Se han visto historias de caravanas centroamericanas que deciden abandonar su lugar de origen en búsqueda de una mejor vida en los Estados Unidos, pero ¿cuál es la ruta que toman y por qué peligros pasan los migrantes?
La historia del padre e hija ahogados en el río Bravo
Quizás por su delgadez, Tania Ávalos, salvadoreña de 21 años, llamaba cariñosamente “sequito” a su esposo Óscar Martínez, quien cumpliría 26 años en julio. Valeria, era la “gorda” para quien buscaban una vida mejor en Estados Unidos.
Soñaron más allá de fronteras, penurias y de los 3,200 kilómetros que recorrieron con terca esperanza. Solo la corriente del río Bravo, cuya aparente mansedumbre confunde a los desprevenidos, pudo quebrar a los Martínez Ávalos, a pocos metros de sortear uno de los obstáculos mayores.
En shock, Tania vio la tarde del domingo cómo Óscar y Valeria eran arrastrados y tragados por el río, el límite natural entre México y Estados Unidos. No supo más de ellos hasta la mañana del lunes.
Bomberos y rescatistas mexicanos hallaron sus cuerpos flotando, fundidos en un abrazo protector que ha estremecido al mundo, pues refleja con elocuencia el drama de la migración ilegal de Centroamérica hacia Estados Unidos.
Pero el primer acto de esta tragedia fue un episodio repetido hasta el cansancio entre miles de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos.
Tania y Óscar, que trabaja de cocinero en una pizzería, estaban hartos de la pobreza y de las pandillas que aterrorizan a su barrio del este de San Salvador.
Ambos fantaseaban con ver a Valeria jugando y creciendo en la casa que tendrían cuando vivieran en Estados Unidos. “Tenían ese sueño americano, de lograr una mejor vida”, recuerda Rosa Ramírez, la madre de Óscar.
El 3 de abril la familia partió de San Salvador, sin visas pero con claro rumbo al norte. En promedio, unos 200 salvadoreños indocumentados hicieron lo mismo ese miércoles de primavera, o como en cualquier otro día, según autoridades del país.
– El cruce por México –
La joven familia atravesó primero Guatemala hasta llegar a la frontera con México. El curso habitual de miles de migrantes como ellos es cruzar el río Suchiate hasta Ciudad Hidalgo, en el extremo sur de México, y seguir luego hasta Tapachula, en el estado de Chiapas, a unos 37 kilómetros.
Familiares de Óscar indicaron que la familia permaneció allí dos meses donde comenzaron trámites migratorios. El expediente del caso, al que tuvo acceso la AFP, señala que Tania contaba con un número de visa humanitaria, aunque sin precisar las características del documento.
Desde el inicio de la crisis migratoria, el gobierno mexicano ha entregado distintos documentos, que incluyen visas de trabajo regionales y también humanitarias, aunque estas últimas se restringieron tras la escalada del flujo de migrantes.
Con alguno de estos papeles como respaldo, la familia decidió avanzar más de 1,800 kilómetros desde Chiapas hasta Matamoros, en la frontera con Estados Unidos. Existe poca información disponible sobre ese trayecto, salvo que fueron acompañados por otro salvadoreño, Milton Paredes Menjivar, de 19 años.
Según el testimonio de Paredes, arribaron la madrugada del domingo y se hospedaron en un hotel. Alrededor de las 8 de la mañana, tomaron un taxi hacia la oficina de migración ubicada en el “Puente Nuevo”, uno de los cuatro pasos de personas y carga que unen Matamoros con Brownsville, Texas.
Su idea era anotarse en la fila de unas 200 personas diarias que inician el trámite de asilo en Estados Unidos, pero la oficina estaba cerrada, por lo que debían volver el lunes.
Frustrados, fueron a comer para “hacer tiempo”, según relata Paredes, y fue entonces cuando decidieron que cruzarían el río. Regresaron y eligieron un punto a unos 500 metros del puente.
– Vencidos por el cansancio –
El lugar se ubica en el llamado Paseo del Río, un parque público de reciente creación, frecuentado por deportistas y familias, sobre todo los fines de semana. Cercano a viviendas y negocios, está a plena vista de los vecinos.
Hasta hace 30 años, ese era un lugar solitario y cubierto de maleza por donde muchos cruzaban ilegalmente. Con la construcción del puente y la rehabilitación urbana, el punto ya no es utilizado por indocumentados que prefieren zonas alejadas de la ciudad.
El río Bravo luce tranquilo en esa zona, con una distancia de 30 a 40 metros entre riberas y unos dos metros de profundidad. Sus peligros son invisibles desde la superficie.
“Las corrientes que lleva el río son muy agresivas y hay muchos remolinos en la parte de abajo y muchas ramas”, explicó Humberto Salazar, jefe de Protección Civil de Matamoros.
Los salvadoreños hicieron dos equipos: Óscar fue primero, cargando a Valeria en su espalda y metida bajo su camiseta, mientras que Paredes ayudó a Tania.
La esposa relató que Óscar y Valeria ya casi llegaban al lado estadounidense, pero el cansancio y un fuerte viento que provocaba olas los empezó a vencer. Agotada y temerosa, Tania regresó como pudo al lado mexicano seguida de inmediato por Paredes.
Desde la orilla, aún pudo ver a su esposo e hija pero no por mucho tiempo más.
Los cuerpos emergieron a la superficie alrededor de las 10 de la mañana del lunes, hinchados por la descomposición, que se acelera por las temperaturas de entre 35 y 40 grados de la zona, detalló Salazar.
Para Kenneth Roth, director de la oenegé Human Rights Watch, mientras la administración de Donald Trump insista en endurecer los requerimientos legales para obtener asilo, crecerá la desesperación entre los migrantes.
“Este enfoque punitivo conduce casi predeciblemente a este tipo de muertes”, declaró a la AFP.
Carlos Alberto, hermano mayor de Óscar que vive en Estados Unidos y esperaba apoyarlos al llegar, lamentó el desenlace.
“No te vayas a arriesgar a pasar el río con una niña, le dije, es muy peligroso, ese río es muy criminal (…) No me hizo caso, lamentablemente pasó lo que pasó. Que descanse en paz mi hermano y mi sobrina”, dijo.