual, aunque está clasificada como una sustancia controlada en Occidente, es legal en Yemen y a lo largo y ancho del Cuerno de África. Los yemeníes gastan, en promedio, entre un cuarto y un tercio de su ingreso en qat, alrededor de US$4000 millones al año nacionalmente. Según un estudio holandés, el negocio de qat representa 16 por ciento del empleo y 25 por ciento del producto interno bruto nacional.
Los árboles de qat son de raíces profundas y sedientas, y como solo las copas suaves y frondosas de los árboles son aptas para el consumo, su cultivo es tristemente un desperdicio. Algunos analistas sugieren que 40 por ciento de toda el agua potable disponible en Yemen se usa en el cultivo de un producto que no tiene valor nutrimental alguno, y esto sucede en un país donde más de la mitad de los niños menores de cinco años están atrofiados por la desnutrición. Pero el área de tierra dedicada al cultivo de qat sigue expandiéndose en 10 por ciento cada año.
Los intentos de controlar el comercio han fracasado debido a los inconmensurables intereses particulares. Los jeques tribales y terratenientes y las figuras militares que más se benefician con el cultivo de qat tienden a ser miembros del parlamento y bloquean cualquier cambio. Por ejemplo, cuando el parlamento trató de discutir el permiso de importar qat de Etiopía —una medida planteada para debilitar las ganancias locales, reduciendo así el atractivo del cultivo y, por lo tanto, la cantidad de tierra yemení dedicada a él—, un miembro del parlamento se puso de pie y anunció: “Derribaremos los aviones”.
Perforadores ilegales
Los pozos privados y no licenciados continúan siendo perforados a un ritmo alarmante por perforadores ilegales que poseen y operan una flotilla vasta de perforadoras móviles. Los cálculos sugieren que ahora hay 14 000 pozos entubados de propiedad privada en la cuenca de Saná, y cada día se perforan más.
El ministerio del agua con pobres recursos hace lo mejor que puede, pero ha perdido de hecho la guerra contra los ilegales, quienes tienden a ser empleados de los mismos jeques influyentes que controlan el comercio de qat. Por ejemplo, un programa gubernamental para instalar transmisores GPS supuestamente a prueba de alteraciones en todas las perforadoras conocidas fracasó cuando los operadores descubrieron maneras de removerlos o destruirlos. En 2012, la ANRA estableció una línea directa y pública y alentó a los habitantes de Saná a reportar cualquier perforación que pareciera sospechosa. Pero la aceptación fue mínima, e incluso cuando funcionarios de la ANRA trataron de evitar una operación ilícita, rápidamente fueron ahuyentados por gatilleros tribales, o incluso, en una ocasión, por policías corruptos.
Recientemente, Noori Gamal, un alto hidrólogo en el ministerio del agua, oyó un rumor de que un perforador ilegal estaba operando en Hadda, el principal distrito comercial en el centro de la ciudad, y me invitó a encontrarme con él allí. Al principio no pude oír nada, pero su oído experimentado de inmediato detectó el retumbo de una profunda perforadora hidráulica rotativa. Él me encaminó tres cuadras, doblando a izquierda y derecha, y allí estaba: una grúa de 9 metros, sujetada apresuradamente con pernos y en apariencia inestable, en el jardín lateral de una casa privada que pertenecía (como descubrimos luego) a un jeque cultivador de qat y terrateniente.
Apoyada en el brocal, bloqueando el paso, había una camioneta larga y cargada con cientos de metros de tubería de perforación. La calle estaba llena de lado a lado por un río hasta la cintura de lubricante para perforadora que rezumaba del orificio de perforación, una masa gelatinosa de jabonosa espuma blanca a través de la cual dos muchachos hacían caballitos en bicicletas de montaña. Media docena de trabajadores andaban por ahí y nos miraban, con las mejillas hinchadas por el montón de qat en sus bocas.
El capataz de la operación no estaba de plácemes por vernos, pero Gamal no estaba allí para detenerlo. Obstruir una operación de perforación, me explicó luego, se había vuelto peligroso; el jequeque empleaba al capataz podía manipular el sistema político para que despidiesen, arrestasen —o algo mucho peor— a Gamal.
“Veo las perforadoras sin licencia como baterías de artillería móviles, y los tanques que distribuyen el agua subterránea como misiles aterrizando en todo vecindario”, dijo Gamal. “No pienso que esas palabras sean lo bastante duras. Lo que le estamos haciendo a nuestro recurso hídrico le hace tanto daño a nuestro país como cualquier campaña militar. Y la escasez de agua ya está matando a más de nuestra gente de lo que Al-Qaeda jamás hará.”
El borde del precipicio
No hay soluciones fáciles en Yemen. En noviembre pasado, en cooperación con la ONU y la embajada holandesa, el Ministerio del Agua lanzó un proyecto a tres años en la cuenca de Saná con la intención de persuadir a los agricultores de empezar a conservar sus recursos y bombear menos aguas subterráneas. Mientras tanto, al sur de la ciudad, donde hay un gran acuífero todavía sin explotar, se perforan nuevos pozos municipales. Estas y otras medidas pueden ganarle algo de tiempo a Saná. Pero explotar más agua de los acuíferos con toda probabilidad solo pospondrá lo inevitable. “Yemen es como un hombre que se desliza hacia un precipicio”, dijo un exministro del agua, Abdul-Rahman al-Eryani. “Él definitivamente rebasará el borde. La única pregunta es cuándo.”
No todos son tan pesimistas. Algunos altos funcionarios creen que el cambio a gran escala en el enfoque de la administración del agua que el país necesita es posible, y que tienen tiempo. La experiencia de una comunidad chiita ismailí en Haraaz en las tierras altas occidentales da algo de esperanza. Hace 15 años, ellos decidieron arrancar sus huertos de qat —alrededor de 200 000 árboles han sido destruidos— y plantar cultivos de un valor comercial comparable, principalmente café supremo, por el cual Yemen otrora fue famoso. (El grano de café moka, el “mokaccino” y demás, toman su nombre del puerto yemení en el mar Rojo de ese nombre.) Los ismailíes también introdujeron una irrigación moderna por goteo y han empezado a reparar sus terrazas para captar agua. Como resultado, el nivel freático de Haraaz ya no está disminuyendo, y la economía local está prosperando. ¿Este experimento valiente podría convertirse en un modelo para el resto del país?
El director de la ANRA, Ali al-Suraimi, parece pensarlo así. Él cree que incluso Saná podría ser sustentable si los agricultores de las tierras altas reducen su dependencia en las aguas subterráneas. “Necesitamos reparar nuestras terrazas y regresar a los medios antiguos, y vivir como lo hicieron nuestros abuelos”, dijo él.
Es una paradoja infeliz, pero el futuro de Arabia Felix, junto con el de su capital ancestral, podría depender de la capacidad y voluntad de los yemeníes en darle vuelta atrás al reloj.