En un México de novela, después de las elecciones de 2012 la corrupción y putrefacción de la política llegan a tal grado que un golpe de Estado, con una consecuente revuelta social, hunde al país en una de las más terribles depresiones económicas, políticas, sociales y culturales que nación alguna jamás haya vivido.
Ante este escenario, que para muchos nada tiene de irreal, Raúl Rodríguez Rodríguez, el autor de la novela que propone tal argumento, Coro de monólogos: México, entre la apatía y la tragedia, considera que la mejor forma de poder incidir en la realidad de una forma propositiva es con la literatura.
“Yo tenía muchas visiones respecto a la realidad nacional, y me pareció una idea divertida integrarlas todas en una misma historia de ficción”.
Rodríguez, nacido en México en 1972, ha dedicado gran parte de su vida al periodismo político, ora como analista, ora como severo editorialista de los sucesos electorales. También es maestro en Comunicación Institucional, ha participado en varias campañas políticas y tiene una amplia trayectoria en opinión pública, análisis estratégico y prospectiva política.
En entrevista con Newsweek en Español explica que como colaborador de revistas y periódicos siempre ha tenido la oportunidad de observar los sucesos políticos muy de cerca, pero al escribir un libro buscó la oportunidad de expresar, a título personal, la visión que poseía sobre la realidad del país.
“Mi actividad profesional siempre me ha obligado a estar informado del acontecer político —asegura Raúl Rodríguez—. Además, por vocación y por gusto estoy al pendiente de los asuntos, de los periódicos y las notas del día, etcétera”.
En este tenor, el escritor opina que la historia es cíclica: “Eso me llamó mucho la atención luego de leer muchas biografías políticas, de hecho fue parte de lo que me llevó a escribir la novela, el darme cuenta y constatar que la condición humana siempre está presente en el devenir histórico y político de la sociedad.
“Con Winston Churchill, John Fitzgerald Kennedy, Porfirio Díaz y muchos personajes siempre nos damos cuenta de que el factor y la condición humana acaban dominando la evolución de los acontecimientos. Es decir, más allá de las circunstancias, las tecnologías y los tiempos que nos tocan vivir, el ser humano sigue siendo una pieza clave para explicar y solucionar los acontecimientos y problemas que nos agobian”.
Agrega nuestro entrevistado que lo dramático del planteamiento en Coro de monólogos resulta toda una paradoja para el lector, pues en primera instancia podría parecer una trama muy extremista, pero cuando comienzan a desarrollarse los argumentos que explican ese devenir de los acontecimientos, resulta sorprendente cómo sí es posible arribar a situaciones extremas a partir de los pequeños sucesos que taladran a la nación todos los días.
“Los pequeños detalles pueden ir sumando y contribuyendo a una situación caótica. Como bien decía Jesús Reyes Heroles, problemas que se postergan, estallan. Por eso la intención de la novela es hacer reflexionar al lector sobre la importancia de que no dejemos en el gobierno o en la autoridad política la solución de los problemas, sino que realmente formemos parte de la solución.
“Y sobre esa óptica la novela hace mucho énfasis en cómo el ciudadano puede contribuir al caos o a la solución de los problemas. Decía alguien que la política es algo tan importante que no podemos dejarla en manos de los políticos, y justamente Coro de monólogos plantea que la sociedad, los sectores productivos del país, todos los estratos sociales, estamos obligados a contribuir a que México salga adelante”.
Es decir, “seguir apostando a que un partido, un presidente o una instancia de gobierno nos saque adelante resulta por obviedad algo rebasado. La realidad nos demuestra que no ocurre así y que las sociedades desarrolladas tienen un alto grado de participación; hay una relación, una correlación directa, entre una economía pujante y una sociedad desarrollada con la participación de su gente”.
Una política democrática
En la novela se plantea de una forma muy interesante la idea de la ciudadanización de la política, es decir, que los candidatos a puestos de elección popular sean ciudadanos que no hayan ocupado ningún puesto político. ¿Pero en México es posible que los políticos obedezcan el mandato de la ciudadanía?
Rodríguez Rodríguez responde: “Me parece que sí, y creo que las nuevas tecnologías contribuyen mucho a la democratización de la vida política. No creo en una sociedad sin partidos políticos, porque sería una visión muy simplista pretender que los partidos son el problema, el problema es la gente que le da vida a los partidos, pero al final el ciudadano con su voto puede evaluar ese desempeño”.
