Mediante un sistema de “semáforos” el gobierno de la República convoca a “una nueva normalidad”. Tiene el impulso natural del poder, elimina el sentimiento democrático, impone una manera ideológica; un descuido lamentable desde y para una legitimación política desde las urnas y de manera abundante. La “nueva normalidad” elimina los impulsos individuales para mostrarlos como la producción en serie de personas. La normalidad tiene su semilla cognitiva en la ciencia de los comportamientos, la estadística, que en síntesis revela promedios. En lo estudios de la curva de Gauss, hoy en la mente del colectivo por la confronta entre la vocería del militante López Gatell con las realidades de las demarcaciones sociales; la inolvidable “distribución normal”, porcentajes de parecidos reflejan comportamientos humanos de normalidad. Científicamente prevé avenidas para modelar comportamientos en virtud de que lo observado se adiciona con causas independientes. Con estos modelos se diseñan las encuetas para estudiar mercados, por cierto las de tipo electoral son las más caras y las más “horribilis”. Miden comportamientos, casos, eventos, simpatías, audiencias…
Sin duda, la estadística posibilita interpretaciones de la realidad. Empero, parece que hay una confusión conceptual entre realidad y normalidad, conceptos que puede arbitrar la circunstancia; lo que se presume estadístico nos reflejará como la marcha imperativa de los martillos en la película “El muro” de Pink Floyd. Las interpretaciones estadísticas no dejan de ser modelos que, bien empleados, permiten la toma de decisiones adecuadas, empero, estos modelos son útiles pero no incuestionables. Una razón simple, confronta los promedios con la incertidumbre, derrumba la ideologización del discurso, aunado a ello, la estadística elimina en su falsación variables esenciales de la realidad, lo que merma la cartografía de la “normalidad”.
La palabra normal es ahora como dijo Nietzsche, una moneda que a fuerza de un uso indiscriminado ha perdido su valor y solo le queda el metal. Hemos abusado de la palabra “normalidad” desde las razones ideológicas. Es difícil definir la normalidad, (calidad de los normal; normal, lo que se ajusta a reglas fijadas de antemano), nos enfrentamos a lo patológico, a la extrañes, a la raridad. Asocia connotaciones, ello en política, en una presumida ideología “de izquierda” es peligroso pues evalúa qué es lo correcto y qué es lo incorrecto, lo cual invade espacios como los de la costumbre y el carácter, “nueva normalidad” restriega lo “a-normal” en evaluación prejuiciada, se cruza con una idea desafortunada de normalidad.
El regreso a la “nueva normalidad” debe agotar las discusiones científicas, éticas, morales, sociológicas… y dar cabida a pluralidad de voces, no hacerlo engendra el dilema ¿qué hacer con lo extraño, con lo “a-normal”? Como lo he señalado en esta discusión, el criterio estadístico se basa en la idea de que la normalidad es lo probable, un criterio matemático sobre conductas repetidas que revelan lo estandarizado. El discurso en la pandemia, por ejemplo, no ha sido dialógica en procesos y leyes biológicas naturales para determinar la normalidad. Comportamientos, conductas, que alcancen la normalidad biológica con un solo dato pueden interpretarse como una patología, en vez de como una parte asociada al proceso a lo normal. La irregularidad de los comportamientos por demarcaciones debería tener un cuidado especial en su sentido social, que en esta discusión pandémica, no ha estado presente, falta una pedagogía pública que explique y vuelva explicar la interlocución de intersubjetividades sobre conocimiento social, el proceso educativo y cultural para crear la regularidad. Intrínsecamente tendemos a juzgar como normales nuestras conductas.
No es democrático el imperativo de una normalidad como media de la curva de Gauss. Le otorga a la calidad de lo común un peso muy superior a las diferencias, niega la pluralidad, empobrece la diferencia. Somos todos incomparables, eso nos otorga un crédito de excepcionalidad, aceptando que tenemos cosas en común. Impulsar prudencia a la individualidad al mismo tiempo de pertenecer a la sociedad y, confirmar nuestra identidad. Vivimos encontrados en el mundo, ese conjunto de cosas y relaciones bajo circunstancias que nos afectan como sujetos; la circunstancia es lo que nos rodea, donde nace la necesidad de hacer algo para existir, debemos considerar el ¡qué hacer!, “… no una realidad independientes al sujeto sino relacionada con el sujeto… vivir es convivir con una circunstancia”, dice Ortega y Gasset. La normalidad convocada nos arrastrará a vivir vidas que no son las nuestras, no podemos permitir desgarrar la calidad de nuestra individualidad, imprescindible en nuestra sociedad plural. ¡No somos normales!, para vivir un mundo nuevo es preciso que no existan referencias absolutas; es un truco de adoctrinamiento, los valores y las virtudes están fuera de esa normalidad. Aferrémonos, salvar la CIRCUNSTANCIA para salvarnos nosotros. La circunstancia está en nuestro contexto y nos posibilita vivir al margen de ese contexto, eso nos forma como personas, base de una ciudadanía que decide.