En 1988, Newsweek dedicó su portada a Stephen Hawking. En ese entonces, el físico británico tenía 46 años y estaba en el umbral de la fama internacional. A continuación presentamos un fragmento de aquella entrevista.
El 13 de marzo, Stephen Hawking, de 76 años de edad, murió debido a la enfermedad de Lou Gehrig, también conocida como esclerosis lateral amiotrófica (ELA), con la que había vivido desde que se le diagnosticó, a los 21 años. Los médicos pronosticaron que no viviría más de unos cuantos años, pero sobrevivió, brillantemente, durante casi seis décadas.
En 1988, cuando el redactor de Newsweek Jerry Adler visitó a Hawking en la Universidad de Cambridge, donde ocupaba la cátedra de Sir Thomas Newton como profesor Lucasiano de matemáticas, el físico acababa de publicar su exitoso libro A Brief History of Time (Breve historia del tiempo), un recuento de la cosmología moderna. En 1974 descubrió el fenómeno astronómico que lleva su nombre, la radiación de Hawking (que explica cómo los agujeros negros pierden su masa).
En otras palabras, Hawking estaba en camino a convertirse en la segunda superestrella de la física teórica, después de Albert Einstein, así como en la inspiración de la película de 2014 The Theory of Everything (La teoría del todo), estelarizada por el ganador del Óscar Eddie Redmayne como Hawking. Todavía estaba casado con su esposa Jane Wilde (de la que se separó en 1990) y tenía tres hijos. Este extracto del perfil de Adler se centra en el profesor al que pocos veían fuera del aula, inspirando a toda una generación de estudiantes a ampliar los límites de nuestra comprensión del universo, así como de aquello que es humanamente posible en la Tierra.
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Un paso en el camino: resulta instructivo darnos cuenta de lo inadecuadas que son incluso las metáforas más simples al hablar de alguien como Stephen Hawking. Él ya no puede dar ningún paso, pero su valor al enfrentar su enfermedad es legendario. Su colaborador en la teoría de los agujeros negros, el gran físico de Oxford Roger Penrose, recuerda haber visitado a Hawking cuando este aún podía moverse usando muletas, y verlo dedicar un cuarto de hora a subir las escaleras para ir a la cama, rehusándose a recibir ayuda. Aún hoy, viaja por el mundo, asistido por tres enfermeras que trabajan las 24 horas, así como por el estudiante graduado Nick Phillips, que se encarga de cuidar todos los elementos de su equipo de comunicación computarizado. Apenas esta primavera pasada, Hawking visitó California, recuerda el cosmólogo de Berkeley Joseph Silk, “recorriendo el estado de arriba abajo, dando más de una docena de charlas con un programa de trabajo que resultaría extenuante para cualquier persona no discapacitada”.
No siempre fue ese paradigma de energía. Cuando era estudiante en Oxford, trabajaba solo lo justo para que sus profesores se dieran cuenta de lo brillante que era. Era el tipo de estudiante, recuerda su tutor de física Patrick Sandards, que prefería detectar los errores en sus libros de texto, en lugar de resolver los problemas.
Durante el siguiente par de años, los cuales pasó en Cambridge, no se molestó ni siquiera en hacer eso. Los síntomas que había detectado por primera vez en Oxford (arrastrar la lengua al hablar, dificultad para atarse los zapatos) habían empeorado, y los médicos le dijeron que padecía lo que los ingleses conocen como enfermedad neuronal motora. Pasaba el tiempo en su habitación, escuchando a Wagner, leyendo ciencia ficción… y bebiendo. También había otro problema, recuerda Dennis Sciama, que supervisó el trabajo de titulación de Hawking: “Había pocos problemas que resultaran adecuados para alguien con sus capacidades”.
Cuando finalmente encontró uno, en un artículo escrito por Penrose sobre los agujeros negros, las cosas cambiaron rápidamente. Comenzó a trabajar duro por primera vez en su vida, el avance de su enfermedad se ralentizó inexplicablemente, y se enamoró de una estudiante de lenguas llamada Jane Wilde. Se casaron en 1965 y ahora tienen tres hijos, dos niños y una niña, el más joven de los cuales nació en 1979. A través de la enfermedad y del peligro potencialmente más distractor de la fama, Hawking ha logrado mantener una vida familiar decente y feliz. “Stephen no hace ninguna concesión a su enfermedad, y yo no le hago ninguna concesión a él”, ha dicho Jane.
A pesar de ser un sucesor de Newton y Einstein, Hawking parece no dar mucha importancia a los lujos. Su oficina se encuentra en un estrecho y abarrotado cubículo del Departamento de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica, que ocupa un edificio tan anodino y funcional como su propio nombre. Pasa sus días allí escribiendo, recibiendo estudiantes o tomando el té con ellos en la insípida sala común. Suele transportarse en su silla de ruedas motorizada, que maneja con un joystick en el recorrido de 800 metros desde su casa, ya entrada la mañana, y trabaja hasta cerca de las siete de la noche. El mes pasado, en un viernes típico, comenzó su día en la reunión del almuerzo de un seminario sobre la relatividad que imparte. Dos docenas de estudiantes llenaban la sala, compartiendo cajas de galletas y paquetes de carne para el almuerzo, mientras Hawking manejaba su silla en silencio y miraba la escena.
Sus dedos se movieron y la pantalla montada en su silla de ruedas parpadeó. “Como en los viejos tiempos”, dijo una voz metálica que salía de una bocina detrás de su asiento.
Las computadoras de Hawking están diseñadas para alguien que puede hacer un solo movimiento. En la pantalla frente a él, un cursor parpadea recorriendo las letras del alfabeto, deteniéndose cuando él aprieta el interruptor; esto hace aparecer una pantalla llena de palabras preprogramadas que comienzan con la letra elegida. Hay 2,600 de esas palabras, que mezclan el lenguaje esotérico de su área de trabajo con los sustantivos mundanos que un hombre necesita para desempeñarse en el mundo: térmico, teoría, topología, tubo, tulipán, té. El cursor recorre las listas hasta que Hawking elige la palabra deseada, la cual se añade a una frase que aparece en la parte baja de la pantalla, lista para ser pronunciada, o, en una entrevista formal, mostrada en un monitor de escritorio para permitir la toma de notas. También puede deletrear palabras nuevas, lo cual hace sin atajos o abreviaturas. Cualquiera que trate de completar sus frases percibe el silencioso desdén de su dedo imperturbable.
En el seminario, Peter Ruback, un miembro del equipo de investigación, leería un artículo sobre “Nuevos teoremas de singularidad para los agujeros negros cargados”. Mientras Ruback llenaba las pizarras con ecuaciones, Hawking miraba, tomando algunas cucharadas del almuerzo proporcionado por su enfermera. Después de una hora y media, se produjo una breve ronda de aplausos, seguida por el silencio, y los ominosos clics de Hawking. “Estaría interesado si usted pudiera encontrar un agujero de gusano distinto”, dijo la voz, “con una topología diferente”.
Después, cuando se le preguntó lo que pensaba sobre la reacción de Hawking, Ruback se encogió de hombros. “Creo que él pensó que era bastante obvio, y podría serlo, para él”.
Para cualquier persona que depende de la aprobación de Hawking, su discapacidad puede resultar enloquecedora, ya que su voz sintética carece completamente de expresión y su único cambio en su expresión facial (una sonrisa con la mandíbula ligeramente caída) puede expresar una gran variedad de emociones. Sus lacónicos comentarios asumen una calidad misteriosa que puede descartar el disenso. “Los estudiantes deben tomar lo que dice, retirarse y reflexionar sobre ello”, observa Penrose. Recuerda una heroica discusión de tres días sobre los agujeros negros que nunca fue totalmente resuelta. “Si [Hawking] quería hablar, hacía un sonido. Yo tenía que detenerme y escuchar, y perdía el hilo de mi argumento. Fue muy frustrante”.
Penrose piensa que la enfermedad de Hawking le ha obligado a trabajar en forma más creativa, a dar saltos imaginativos donde alguien con un futuro menos incierto podría cavilar un poco más. Hawking descarta tajantemente esa idea. El único efecto de la ELA que él admite es que “evito los problemas con demasiadas ecuaciones porque no puedo resolverlas en mi cabeza”. Añade que, “sin embargo, esos son los problemas más aburridos”.
En realidad solo existe un problema interesante, que es el problema del todo. “Mi objetivo —ha dicho Hawking— es lograr una comprensión completa del universo, por qué es como es y por qué existe”.
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Información adicional de Gerald C. Lubenow en Cambridge y Maggie Malone en Nueva York. El artículo completo puede leerse en Newsweek.com.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek