El conflicto de Gaza impone una onerosa carga a los niños palestinos, aunque los dos bandos sufren.
La Franja de Gaza, uno de los rincones más densamente poblados del planeta, es un lugar de horror y sufrimiento. Aun cuando no ha sufrido toda la fuerza de los ataques israelíes, se ha convertido en un mar de desesperación para sus 1.7 millones de habitantes de los cuales, la mitad son niños. La cuenta de víctimas del conflicto actual es horrible. Según datos de la Unicef, 59 menores palestinos -43 niños y 16 niñas- perecieron en los primeros nueve días de combate –antes incluso que dieran inicio los ataques terrestres de Israel- y la mayoría de las víctimas contaba menos de 12 años.
“Eso equivale a un promedio de cuatro niños al día”, calcula Bruce Grant, funcionario en jefe de la Unicef para protección infantil en Gaza. “Eso significa que, por cada dos militantes caídos, mueren tres niños palestinos y eso significa que los niños están pagando el precio mortal”.
La noche que iniciaron los ataques terrestres de Israel, otros 11 pequeños perdieron la vida, incluido un bebé de cinco meses. “Si damos un vistazo a la cifra de niños victimados y lesionados, cuyas casas fueron destruidas… Si sumamos todo eso”, prosigue Grant, “descubrimos que alrededor de 58 000 menores necesitarán urgente asistencia psicológica”.
Esos chicos tienen que recuperar una semblanza de normalidad lo antes posible, agrega Grant, porque han perdido hermanos o hermanas, su hogar fue bombardeado o fueron desplazados.
Aunque Grant señala que los niños –incluso en un conflicto armado- suelen ser más resilientes que los adultos, las guerras en Gaza están causándoles daños a largo plazo: este es el tercer conflicto importante en seis años.
“Es la tercera vez que [los niños] viven semejante violencia”, acusa. “¿Cómo van a reponerse de eso? ¿Cómo encontrarán el camino hacia la recuperación?”.
Los progenitores de casi todos ellos también fueron refugiados o desplazados, de modo que los niños de hoy sufrirán el costo de lo que algunos psicólogos denominan un “trauma generacional”: asimilarán como propio el sufrimiento de sus padres y abuelos.
Aun sin guerra, la existencia en la Franja de Gaza es espantosa. Amén de la inmovilidad –no hay salida ni entrada-, cada día ocurren, en promedio, 12 cortes de energía y así, en los primeros nueve días del conflicto actual hubo apagones de hasta 20 horas.
Antes de que iniciara la presente contienda, más de 57 por ciento de la población de Gaza padecía de “inseguridad alimentaria”, término de la ONU para describir la falta de alimentos. El desempleo en la Franja es 41 por ciento y 80 por ciento de su población consiste de refugiados. Además, 95 por ciento del agua es inadecuada para consumo humano y las aguas negras van al mar.
El aire está impregnado de un hedor casi insoportable; son contados los espacios públicos; no hay seguridad policiaca ni personal; y más que nada, la población vive con el avasallador sentimiento de que el futuro no será mejor.
“Hablo tres idiomas y aprendí francés por mi cuenta, pero ¿de qué me sirve si no puedo salir de Gaza?”, lamenta Mohammad (24 años), quien trabajaba con reporteros occidentales y se acogió al anonimato para evitar recriminaciones. “¿Puede creer que jamás he ido más allá del punto de inspección de Erez? Mi contacto con el mundo exterior se limita a las noticias de internet y eso, cuando hay electricidad”.
Los palestinos pasan la mayor parte del día escondidos en casas o refugios, temerosos de los bombardeos; los enfermos crónicos –sobre todo quienes deben someterse a tratamientos como diálisis- no pueden acudir a los hospitales, que están a reventar de heridos; y todos los niños permanecen encerrados.
Las escuelas de Gaza están de vacaciones por el verano y sin embargo, albergan a quienes huyen de las bombas. Sin embargo, si el conflicto no termina antes de septiembre, no habrá dónde educar a los niños.
La prueba de que hay un estado de batalla campal en la Franja fue revelada por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), la cual anunció que se habían encontrado cohetes en una escuela patrocinada por ONU, “lo que significa” –acusó Sami Mshasha, funcionario de la Unicef- “que están utilizando espacios de la organización para almacenar armas. Es una absoluta falta de respeto por la neutralidad de las escuelas”.
Catherine Weiber, funcionaria de la Unicef, dice que los niños sufren por falta de sueño y alimentos, y “hablan con sus padres de manera ininteligible, incapaces de interactuar. Muchos ni siquiera pierden de vista a sus progenitores, temerosos de que, si se marchan, jamás regresarán”.
“Hemos recibido muchos informes de que, incluso los niños de los albergues, adonde corrieron en busca de asilo, tienen pesadillas y no pueden dormir”, interpone Mshasha. “Están siempre a la escucha de bombas. Ahora tendremos otra generación sufriente”.
Un incidente puso en evidencia la tragedia de los niños atrapados en el fuego cruzado: siete menores, todos emparentados con un pescador de la familia Bakr, jugaban fútbol en la playa vecina al hotel Al Deira cuando cuatro fueron abatidos por misiles israelíes. El primer proyectil explotó, matando a uno de los chicos; el segundo dio contra los otros tres, que habían echado a correr.
Los heridos llegaron hasta el hotel, donde horrorizados reporteros extranjeros observaban la escena. Hamad Bakr (13 años) sufrió heridas de metralla en el pecho; su primo, Motasem (11) tenía lesiones en la cabeza y las piernas; y Mohammad Abu Watfah (21), heridas en el vientre.
Hace más de 20 años, al final de la primera intifada palestina (levantamiento que abarcó de 1987 a 1990), trabajé en un proyecto con el fotógrafo británico-israelí Judah Passow y el psiquiatra palestino Eyad al-Surraj, respetado residente de Gaza, director del Centro de Salud Mental de Gaza, consultor de la delegación palestina en la cumbre Camp David 2000 y ganador del galardón Médicos por los Derechos Humanos.
Primero, intentamos identificar a los niños que sufrieron más a consecuencia de la ocupación israelí; niños que, cuando hacían dibujos escolares, siempre representaban soldados, armas, tanques y aviones soltando bombas.
Regresé con Passow 10 años más tarde, durante la segunda intifada (2000-2005), llevando con nosotros los retratos de aquellos niños para buscarlos y tratar de esclarecer qué les había ocurrido. El resultado fue desgarrador. Algunos habían muerto, otros estaban en prisión; solo unos cuantos afortunados habían salido de Gaza.
Aunque, al escribir este reportaje, no había niños israelíes muertos o lesionados en el presente conflicto, eso no significa que no estén sufriendo su parte. Jonny Cline, israelí que dirige el lado judío del esfuerzo de la Unicef, informa: “No podemos comparar un sufrimiento con otro. Si no existiera la defensa del Domo de Hierro, no sé cuántos niños judíos habrían muerto”.
Cline agrega que sus hijos han debido correr a un refugio antibombas con apenas 90 segundos de antelación a un ataque y por ello, no duermen ni comen bien, y “no son los de siempre”.
“Como israelí, me conduelo de los civiles palestinos inocentes”, dice Cline. “Porque sufriendo como sufrimos, no puedo ni imaginar lo que ellos están sufriendo”.