El Partido Revolucionario Institucional (PRI) es, para bien y para mal, un instituto político histórico en México. Qué tanto es una u otra cosa depende del lado del que se esté: desde fuera, el PRI es sinónimo de corrupción, malos gobiernos, violencia y criminalidad, entre otras cosas. Desde dentro, visto por priistas convencidos, es sinónimo de nacionalismo, democracia, justicia social, legalidad e institucionalidad.
Objetivamente, el PRI es todo eso junto y quizá más; lo que lo hace ser algo más que la suma de las partes. Sin duda alguna, en el PRI se tuvo durante década una genuina vocación revolucionaria y de construcción de instituciones; si no fuese así, no habría la posibilidad de figuras tan bien ponderadas, incluso por quien hoy es presidente de la República: el General Cárdenas, el General Ávila Camacho y el Lic. López Mateos son ejemplo de ello; y quizá más recientemente, la figura de Jesús Reyes Heroles.
Sin embargo, estos nombres quedan muy lejos de la memoria reciente, y de lo que se tiene un recuerdo cercano es de personajes impresentables de la política nacional como Arturo Durazo Moreno (apodado como “El negro Durazo”); momentos trágicos para la vida nacional como el año 1994, que tuvo como el peor signo de sus crisis en el asesinato de Luis Donaldo Colosio; así como una larga lista de exgobernadores, unos procesados por la justicia y otros más señalados por corruptos. Procesados y encarcelados han sido: Mario Villanueva, Andrés Granier, Jesús Reyna, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, Roberto Borge y Javier Duarte. Entre quienes han sido investigados y acusados formalmente se encuentran César Duarte, Jorge Torres, y otros sobre quienes se han abierto varias investigaciones como el caso de Humberto Moreira o más recientemente, Roberto Sandoval; la lista es extensa.
El tema es relevante porque los actuales gobernadores del PRI -se dice que por mandato y acuerdo con el ex presidente Peña Nieto-, en un ejercicio incomprensible de pragmatismo absurdo, han provocado la renuncia del Dr. José Narro Robles a su candidatura por la presidencia del PRI, y también a su militancia partidista, decisión que debe aplaudirse por estar apegada a principios y a una postura de congruencia personal.
Con la salida del Dr. José Narro, la farsa de la “elección de Alejandro Moreno” se concretará en breve, y no sorprendería que pronto declinen a su favor Ulises Ruiz e Ivonne Ortega; aunque en realidad lo exigible, si de verdad tienen una actitud de congruencia, sería que también renunciaran al proceso y a su militancia dentro de un partido que ha decidido apostar por lo peor de su pasado y, más lamentable aún, y por ello es de preocupación ciudadana, es que seguirá siendo con el financiamiento de nuestros impuestos.
El PRI se encuentra al borde de su extinción; y muchos lo festejan; pero lo cierto es que hoy necesitamos partidos políticos fuertes y con propuestas viables de solución a nuestros problemas; y es que sólo mediante el pluralismo político y la representación de todas las visiones en torno a lo político, lo económico y lo social, podremos avanzar hacia una nación que sustenta sus decisiones en amplios consensos dirigidos a la construcción de un México incluyente.
De manera lamentable, el futuro para el PRI es previsible: será un partido satélite del Gobierno de la República, y continuará dando cobijo, al parecer, a grupos de interés que no defenderán, como lo han hecho en los últimos 20 años, sino exclusivamente lo que a ellos conviene, dando la espalda así al espíritu de la Constitución y de las leyes electorales, relativo al mandato de ser un instituto político que contribuya a la democracia y al bienestar de la población nacional.
En síntesis, los gobernadores del PRI han decidido colocar al enfermo que tienen en terapia intensiva, en manos de un enterrador, cuya misión será similar a la de un zopilote: devorar la carroña del cadáver.
@saularellano