Alrededor de 100 mil personas se empujaban para salir a las doce de la madrugada por alguno de los accesos del Autódromo Hermanos Rodríguez, en la Magdalena Mixhuca.
Ni el frío, ni el viento, ni el cansancio, les impidió cantar a todo pulmón lo que Dan Reynolds traía para cerrar dos días de festival, comenzando con un aguerrido Radioactive hasta On the Top of the World.
Tal vez era la intención que los sonidos compitieran a lo largo del Autódromo, porque parecía que el espectador tenía que escuchar por un lado la nostalgia que emanaba de la voz de Peter Hook y los sintetizadores de New Order y por otro gritos y la pirotecnia de Imagine Dragons.
En cuanto aparecían las primeras vibraciones y sonidos seductores a lo lejos en otro escenario, los fieles espectadores de The War on Drugs se cambiaban de escenario velozmente para ver a MGMT que arrancaba con “Time to Pretend”, en un momento, antes de que terminaran, la voz de Trent Reznor sonaba en otro escenario, jalando a muchos de regreso a su escenario.
La noche del sábado, la neozelandesa de 22 años, Ella Marija Lani Yelich-O’Connor, conocida popularmente como Lorde, acompañó a sus fans más acérrimos, algunos internacionales, cuando The Chemical Brothers encendió al público con su nostalgia electrónica. Los beats de Tom Rowlands y Ed Simons en uno de los escenarios hicieron de fondo a las anécdotas de la cantante Lorde, como la de su visita al Museo Frida Kahlo.
Generaciones de fans se juntaron al cierre de ese sábado para escuchar la música del magnánimo controversial, Robbie Williams, o como lo llamó el mismo Luke Pritchard, cantante de The Kooks: “un tesoro nacional” para los ingleses. Robbie hizo bailar a cientos en el público, dedicó canciones e hizo cantar a aquellos que crecieron con su música o que al menos vieron en la secundaria su video más famoso: Rock DJ.
Bandas con menos videos y pirotécnica, pero con más música también sonorizaron ambos días de festival. Con una voz fría y directa, Jim Reid, cantante de The Jesus & Mary Chain, agradecía sin parar al final de cada canción, sin pretensión o ánimos de encender a la audiencia, lo hacía más bien regalando un poco del sonido que hace dos décadas marcó a una generación.
La oferta de puestos de comida y vendedores con mochilas y canastas sobrepasó la demanda de ella. Todo tipo de marcas: desde autos, medicinas y aerolíneas, pusieron un pequeño montaje para explotar al narciso juvenil y llevarse un poco de branding digital. Todo esto como un telón de fondo para la música que desde hace dos décadas se consideraba alternativa.
Uno de los festivales más importantes del año en México y que es precedido por una marca de cerveza de origen mexicano reconocida a nivel mundial, llevó a cabo otro año el ritual de juntar a fieles melómanos de distintas partes de México y del mundo, para congregarse y escuchar, una vez más, a bandas internacionales que han creado los himnos de una generación. Sin distinción de género musical, el Corona Capital, conectó, a través de música, anécdotas y escenarios a un público cada vez más hambriento de experiencias sensoriales.