Por eso “hoy es más vigente que nunca la utilidad del voto, pero creo que debemos trabajar más en esa decisión, en construir la opinión del ciudadano. Acceder a los medios de comunicación, democratizar los medios y acceder a las nuevas tecnologías contribuirá a que las nuevas generaciones puedan tener mayores elementos de juicio, y eso es una buena noticia, pues ya no es fácil que pueda manipularse a las masas como antes, cuando llegaban a imponerse ideologías incluso para matarse unos a otros, eso era producto de mucha ignorancia”.
En Coro de monólogos asimismo se plantea el escenario de que el golpe de Estado, la revuelta social, se dan a partir de unas elecciones fraudulentas planeadas desde el gobierno. Es decir, toda una conspiración en pos de que un ambicioso grupo político no pierda el poder.
“Esa fue la parte novelada de la historia pues evidentemente no tengo elementos para asegurarlo en la realidad. Pero yo diría que cualquier conspiración, ya sea en el seno familiar, en una empresa, en un grupo de amigos, en un país, en una sociedad, es factible en la medida en que exista ignorancia, por eso la importancia de que el ciudadano se informe, participe, se comprometa y tome partido en el más amplio sentido de la expresión para que cualquier intentona de ese tipo no prospere”.
Otras entrelíneas a destacar en la novela del periodista es la sentencia irrevocable de que la política es una inmundicia. No obstante, en el México real, de acuerdo con el autor, pretender ciudadanizar la estructura política nos ha dejado escenarios poco alentadores:
“Por eso más bien creo que el ciudadano está obligado a supervisar a su clase política. El problema es que culpamos a los políticos de los desaseos, pero no nos ocupamos de supervisarlos, ni siquiera de votarlos. Mucha gente, más del 30 por ciento del padrón, se abstiene de participar en las elecciones presidenciales cada seis años, y en las intermedias la cosa es peor, baja a un 50 por ciento esa participación.
“Entonces, no votamos por nuestras autoridades, no las supervisamos, no hacemos nuestra parte, pero acabamos culpándolas. Es una situación cómoda culpar al gobernador, al alcalde, al presidente, a los políticos, pero volteamos y tiramos la basura en la calle, damos sobornos, nos pasamos los semáforos en rojo, no pagamos impuestos, en fin, somos parte del problema”.
Concienciar a la gente
Ante esta situación —manifiesta Raúl Rodríguez—, la máxima de que los políticos son el reflejo de la sociedad a la que pertenecen es muy válida en México. Sin embargo —propone—, en la medida en que la sociedad, en el seno de la familia, produzca ciudadanos con mayor autoridad moral, en esa proporción podrá oxigenar y mejorar a los políticos que la gobiernan, pues estos al final son un producto de la población a la que rigen.
—¿Las protestas, despertares y expresiones de violencia que todos los días se ven en el país podrían provocar una revuelta social? —pregunta Newsweek en Español al escritor.
—Yo respondería que tenemos todo para salir adelante. Me gusta mucho una frase del presidente Peña Nieto que dice que su gobierno no viene a administrar al país, sino a transformarlo; me parece muy acertada, pero conlleva la participación de la gente. Tenemos el bono demográfico, la ubicación geográfica, los recursos naturales y las relaciones comerciales para salir adelante, y nuestra sociedad está dando pruebas de una mayor madurez.
“Lo que falta es concienciar a la gente de que lo mismo se puede descomponer la situación pública que transformarse. Hacia allá va la novela un poco, a aportar elementos de juicio para darnos cuenta de que nuestra situación social y política es vulnerable porque la materia prima es el ser humano, y es algo de lo cual nos debemos de ocupar. No podemos seguir con tantos millones de ‘ninis’ [jóvenes que no estudian ni trabajan], no podemos hacer a un lado la violencia del crimen organizado, el desempleo, el abandono de la tercera edad, la poca inversión que ha habido en ciencia y tecnología, la impunidad de políticos que llegan, roban y se van”.
—¿Y cuál te gustaría que fuera la conclusión después de leer tu novela?
—A mí me gustaría, sin tratar de que sea un oráculo ni agorero, que no se cumplieran ciertos escenarios que yo planteo ahí, y creo que la paradoja es que planteándolos se disipan; cuando se tiene un problema bien diagnosticado la mitad de la solución está localizada, y yo desearía que mucho de lo que planteo no se concrete.
“Pero al final la historia nos demuestra que los fenómenos sociales son cíclicos —concluye—. La ecuación no es tan difícil de resolver, todos los fenómenos sociales se repiten bajo los mismos esquemas. Si lo viéramos desde un punto de vista de laboratorio podríamos saber, teniendo los componentes, cómo afectar en positivo el resultado en la siguiente ocasión. Pero si sabemos cómo pueden evolucionar las cosas sería criminal mantenernos ajenos a ese cambio”.