Mientras los demócratas de la Cámara ponderan los aspectos políticos de someter a Donald J. Trump a un juicio político, también analizan sus posibles resultados. Una solicitud de juicio político podría debilitar al presidente antes de la elección del próximo año y hacer que la Casa Blanca vuelva a estar en manos de los demócratas, o bien, podría resultar contraproducente, dando el mismo resultado que obtuvieron los republicanos en su esfuerzo por derrocar a Bill Clinton en 1998.
Pero existe una tercera opción: el juicio político podría salir bien. Como enmarcó el dilema un miembro de alto nivel del gabinete del Comité Judicial de la Cámara, “¿Y si nos quedamos con Pence como presidente?”.
Esa situación parecía demasiado exagerada… hasta ahora. En este momento, no parece haber suficientes senadores republicanos que votarían por condenar a Trump si la Cámara, controlada por los demócratas, aprueba los artículos de juicio político en su contra. Pero el presidente no ha podido sofocar el “Ucraniagate”, el escándalo que explotó cuando un informante de inteligencia de Estados Unidos declaró que Trump presionó al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky para que incriminara a Joe Biden y su hijo Hunter. La publicación de la “transcripción” de la llamada, que la Casa Blanca aparentemente piensa que es exculpatoria, no hizo más que intensificar la presión. En una encuesta reciente realizada por Fox News se muestra que la mayoría de los encuestados (51 por ciento) desea ahora que Trump sea sometido a juicio político y destituido del cargo. Esa fue la primera encuesta a gran escala que muestra que la mayoría está a favor de la destitución de Trump.
Sin embargo, una llamada presidencial independiente y no relacionada es la que ha hecho que Trump sea más vulnerable, y que la presidencia de Pence resulte menos improbable.
El anuncio de Trump, realizado el 6 de octubre, tras una llamada con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, de que el gobierno estadounidense retiraría a sus soldados del noreste de Siria, lo que permitiría que Turquía atacara a los kurdos de Siria, enfureció a los senadores republicanos. Ankara piensa que los kurdos de Siria ayudan a un grupo separatista dentro de Turquía, pero los combatientes kurdos han sido aliados cruciales de Estados Unidos para derrotar al grupo Estado Islámico. Al igual que la mayor parte de la corriente principal de la política exterior de Estados Unidos, los líderes del Partido Republicano consideran la retirada de Trump como un abandono injustificable de un aliado incondicional de Estados Unidos, y como una acción imprudente que obrará en favor del Estado Islámico (ISIS), del presidente ruso Vladimir Putin y del presidente sirio Bashar al Assad. Ni un solo senador republicano manifestó su apoyo al retiro de soldados. El líder de la mayoría Mitch McConnell denunció públicamente la acción, al igual que el senador Lindsey Graham, que anteriormente había sido un aliado totalmente incondicional de Trump.
En el mejor de los casos, según sus previsiones, algunos demócratas esperan que el actual escándalo de Ucrania logre derrocar tanto a Trump como a su vicepresidente. Pence quedó involucrado en el escándalo de Ucrania porque el presidente estadounidense lo envió a Polonia en septiembre para presionar aún más a Zelensky para que este pusiera freno a la corrupción, aunque no específicamente a hablar sobre los Biden. El 9 de octubre, en respuesta a las preguntas de un reportero, Pence no respondió si sabía de la marcada intención de Trump de incriminar a Biden. Si, de alguna manera, Pence también cae, la presidente de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi se convertiría en presidente del país.
Al menos por ahora, esto parece una fantasía. Algo mucho más probable: el Senado votará a favor o en contra de destituir a Trump. Los votos a favor de la destitución aún no se producen. Pero la incomodidad de los senadores republicanos con el presidente es palpable; su creciente molestia con el errático gobierno es la razón por la que “Pence como presidente” no es algo inconcebible.
Así que pensemos en ello.
