El volcán hawaiano Kilauea empezó a hacer erupción en abril y su actividad continuó hasta agosto. En ese lapso, la montaña estuvo expulsando magma y su caldera colapsó. La erupción destruyó centenares de viviendas y, a decir del diario Honolulu Star-Adviser, la recuperación podría tener un costo de 800 millones de dólares.
El martes 11 de diciembre, la revista Science publicó un estudio en el que un grupo de investigadores afirma que la erupción en la zona de ruptura oriental inferior fue la más grande en “al menos 200 años”. Dirigido por Christina Neal, el equipo del Servicio Geológico de Estados Unidos observó la actividad del volcán a lo largo del año para entender las características más importantes de esta prolongada erupción.
El cono Pu’u O’o colapsó el 30 de abril, permitiendo que escapara el magma -el material licuado y candente que yace por debajo o dentro de la corteza terrestre, a partir del cual se forma la lava- y, a lo largo de la semana siguiente, se abrieron numerosas fisuras que dieron origen a una grieta de más de 6 kilómetros de longitud. En los primeros días de mayo, un sismo de magnitud 6.9 causó un deslizamiento en la falla, por donde comenzó a manar lava a una velocidad de 100 metros cúbicos por segundo. A la larga, la lava terminó cubriendo un área de 35 kilómetros cuadrados.
Antes de esta erupción, la actividad del Kilauea fue muy consistente durante más de 30 años. No obstante, Neal y sus coautores señalan que, a mediados de marzo, el suelo en las inmediaciones de Pu’u O’o empezó a deformarse, tal vez debido a la acumulación de magma.
Con anterioridad, eventos como este habían provocado la formación de nuevos conos eruptivos a pocos kilómetros de distancia. Sin embargo, la presión siguió aumentando durante marzo y abril, lo que provocó que se desbordara el estanque de lava del Pu’u O’o. Todo el sistema de tubos volcánicos resultó afectado. El 30 de abril, los datos apuntaron a que el sistema de magma estaba experimentando cambios acelerados; y el 3 de mayo, se abrió la primera de las 24 fisuras eruptivas. Entre mayo y agosto hubo un total de 62 eventos de colapso.
Al parecer, una falla estructural del Pu’u O’o hizo que el magma escapara por la zona de ruptura, lo cual actuó como catalizador de las erupciones restantes.
Los investigadores aseguran que la erupción brinda una perspectiva sin precedentes del sistema volcánico del Kilauea, y los datos obtenidos siguen aportando gran cantidad de información. Esto tiene una importancia tremenda pues, en octubre, la Evaluación Nacional de Amenazas Volcánicas, dependencia del Servicio Geológico de Estados Unidos, clasificó al Kilauea como el volcán más peligroso del país.
Pete Rowley, vulcanólogo de la Universidad de Hull, Reino Unido (quien no intervino en el estudio) comentó que estos hallazgos eran de suma relevancia para la monitorización del Kilauea: “Es extraordinario que tengamos mediciones en muy alta resolución de la deformación del suelo antes, durante y después de la erupción, ya que nos ayudarán a entender mejor el comportamiento del magma en niveles más superficiales y, particularmente, en el sistema de tubos del Kilauea”, explicó a Newsweek.
En su conclusión, Neal y el equipo precisan que el éxito del Observatorio Vulcanológico de Hawái para detectar y pronosticar la erupción proporciona un “poderoso argumento para la monitorización continua e intensiva en el suelo” del volcán, a fin de comprender los riesgos que presenta.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek