No está muy claro si mostrarse ante el público es la causa o la consecuencia de su ruptura con la estética tradicional. Lo cierto es que, en ese camino, Natalia Gómez demuestra que el cuerpo es, ante todo, un medio de comunicación.
Originaria de Aguascalientes, a esta joven de 28 años se le puede describir como una rebelde de los cánones de la danza, el teatro, el cine y la música que, a pesar de serlo, ha tenido éxito en cada una de esas expresiones.
La también becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA) habló con Newsweek Aguascalientes sobre su concepción de la estética y los proyectos en los que canaliza su inquietud.
Modelo a seguir y la ruptura con la estética
En la corta (pero prolífica) carrera de Natalia hay dos momentos clave. El primero es su inicio en la danza, cuando incursionó en el Flamenco a los 15 años.
“Mi primera maestra, Zambra Contreras, es un mujerón. Y yo creo que ella para mí se convirtió en una figura de esa mujer ejemplar que hace lo que ama sin importar nada, realmente, y que es feliz porque hace lo que ama… aparte de encontrar una pareja con la que comparte eso (…) ¿Sabes? El flamenco es algo muy sensual; entonces, como que romper con todos estos tabúes que tenemos del cuerpo como objeto sexual y usar el cuerpo como un medio de comunicación más allá de lo sensual, yo creo que fue algo muy fuerte que aprendí de ella”, reflexiona.
Del Flamenco, Natalia brincó al Centro Nacional de Danza Contemporánea, en Querétaro, cuando tenía 17 años. Para alguien tan inquieta como ella, el baile y México pronto fueron insuficientes, así que viajó a Ámsterdam para estudiar teatro y luego a Jerusalem.
“Y allá, pffff! Todo mi mundo se derribó para volverlo a construir”, resume su experiencia.
“Para mí fue un shock muy cañón, sobre todo cultural, de darme cuenta que como mexicana yo estaba super maleada: que sentía que no podía expresar, que sentía que no merecía cosas, ¿no? Y como que decidí tomar las riendas de mi voz y, paralelamente, de hecho, curiosamente empecé a tomar clases de voz y de canto. Descubrir como ese poder que todos tenemos ha sido maravilloso y creo que sí me ha dado mucha libertad. El trabajar con mi cuerpo, trabajar con mi voz, pues sí: son formas de relacionarte contigo misma y por lo tanto de relacionarte con los demás”, explica.
Desprenderse de Jerusalem fue casi tan difícil como dejar los prejuicios con los que había llegado. Así que cuando regresó a México, en 2015, para participar en la película ‘Los años azules’ como actriz y con música, solo se quedó tres meses y volvió a Israel. Allá se quedó los siguientes tres años, hasta que llegó el momento de reencontrarse consigo misma y con sus raíces.
“Y ha sido difícil. O sea, ha sido muy rico también como reencontrarme, de dónde vengo, pero ha sido muy difícil y mucho en el aspecto como del ser mujer. Eso es algo que me ha costado mucho trabajo, la verdad, como esa libertad que yo creo que yo tanto disfruté allá en Israel, también por el círculo en el que me movía y, de pronto acá… Como el vestirme diferente. Muchas cosas han cambiado, pero pues es adecuarme poco a poco y también siento que, no sé si enseñar, pero sí compartir esas formas que yo aprendí, ¿no?, con mis amigas, con mis hermanas y decir: ¡güey, se puede ser diferente! ¡Se puede querer diferente! ¡Se puede traer el pelo corto y aún así eres sexy, no pasa nada!”.
El viaje personal y el choque cultural fueron clave en su ruptura con la estética tradicional, que se convirtió en un problema de expresión para ella, sobre todo en la danza, por la connotación sexual que frecuentemente se le da.
“Lo ves en las chavitas que están estudiando danza, ¿no? El hecho de que en las aulas de ensayo, en todas, haya un espejo, eso dice un montón”, ejemplifica.
“El cuerpo, en la danza aquí, yo creo que todavía se ve como esta cosa de belleza, de estilizar el cuerpo y luego mucho esta onda de que las mujeres deben tener shortsititos y que se les vea la pompi y enseñar… Supongo que es una estrategia como para tener público y así, pero yo creo que todavía estamos un poquito trabados en México como en esta onda de lo estilizado del cuerpo y creo que muy poca gente se permite romper con eso y mostrar un cuerpo ‘feo’ -que no necesariamente es ‘no bello’- o un cuerpo ‘grotesco’ o un cuerpo diferente. A mí ese es el paso que me gustaría dar o lo que me gustaría aportar”.
‘El Tambor’ y la beca PECDA
En la vida práctica, regresar a México significó incertidumbre. A Natalia no la esperaba un empleo ni tenía muy claro lo que quería hacer, pero sabía que necesitaba hacer algo.
Si el ocio es el padre de todos los vicios, la necesidad es la madre de la creatividad. Natalia sabía escribir, bailar, hacía teatro y también cantaba. Su computadora era un tintero moderno en el que había dejado muchas ideas a medias, así que se echó un clavado y encontró El Tambor.
“Como no conocía a nadie, dije: voy a hacer audiciones. Yo salgo en el póster… Ahorita, yo creo que lo haría muy diferente, pero me valió madre y dije: yo necesito conocer gente, necesito trabajar y me aventé. Me aventé el clavado y afortunadamente fue gente a la audición; me encontré gente hermosa con la cual trabajar y con la que sigo trabajando -y de hecho se han forjado amistades muy potentes-, pero sí fue así, de tomar la decisión y ya. Porque dije: si yo no lo decido, nadie lo va a decidir por mí. Y ya, pues ahorita estoy dirigiendo ese proyecto, entre otras cosas”, cuenta.
El Tambor es una obra de teatro que ella ideó y produjo, y que en abril próximo se presentará en el Teatro Esperanza Iris, de la Ciudad de México.
Además, Natalia tiene en puerta el lanzamiento de su primer EP, ‘Anan’, producido por Rafael Durand. La joven lo define como música alternativa, con tintes electrónicos, acústicos y minimalistas.
Por si fuera poco, obtuvo una beca PECDA con la que pretende eliminar el rol de ‘espectador’ y hacer del arte una experiencia para los seres humanos.
“Mi idea es hacer un paseo. Eso es lo que quiero hacer. Todavía no sé cómo lo quiero hacer: si va a ser una aplicación, si va a ser a través de un audio que se le dé a cada quién. Todavía no lo sé, pero me gustaría no tener actores, no tener bailarines, no tener nada de eso y que sea una experiencia como personal”, esboza.
Ser mujer en el mundo del arte
Movimientos como #MeToo o #TimesUp han exhibido la brecha de género que aún existe en el cine y otras áreas del arte, la cultura y el entretenimiento.
Afortunadamente, Natalia no ha sufrido acoso o cualquier otra manifestación de violencia de género. Sin embargo, sí ha sido testigo de las barreras por derribar que todavía existen para las mujeres que dirigen proyectos culturales.
“Fui a una junta de producción y te lo juro, nunca me había pasado, pero ahora sí dije: está cabrón ser mujer. O sea, iba yo y aparte mi productora (que) es mujer, íbamos las dos y me sentí… la mayoría de los que estaban en la mesa era hombres, de parte del teatro, y sí me sentí muy estresada. O sea, no entendí por qué y al final que salí, le dije a esta chica, a Jimena: es que creo que me pasa mucho que la gente no me toma en serio, al principio, por ser mujer, por estar chiquita, por estar flaquita y como que dicen ‘¿esta escuincla qué?’. Pero yo siento que la manera de ir más allá de eso es con mi trabajo, no queriendo convencer a nadie, sino: esto es lo que hago. Y creo que esa es la mejor muestra de todo. Pero sí lo he sentido”.