Después del caos casi constante de la era de Trump, una presidencia de Pence sería una vuelta a la normalidad política. Parecería aburrida en comparación con Trump, y muchos estadounidenses se sentían contentos con ello. No habría tormentas de tuits. En la Casa Blanca y en su gabinete colocará a viejos amigos y asesores de sus días como gobernador de Indiana y como representante del Congreso, algunos de los cuales ya han desempeñado funciones en el gobierno de Trump. Por ejemplo, Marc Short fue director de asuntos legislativos de la Casa Blanca antes de convertirse en jefe de gabinete de Pence, y Seema Verma, asesora en jefe de políticas de atención a la salud de Pence, dirige los programas Medicare y Medicaid. Su asesora política más cercana sería Karen Pence, quien ha sido su esposa por 34 años. Y según sus asociados, él dirigiría una Casa Blanca mucho más disciplinada que su inquilino actual.
Como candidato para el próximo año, Pence sería quien llevaría la delantera y podría presentarse como alguien maduro y estable, y como un conservador confiable.
Para la mayoría de los republicanos, Pence es un conservador sólido a la vieja usanza, conocido principalmente por ser un cristiano evangélico practicante y por sus fuertes opiniones provida. Su apoyo por el matrimonio tradicional, arraigado en su fe, fue el origen de lo que llegó a convertirse en la controversia política que definió su etapa como gobernador de Indiana, la cual podría perseguirlo si llega a estar en posición de postularse para la Casa Blanca.
Si Pence asume la presidencia en algún momento del año próximo, señalan sus amigos, se postularía para ganar la presidencia por sí mismo en 2020. En el periodo previo a la elección de 2016, consideró la posibilidad de postularse para la presidencia y decidió finalmente buscar la reelección como gobernador debido a que no vio ningún camino posible hacia la Casa Blanca. Simplemente había demasiados gobernadores en la contienda, entre ellos, dos del medio oeste, Scott Walker, de Wisconsin, y John Kasich, de Ohio. Como candidato para el próximo año, él sería quien llevaría la delantera y podría presentarse como una persona madura y estable, y como un conservador confiable. Sin embargo, la persona pública libre de dramas de Pence podría resultar engañosa. En palabras de su biógrafo, el reportero político Tom LoBianco, “el aburrimiento es su camuflaje”.
Pence, de 60 años, nació siendo el tercero de seis hijos en una numerosa familia católica romana de clase media de Columbus, Indiana. La política no era un tema muy sobresaliente entre su familia, y Pence ha dicho que sus primeras tendencias eran favorables hacia los demócratas. Admiraba a John F. Kennedy y a Martin Luther King Jr.
Se acercó a la oratoria en la secundaria, lo que prefiguró su futura carrera como locutor radiofónico, y fue elegido presidente de su clase. En el Colegio Hanover, una pequeña universidad de artes liberales en el sur de Indiana, encontró su fe. Se unió a un pequeño grupo cristiano llamado Vespers (Vísperas), una mezcla de católicos y evangélicos, dirigidos por alguien descrito por el biógrafo LoBianco como una persona madura y carismática, llamada John Gable. Este era un cristiano evangélico, “y se había interesado en mí, y hablaba conmigo sobre la fe”, recordó Pence en una entrevista posterior. “Y yo llegué al punto de decir: ‘John, he decidido dar el paso y convertirme al cristianismo’”. En abril de 1978, en un festival de música cristiana, “renuncié a mi vida y tomé la decisión personal de confiar en Jesucristo como mi Salvador”.
Jimmy Carter, un cristiano renacido, ganó la presidencia por el Partido Demócrata en 1976, pero el movimiento evangélico estaba cambiando. Encabezado por Pat Robertson, Jerry Falwell y otros teleevangelistas, estaba volviéndose cada vez más abiertamente político y más conservador. Pence, que votó por Carter, quedó desilusionado con este último. Pero más tarde, quedó impresionado por lo que consideró como “el conservadurismo de sentido común de Ronald Reagan”. Pence votó por Reagan en 1980 y ha sido republicano desde entonces.
Tras graduarse en la Facultad de Derecho, Pence se postuló para el Congreso y perdió en 1988 y 1990; más tarde, condujo un programa de entrevistas en la radio que era sintonizado en todo el estado, y que posteriormente se convirtió también en un programa semanal de televisión. Nunca había sido rico, pero su carrera en los medios de comunicación y el trabajo de Karen como maestra en una escuela cristiana les dio un estilo de vida de clase media financieramente estable, y su exposición en los medios de comunicación elevó su perfil en Indiana.
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Pence se postuló nuevamente para el Congreso en 2000, esta vez con éxito. Una vez allí, se incorporó al Partido del Té, que era el ala más conservadora del sector republicano de la Cámara. (Ellos volvían locos a los miembros más moderados, como el entonces líder republicano de la Cámara John Boehner.) En medio de la crisis financiera de 2008, Pence y los demás miembros del Partido del Té votaron inicialmente contra un proyecto de ley de rescate financiero elaborado por Henry Paulson, secretario del Tesoro de George W. Bush. Sus votos en contra provocaron que el proyecto de ley fracasara y que el mercado de valores se fuera a pique. Paulson tuvo que rogarle a la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi para obtener los votos demócratas.
A pesar de todo, el periodo de Pence en el Congreso mostró que tenía ciertas habilidades políticas. A pesar de su afiliación con el Partido del Té, logró establecer sólidas relaciones con más miembros del orden establecido republicano, entre ellos, Boehner. Aún después de competir contra Boehner para encabezar al sector republicano en la Cámara en 2006, volvió a alinearse tras sufrir una estrepitosa derrota. Boehner no lo tomó como una ofensa personal. Apreciaba a Pence, lo nombró presidente de la Conferencia Republicana, que es el tercer puesto de liderazgo más importante, y lo utilizó para mantenerse informado sobre lo que pensaban los miembros más conservadores.
En su estado natal, la imagen de Pence era la de un “tevangélico” que manifestaba abiertamente su religión y que votaba usualmente con los conservadores. Como locutor radiofónico, se manifestó en contra de que las mujeres y los homosexuales sirvieran en el ejército. (“La homosexualidad es incompatible con el servicio militar porque la presencia de homosexuales en las filas debilita la cohesión de las unidades”, dijo en un momento dado.)
Sin embargo, él buscaba desempeñar una función más importante y comenzó a atenuar esa imagen. Según las leyes electorales, el popular gobernador republicano Mitch Daniels ya no podía postularse para la reelección en 2012, y Pence quería su puesto. Daniels había gobernado como un competente tecnócrata de centroderecha, y Pence basó su campaña en la imagen de Daniels, haciendo énfasis en la creación de empleos, en la reforma educativa y en la capacitación de los trabajadores, sacando a la luz pocas veces los temas sociales como su oposición al aborto. El “tevangélico —señala LoBianco— quedó oculto”, reemplazado por el tecnócrata. Pence obtuvo una apretada victoria.
Él posee la habilidad que tienen muchos políticos de hacer que la gente piense que está de acuerdo con ella, cuando en realidad no es así. Solo que ese fue un pésimo momento para hacerlo.
Pence y sus partidarios afirmarán que su periodo como gobernador de Indiana demuestra que es un director ejecutivo capaz y apto para la Casa Blanca. Sin embargo, los registros muestran que, finalmente, fue más eficaz como congresista. Aunque los republicanos controlaban ambas Cámaras del Poder Legislativo de Indiana, él casi echó a perder un proyecto de ley de disminución de impuestos al no supervisar a los miembros cuyos votos necesitaba. Su primer jefe de gabinete, un viejo amigo evangélico llamado Bill Smith, fue ineficaz. Y hubo momentos en los que la influencia de su esposa tomó a la gente por sorpresa. De acuerdo con la biografía de LoBianco, Pence, que se considera a sí mismo como un conservador fiscal, sorprendió a sus colegas republicanos al proponer un programa preescolar bastante costoso.
“¿De dónde salió esto?”, le preguntó un legislador. “Bueno, ¿sabe?, Karen está interesada en esto”, respondió Pence. “Como usted sabe, ella era maestra de escuela”.
Sin embargo, fue en su tercer año como gobernador que el resto del país descubrió quién era Mike Pence. En la Cámara estatal de Indianápolis, un pequeño grupo de legisladores cristianos conservadores creó una ley denominada Ley de Restauración de la Libertad Religiosa (RFRA, por sus siglas en inglés). Entre otras cosas, permitía que los negocios de Indiana rehusaran participar en bodas entre personas del mismo sexo por motivos religiosos. LoBianco y otros reporteros que trabajaban en esa época en la Cámara estatal de Indiana señalaron que la ley RFRA nunca fue un elemento destacado para Pence. Había puesto poca atención al proyecto de ley mientras era elaborado y debatido. Y cuando lo firmó, lo hizo en la privacidad de su oficina, con la asistencia de tan solo tres activistas cristianos. “Este proyecto de ley —dijo Pence en aquel momento— no tiene como objetivo la discriminación, y si pensara que legaliza la discriminación, lo habría vetado”.
Sus críticos sí pensaban que era discriminatorio, y en un momento en el que el matrimonio entre personas del mismo sexo comenzaba a ser aceptado ampliamente en todo el país, el proyecto de ley parecía, como mínimo, insensible. La comunidad corporativa de Indiana estaba furiosa. Importantes empresas como Salesforce y Apple señalaron que tendrían problemas para hacer negocios en ese estado. La Asociación Nacional Deportiva Universitaria (NCAA, por sus siglas en inglés) estaba a punto de organizar el Torneo de la División I de Baloncesto, y comenzó a sentir la presión para trasladar el evento a otro lugar. Lo que Pence había considerado como un proyecto de ley inofensivo (¿quién se opone a la libertad religiosa?), le explotó en la cara.
Su manejo de la crisis resulta ilustrativo. Durante una reunión de emergencia de dos horas con cerca de una docena de miembros de su personal, entre ellos, Kellyanne Conway, la encuestadora y estratega que llegó a trabajar con Trump, Pence los fustigó por haberlo dejado caer en este lío. Pence había sido invitado a asistir al programa This Week con George Stephanopolous para hablar del tema, y su personal estaba dividido. Los miembros de ambos bandos pensaron que estaba de acuerdo con ellos cuando terminó la reunión.
“Posee la habilidad que tienen muchos políticos de hacer que la gente piense que está de acuerdo con ella, cuando en realidad no es así”, señala un antiguo asesor cercano de Pence en Indiana. “Solo que ese fue un pésimo momento para hacerlo. Quedó claro qué tan nervioso estaba, que no podía comunicarse con sus asesores más cercanos para saber qué demonios iba hacer y por qué. La presión lo atrapó”.
Pence había dicho que no firmaría ningún arreglo a la ley para dejar claro que no era discriminatoria contra la comunidad LGBTQ, y al final, lo hizo. Como se narra en el libro de LoBianco, Piety and Power (Devoción y poder), mientras consideraba la posibilidad de postularse para la Casa Blanca en 2016, Pence había cortejado al megadonador del Partido Republicano Paul Singer. Singer, que tenía un hijo que había salido del clóset, era un férreo defensor de los derechos de la comunidad LGBTQ. Firma el arreglo, le aconsejó a Pence.
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Los amigos de Pence piensan que la resolución de la debacle de la RFRA mostró que no es el furioso “teócrata”, en palabras de LoBianco, que afirman sus críticos. En cambio, muestra que es un político profundamente ambicioso y realista. “Posee una vena pragmática que cualquier buen político debe tener”, señaló su predecesor Mitch Daniels.
Como presidente, Pence sería, de muchas maneras, el anti-Trump. A diferencia del presidente actual, cuenta con lazos bien establecidos con los republicanos de ambas Cámaras del Congreso. Él y su personal desempeñar una función clave para que la Casa Blanca trabajara con el entonces presidente de la Cámara Paul Ryan y con McConnell para aprobar el recorte fiscal de Trump.
Pence cuenta con un cuadro de asesores desde sus días en la Cámara, quienes asumirían posiciones clave en la Casa Blanca, entre ellos, su actual jefe de gabinete, Marc Short. Según antiguos asesores de Pence, la única persona del gabinete de Trump que probablemente permanecería es Kellyanne Conway, que conoce y ha trabajado con el vicepresidente durante años. Varios elementos clave de Trump, entre ellos, el jefe interino del Estado Mayor, Mick Mulvaney, que también es amigo de Pence, probablemente también se irían. Y entre ellos también están el yerno de Trump, Jared Kushner, y su esposa Ivanka. El teniente general Keith Kellog, actual asesor de seguridad nacional de Pence, probablemente ocuparía el mismo puesto si Pence logra la presidencia. Quedarían pocos vestigios del gabinete de Trump.
Lo que Pence había considerado como un proyecto de ley inofensivo (¿quién se opone a la libertad religiosa?), le explotó en la cara.
La experiencia de Pence en Washington, sus contactos en Capitol Hill y su evidente autocontrol político y personal no significan que una presidencia suya carecería de controversias o de acciones partidistas. Desde todos los puntos de vista, él se muestra intransigente en uno de los temas sociales más amargamente divisorios: el aborto. Los demócratas que están a favor del derecho a decidir tendrían que preocuparse tanto, sino es que más, de que Pence nombre a jueces para la Suprema Corte, poniendo en riesgo el veredicto del juicio Roe V. Wade, con el que se consiguió despenalizar el aborto inducido. Es “seguro” que se nombren a jueces provida para los tribunales en un gobierno de Pence, señala un antiguo miembro de su personal en Indianápolis.
En otros temas clave como la economía, las relaciones exteriores y la inmigración, es probable que rompa con Trump en varias áreas clave. Al igual que Trump, él es un republicano convencional que está a favor de la reducción de impuestos y de la desregulación. Pero como antiguo miembro del Partido del Té, se siente profundamente consternado por el actual despilfarro fiscal del gobierno de Trump y del Congreso demócrata, han dicho sus amigos. Si es elegido como presidente, “querrá controlar el presupuesto”, dice Dan McIntosh, excongresista de Indiana y actual presidente del Club para el Crecimiento en Washington.
Como presidente, Pence enfurecerá a la base de votantes de Trump si es visto como poco firme con respecto a la construcción del muro y a la inmigración ilegal, pero, ciertamente, es ahí donde él estaba ideológicamente cuando estuvo en el Congreso. Al hablar con un opositor de la reforma en Indiana, señaló que una política de línea dura contra la inmigración haría muy poco para evitar que las drogas y los narcotraficantes cruzaran la frontera, pero mantendría fuera a “los jardineros”.
Su apoyo a la inmigración también está arraigado, según sus amigos, en su fe religiosa. Pence fue un miembro activo del grupo que intentó redactar una reforma amplia a las leyes de inmigración. Estaba de acuerdo con Bush, con el senador John McCain y con la Cámara de Comercio de Estados Unidos en buscar un acuerdo, y su actual jefe de gabinete fue un asesor clave en la presión a favor de una reforma, la cual duró dos años. Pero el proceso mostró a Pence qué tan atrincherados están los partidarios de la línea dura contra la inmigración en el partido. Se dio por vencido en sus esfuerzos para obtener un acuerdo en la Cámara y desde entonces se ha mantenido alejado del tema. Sin embargo, si resulta electo en 2020, es plausible que pueda intentar llegar a un acuerdo con los demócratas.
Su política exterior también rompería con la de Trump, dicen las personas cercanas a él, pero con una excepción. A diferencia de Trump, Pence no es aislacionista. Trabajó ocho años en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes y “no aprobaría el reciente discurso de Trump ante Naciones Unidas”, afirma su biógrafo LoBianco; dicho discurso fue básicamente un llamado para que Estados Unidos se mantuviera alejado de los asuntos de todo el mundo si estos no afectan directamente a los intereses de Estados Unidos.
Pence valora las alianzas de Estados Unidos y las considera como multiplicadores de fuerza, y no como estafas de países que no están dispuestos a defenderse a ellos mismos. Se mostraría mucho más escéptico con respecto a la posibilidad de llegar a un acuerdo con el líder norcoreano Kim Jong Un y, según personas cercanas a él, se muestra más cauteloso que Trump con respecto a Putin.
“Es un sólido republicano del orden establecido en lo relacionado con la política exterior”, afirma Jim Talent, exsenador por Missouri. Un antiguo miembro del personal del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes afirma que Pence está dispuesto a usar la fuerza, pero con cautela: “Ha aprendido la lección de Irak”. Con respecto a las relaciones exteriores, los puntos de vista de Pence “están, probablemente, entre los de George H. W. Bush y los de George W. Bush”, afirma la fuente.
Habrá una gran excepción a este alejamiento de la política exterior de Trump: las relaciones con China. De acuerdo con sus allegados, es probable que Pence continúe con la línea dura de Trump en relación con el comercio, algo que lo ha separado del ala corporativa del sector republicano del Congreso, la cual, hasta que Trump fue electo, estaba compuesta enteramente por partidarios del libre comercio.
De hecho, fue en un discurso relacionado con China, pronunciado hace un año, donde Pence dejó su marca más importante en política exterior como vicepresidente. Fue, por mucho, la declaración más dura hecha por un gobierno estadounidense con respecto a China desde el restablecimiento de relaciones entre ambos países. De hecho, se mostró más extremista que Trump. Pence no solo reprendió a Pekín con respecto al comercio, sino también por su actividad militar en el Mar del Sur de China y por la opresión contra la población musulmana de ese país (algo de lo que Trump nunca habla). Pekín no tendrá ningún alivio si Pence asume el cargo.
Los demócratas piensan que es posible derrotar a Pence, pero no les vendría mal si este quedara un poco más manchado por la actual saga ucraniana. En un artículo reciente titulado “Pence desempeñó el papel sin conocerlo”, The Washington Post informó que Trump le ordenó a Pence que presionara a Ucrania para hacer frente a la corrupción, pero sin mencionar específicamente a los Biden. Keith Kellogg, el asesor de seguridad nacional del vicepresidente, fue una de las personas que escuchó la llamada realizada en junio por Trump al presidente ucraniano.
Este episodio hizo que Pence pareciera fuera de lugar y un tanto despistado, y hace poco rehusó torpemente a confirmar o negar a los reporteros si sabía de los planes de Trump con respecto a Biden. Sin embargo, los miembros de su personal consideran la nota de The Washington Post como “un triunfo”, y a menos que surja formación nueva y más perjudicial, es probable que Pence sobreviva. Si Trump cae el año que viene, él se convertirá en presidente.
En julio de 2016, cuando Pence se enteró de que Trump llamaría en 30 minutos para informarle sobre su decisión con respecto a la vicepresidencia, él estaba en su oficina con su esposa y tres miembros de alto nivel de su personal, todos ellos evangélicos devotos. Les pidió que se tomaran de las manos y que oraran juntos. Media hora después, sus oraciones fueron escuchadas. Desde hacía mucho tiempo, Mike Pence deseaba ser presidente. Ahora tenía en las manos la oportunidad de serlo. Si el Senado emite un voto sobre el destino de Trump, ¿acaso Pence, su esposa Karen y sus asesores de alto nivel se reunirán nuevamente para orar?
Y si lo hacen, ¿qué estarán pidiendo en esas oraciones?
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek